Escrito por Alina Bárbara López Hernández 3 mayo 2019

Publicado originalmente en La Joven Cuba https://jovencuba.com/ventrilocuos/

No esperaba mucho del XXI Congreso de la CTC. Mi baja expectativa se confirmó desde hace un año, al efectuarse en Ediciones Matanzas la reunión de sindicalizados para analizar la convocatoria al evento que presentara la dirección nacional de la organización con el fin de ser discutida por todas las secciones sindicales del país.

En cuanto se mencionó la palabra salario, las dos funcionarias de la CTC que estaban presentes explicaron que en el seminario de preparación que se les diera para la discusión del documento, les orientaron que debían transmitirles a los trabajadores que el congreso no podía comprometerse a discutir dos temas: el aumento de salarios y la edad de jubilación. Según argumentaron, la economía “no estaba en condiciones” de atender esas problemáticas con inmediatez.

Nuestras protestas estuvieron a la altura de nuestro descontento. Los salarios en las editoriales cubanas son de miseria. En el taller de producción solo se perciben 280 pesos mensuales —poco más de 11 cuc—, la tercera parte del salario medio en Cuba, ya de por sí bajo debido a su real capacidad adquisitiva. Los editores ganamos ligeramente más, pero también muy por debajo del salario medio. Y a pesar de lo exiguas, estas pagas son recortadas constantemente dada la elevación sostenida de los precios, tanto del sector estatal como privado. ¿Cómo era posible entonces que desde antes del cónclave ya se establecieran condiciones que desconocían las necesidades perentorias de las trabajadoras y trabajadores cubanos?

Por otra parte, me parecía extremadamente manipulador y demagógico el intento de silenciar la discusión sobre esos temas cruciales desde las propias bases sindicales, y más cuando el secretario general de la CTC Ulises Guilarte había planteado públicamente en el espacio televisivo Mesa Redonda del lunes 29 de enero de 2018, con motivo del inicio de las discusiones de la convocatoria al congreso: Durante todo este año se estarán identificando, en los debates al interior de los colectivos laborales, las preocupaciones y demandas que los propios trabajadores quieran que se traten en el congreso de los trabajadores. 

La mayor preocupación de los trabajadores es, sin dudas, el salario y su insuficiente capacidad de compra, hay que ponerlo como tema sobre la mesa por su impacto en la apatía, la falta de promoción en los cuadros de dirección, además de que se han perdido más de 300 mil obreros de alta calificación en el país que se mueven en la búsqueda de una mejor retribución salarial (…)

(…) El Congreso asegurará la canalización de las demandas de los trabajadores, armonizado con la movilización de ese papel de defensa de la eficiencia y de asegurar el impulso a nuestros programas estratégicos de desarrollo. Será un sindicato con una práctica y una acción sindical diferente a la de hoy, con un liderazgo superior, con mayor capacidad de convocatoria, y un ejercicio de movilización superior. En el socialismo debe haber diálogo, debate, pero que prevalezca la fuerza del argumento y el convencimiento.

Mis intervenciones en aquella reunión propiciaron que en la sección sindical de Ediciones Matanzas me propusieran como delegada al congreso. Hube de llenar una planilla con tal motivo, pero lo hice para respetar la decisión colectiva pues estaba convencida de que cada letra escrita era una pérdida de tiempo y tinta. Como en efecto ocurrió.

A los congresos en Cuba asisten mayoritariamente las personas confiables, que no perturben con demasiadas críticas la puesta en escena prevista. Unas semanas después de concluidas las reuniones, la revista Bohemia publicó declaraciones de Ulises Guilarte, donde anunciaba que se debatiría en el congreso una reforma general de los sistemas salariales. Esto no era lo mismo —pensé— pero algo era.

No esperaba mucho del XXI Congreso de la CTC, ya lo dije. Pero no esperaba tan poco. Sobre todo no esperaba un acto de suplantación similar al que realiza un ventrílocuo en una función de circo. La burocracia puso a hablar con su discurso a una representación obrera que, cual boca de Sauron, repitió consignas y asumió compromisos que no está en sus manos cumplir: priorizar las exportacionesautoabastecernos en los municipiosdisminuir importaciones, controlar los plazos de las inversiones, lograr encadenamientos productivos

Ni siquiera a nivel de los centros de trabajo es posible para un trabajador el control de los planes de producción; mucho menos sensato es admitir —como lo acaba de hacer la dirigencia obrera en el congreso—, que pueden arrogarse una mirada macro, que se erige incluso por encima de los ministerios y depende, por estratégica, de los más altos niveles políticos de dirección. “Eso no se le ocurre ni al que asó la manteca”, diría mi abuela.

Los delegados al congreso parecían alumnos aplicados. Recibieron conferencias impartidas por varios ministros y funcionarios. No debatieron el tema de la edad de jubilación, reclamo masivo de cubanas y cubanos, pero escucharon imperturbables a la ministra de trabajo y seguridad social decir que “no sería descabellado” aumentarla nuevamente —“aunque no en un corto plazo—, pues el país necesita fuerza laboral en consonancia con las tendencias demográficas”. En otro contexto una declaración como esa hubiera conllevado, como mínimo, a que la dirigencia sindical acordara un paro laboral indefinido. Desgraciadamente esas actitudes son apropiadas para los obreros que enfrentan al capitalismo salvaje, no para nosotros que tenemos garantizados todos los derechos. 

En lo relativo a los salarios no se habló seriamente de la necesidad apremiante de aumentarlos o de la declarada reforma general, y si se hizo no aprovecharon para televisar el debate alrededor de una cuestión tan reclamada. Sin embargo, en la Mesa Redonda previa al 1ro. de mayo, Ulises Guilarte admitió que existían inconformidades por no haber abordado ese tema en el congreso, pero insistió en que para distribuir “la riqueza que es de todos primero hay que crearla y eso se hace con el sudor y las manos de los trabajadores”. Y con la inteligencia y la competencia de los que dirigen la economía, agregaría yo.  Empezando por quienes deben decidir de una vez por todas la unificación monetaria y cambiaria, paso sin el cual jamás se podrá llegar a tener salarios realistas en Cuba.

En los debates del proyecto de Constitución se enfatizó en la necesidad de implementar el control obrero, lo que además fue incluido en el artículo 20: “Los trabajadores participan en los procesos de planificación, regulación, gestión y control de la economía. La ley regula la participación de los colectivos laborales en la administración y gestión de las entidades empresariales estatales y unidades presupuestadas”. Sin embargo, no se apreció que el congreso obrero discutiera el modo en que ese artículo sea convertido en leyes claras y precisas, que permitan a trabajadoras y trabajadores rescatar la propiedad de los medios de producción fundamentales que ha sido usurpada por la burocracia desde hace décadas.

No fue planteada tampoco la protección a los trabajadores nativos, a pesar de que en varias obras de la construcción se han admitido últimamente a trabajadores hindúes, que perciben salarios altísimos comparados con los cubanos.

“Si no los afiliamos nosotros, los afilian otros”. Esa frase fue dicha por un delegado al congreso. Se refería a los trabajadores por cuenta propia, que crecen en proporción frente a los empleados estatales. Esa parece la mayor preocupación de la dirigencia sindical: tener afiliados formales, cifras, estadísticas, cotizaciones mensuales para costear los gastos…

En su acto magistral de suplantación, la burocracia no solo puso a los representantes obreros a hablar empleando sus discursos y conceptos; también se apropió, claro que idealmente, de las condiciones de existencia de los trabajadores. Lo hizo cada vez que un alto dirigente se refirió al sacrificio y las dificultades que nos esperan en los próximos meses. Por favor, que no todos somos tan ingenuos como los delegados sindicales que estaban allí.

Desde hace mucho es evidente que los sindicatos en Cuba no cumplen con la función de representar los intereses de los trabajadores ante el Estado o los empleadores. Al contrario, representan los intereses del Estado ante los trabajadores. Por eso su secretario general, que desde 2014 se mantiene en el cargo, es miembro del Buró Político, diputado a la ANPP por Artemisa y ha pasado por diferentes cargos en la nomenclatura política nacional.

Por eso también las consignas clamadas por los medios y los periodistas que cubrían el desfile por el Día Internacional de los Trabajadores, eran lemas apropiados a cualquier manifestación política: vivas al socialismo, a Fidel, Raúl y Díaz-Canel; declaraciones de “yo soy Fidel”; condenas al imperialismo, a Trump y a la injerencia extranjera; apoyo al pueblo de Chávez y Maduro… Todo menos pedir aumento de salarios, mejoría en las condiciones del nivel de vida, disminución de la edad de jubilación, participación activa en la toma de decisiones, en fin… las demandas esenciales que tienen las trabajadoras y los trabajadores cubanos.

Pero no podía esperarse más después de un congreso como el que tuvimos. Y de los sindicatos que tenemos. Quizás sea hora de pensar en otro tipo de asociaciones sindicales para defender nuestros derechos.

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