Foto EFE. El Colombiano

Adriana García –  04 marzo 2023 – Actualizado 07 marzo 2023

Este Día Internacional de la Mujer Trabajadora, se conmemora con 2.700 millones de mujeres en el mundo que no tienen las mismas oportunidades de empleo que los hombres y con 383 millones de mujeres y niñas viviendo en situación de pobreza extrema, además del incremento diario de la violencia machista y los feminicidios. En tanto, los gobiernos hablan y hablan de “avances en la equidad de género”.

Esta grave situación, en vez de mejorar tiende a empeorar con la confluencia de varias crisis y conflictos militares, propios de esta sociedad capitalista: el cambio climático, el desempleo masivo producido por las medidas económicas con las cuales los gobiernos enfrentaron la pandemia del Covid19, las crisis alimentaria y de refugiados, y las otras nefastas consecuencias de la guerra en Ucrania, que impactan negativamente el bienestar de la clase trabajadora y particularmente,  la situación de las mujeres, quienes son las más vulnerables a las crisis, debido a la desigualdad sistemática tan característica en esta sociedad. Realidad de pobreza, discriminación y violencia de género, de la cual no escapan las mujeres cubanas, debido al retroceso en los logros iniciales de la revolución.

En Cuba, al igual que en los otros ex estados obreros (Rusia, China, etc.), la casta burocrática estalinista, usurpó el ejercicio del poder a las organizaciones obreras y populares e impidió profundizar la revolución, y con ello, imposibilito modificar completamente las condiciones materiales para la emancipación económica, social y política femenina. Por otro lado, con el avance del proceso de restauración capitalista en la isla esa situación se sigue agravando. Los recortes al presupuesto para la asistencia social, la salud, entre otros, a la par que la dura represión política a cualquier manifestación de inconformidad, han  empeorado el bienestar y la desigualdad de las mujeres.

La guerra que, para los trabajadores ucranianos, rusos y del mundo, solo trae muerte y destrucción, ha empeorado las desigualdades sociales y de género que ya enfrentaban las mujeres; mientras las potencias imperialistas se disputan las zonas de influencia, los mercados y la hegemonía en la dominación del mundo, para seguir obteniendo sus jugosas ganancias de la explotación de los recursos naturales y de la mano de obra de los países que saquean y dominan. Este conflicto bélico destruye la vida de pueblo trabajador para alcanzar los objetivos de los imperialismos involucrados.

En el otro polo, el contexto muestra signos alentadores. En distintos lugares del mundo se avanza hacia “una realidad de puños en alto”, con las multitudinarias protestas de las mujeres iraníes que desafiaron la represión violenta del régimen totalitario de los Ayatolas y se tomaron las calles del país al grito de «mujeres, luchen, por la libertad» y «Muerte al dictador», en simultánea con decenas de huelgas obreras en Europa y el más reciente y poderoso levantamiento social en Perú, acontecimientos en los cuales las mujeres cumplen un rol muy destacado.

Por eso, en este 8 de marzo, esa realidad permite reivindicar el rol sobresaliente cumplido por las luchadoras sociales en las batallas de la clase obrera y de las masas; en las movilizaciones, huelgas y protestas en defensa de sus derechos y el de los asalariados.

Esta conmemoración hunde sus raíces en la lucha del movimiento obrero del siglo XIX, y, hoy, gracias a la actuación preponderante de las mujeres, tanto en el estallido en Irán como en el del pueblo peruano contra el gobierno de Dina Boluarte, retoma las razones que la originaron, y por las cuales la Conferencia Internacional de la Mujer Trabajadora en Copenhague (Dinamarca) en 1910, aprobó la propuesta de la socialista revolucionaria alemana Clara Zetkin de:  dedicar un día para impulsar la lucha por la igualdad de derechos políticos y laborales de las mujeres y resaltar su protagonismo en  múltiples huelgas y revoluciones, a la par que combate por su emancipación.

Por tanto, esta fecha, no es algo banal y comercial como el capitalismo la intenta distorsionar, para despojarla de su contenido histórico de clase y de lucha. O, sólo para reivindicar los problemas de la desigualdad de género, como hacen actualmente las organizaciones feministas que pasan por alto la desigualdad basada en las diferencias de la clase social en la que se ubican las mujeres[1] y los distintos intereses de clase, económicos y políticos que defienden, de acuerdo a esa ubicación. No tienen en cuenta  que desigualdad de clase es la fundamental en la sociedad y entre las mujeres, pues ésta las divide y diferencia económica, social y políticamente. (Para ampliar el tema, hacer clic aquí)

Es por ello, que, en esta ocasión, como socialistas y revolucionarios destacamos a las mujeres iraníes que se levantan y movilizan valientemente contra la opresión de la dictadura de los Ayatolas al interior del paìs, a las campesinas, a las obreras y demás mujeres peruanas, quienes protagonizan un importante proceso de movilización para derrocar el gobierno de Dina Boluarte, conjuntamente con sus compañeros obreros, campesinos, y población de los barrios populares.

Al gobierno de la señora Dina, no le ha temblado la mano para ordenar la represión feroz del levantamiento social, con un saldo en dos meses de 60 asesinatos, cientos de heridos y detenidos, para cumplir su papel de representante de los intereses de los grandes empresarios peruanos asociados a las trasnacionales de los de Estados Unidos, de China y de otras potencias extranjeras.

Esta confrontación se da contra un gobierno encabezado por una mujer, quien fue promovida como “la primera mujer en alcanzar tan alta dignidad en ese país”, con el fin de ganar respaldo a su nombramiento.

Pero, ese argumento lo hicieron volar en pedazos las mujeres peruanas con su participación masiva en la movilización exigiendo su renuncia. Despejaron la nube del “feminismo” burgués, que pretendía presentar su designación como algo progresista, en la ruta de la “equidad de género”. 

Así mismo, dejó claro que la unidad política permanente de las mujeres basada en su género, solo es posible en casos excepcionales, porque evidenció que no todas defienden los mismos intereses económicos y políticos.

Desde luego que a la burguesía le interesa que las mujeres, se “empoderen”, siempre y cuando sea para custodiar sus intereses económicos y políticos, ya sea como presidentas o vicepresidentas, en sus gobiernos burgueses. Tal es el caso de la “presidenta del Perú o de Francia Márquez, vicepresidenta de Colombia. O, como embajadoras, ministras, parlamentarias o directivas y gerentes de sus empresas e instituciones.

La unidad de género, para acciones específicas por reivindicaciones democráticas, que se pueden lograr bajo el capitalismo (igualdad salarial y de oportunidades; despenalización del aborto, guarderías gratuitas; extensión de la licencia de maternidad; pensión para las amas de casa; etc. etc.), es totalmente necesaria y legítima, pero episódica. Dado el límite impuesto por los intereses de la clase social que defienden, así ellas lo ignoren y las dirigentes de las organizaciones en que se agrupan, lo oculten.

Es por eso que, esa unidad permanente en organizaciones femeninas poli-clasistas, basada solo en el género, es promovida tanto por la ONU y los gobiernos, incluidos los que se reclaman de “izquierda”, como por las organizaciones feministas de clase media y de la “izquierda” parlamentaria.

Hoy, el levantamiento popular en Perú  ratifica esa separación social, de clase, y cuestiona la unidad absoluta entre las mujeres. De un lado están las mujeres que se encuentran en lucha contra el gobierno defendiendo los derechos del pueblo trabajador y del otro, Dina Boluarte, protegiendo férreamente los intereses capitalistas, apoyada por las demás mujeres burguesas y de clase media que justifican su actuar político, los asesinatos, la represión y respaldan al  Parlamento y al régimen autoritario y corrupto.

Foto composición La República.

Dina Boluarte, conjuntamente con las parlamentarias de la derecha tradicional y fujimorista, se ubican del lado de la clase social de los empresarios nacionales y de las transnacionales de los EEUU, de China y otros imperialismos, que saquean los recursos minerales y explotan la mano de obra de ese país, en contra de las mujeres y hombres de la clase trabajadora y del campesinado pobre.

Una mujer que ni siquiera es una oligarca o poderosa empresaria, sino una política que “viene de abajo”. Luego de ser vicepresidenta del gobierno de Pedro Castillo, se alió con la extrema derecha y la “izquierda” del parlamento, para aprobar la destitución del expresidente, su posterior detención, encarcelamiento y juicio, promovidos desde el inicio por el fujimorismo.

Del otro lado, defendiendo los intereses de los campesinos y los obreros, están otras mujeres: las campesinas quechua y aymara hablantes, con las demás trabajadoras. Mujeres, valientes, aguerridas, en verdad “berracas”; quienes, al lado de sus compañeros de lucha, se insurreccionan contra el gobierno de Dina, que significa la continuidad de la pobreza, el racismo, la discriminación y la opresión históricas. Lo hacen, en unidad de acción con las mujeres de la clase media que decidieron dar un paso al frente e incorporarse a la trinchera. Mujeres que, con su comportamiento, señalan y reivindican en la práctica, su importante papel en la sociedad. Mostrando que, son agentes de la transformación social junto con los trabajadores y el campesinado pobre, de manera colectiva y no como actores individuales.

Se movilizan, van al paro, protestan con el objetivo de salir de la miseria en el campo y en los barrios pobres de Lima y demás ciudades, para resolver necesidades vitales: acceso a los servicios públicos básicos, salud, educación, escuelas rurales asequibles, así como vías de comunicación en las zonas rurales, un empleo, salarios dignos. Igualmente, combaten por un gobierno que no se “declare” del pueblo, sino que represente realmente sus intereses; los del campesinado que labra la tierra y los de los asalariados que, en campos y ciudades, producen toda la riqueza del país.

Foto EFE Paolo Águila El Diario

Saben que los trabajadores mantienen a los capitalistas. Así lo expresó con total claridad una campesina en medio de la movilización: “…En el siglo XVI, los españoles nos han discriminado, nos han matado, estamos en el siglo XXI y lo mismo nos están haciendo…El pueblo que trabaja somos nosotros…los que mantenemos al capitalismo” (Link Perú: Voces de la lucha)

Por eso se han rebelado y pelean al lado de sus esposos, hijos, vecinos, en una sola lucha, al grito de “¡Fuera Dina del gobierno!”.

Bien podrían las nuevas generaciones de mujeres jóvenes y trabajadoras víctimas de violencia, feminicidios, acoso sexual o de los múltiples eventos de opresión, discriminación y ninguneo, a que conduce esta sociedad decadente, y aquellas que sienten un profundo malestar con toda esta desagradable realidad cotidiana y quieren hacer algo para cambiarla, seguir esta ruta de la huelga, de la movilización, conjuntamente con sus compañeros de trabajo. Hoy marcada por las aguerridas mujeres en Perú, Irán y otras latitudes.

Es imperativo vincular su lucha a la de la clase obrera, en la vía derrotar a los gobiernos y regímenes que explotan, oprimen y abusan de las mujeres y del pueblo trabajador, y, orientarla hacia un vuelco total de la sociedad, para construir una, en donde la opresión, el machismo, la violencia, el patriarcado y demás lacras, sean erradicados de raíz. «Solo se puede modificar la situación de la mujer desde sus raíces, si se alteran todas las condiciones sociales, familiares y domésticas». En palabras de la revolucionaria Rosa Luxemburgo, tienen la alternativa de combatir: “Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.


[1] La desigualdad fundamental en el capitalismo está relacionada con el lugar que ocupan las mujeres y hombres en relación con la propiedad o no de los medios de producción y de cambio. Si se es o no propietario de los bancos, las tierras, las fábricas, las inversiones, el dinero, las empresas, el comercio, etc.; dado que estas tienen un peso decisivo sobre todas las demás desigualdades existentes. Esa desigualdad básica tampoco la tienen en cuenta quienes limitan su actividad y lucha  en las  injusticias con base en las orientaciones sexuales, la etnia, la religión, etc

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