Tomado de RTVE: Las mujeres, motores de las revueltas árabes.

Este texto hace parte de una serie de fascículos sobre conceptos teóricos básicos de teoría marxista, publicados por nuestra corriente histórica, hace ya algunos años.


Presentación

Es un hecho de la situación política internacional y nacional la creciente participación de la mujer en la vida económica, en los partidos políticos, en los sindicatos, en los conflictos sociales, en las revoluciones contra las dictaduras y en las guerras. Esta participación está simbolizada en la participación destacada de las mujeres en las revoluciones en Túnez, Egipto, Libia o Siria o de las jóvenes palestinas contra la violencia de Israel, las de México contra los asesinatos, en Estados Unidos contra la violencia racista de la policía o de las obreras contra los planes económicos y las contrarreformas en Europa, Brasil o Chile y de las jóvenes en lucha contra las invasiones o ataques del imperialismo. En Colombia también se han destacado en la lucha las estudiantes, las maestras de Fecode, las trabajadoras de la salud, las campesinas y las obreras textileras y metalúrgicas, las madres de los desaparecidos, contra los asesinatos, los paramilitares y la política de los gobiernos en Colombia.

En otro campo, la actividad de la contrarrevolución ha colocado en primer plano a mujeres como la Merkel, la Tatcher, la Jefe del Tesoro de los EEUU, etc. También están las ministros, parlamentarias, gobernadoras y alcaldesas, y cada día va a haber más participación de las mujeres: cada vez van a salir más mujeres jóvenes, obreras y trabajadoras a luchar contra sus gobiernos y sus patronos, porque cada día es mayor la crisis de esta sociedad, del imperialismo, la miseria y la explotación del mundo. Así mismo, cada vez saldrán más mujeres representantes de los poderosos y reaccionarios a impedir y reprimir las luchas de los estudiantes o los trabajadores.

Pero tanto la Merkel, la Tatcher, las parlamentarias, ministros y alcaldesas como las maestras de Fecode son oprimidas como mujeres, tienen menos derechos en las leyes que los hombres, las costumbres se les aplican con mayor rígor y así no lo hagan directamente, deben responder por los trabajos domésticos y la atención de los hijos.

Surge entonces la pregunta: Si todas las mujeres somos oprimidas como mujeres. ¿Es necesario que todas, desde la Merkel, las parlamentarias y las ministras, hasta las obreras y las maestras de Fecode, se unan permanentemente para luchar contra esa opresión que sufren como mujeres?

Los marxistas revolucionarios opinamos tajantemente que no. Este texto desarrollará esta posición y nos detendremos en explicar nuestra política frente a la opresión de la mujer y las salidas que proponemos.

Todos los hombres y mujeres trabajadores, sus hijos y familiares, sufren diariamente los problemas ocasionados por la explotación de los patronos y sus gobiernos. Pero al mismo tiempo las mujeres trabajadoras, esposas o hijas de trabajadores, tienen una doble carga que afrontar: salir de la fábrica, del banco, del colegio o la universidad a cuidar a los hijos o hermanos, hacerles comida, lavar la ropa.

En su trabajo les pagan menos que a los hombres, les dan los peores oficios, deben aguantarse los coqueteos y manoseos de los jefes. Cuando hay una huelga o una asamblea tienen que buscar dónde dejar los hijos, no llegar tarde para que su marido no las regañe. Y casi siempre, en los sindicatos donde la mayoría son mujeres como en Fecode o en los de la salud, la directiva es mayoritariamente de hombres.

A vuelo de pájaro se observa que la mujer es una ciudadana de segunda categoría, en relación con el hombre.

¿Esto fue siempre así, o hubo una época lejana en que la mujer tuvo una posición igualitaria en la sociedad? ¿Va a ser siempre así? ¿Qué salidas proponemos?
EL primer argumento con el que tropezamos cuando alguien quiere justificar la opresión de la mujer es el de que su situación siempre ha sido, es y será como la actual, de oprimidas. Pero la primera objeción contra tales argumentos la proporciona la historia del desarrollo de la sociedad humana, el conocimiento del pasado y de cómo se configuraron en él las situaciones (Alejandra. Kolantai, La Mujer en el Desarrollo Social. Ed. Guadarrama. pág. 9). Si nos informamos sobre las condiciones de vida hace miles de años, podremos observar que no siempre ha existido esa desigualdad de la mujer frente al hombre, ni esa subordinación. Hubo períodos en que la mujer fue considerada totalmente igual o incluso épocas en que el hombre reconocía en la mujer la posición dirigente.

Si se examinan las distintas posiciones que la mujer ha tenido en las diferentes etapas del desarrollo social, se verá que la actual desigualdad y opresión en la familia y en la sociedad de ninguna manera se explica por propiedades congénitamente femeninas, ni se aclara diciendo que la mujer es menos inteligente que el hombre. No, la dependencia de la mujer y la falta de igualdad tienen su base en el papel que ella cumple en la producción social. Augusto Bebel en su libro “La Mujer y el Socialismo” dice: “Existen una relación extraordinariamente estrecha y orgánica entre lo que interviene la mujer en la producción y cómo se halla situada en la sociedad. Una especie de legitimidad socioeconómica que se tiene que grabar profundamente en la memoria de la mejor manera”. O como dice Alejandra Kolantai, “la situación de la mujer es siempre el resultado de las tareas de trabajo que se le asignan en la fase eventual de desarrollo económico, (Op. cit. Pág. 11). Bajo el comunismo primitivo, época en que era desconocida la propiedad privada, no existían diferencias entre la situación de la mujer y la del hombre.

El comunismo primitivo subsistió durante miles de años, período mucho más largo que el que vino a continuación, durante el cual surgió la propiedad privada. La mujer fue muy apreciada y valorada en razón de su papel en el sistema económico. Miles de años atrás, cuando el hombre recién se diferenciaba del reino animal, la principal fuente de subsistencia era la recolección de frutos silvestres y luego la caza. No había grandes diferencias entre las tareas y las obligaciones del hombre y la mujer. Antropólogos diversos han demostrado que en esta época, la de la recolección de frutos y la caza, no existían grandes diferencias entre las propiedades físicas del hombre y la mujer, en su fortaleza y agilidad. El parto de los hijos solamente producía una corta interrupción de sus ocupaciones ordinarias.

Los avances en las invenciones y los descubrimientos como el fuego, el arco y la flecha, luego la alfarería, la domesticación de animales y el cultivo, permitieron el asentamiento del género humano, y al mismo tiempo se fue desarrollando una incipiente división de tareas: el hombre responsable de la consecución de alimentos y la mujer de la dirección del hogar.

En ese momento la economía era de subsistencia, se producía escasamente para sobrevivir y las pocas cosas que producían eran de propiedad de la tribu. Tanto la recolección de alimentos como la dirección del hogar (que no es como el hogar actual sino que abarcaba toda la colectividad) eran tareas socialmente necesarias y tanto hombre como mujeres eran igualmente respetados. No sólo igualmente respetados, sino que la organización social y familiar durante el comunismo primitivo giró alrededor de la mujer, por cuanto, al existir libertad sexual, era la única que podía reconocer quiénes eran sus hijos.

La descendencia sólo se podía establecer por la línea materna. Así, la economía doméstica comunista significaba predominio de la mujer en la casa. Esta era la base de la preponderancia de las mujeres en la sociedad. Al respecto dice Engels en su Libro “El Origen de la Familia la Propiedad Privada y el Estado”: “En ninguna forma de familia por grupos puede saberse con certeza quién es el padre de la criatura, pero sí se sabe quién es la madre. Aún cuando ésta llame hijos a todos los de la familia común y tiene deberes maternales para con ellos, no por eso deja de distinguir a sus propios hijos entre los demás. Por lo tanto, es claro que en todas partes donde existe el matrimonio por grupos la descendencia sólo puede establecerse por la línea materna, y por consiguiente sólo se reconoce la línea femenina”. (Engels, op. cit. pág. 45).

Estas sociedades han sido llamadas matriarcales, pues no solamente la madre daba el apellido a sus hijos sino que gozaba de gran reputación en la sociedad. Leyendas y fábulas documentan el gran respeto de que gozaron las mujeres en aquel tiempo.

Esclavitud de la mujer

El dominio de la mujer, el derecho de la madre duró mientras existió la economía comunista. Pero, ¿qué pasó entonces en el mundo, que de ser las privilegiadas de la sociedad las mujeres pasaron a ser ciudadanas de segunda categoría?
Este tránsito es objeto de intensos estudios por parte de los científicos, que debemos seguir con atención.

Poco a poco fueron lográndose en la sociedad algunos avances en la producción como la domesticación de animales y la cría de ganados, hechos que comenzaron a producir relaciones sociales totalmente nuevas a las conocidas por la sociedad anteriormente. Había leche, carne en abundancia, comenzaron a elaborarse los metales, el tejido, y por último la agricultura. Esta nueva riqueza pertenecía en su origen a la comunidad (lo que, se denomina como gens), pero pronto se comenzó a desarrollar la propiedad privada sobre los rebaños. De acuerdo con la división de trabajo existente, correspondía a la mujer la dirección del hogar, y los enseres le pertenecían. El hombre era el encargado de procurar la alimentación y los instrumentos de trabajo necesarios para ello como el arco y la flecha. Por lo tanto, el hombre era naturalmente propietario de las nuevas riquezas que comenzaba a obtener la sociedad: los ganados.

Pero había un problema: los nuevos bienes en cabeza del hombre no podían ser heredados por sus hijos, pues como ya dijimos la descendencia se contaba por la línea materna. Hubo que hacer un cambio que relata Engels así:

Friedrich Engels

 

“Así, pues, las riquezas a medida que iban en aumento daban, por una parte, al hombre una posición más importante que a la mujer en la familia y por otra parte hacía que naciera en él la idea de valerse de esta ventaja para modificar en provecho de sus hijos el orden de herencia establecido. Pero esto no podía hacerse mientras permaneciera vigente la filiación según el derecho materno. Este tenía que ser abolido y lo fue. Ello no resultó tan difícil como hoy nos parece. Aquella revolución —una de las más profundas que la humanidad ha conocido— no tuvo necesidad de tocar ni a uno solo de los miembros vivos de la gens, Todos los miembros de ésta pudieron seguir siendo lo que hasta entonces habían sido. Bastó decir sencillamente que en lo venidero los descendientes de un miembro masculino permanecerían en la gens, pero los de un miembro femenino saldrían de ella, pasando a la gens de su padre. Así quedaron abolidos la filiación materna y el derecho materno” (Engels, op. cit. pág. 62).

De esta manera surgió el predominio del hombre con el fin de procrear hijos cuya paternidad fuera indiscutible, y para ello tuvo que degradar a la mujer de su antigua condición y someterla a su reinado.

Lo que sucedió, en pocas palabras, fue que el gobierno del hogar, antes tan importante como la tarea del hombre de proporcionar los víveres, perdió su importancia en la sociedad en relación con las nuevas riquezas y actividades emanadas de estas.

Como dice Engels, el gobierno del hogar “perdió su carácter público”. Se transformó en “servicio privado” y la mujer se convirtió en la “criada principal”, sin tomar ya parte en la producción social.

Esta situación, que se produjo hace miles de años la hemos heredado hasta nuestros días. La mujer salió de la producción social en los umbrales de la civilización y así se mantuvo durante el esclavismo y el feudalismo. Sólo la industria capitalista moderna le ha abierto de nuevo —aunque sólo a la proletaria— el camino de la producción social, como dice Engles. Pero lo hizo sometiendo a la mujer a una doble jornada: trabajando en la fábrica, en el banco, en la empresa, y saliendo a hacerse cargo del hogar. Y aunque le dió la “igualdad del proletario”, la igualdad de ser tan explotada y más que el hombre obrero y trabajador, ha mantenido en las leyes, las costumbres y la familia la discriminación contra ella, la ha mantenido oprimida.

En este punto queremos detenernos en lo que significa la opresión y en su relación con la explotación.

Opresión y explotación

Desde que existe el mundo animal existen diferencias y desigualdades entre las especies que dan origen a desventajas y privilegios. La historia de la vida es la historia de la lucha entre distintas especies y grupos para ver quienes sobreviven, valiéndose de sus ventajas y aprovechándose de las desventajas de los otros. Los animales más fuertes viven a costa de los que tienen menos defensas y su vida se sustenta en utilizar sus ventajas Biológicas relativas en relación con el medio, “oprimiendo” si se puede utilizar el término, a otras especies o grupos o individuos de la misma especie para imponer su dominio. En las distintas especies, pero fundamentalmente en las especies superiores comienza a desarrollarse una incipiente división natural de tareas a partir de las diferencias biológicas entre los sexos. En muchas especies la hembra, encargada biológicamente de la reproducción, se dedica naturalmente a tareas ligadas con esta como son la alimentación y el cuidado de los críos, mientras el macho se encarga de conseguir la comida o de la defensa de su grupo.

Con el paso de la sociedad animal a la humana se desarrolló aun más esta división de tareas que si bien en un principio, se basó en la división natural, fue abarcando distintos aspectos de la vida social y fijando diferencias entre sus miembros, ya no solo entre hombres y mujeres sino entre jóvenes y adultos, entre unas tribus y otras, y entre distintas razas.

Podemos definir la opresión, entonces, como el aprovechamiento de desigualdades el “valerse de las ventajas” como dice Engels, para poner en desventaja y someter a un grupo social con base en diferencias raciales, sexuales, nacionales o de otro tipo.

Lo anterior produce una situación de desigualdad de derechos, de discriminación social, cultural y eventualmente económica. En el caso de la mujer, el hombre se “valió de las ventajas” que le dieron sus nuevas riquezas, para degradarla.
Desde esa época las mujeres son oprimidas como tales. Hoy día las leyes de la mayoría de los países capitalistas consagran de distinta manera su discriminación: la incapacidad civil de la mujer, la prohibición de manejar sus bienes, la prohibición del divorcio o su carácter restringido, la ilegitimidad de los hijos nacidos por fuera del matrimonio, el delito de aborto, las diferencias en la pena respecto del adulterio, la legislación laboral discriminatoria.

Estos son apenas unos ejemplos que se refuerzan con las costumbres, las cuales agravan la opresión de la mujer más allá de lo que las propias leyes fijan por ejemplo, la participación en la vida pública, los cargos de responsabilidad política en los sindicatos, la administración del estado y de las empresas así como su sumisión y utilización en el terreno sexual. Pesa sobre la mujer la doble jornada: la responsabilidad del trabajo doméstico, la educación y crianza de los hijos, aún cuando tenga que trabajar por fuera del hogar.

En fin, la opresión de la mujer es una categoría cultural y social, ya que la mujer es oprimida en razón de su sexo, es decir, por ser mujer, y es discriminada en muchas actividades de la sociedad porque se le mira como un ser débil e incapaz, como un ciudadano de segunda categoría. Esta situación de discriminación abarca individuos de distintas clases sociales y puede tener efectos económicos de mayor o menor peso.

La relación entre opresor y oprimido (blancos y negros, hombres y mujeres heterosexuales y homosexuales) es totalmente distinta de la de explotador y explotado que determinan las clases ya que no es económica sino cultural y social. Las mujeres burguesas, pequeñoburguesas, las obreras, las trabajadoras y las campesinas, todas son oprimidas. Todas tienen menos derechos que los hombres tanto a nivel social como laboral, como político, sindical, familiar.

Lo que pasa es que unas sufren su opresión más que otras, porque unas son explotadas y otras son explotadoras. Y aquí queremos detenernos en definir, entonces, ¿qué es la explotación? ¿Cuál es su diferencia con la opresión? Explotación es la máxima desigualdad de la sociedad, es la apropiación del producto del trabajo de unos, de la mayoría, por una minoría. Es la propiedad total sobre los hombres en el esclavismo, la apropiación del producto del trabajo del siervo por el señor feudal en el feudalismo y la apropiación del producto del trabajo del obrero por el burgués en el capitalismo. La explotación da lugar a la existencia de clases sociales antagónicas que luchan entre sí para ver cuál destruye a la otra.

Durante toda la historia los explotadores han utilizado las desigualdades que encontraron a su paso, han creado otras nuevas para aumentar sus ganancias y privilegios; por ello le pagan menos al obrero negro, se encargan de crear y ahondar diferencias raciales para dar menos salarios, como sucede en Estados Unidos con los latinos, aprovechan la opresión de la mujer para explotaría más en el trabajo.

Es así como a la mujer además de su trabajo, se le impone la doble jornada de la atención del hogar. Además, se le pagan menos salarios, se la utiliza para los peores trabajos y es la primera en ser despedida cuando los patronos consideran que deben reducir personal. Para ello refuerzan todos los prejuicios que hay en relación con la mujer: que nació para la familia, que es menos inteligente, que su lugar no es el trabajo, etc. Contradictoriamente, cuando los patronos necesitan más mano de obra, realizan campañas donde se exalta la actividad de la mujer fuera del hogar y sus grandes capacidades para el trabajo.

Así mismo la mujer burguesa, aunque es oprimida, vive mucho mejor. Tiene una o varias empleadas que le atienden su hogar, puede comprar todos los vehículos o electrodomésticos que desee, puede darse los lujos que quiera, etc.

Esto quiere decir que la explotación que divide a la sociedad en clases sociales también divide a los oprimidos según las clases sociales a que pertenezcan y políticamente según los partidos que sigan. Divide a las mujeres entre mujeres obreras y mujeres burguesas, entre mujeres liberales y conservadoras, reformistas, guerrilleras, comunistas, trotskistas, sin partido, etc.

A esta altura surge la pregunta: si somos explotadas y oprimidas, ¿cómo hacemos para luchar contra esa opresión como mujeres y contra esa explotación como trabajadoras? 

La lucha contra la opresión de la mujer y la lucha de clases

Evidentemente la única solución a la opresión de la mujer es la eliminación de la explotación del hombre por el hombre, para lo cual es necesario hacer la revolución socialista en el mundo, dirigida por un partido de hombres y mujeres revolucionarios.

Esto es así porque aun cuando el capitalismo sentó las bases económicas para la liberación de la mujer al incorporarla a la producción social como obrera y trabajadores, es incapaz, por sus contradicciones internas, de llevar esta tendencia hasta el final. El imperialismo y el capitalismo están en crisis total. Cada vez hay más violencia contra la mujer, más desempleo, más miseria, menos viviendas, menos salud.

Para salvar sus ganancias los capitalistas tienen que recortar los gastos sociales dedicados a guarderías, a comedores colectivos en las fábricas, a viviendas y a hospitales, agravando con ello la condición de todos los trabajadores y aumentando la opresión y sobreexplotación de la mujer trabajadora, que queda sin trabajo, guarderías, vivienda para sus hijos. Por ello es necesario acabar con el capitalismo para que todas las mujeres puedan encontrar la única salida a su condición de explotadas y oprimidas, cual es la de volver a la producción social sin explotación y liberarla de los trabajos domésticos, convirtiéndolos en una industria social (guarderías, hospitales, viviendas, comedores colectivos, lavanderías colectivas).

Si estamos de acuerdo con esto, ¿qué deben hacer las mujeres para luchar por sus derechos y contra la opresión?

La mayoría de los movimientos feministas que existen dicen siempre que se necesita la unidad permanente de todas las mujeres de todas las clases sociales y de todos los partidos políticos para liberarse de la opresión.

Los marxistas revolucionarios creemos que es muy importante la unidad de la mayor cantidad de mujeres posibles, burguesas, obreras, pequeño burguesas, liberales, conservadoras, comunistas, trotskistas, para luchar por guarderías, por el derecho al divorcio, al aborto, porque se eliminen las leyes que discriminan a la mujer. Sin embargo, mientras exista la explotación económica, la mayoría de las mujeres tendrán que enfrentar diariamente los problemas de todos los explotados del mundo independientemente de su sexo, raza, color y por encima de los puntos comunes que tengan como oprimidos.

Pensemos en algunos ejemplos de la situación política actual: ¿Es posible la unidad permanente de la Thatcher que agredió a la Argentina en la guerra de las Malvinas, con las Madres de la Plaza de Mayo que lucharon contra ella y luchan para que se haga justicia sobre la suerte de sus hijos? La unidad permanente de las jóvenes palestinas en su lucha por lograr su nación y las burguesas de Israel?

Durante la actual epoca que estamos viviendo, es decir, de lucha revolucionaria por el socialismo, las luchas contra la opresión de la mujer y contra las demás formas de opresión están atravesadas y desgarradas por la lucha de los trabajadores contra su explotación y por la revolución socialista.

Movilizaciones obreras. Día de la mujer. 1920.

En todos los casos de opresión existen en mayor o menor medida explotadores y explotados y esto hace que por encima de la comunidad de intereses que tengan como oprimidos, se dé una inevitable división con respecto a sus intereses fundamentales: unos usufructúan la explotación y están por mantenerla y otros la sufren y buscan abolirla. El peso agobiante de su miseria cotidiana marcará la lucha y dinámica de estos últimos, por encima de su carácter de oprimidos.

El único punto de unidad que tiene una burguesa con una obrera, una reaccionaria o reformista con una revolucionaria es la opresión como mujer. De ahí que se pueden dar luchas comunes entre todas las mujeres por algunas demandas democráticas comunes, por su igualdad y por sus derechos. Pero su unidad como mujeres nacerá como resultado de esas actividades y en ella morirá. Las mujeres de las distintas clases no pueden unirse por ejemplo en la lucha por un pliego de prestaciones, una convención favorable a las trabajadoras, y mucho menos en una huelga.

Esta afirmación no le resta importancia a las luchas que las mujeres han adelantado en diversos frentes políticos, sindicales y estudiantiles. Apoyamos las luchas de las mujeres por conquistar sus propias reivindicaciones, pero sabemos que para ganar su liberación las mujeres obreras y trabajadoras deben apoyar la lucha de su clase contra la burguesía.

La movilización unificada de las mujeres sólo se puede dar en coyunturas específicas y de manera esporádica, alrededor de algunas demandas particulares en calidad de unidad de acción. La lucha se organizará alrededor de una o dos consignas y culminará cuando se gane o pierda esta lucha. El carácter policlasista y democrático de las luchas femeninas las determina su destino coyuntural y fugaz en esta etapa.

Proletarias y proletarios del mundo, uníos

Estamos en la época en que se dan enfrentamientos entre las clases enemigas, en que toda la sociedad se encuentra en choque permanente, en la que todos los partidos de la burguesía y de la pequeñaburguesía y del proletariado se enfrentan políticamente, y hasta físicamente en alguna guerra civil.

En esta lucha política contra la burguesía el principal enemigo que existe en las filas obreras es el frentepopulismo, la concertación, la conciliación de clases. Es por ello que no podemos estar por la unidad permanente de todas las mujeres de todas las clases sociales, aunque apoyamos las luchas unificadas de las mujeres por sus reivindicaciones. Lo equivocado está en plantear como salida para la opresión la creación de movimientos unificados permanentes de mujeres liberales, uribistas, santistas, conservadoras, patronas, pues ello sujetará necesariamente a las mujeres obreras a la conciliación con las mujeres que responden políticamente a la burguesía.

Esta es la política sistemática de los reformistas en general, del stalinismo, el guerrillerismo, la socialdemocracia para la mujer: llamar a la unidad permanente con las liberales, las santistas, las conservadoras, burguesas “demócratas”, constituyéndose en una talanquera para la lucha independiente de la mujer obrera contra la burguesía.

En ese sentido vale la pena destacar la actuación valerosa y decidida por liberar a sus respectivos países de las garras de las dictaduras, de la burguesía y el imperialismo por parte de las mujeres de Egipto, Túnez, Libia, las mexicanas, centroamericanas, ecuatorianas, africanas, de las palestinas que dejando atrás costumbres milenarias de atraso y opresión han participado activamente en la lucha por recuperar el territorio de Palestina para los palestinos.

Seguimos por el camino de la III Internacional de Lenin y Trotsky que llamaba claramente a las comunistas a dividir a las obreras de todos los países de cualquier tipo de colaboración y de coalición con las feministas burguesas, y repetimos hoy día sus palabras: “Sólo llegaremos al comunismo mediante la unión en la lucha de todos los explotados y no por la unión de las fuerzas femeninas de las clases opositoras”.

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