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FRAGMENTO:
ABRAHAM LEON
CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE LA CUESTIÓN JUDÍA
CAPÍTULO I
BASES PARA UN ESTUDIO CIENTÍFICO DE LA HISTORIA JUDÍA
El estudio científico de la historia judía no superó aún la etapa de la improvisación idealista. Mientras que el campo de la historia general fue conquistado en gran parte por la concepción materialista, y los historiadores veraces se atrevieron a comprometerse en el camino señalado por Marx, la historia judía permanece siendo terreno predilecto de los “buscadores de dios” de toda especie. Este es uno de los pocos dominios históricos donde los prejuicios idealistas han llegado a imponerse y sobrevivir en tan alto grado.
¡Cuánto se ha escrito celebrando el famoso “milagro judío” “Extraño espectáculo el de estos hombres que para conservar el legado sagrado de su fe desafiaban las persecuciones y el martirio’, dice Bédarride (1). Todos los historiadores explican la conservación del pueblo judío como resultado de la fidelidad que han testimoniado a través de siglos a su religión o a su nacionalidad. Las divergencias se manifiestan cuando se trata de definir la razón por la cual se han conservado, el por qué :de su resistencia a la asimilación. Algunos, desde el punto de vista religioso, hablan del “legado sagrado de su fe”; otros, como Dubnov, defienden la teoría de la “adhesión a la idea nacional”. “Las causas del fenómeno histórico de la conservación del pueblo judío deben buscarse en su fuera espiritual nacional, en su base ética y en el principio monoteísta”, dice la “Allgemeine Enzyklopedie” logrando así conciliar los diversos puntos de vista de los historiadores idealistas (2).
Pero si es posible conciliar las teorías idealistas, entre si será inútil intentar armonizar estas mismas teorías con las reglas elementales de la ciencia histórica, pues esta rechaza categóricamente el error esencial de todas las escuelas idealistas, que consiste en ubicar el problema cardinal de la historia judía —la conservación del judaísmo—, bajo el signo del libre albedrío. Sólo el estudio de su función económica puede contribuir a. esclarecer las causas del ‘milagro judío”.
Estudiar la evolución de este problema no presenta un interés meramente académico. Sin un profundo estudio de la historia judía es difícil comprender la cuestión judía en la época actual, pues su situación en el siglo XX se vincula íntimamente a su pasado histórico.
Todo estado social es una etapa del proceso social. El ser no es más que un momento del devenir. Para poder analizar la cuestión judía en su actual estado de desarrollo, es indispensable conocer sus raíces históricas.
En el dominio de la historia judía, como en el dominio de la historia general, el pensamiento genial de Marx indica el camino a seguir. “No busquemos el secreto del judío en su religión, sino busquemos el secreto de la religión en el judío real”. Marx coloca de este modo la cuestión judía sobre sus pies. No es necesario partir de la religión para explicar la historia judía, por lo contrario la conservación de la religión o de la nacionalidad judías deben explicarse por el “judío real”, es decir por el judío en su función económica y social. La conservación de los judíos no tiene nada de milagroso. “El judaísmo se conserva no a pesar de la historia, sino por la historia” (3). Y precisamente, por el estudio de la función histórica del judaísmo puede descubrirse el “secreto” de su supervivencia en la historia. Los conflictos entre el judaísmo y la sociedad cristiana, bajo su apariencia religiosa, son en realidad conflictos sociales. “A las contradicciones entre el Estado y una religión determinada, el judaísmo por ejemplo les damos una expresión humana planteando la contradicción entre el Estado y elementos laicos determinados” (4).
El esquema general de la historia judía se presenta —con sus diversos matices—, más o menos así, según la escuela idealista predominante: Hasta la destrucción de Jerusalén, eventualmente hasta la rebelión de Bar Kokheba la nación judía no se diferencia en nada de otras naciones normalmente constituidas, tales como la nación romana o la griega. Las guerras entre romanos y judíos dan por resultado la dispersión de la nación judía hacia los cuatro puntos cardinales, En la dispersión, los judíos oponen una resistencia indomable a la asimilación nacional y religiosa. El cristianismo no encuentra en su camino adversario más encarnizado y a pesar de todos sus esfuerzos no logra convertirlos. La caída del Imperio romano acentúa el aislamiento del judaísmo, que luego del completo triunfo del cristianismo en Occidente, constituye el único elemento heterodoxo.
En la época de las invasiones bárbaras los judíos de la dispersión no constituyen un grupo social homogéneo; por el contrario, la agricultura, la industria y el comercio están ampliamente representados entre ellos. Son las persecuciones religiosas continuas las que los obligan a restringirse cada vez más en el comercio y la usura. Las Cruzadas por el fanatismo religioso que suscitan, acentúan violentamente esta evolución que transforma a los judíos en usureros y concluye con su reclusión en los ghettos. Naturalmente, el odio contra los judíos también se explica por su función económica, pero los historiadores no atribuyen a este factor más que una importancia secundaria. Esta situación del judaísmo se mantiene hasta la Revolución Francesa que destruye las barreras que la opresión religiosa erigiera frente a ellos.
Muchos hechos importantes demuestran la falsedad de este esquema:
1° La dispersión de los judíos no data en absoluto de la caída de Jerusalén. Muchos siglos antes de este acontecimiento, la gran mayoría de los judíos estaba diseminada por todo el mundo. “Lo cierto es que mucho antes de la caída de Jerusalén, más de las tres cuartas partes de los judíos no habitaban ya Palestina”. (Ruppin)
Para las grandes masas judías dispersas en el Imperio griego y luego en el Imperio romano, el reino judío de Palestina tenía una significación totalmente secundaria, Su vínculo con la “madre pátria” sólo se manifestaba en ocasión de las peregrinaciones religiosas a Jerusalén, cuya significación era semejante a la de la Meca para los musulmanes, Poco antes de la caída de Jerusalén, el rey Agripa decía: “No hay en el mundo un solo pueblo que no contenga algo del nuestro” (5).
La Diáspora no fue pues, en absoluto, un hecho accidental, producido por una acción violenta (6); la razón esencial de la emigración judía debe buscarse en las condiciones geográficas de Palestina. “En Palestina los judíos son poseedores de un país montañoso que en cierto momento no es suficiente para asegurar a sus habitantes una existencia tan soportable como la de sus vecinos, Un pueblo semejante está obligado a elegir entre el pillaje y la emigración. Los escoceses, por ejemplo, tomaron alternativamente cada uno de estos dos caminos… Los judíos, luego de numerosas luchas con sus vecinos, tomaron el segundo camino… Pueblos que viven en tales condiciones no se dirigen al extranjero como agricultores, sino en carácter de mercenarios, como los arcadios en la antigüedad, los suizos en la Edad Media, los albaneses en nuestra época, o en carácter de comerciantes, como los judíos, los escoceses y los armenios. Está visto, pues, que un medio similar desarrolla en pueblos de razas diferentes, las mismas características” (7).
2° Es indudable que la inmensa mayoría de los judíos de la dispersión se ocupaban del comercio. Palestina misma, desde tiempos muy remotos constituía una vía de tránsito de mercaderías, un puente entre el valle del Éufrates y el del Nilo. “Siria fue la gran ruta predestinada de los conquistadores… También era el camino que seguían las mercaderías y por el que circulaban las ideas. Se comprende que en estas regiones se haya establecido rápidamente una numerosa población con grandes ciudades dedicadas, por su misma situación, al comercio” (8)
Las condiciones geográficas de Palestina explican, a la vez, la emigración judía y su carácter comercial. Por otra parte, en todas las naciones al comienzo de su desarrollo, los comerciantes son extranjeros.
“La característica de una economía natural, es que cada dominio produce todo lo que consume y consume todo lo que produce. Nada impulsa pues a adquirir bienes o servicios afuera, y como en este tipo de economía se produce lo que se consume, en todos los pueblos encontramos como primeros comerciantes a los extranjeros” (9). Filon menciona las numerosas ciudades donde los judíos se establecieron como comerciantes. Dice que “habitaban una cantidad innumerable de ciudades en Europa, Asia, Libia, en los continentes y las islas, en las costas y en el interior”. Los judíos que habitaban en las islas, en el continente helénico y más lejos, al Occidente, se habían instalado en los centros comerciales (10). Junto con los sirios, se encuentran los judíos, diseminados o, más bien, agrupados en todas las ciudades. Son marinos, comisionistas, banqueros, cuya influencia ha sido tan esencial en la vida económica de su tiempo, como la influencia oriental que se advierte en la misma época en el arte y las ideas religiosas” (11).
A su posición social debían los judíos la gran autonomía otorgada por los emperadores romanos, “Sólo a los judíos se les permite constituir un Estado dentro del Estado y mientras los demás extranjeros estaban sometidos a la administración de las autoridades de la ciudad, ellos, hasta cierto punto, se gobernaban a si mismos… César favoreció los intereses de los judíos de Alejandría y de Roma con mercedes especiales y privilegios, protegiendo especialmente su culto particular contra los sacerdotes griegos y romanos” (12).
3° El odio hacia los judíos no nace con el establecimiento del cristianismo, Séneca trata a los judíos de raza criminal. Juvenal cree que los judíos no existen más que para causar males a los otros pueblos. Quintiliano dice que los judíos constituyen una maldición para los demás pueblos.
La causa del antisemitismo antiguo es la misma que la del antisemitismo medieval, la oposición hacia los comerciantes de toda sociedad basada principalmente en la producción de valores de uso.
“La hostilidad medieval hacia los comerciantes no es solamente de inspiración cristiana o pseudo-cristiana; tiene también un origen pagano, igualmente real. Está hondamente enraizada en una ideología de clase: en el desprecio que por su profunda tradición campesina tuvieron las clases dirigentes de la sociedad romana —tanto los senatoriales como los curiales de provincia— por todas las formas de actividad económica, distintas a las derivadas de la agricultura” (13).
A pesar de que el antisemitismo estaba ya fuertemente desarrollado en la sociedad romana, la situación de los judíos, como ya hemos visto, era envidiable, la hostilidad de las clases que vivían de la tierra hacía el comercio, no excluía el estado de dependencia a su respecto. El propietario odiaba y despreciaba al comerciante sin poder prescindir de él (14)
El triunfo del cristianismo no aportó modificaciones notables a esta situación. El cristianismo, que fuera en sus comienzos la religión de los esclavos y oprimidos, se transformó rápidamente en la ideología de la clase dominante, de los propietarios de la tierra.
Es Constantino el Grande quien echa las bases de la servidumbre medieval. La marcha triunfal del cristianismo a través de Europa acompaña la expansión de la economía feudal.
Las órdenes religiosas desempeñaron un papel sumamente importante en el progreso de la civilización, que en esa época consistía en el desarrollo de la agricultura, basada en la servidumbre, ¿Por qué extrañarse que “nacido del judaísmo, formado al principio exclusivamente por judíos, el cristianismo, durante los primeros cuatro siglos encuentre sin embargo entre ellos las mayores dificultades para lograr adeptos a su doctrina?” (15).
En efecto, el fondo de la mentalidad cristiana de los diez primeros siglos de nuestra era, en lo que concierne a la vida económica, es “que un mercader difícilmente puede hacer obras agradables a Dios y que todo negocio implica una parte más o menos considerable de engaño” (16). Para San Antonio —que vivía en el siglo IV— resultaba completamente incomprensible la vida de los judíos; despreciaba profundamente sus riquezas y creía firmemente que serían castigados con la eterna condenación.
Esto explica la encarnizada hostilidad de los judíos hacia el catolicismo y su voluntad de conservar la religión que expresaba admirablemente sus intereses sociales. ‘No es pues la fidelidad de los judíos a su fe la razón de su conservación como grupo social diferenciado, sino por lo contrario es su conservación en tanto que grupo social diferenciado lo que explica la adhesión a su fe.
Sin embargo, el antisemitismo cristiano, de los diez primeros siglos de nuestra era —al igual que la hostilidad de la antigüedad— no llega a reivindicar el aniquilamiento del judaísmo. Mientras el cristianismo oficial perseguía inexorablemente al paganismo y a las herejías, toleraba la religión judía. La situación de los judíos no cesó de mejorar en la época de la declinación del Imperio Romano, luego del triunfo completo del cristianismo y hasta el siglo XII. Más se acentuaba la decadencia económica, más importancia adquiría la función comercial de los judíos. En el siglo X ellos constituyen el único nexo económico entre Europa y Asia.
4° Es recién a partir del siglo XII, paralelamente al desarrollo económico de Europa occidental, el crecimiento de las ciudades y a la formación de una clase comercial e industrial autóctona, que la situación de los judíos comienza a empeorar seriamente, hasta llegar a su casi total eliminación de la mayor parte de los países occidentales. Las persecuciones contra los judíos toman formas cada vez más violentas. Por lo contrario, en los países retardatarios de Europa oriental, su situación continúa floreciente hasta una época bastante cercana.
Por estas simples consideraciones preliminares se ve la falsedad de la concepción general que impera en el dominio de la historia judía. Los judíos constituyen en la historia, ante todo, un grupo social con una función económica determinada. Son una clase, o mejor aún, un pueblo-clase (17).
La noción de clase no contradice en absoluto la noción de pueblo. Porque los judíos se conservaron como clase social conservaron también ciertas de sus particularidades religiosas, étnicas y lingüísticas (18).
‘Esta identidad de la clase y el pueblo (o de la raza) está lejos de ser excepcional en las sociedades precapitalistas. Las clases sociales en esa época se caracterizan muy frecuentemente por un carácter más o menos nacional o racial. “Las clases inferiores y las clases superiores.., no son, en muchos países, sino los pueblos conquistadores y los pueblos sometidos en una época anterior. La raza de los invasores formó una nobleza ociosa y turbulenta… La raza sometida no vivía de las armas, sino del trabajo (19). Kautsky dice también; “Clases diferentes pueden adquirir un carácter racial específico. Por otra parte, el encuentro de razas diferentes, cada una especializada en una ocupación determinada, puede dar como resultado que cada una de esas razas ocupe una posición social diferente en el seno de la misma comunidad. Puede suceder que la raza se convierta en clase”. (“Rassa und Irdentum”, página 26) (20).
Existe evidentemente una interdependencia continua entre el carácter racial o nacional y el carácter de clase. La posición social de los judíos tuvo una influencia profunda y determinante Sobre su carácter nacional.
Si no hay contradicción en esta noción de pueblo-clase, es aún más fácil admitir la correspondencia de la clase y la religión. Cuando una clase alcanza un grado de madurez y de conciencia determinados, su oposición a la masa dominante reviste formas religiosas. Las herejías de los albigenses, lolardos, maniqueos, cataros y de las innumerables sectas que abundaban en las ciudades medievales, son las primeras manifestaciones religiosas de la creciente oposición de la burguesía y el pueblo al orden feudal. Estas herejías no alcanzaron en ningún caso la categoría de religión dominante debido a la debilidad relativa de la burguesía medieval. Fueron salvajemente ahogadas en sangre. Recién en el siglo XVII la burguesía, cada vez más poderosa, puede hacer triunfar el luteranismo y sobre todo el calvinismo y sus sucedáneos ingleses (23).
Mientras el catolicismo expresa los intereses de la nobleza terrateniente y el orden feudal y el calvinismo (o puritanismo) los de la burguesía o el capitalismo, el judaísmo refleja los intereses de una clase comercial precapitalista (22).
Lo que distingue principalmente el “capitalismo” judío del capitalismo propiamente dicho es que, contrariamente a este último, no aporta un nuevo modo de producción. “El capital comercial tenía una existencia propia y estaba netamente separado de las ramas de producción a las cuales servía de intermediario”. “Los pueblos comerciantes de la antigüedad existían como los dioses de Epicurno en las entrañas de la tierra o, mejor aún, como los judíos, en los poros de la sociedad polaca”. “La usura y el comercio explotan un procedimiento determinado de producción que no crean y al que permanecen extraños” (23)
La acumulación del dinero en manos de los judíos no se originaba en una forma especial de la producción capitalista. La plusvalía (o sobreproducto) provenía de la explotación feudal y los señores estaban obligados a entregar una parte de esta plusvalía a los judíos. De aquí el antagonismo entre los judíos y el feudalismo pero de ahí también el vínculo indestructible que existía entre ellos.
Tanto para el señor como para el judío, el feudalismo era su tierra nutricia. Si el señor tenía necesidad del judío, el judío también necesitaba del señor. Es en razón de esta posición social que los judíos no han podido llegar en ninguna parte a desempeñar el papel de clase dominante. En la economía feudal el papel de una clase comercial no puede dejar de ser claramente subordinado. El judaísmo no podía ser más que un culto más o menos tolerado (24).
Ya hemos visto que en la antigüedad los judos poseían su propia jurisdicción. Lo mismo ocurría en la Edad Media. “En la plástica sociedad de la Edad Media cada clase de hombres —así como vive según sus propias costumbres—, posee su jurisdicción especial. Por encima de la organización judicial del Estado, la Iglesia tiene sus tribunales eclesiásticos, la nobleza sus cortes feudales, los campesinos sus cortes regionales. La burguesía, a su turno, adquiere las regidurías” (25)
La organización específica de los judíos era la Kehila. Cada conglomerado judío estaba organizado en una comunidad (Kehila) que tenía su vida social particular y una organización judicial propia. Es en Polonia donde esta organización logra su mayor perfeccionamiento. A raíz de una ordenanza del rey Segismundo-Augusto, de 1551, los judíos tuvieron derecho a elegir los jueces y rabinos que debían administrar todos sus asuntos. Es solamente en los procesos entre judíos y no-judíos que intervienen los tribunales de los voivodas. En cada conglomerado judío la población elegía libremente un consejo de la comunidad llamado Kahal, cuyas funciones eran muy amplias; percibía los impuestos para el Estado, distribuía los impuestos generales y especiales, dirigía las escuelas elementales y superiores (leschiboth). Reglamentaba todas las cuestiones concernientes al comercio, el artesanado y la beneficencia, y dirimía los conflictos entre los miembros de la comunidad. El poder de cada Kahal se extendía a los habitantes judíos de las poblaciones vecinas.
Con el tiempo, los diversos consejos de las comunidades judías tomaron la costumbre de reunirse regionalmente, a intervalos regulares, para discutir cuestiones administrativas, jurídicas y religiosas. Estas asambleas fueron tomando el aspecto de pequeños parlamentos.
En ocasión de la gran feria de Lublin, se reunía una especie de parlamento general donde participaban los representantes de la Gran Polonia, de la Pequeña Polonia, de Podolla y de Volinia. Este parlamento tomó el nombre de “Vaad Arba Aratzoth”, el “Consejo de los Cuatro Paises”. Los historiadores judíos tradicionales no han dejado de ver en esta organización una forma de autonomía nacional. “En la antigua Polonia, dice Dubnov, los judíos constituían una nación con autonomía propia, su administración interior, sus tribunales y una cierta independencia jurídica” (26).
Es evidente que hablar de autonomía nacional en el siglo XVI constituye un grueso anacronismo ya que en esa época se ignoraba en absoluto la cuestión nacional. En la sociedad feudal, sólo las clases poseen sus jurisdicciones especiales. La autonomía judía se explica por la posición social y económica específica de los judos, y no por su “nacionalidad”.
La evolución lingüística también refleja la posición social concreta del judaísmo. El hebreo desaparece muy pronto como lengua viva. En todas partes los judíos adoptan las lenguas de los pueblos circundantes, pero esta adaptación lingüística generalmente se realiza bajo la forma de un dialecto nuevo donde reaparecen algunas locuciones hebreas. En diversos momentos históricos existen los dialectos judeo-árabe. judeo-persa, judeo-provenzal, judeo- portugués, judeo—español, etc., sin hablar del judeo-alemán que se transformó en el actual
idish. El dialecto expresa las dos tendencias contradictorias que han caracterizado la vida judía: la tendencia a la integración en la sociedad circundante y la tendencia al aislamiento proveniente de la situación social y económica del judaísmo. (27)
Solamente donde los judíos dejan de constituir un grupo social particular se asimilan completamente a la sociedad que los rodea. “La asimilación no es un fenómeno nuevo en la historia judía”, dice el sociólogo sionista Ruppin. (28)
En realidad, si la historia judía es la historia de la preservación del judaísmo, también es la historia de la asimilación de grandes capas del judaísmo. “En el norte de África, antes del Islam muchos judíos se dedicaban a la agricultura, pero la mayoría de ellos fue absorbida por la población local. (29) Esta asimilación se explica porque allí los judíos dejaron de constituir una clase y se transformaron en agricultores. “Si los judíos se hubieran entregado a la agricultura, si se hubieran dispersado por todo el país, en algunas generaciones hubieran llegado a su completa asimilación con el resto de la población, a pesar de las diferencias religiosas. Pero dedicados al comercio y concentrados en las ciudades, formaron comunidades separadas, frecuentándose y casándose entre ellos”. (30)
Podrían recordarse también las numerosas conversiones de 1os judíos propietarios de tierras en la Alemania del siglo IV, la completa desaparición de las tribus guerreras judías de Arabia, la asimilación de los judíos en América del Sur, en la Guayana holandesa, etc. (31)
La ley de la asimilación podría formularse así: allí donde los judíos dejan de constituir una clase, pierden más o menos rápidamente sus características étnicas, religiosas y lingüísticas: se asimilan.
Es muy difícil seguir la historia judía en Europa, en algunos períodos esenciales, pues las condiciones económicas, sociales y políticas eran diferentes en cada país. Mientras que Polonia y Ucrania, a fines del siglo XVIII, se encontraban aún en pleno feudalismo, en esa misma época Europa Occidental asiste a un desarrollo acelerado del capitalismo. Se comprende fácilmente que la situación de los judíos polacos se asemeja más a la situación de los judíos franceses de la época carolingia que a la de sus correligionarios de Burdeos o París, “El judío portugués de Burdeos y el judío alemán de Metz son seres totalmente diferentes”, escribía un judío francés a Voltaire. Los ricos judíos burgueses de Francia o de Holanda no tenían casi nada en común con los judíos polacos, que pertenecían a una clase de la sociedad feudal.
A pesar de las considerables diferencias de las condiciones y del ritmo del desarrollo económico de los pases europeos habitados por los judíos, un atento estudio permite destacar las etapas esenciales de su historia.