Irene Idris –  04 mayo 2025

Esta publicación hace parte  del Especial dedicado al 1º. De Mayo, Día Internacional de los Trabajadores.

¿No es evidente, entonces, que todos, independientemente de nuestro trabajo, debemos organizarnos, como lo hicieron los negros del Sur, los manifestantes contra la guerra y las mujeres que exigían igualdad?  ¿No necesitamos todos tomar el control de nuestro propio trabajo, de nuestras propias vidas, y asegurarnos de que la enorme riqueza de este país se utilice para el bien de todos, y no para  las ganancias de las corporaciones? Howard Zinn
Publicamos el artículo «Compañeros de trabajo» del reconocido historiador estadounidense de origen obrero, Howard Zinn. Este texto fue escrito, como introducción al álbum musical «Fellow Workers», de Ani DiFranco y Utah Phillips,[1] que trata sobre la historia poco conocida del movimiento obrero moderno en Estados Unidos.

En éste, Howard Zinn, destaca la importancia de la organización sindical y nos recuerda a la destacada activista obrera Mary Harry Jones, conocida como «Mother Jones”, quien  fue líder del sindicato de los Trabajadores Industriales del Mundo (Industrial Workers of the World), una organización  pionera del sindicalismo revolucionario en Estados Unidos. Jones luchó codo a codo con los obreros por el reconocimiento de sus derechos.

«Compañeros de trabajo» “Fellow workers” – Howard Zinn, 1999

Antes de ser profesor universitario, trabajaba en un astillero. Antes de ser escritor, trabajaba en un almacén. Pero, hiciera lo que hiciera, siempre fui miembro de un sindicato. Creo que el único trabajo que tuve donde no pude afiliarme a un sindicato fue cuando era bombardero en la Fuerza Aérea —y habría sido bueno si hubiéramos tenido uno—, tal vez nos habríamos reunido y nos habríamos preguntado: ¿Por qué estamos bombardeando está tranquila aldea esta mañana?

Fuera lo que fuese, obrero o empleado, cavador de zanjas o camarero (sí, también hice esas cosas) o profesor en una gran universidad, era un trabajador. Con esto quiero decir: estaba sujeto a la autoridad de alguien, alguna corporación, alguna burocracia. Un poder invisible podía decidir mi salario, mis horas, si conservaba mi trabajo o lo perdía. Por eso siempre me afilié a un sindicato. Estuve en un sindicato de astilleros, en un sindicato de almacenistas, en un sindicato de profesores, y ahora soy miembro del Sindicato Nacional de Escritores, que forma parte del Sindicato Unido de Trabajadores del Automóvil (no pregunten por qué, quizá sea porque conduzco).

Así que cuando compré este nuevo CD con Utah Phillips y Ani DiFranco, y vi que se titulaba «Compañeros de trabajo«, no me molestó que me asociaran con socialistas o anarquistas (que siempre empezaban sus discursos con «¡Compañeros de trabajo!»). Y no pensé de inmediato: «Oh, los sindicatos son burocracias corruptas dirigidas por peces gordos que fuman puros y hacen tratos con los directores ejecutivos a costa de sus miembros».

Sabía que existían sindicatos de ese tipo. Pero también sabía que había otros tipos. Sabía también que los sindicatos son una necesidad absoluta para cualquiera que, por sí solo, se sienta indefenso ante el poder de un empleador, especialmente si este es una corporación enorme y rica. Y, como historiador que durante muchos años ha enseñado y escrito sobre la historia de Estados Unidos, sabía que cuando los trabajadores no estaban organizados y vivían solos, trabajaban jornadas de doce horas por salarios miserables y tenían que ver a sus hijos de diez años ir a trabajar a las minas o a las fábricas textiles.

En la Constitución de los Estados Unidos, en las primeras Diez Enmiendas —la Carta de Derechos—, hay una lista de derechos políticos. Pero la Constitución no menciona los derechos económicos. No existe el derecho legal a la alimentación, la vivienda, la atención médica ni la educación. Cuando los trabajadores descubrieron que no podían depender de la Constitución, del gobierno ni de los tribunales, hicieron lo que se hace para que la democracia cobrara vida. Organizaron y utilizaron la acción directa —huelgas, boicots, piquetes, manifestaciones— para conseguir la jornada laboral de ocho horas, salarios razonables y normas de seguridad, al menos el mínimo indispensable para una vida digna.

Hoy, de las 100 economías más grandes del mundo, 51 no son países, sino corporaciones que se han fusionado para acumular un enorme poder. Dado que solo el 15% de la fuerza laboral de este país cuenta con protección sindical, estas corporaciones ahora pueden fijar salarios y despedir a voluntad (reducir personal es el término más formal). Controlan la economía, compran partidos políticos y dominan los medios de comunicación.

¿No es evidente, entonces, que todos, independientemente de nuestro trabajo, debemos organizarnos, como lo hicieron los negros del Sur, los manifestantes contra la guerra y las mujeres que exigían igualdad? ¿No necesitamos todos tomar el control de nuestro propio trabajo, de nuestras propias vidas, y asegurarnos de que la enorme riqueza de este país se utilice para el bien de todos, y no para las ganancias de las corporaciones?

Así que, cuando dos personas con el talento y la conciencia social de Utah Phillips y Ani DiFranco colaboran para transmitir un mensaje de desafío, desobediencia y solidaridad, es algo que debemos agradecer. Nos recuerdan una historia que no nos enseñaron en nuestras escuelas y universidades. Nos hablan de personas que, como nosotros, parecían impotentes ante el poder de las corporaciones, pero que lucharon, contraatacaron y transformaron sus vidas.

Nos recuerdan a Mother Jones, quien, octogenaria, visitó los pueblos mineros de Virginia Occidental y Colorado, así como las fábricas textiles de Pensilvania, y dio a las familias la esperanza de desafiar el poder de los patrones. Organizó a las mujeres y lideró una larga marcha de niños desde Pensilvania hasta Nueva York para enfrentarse al presidente Theodore Roosevelt y exigir el fin del trabajo infantil en las fábricas textiles. Los jóvenes portaban carteles que decían: «Queremos tiempo para jugar». Ese fue solo el comienzo de una larga campaña que finalmente abolió el trabajo infantil.

Escucho la evocadora canción «Joe Hill», interpretada por Utah Phillips, con el toque conmovedor de Ani DiFranco de fondo, y recuerdo a ese magnífico grupo de personas que a principios del siglo XX formó los Trabajadores Industriales del Mundo, la IWW o Wobblies, como se les llamaba. Su lema era «Un Gran Sindicato» y unieron a todos en un solo sindicato, incluyendo a quienes habían sido excluidos de los antiguos sindicatos conservadores: trabajadores negros, mujeres e inmigrantes.

Fueron los organizadores de la IWW quienes ayudaron a los trabajadores de las fábricas textiles de Lawrence, Massachusetts, cuando, en 1912, se declararon en huelga contra sus miserables salarios y condiciones laborales. Eran principalmente mujeres, de diversos países y con distintos idiomas, pero unidas por su determinación.

Los huelguistas de Lawrence  encontraron apoyo en todo el país: verdadera solidaridad. Cuando no pudieron alimentar a sus hijos durante los largos meses de invierno de la huelga, familias de Nueva York y Filadelfia se ofrecieron como voluntarias para cuidarlos. Cuando la policía atacó a madres e hijos en la estación de tren, aun así se negaron a entregarse a los dueños de las fábricas textiles. Las pancartas que portaban decían: «Queremos pan y rosas también». Y ganaron la huelga.

Las canciones de este disco, las historias narradas con el extraordinario estilo de Utah Phillips, reviven la historia, pero aún más, los sentimientos de quienes luchan juntos por una vida mejor. Esos sentimientos nos conectan hoy, porque todos vivimos en una sociedad dominada por el poder corporativo, donde las ganancias son lo primero.

En esta situación, necesitamos unirnos para defender nuestra humanidad y nuestra dignidad como individuos. Debemos recordarles a todos lo que prometió la Declaración de Independencia: que todos los seres humanos, aquí y en todo el mundo, tienen el mismo derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Y usaremos nuestra energía y nuestro talento para lograr esos objetivos, con la alegría que siempre ha acompañado a las personas al trabajar juntas por la justicia.

Así que escucho, y me alienta saber que otros sienten lo mismo que yo.


[1] La cantante, compositora y guitarrista Ani DiFranco lleva tocando desde mediados de los 90, viviendo con éxito el espíritu del «hazlo tú mismo». Utah Phillips (1935-2008) fue organizador sindical, cantante folk, narrador, poeta y la «Voz Dorada del Gran Suroeste». Describió las luchas de los sindicatos y el poder de la acción directa, auto identificándose como anarquista.  

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