De los editores
Por años, la juventud inconforme y los trabajadores, así como los activistas de la izquierda revolucionaria, en su lucha, por la defensa y conquista de los derechos de los trabajadores y los excluidos, contra “los poderes establecidos”, los gobiernos e instituciones defensoras del establecimiento capitalista, han sido políticamente arrinconados y colocados ante la falsa disyuntiva de escoger entre sólo dos únicas opciones políticas. Presentadas como absolutamente antagónicas y excluyentes, como si “el mundo fuera en blanco y negro”.
En apoyo a esa batalla contra la simplificación vulgar de las ideas políticas, hemos recibido el valioso artículo de la profesora cubana Alina Bárbara López, “Izquierdas apócrifas o la falacia del falso dilema”, que hoy compartimos.
En él se expone el método subyacente de tal práctica, desentrañando el falso dilema: aquel en el que “se presentan únicamente dos puntos de vista como únicas opciones posibles, cuando en realidad existen una o más que no han sido consideradas”, tal como dice el texto.
Con esta manipulación, como certeramente señala la autora, se trata de llevar a los contradictores políticos a un “callejón sin salida” construido desde el engaño, presentando “mentiras revestidas de argumentos cuyo fin es la manipulación e imposición de una visión sobre otra” …para que “muchos crean estar ante una batalla campal entre puntos de vista [radicalmente] opuestos”.
Es la llamada polarización, que tanta utilidad ha dado a los distintos sectores políticos para ganar adeptos y votantes, quienes más allá de sus diferencias mayores o menores, tienen en común la defensa de la continuidad del sistema económico y social imperante.
Esa maniobra, agrega, tiene el objetivo de “lograr un posicionamiento de la opinión pública junto a la, en apariencia, menos mala de las opciones”. Y coloca un ejemplo de cómo se manipula a la población en Cuba: “A favor del gobierno cubano o a favor del bloqueo norteamericano”.
Pero, es una realidad que va más allá de la isla. En el continente, ese método manipulador tanto en los políticos tradicionales como en los de izquierda de la burguesía, se ha convertido en la norma.
Por ejemplo, en nuestro país, la extrema derecha (uribismo) y la derecha política de los políticos de los capitalistas (liberales, conservadores, CR la U, etc.) lo han practicado por años. A quienes no apoyaban a Uribe-Duque, sus políticas y su responsabilidad política por los asesinatos, eran acusados de “guerrillero o comunista” o coloquialmente, de “mamerto”. Igual, señalamiento hacen actualmente, con quienes se oponen a las marchas que este sector burgués retrógrado, organiza contra el gobierno Petro.
Esa metodología ha sido trasladada al interior de las organizaciones juveniles, obreras y populares, por los dirigentes de las organizaciones de la izquierda parlamentaria, el reformismo y por los directivos sindicales afines al actual gobierno. Colocan a jóvenes y trabajadores ante una disyuntiva similar. Nada más que a la inversa.
Así, si un joven luchador honesto o un trabajador desde una postura independiente y crítica se opone a llamar a votar o a manifestar un apoyo ciego a los gobiernos llamados de “izquierda” (Petro, López Obrador, Boric, Lula, Maduro, Ortega o Díaz Canel, etc.), se los califica de ser enemigos del cambio. Reaccionarios. De hacer el juego al imperialismo yanqui o a la “derecha”. En Colombia, a los críticos por la izquierda del gobierno, se los califica de “uribistas”. Tal práctica, en los hechos, empuja a las filas de la reacción política a quienes tengan dudas, criticas o señalen las vacilaciones o inconsecuencias de esos gobiernos y partidos que se presentan como de izquierda.
Tal nefasto método, desgraciadamente, y por increíble que parezca, ha sido replicado por grupos que se reclaman del socialismo marxista, llevando agua al molino del oportunismo y descalificando la crítica y la oposición revolucionarias y a quienes defienden el punto de vista de la clase obrera.
Por eso, dado su amplio valor conceptual, divulgamos este artículo de la profesora Alina, publicado inicialmente en el sitio La Joven Cuba, LJC.
Su exposición directa y clara constituye un jalón en la dura batalla por desenmascarar esta y las muchas manipulaciones que esgrimen los dirigentes políticos de izquierda y de derecha de los partidos de la burguesía o la pequeña burguesía. Así buscan canalizar hacia sus particulares intereses económicos y políticos, la justa rebeldía y las aspiraciones de cambio en jóvenes y trabajadores y, de esta forma, descalificar y sofocar las las protestas y luchas que se protagonicen de forma independiente de la tutela del gobierno. Para lograr que todo siga como antes, así se realicen algunos cambios no sustanciales.
Los editores.
Escrito por Alina Bárbara López Hernández – 27 febrero 2023
Cuando hablamos de un dilema nos referimos a una encrucijada o disyuntiva, es decir, a una situación en la que se obliga a elegir entre dos opciones igualmente buenas o malas. En Filosofía, es un razonamiento en que una premisa contiene una alternativa de dos términos.
En el ámbito de la comunicación existen las falacias —del latín fallacia, literalmente engaño—, que son mentiras revestidas de argumentos cuyo fin es la manipulación e imposición de una visión sobre otra. Una de ellas es la falacia «del o», conocida también como del «falso dilema». Esta falacia lógica involucra una situación en la que se presentan únicamente dos puntos de vista como únicas opciones posibles, cuando en realidad existen una o más que no han sido consideradas.
La falacia del «falso dilema» es muy usada en el debate político ya que tiende a ser persuasiva al obligar al auditorio a escoger entre dos alternativas. Por lo general, los que proponen las alternativas son conscientes de que existen otras opciones y las ocultan, de ahí que se le denomine también falacia «del tercero excluido». Algunos le llaman falacia «del callejón sin salida», dado que quienes deben elegir pueden sentirse atrapados.
Psicológicamente se reconoce como un «efecto de doble vínculo», al poner a la persona a optar entre dos opciones malas esta se siente confundida, aprisionada en una contradicción irresoluble. Veamos dos ejemplos de falsos dilemas: «Quien no está con nosotros está contra nosotros», dicho por George W Bush en septiembre de 2001. Y este, piedra angular del discurso oficial en la Isla: «A favor del gobierno cubano o a favor del bloqueo norteamericano».
El más reciente falso dilema que nos ha presentado el aparato ideológico en Cuba involucra a dos supuestas alternativas: una izquierda sectaria y estalinista opuesta al cambio y anquilosada en viejos moldes (representada por el grupo La Manigua, Revolución Pa′ Rato y determinadas figuras de ese movimiento, como Rodrigo Huamachi) o una izquierda inclusiva, favorable al diálogo, que busca empatizar con otras opciones consideradas revolucionarias (encarnada en el grupo La Comuna y también en otros proyectos y medios que incluyen desde los Pañuelos Rojos o el eufemístico Cubadebate hasta el programa Con Filo y personas vinculadas con tales espacios).
Es tan evidente la manipulación que sorprende el que muchos crean estar ante una batalla campal entre puntos de vista opuestos. Obviamente, el objetivo de tal jugarreta es lograr un posicionamiento de la opinión pública junto a la, en apariencia, menos mala de las opciones.
Desde hace meses he conversado con algunos amigos y colegas alertando sobre el paulatino montaje de esta puesta en escena que, tras muchos ensayos, ha llegado a su representación final, y cuyo libreto —más allá de los dimes y diretes en el ámbito de Facebook y otras redes sociales—, se concentra ahora en dos textos que acaban de publicarse.
Uno es la «Declaración: por la unidad y la ética», que no está firmada pero salió en la página de Facebook El Necio, proyecto del periodista Pedro Jorge Velázquez, corresponsal de Granma en Sancti Spiritus; el otro se titula «(Sin)Sabores de la Comuna», es de la autoría de Ernesto Teuma Taureaux y salió en La Tizza, espacio digital que se presenta como «Un lugar para pensar y hacer el socialismo desde Cuba».
Las alternativas y el tercero excluido
Cuando se consigue identificar una falacia de falso dilema, es posible notar también quién es el «tercero excluido» en ella. En la declaración divulgada por El Necio se establecen desde el inicio dos grandes bandos. Uno es comprendido en la abarcadora categoría: «contrarrevolución cubana» y se le considera «el enemigo». El otro bando es el «bloque de la Revolución», un frente unido ante las provocaciones del «enemigo».
No pensemos sin embargo que estos bandos son las alternativas que nos van a proponer. Para nada. Se apresura el redactor a vanagloriarse de que ya «la contrarrevolución» está en «repliegue temporal» y es apenas «un despojo político que solo aparece como un ruido de fondo y muy baja frecuencia».
He aquí al «tercero excluido», un gigantesco tercero. Han agrupado en el campo de la contrarrevolución, con absoluta desfachatez, a todos los tipos de disenso existentes en la Isla. Esa no es una estrategia novedosa. de hecho, la había analizado antes en el artículo «Cuba: destino, socialismo y disensos»:
«Comprendo que para la dirigencia política sea más pragmático luchar en un frente que en varios. Pero en Cuba es más realista hablar de disensos, en plural. En mi percepción, que no pretendo imponer, existen tres tipos reconocibles. Sin intentar una clasificación pormenorizada, solo identificaré tendencias generales:
1 Socialistas democráticos (un amplio espectro ideológico que abarca desde marxistas críticos, anarquistas, católicos y cristianos de izquierda, socialdemócratas, ecologistas, feministas, afrodescendientes…). Son proclives a un socialismo inclusivo y participativo, con respeto a la pluralidad y ajeno al modelo burocrático vigente.
2 Pro-capitalistas democráticos (con diferentes matices desde el liberalismo al neoliberalismo e incluyen también algunos de los sectores y minorías mencionados). Se distinguen por su pluralismo político y no rechazan la convivencia con posturas de izquierda.
3 Pro-capitalistas radicales y extremistas (son el otro lado del espejo del Partido único). No admiten la legitimidad de las posturas de izquierda y proclaman la censura del Partido Comunista en un país futuro (…)».
No obstante, la declaración de marras hace tábula rasa de esa diversidad para enunciar que, una vez derrotado el enemigo, el conflicto emergió como hipotético cisma en el otrora «bloque de la Revolución».
La victoria sobre la contrarrevolución, según se expresa, desorientó «a algunas personas», «menos dispuestos al trabajo de comunión, creatividad y consenso que nos exige este momento» que, en su desorientación, «vuelven hacia las propias filas revolucionarias» «los cañones que ayer tenían reservados a nuestros verdaderos enemigos».
Los desorientados son el empresario chileno residente en Cuba Rodrigo González Hidalgo, conocido en redes sociales como Rodrigo Huaimachi, y un grupo de activistas pro-gobierno denominado La Manigua, en combinación con «grupúsculos digitales y perfiles personales y anónimos» (Prometeo de Treveris, Tavarichs Rojo, Marcela Cuba, Ganem Ganem, Tirador Cubano, Tirador Mundial, Julio Baró, Fidelistas por Siempre).
Traduciendo este affaire a terminología médica, ellos serían una especie de enfermedad autoinmune en que el sistema de defensa del organismo se ataca a sí mismo por error.
Por su parte, los atacados son disímiles, entre ellos: la dirigencia de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), Pedro Jorge Velázquez y su proyecto El Necio, Michel E. Torres Corona y el programa Con Filo, los profesores Ernesto Estevez Rams y Fabio Fernández; Luis Emilio Aybar, actual director del Instituto Juan Marinello; Cubadebate, el periodista Francisco Rodríguez Cruz, el profesor Carlos Lazo y su proyecto Puentes de Amor; Carlos Miguel Pérez Reyes, empresario del sector no estatal propuesto para diputado a la ANPP, y La Comuna, «espacio creado por la UJC para la unidad entre los grupos emergentes y otros ya consagrados».
Veamos ahora el texto de La Tizza, donde hay una mayor elaboración al presentar los motivos de conflicto que dividen a esos bandos. Su autor se ubica en el contexto actual, critica el triunfalismo vano y admite graves problemas a tener en cuenta para trazar estrategias políticas entre las jóvenes generaciones: «la escasez», «migración», la «ansiedad sobre el presente». Le señala a la UJC su anquilosamiento y desgaste simbólico: su «falta de creatividad», «los mismos rituales y las mismas palabras», «sus imágenes, sus tiempos, su discurso».
El proyecto La Comuna, inteligentemente —debe reconocerse—, pretende dotar su relación con los jóvenes de «sentidos más profundos, nuevos y picantes»; crear una «mística», «transformar modos de hacer, pensar y decir dentro de la organización revolucionaria». Se aprecia como parte de una «revolución molecular en proceso» y acepta que dentro de las organizaciones propias del sistema político cubano no se logra ya «satisfacer las demandas de actuación y activismo de distintos sectores jóvenes».
Queda claro aquí un conflicto entre el «estilo» burocrático tradicional y otro que pretende la búsqueda de «mecanismos para transformar nuestras prácticas políticas en áreas tan sensibles como la comunicación, la formación política y el trabajo de base». Se reconoce incluso «la emergencia, activación y protagonismo de colectivos, agrupaciones y organizaciones de signo socialista que operan fuera del marco de las organizaciones tradicionales» con «nuevas luchas, identidades y reivindicaciones que amplían el arcoíris emancipatorio hacia nuevos horizontes antirracistas, feministas, ecologistas, animalistas».
Para Ernesto Teuma, esta perspectiva novedosa y menos sectaria abrió un ciclo político a las fuerzas revolucionarias emergentes, cuyo evento inaugural lo sitúa en «La Tángana del parque Trillo». El autor considera asimismo en este ciclo a la «Sentada de los Pañuelos Rojos» como táctica «que incrementó el arsenal simbólico y práctico de las fuerzas revolucionarias»: «el énfasis en lo artístico, la comunicación desde plataformas digitales, el pañuelo rojo como elemento distintivo».
De acuerdo a su análisis, estos sucesos permitieron «ampliar el margen del disenso y discusión dentro de la Revolución: lo diferente reconocido en la lucha contra lo antagónico». Ante las acusaciones de que desean dinamitar el sistema de organización político juvenil en Cuba, el texto defiende al proyecto de esta manera: «reiteramos que la nuestra es, en verdad, una autocrítica desde el interior de nuestra militancia política, como militantes de la organización y como militantes comunistas a secas».
Y se apresura también a resaltar que las incipientes fuerzas políticas recibieron señales de reconocimiento por parte de la máxima dirección del Partido:
«¿Y si el presidente y primer secretario del Partido Comunista de Cuba no hubiera aparecido en la Tángana? ¿Si no hubiera compartido con los Pañuelos Rojos en la Sentada? ¿O si justo antes de la primera reunión en la que se planteó la posibilidad del evento, no se hubiera reunido con la máxima dirección de las organizaciones juveniles y les hubiera planteado la necesidad de que “la FEU y la UJC se acerquen a otros movimientos de jóvenes que también están aportando mucho a la Revolución”?»
Precisamente en este reconocimiento del Partido está la confirmación de que, más allá del lenguaje inclusivo, estrategias mediáticas nuevas y una proyección que trasciende el marco cerrado de una organización desactualizada en sus estrategias y tácticas como la UJC; no hay realmente una diferencia sustancial. No hay una izquierda mejor que otra. Simplemente, no hay una izquierda.
La izquierda apócrifa
Cuando el 11 de septiembre de 1789, un grupo de delegados a la Asamblea Nacional en Francia se colocó durante una votación (por pura casualidad) a la izquierda del estrado, estaban posicionándose por restringir el poder absoluto del rey y elegían una monarquía limitada por el poder popular. No había allí partidos políticos organizados, sino tendencias.
Ser de izquierda no es usar un pullover con un letrerito, una imagen del Che o una frase de Marx. Tampoco es lucir pañuelos rojos, usar lenguaje inclusivo y salir en actitud performática al espacio público. La militancia en la izquierda no la otorgan una autoproclamación ni una campaña comunicacional. Ser de izquierda es posicionarse contra los poderes instituidos que se desentienden de la justicia social e impiden el ejercicio de derechos a las mayorías despojadas de ellos.
Mucho antes de que la palabra izquierda designara a una postura política, y hasta el día de hoy, los derechos han sido conquistados desde abajo: plebeyos vs patricios, luchas de los campesinos por tierras, rebeliones de personas esclavizadas en pos de su libertad, sufragio universal, división de poderes, luchas obreras, contra el trabajo infantil, por la jornada de ocho horas, el voto femenino, contra el racismo y la homofobia… Sin excepción, todas han sido conquistas sobre poderes establecidos.
Si eres incondicional a un poder que avasalla a la ciudadanía, discrimina e impide el ejercicio de derechos económicos, políticos y sociales; en ese caso no eres de izquierda por mucho que presumas de ello. Da lo mismo que sean los poderes absolutos de un monarca, de un gobierno conservador, una dictadura militar o un partido único autoritario (capitalista, socialista o comunista).
No es obligatorio ser marxista para ser de izquierda. Tampoco proclamarse como marxista es un salvoconducto a la izquierda. En los experimentos del socialismo real la clase burocrática se designó como tal y era en verdad un grupo privilegiado que suplantó la voluntad popular. Cuando un grupo de poder —afianzado como nueva clase— despoja al marxismo de su método científico, lo reduce a su dimensión ideologizante y lo convierte en ideología de Estado, este deja de ser una corriente revolucionaria para instrumentarse en mecanismo de dominación. A ese punto hemos llegado en Cuba. Es una postura contrarrevolucionaria y debe ser denunciada.
La implosión del socialismo, en Europa como en Cuba, prueba que la imposibilidad de arrancar conquistas desde abajo lastró la evolución económica y social e hizo retornar esos experimentos por el camino del capitalismo autoritario. El socialismo burocrático de Partido único imposibilita el surgimiento de una verdadera izquierda, pues el pensamiento crítico socialista es suplantado por una izquierda apócrifa que sustenta a la nueva clase, empoderada sobre la sociedad.
De modo que el falso dilema con el que nos quieren pasar gato por liebre no es admisible. Ninguna de las dos opciones que, según dicen, componen el bloque revolucionario es en realidad de izquierda. Bien claro lo dejó Michel Torres Corona en el programa televisivo Con Filo, Boca de Sauron del aparato ideológico, cuando reprodujo el fragmento de una intervención de Raúl Castro donde se acotan bien los límites de la supuesta diversidad: el Partido único. Eso es lo único que no está en discusión para ser aceptados por el Poder. Solo si admiten ese precepto serán reconocidos como de izquierda por el grupo dirigente.
La declaración es muy explícita al respecto cuando lista los puntos que se consideran tareas comunes a todo revolucionario: «las elecciones del próximo mes, la batalla mediática y la que se da en redes sociales, la batalla cultural, la recuperación económica, la participación popular y la venidera II Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba». Lo de siempre, podría decirse.
Las dos opciones supuestamente en pugna (Comuna et al y Manigua et al) admiten esta causa única no causada, asumen acríticamente el sistema político cubano y aceptan la voluntad del Partido como fundamento de su existencia. Por esa razón son falsas izquierdas que han hecho mucho daño a la causa. Lograron que personas en Cuba que desean reivindicar la justicia social y los derechos populares no se auto-reconozcan como simpatizantes de izquierda por la razón de que creen que ustedes lo son…. y le huyen como el diablo a la cruz.
Si dejamos que prosigan con su estrategia de falsa bandera, aparentando «la unidad dentro de la diversidad», podrían llegar muy lejos. Como me comentó un amigo: en poco tiempo podrían salirnos con dos partidos para aparentar pluralismo, igual que hizo el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo en 1942.
Por el empresario manigüero chileno Rodrigo González Hidalgo, alias Huamachi, no habría que preocuparse. Si continuara molestando, el gobierno podría hacer lo mismo que con el superior de la Orden de los Jesuitas en Cuba cuando criticó demasiado: no le renuevan la residencia y asunto resuelto.
Y por favor, no irrespeten la inteligencia colectiva. Son muy ingenuos si creen que los demás lo son. Estamos saturados de falsas izquierdas y falsos dilemas, pero en este «callejón» sí hay salida.