Han pasado 36 años de la muerte de Nahuel Moreno “un incansable e inteligente combatiente de la revolución…y el principal teórico del trotskismo latinoamericano” según las palabras de Hugo Blanco, la personalidad trotskista más conocida de América Latina en la década del 60, por su rol dirigente de la movilización agraria de carácter revolucionario, en el sur del Perú.
En Cusco, en los valles de La Convención y Lares, los campesinos se alzaron, ocuparon las tierras e implementaron por primera vez la reforma agraria, convirtiéndose en dueños de la tierra. Igualmente, organizaron la auto defensa armada campesina con las “Brigadas Sindicales de Defensa”, aprobadas en Asamblea por la amplia mayoría de los delegados de la Federación Provincial[1]
Los propietarios se organizaron para defenderlas violentamente. La explosiva lucha campesina nada tenía que ver con un foco guerrillero como los que postulaba el guevarismo y el castrismo. Fue una lucha de masas. Mientras Cuba se negó a apoyarla el trotskismo corrió a hacerlo.
Ante esa lucha, la incipiente organización internacional liderada por Nahuel Moreno propuso la línea a Hugo Blanco y a la organización peruana: impulsar la sindicalización masiva de los campesinos que ya estaba en curso y que sus sindicatos ingresaran a la central obrera peruana, así como la creación de milicias campesinas para defender las tierras ocupadas. Y paralelamente, construir el partido no sólo en la zona sino en Lima, ganando a la clase obrera. Esa política, en pocos meses, transformaría a Hugo Blanco en un gran líder de las masas peruanas y latinoamericanas.
El proceso se adelantó con el método de impulsar la movilización de las masas. Una orientación política inspirada directamente por Nahuel Moreno a la cabeza del Secretariado Latinoamericano de Trotskismo Ortodoxo, SLATO, la pequeña organización internacional que Moreno estaba empezando a construir en la región. Completamente alejado del método guerrillero que era la “moda” en el continente y de la desviación pro guerrillera que primaba en la IV Internacional, tragedia política que dejó montañas de cadáveres de heroicos luchadores en todo el continente.
Al fallecer Moreno en 1987, Hugo Blanco en su mensaje escribió: “Con gran sorpresa y dolor me he enterado hoy día del fallecimiento del camarada Nahuel. Reconozco en él a mi mayor maestro de marxismo y siempre lo he reconocido así, a pesar de que los avatares de la lucha revolucionaria hace años que separaron nuestros caminos…Latinoamérica ha perdido a un incansable e inteligente combatiente de la revolución”. [2].
Este nuevo aniversario del fallecimiento de Moreno se da en un momento emblemático. En sintonía con su política de concentrarse en los puntos más dinámicos de la lucha de clases y disponerse a intervenir en ellos con el objetivo de construir una organización internacional: las masas campesinas y trabajadores en Perú son protagonistas del punto más elevado de la lucha de clases en América Latina e internacionalmente. Lo hacen en un contexto de enorme crisis del capitalismo imperialista, expresada entre otras en la guerra de rapiña en territorio ucraniano, librada entre las potencias mundiales que dirigen este sistema y que amenazan a la humanidad y el planeta con un desenlace nuclear. A la par, el proletariado europeo realiza importantes huelgas obreras (Francia, Reino Unido, etc.) y otros sectores protagonizan luchas en otros continentes. Todos se movilizan contra los efectos negativos que esa guerra significa para los trabajadores y la población: la carestía, el desempleo, los bajos salarios, la inmigración y la violencia, calamidades que se vinieron a sumar a las secuelas que dejó la administración capitalista de la Pandemia.
En Perú, hoy los trabajadores del campo y las ciudades despliegan un valeroso y combativo proceso de lucha nacional para sacar del gobierno a Dina Boluarte, la punta de lanza de la oligarquía limeña y los grandes potentados de ese país. Quienes con el apoyo de las potencias -particularmente de los EEUU- y la mayoría de gobiernos capitalistas, buscan con la militarización y decenas de asesinatos, derrotar el proceso a sangre y fuego. La muerte de más de 60 de sus luchadores es prueba clara de ello.
Hoy, de existir una verdadera organización internacional trotskista y revolucionaria como la que Nahuel Moreno dedicó su vida a construir, estaría volcada con todos sus recursos, militantes y esfuerzos a dar solidaridad y apoyo material a la lucha en Perú, buscando su triunfo. No se limitaría, como desgraciadamente sucede hoy, a partidos y grupos que aun reclamándose trotskistas (y algunos, herederos de Moreno), se restringen a comentar lo que sucede y hasta realizan eventos, siempre y cuando eso no interfiera con las actividades y prioridades que consideran fundamentales: las de su propio país. Contrario al internacionalismo militante que guio la militancia y lucha de Moreno, casi desde sus inicios.
La heroica lucha del pueblo peruano requiere esa política internacionalista, pues no sólo enfrenta la feroz represión sino el reto de lograr ir más allá de la política de los dirigentes del proceso. Estos la enchalecan y están llevando al desangre y desgaste, al centrase en reclamos de tipo electoral. Política que coloca a la extrema derecha (de los capitalistas), como el único enemigo. Los reformistas quieren resolver todo por la vía de un acuerdo electoral con los sectores de los empresarios que se visten de «democráticos» pues se oponen a ésa extrema derecha. El resultado: una política de conducir la indignación de los trabajadores y la población, con su angustiante situación, al pacto político y electoral con el sector de los políticos que se presenta como de “izquierda” o “progresista”, a pesar de que defiende los intereses de otro sector de la patronal. Estos dirigentes, insisten levar a la población pobre a votar por candidatos y partidos que prometen arreglar su angustiante realidad, con tibias «reformas» al sistema capitalista». Política ya ensayada varias veces en América Latina y por supuesto en Perú. La última vez con Castillo, con el fracaso estrepitoso que conocemos y que permitió a la ultraderecha tomar de nuevo la iniciativa con el gobierno Boluarte, responsable de la crisis actual y las decenas de muertos.
Pero como no hay peor ciego que el que no quiere ver, ahora los dirigentes del proceso de lucha en Perú, siguen con esa política que ocultan en limitarse a “pedir la renuncia a la presidenta” y no buscar su derrocamiento. Y, en el mismo plano pedir, “nuevas elecciones” para un nuevo gobierno y un nuevo parlamento y/o una Asamblea Constituyente. Insisten en llevar todo a las urnas como salida única. Estos dirigentes así quieren desactivar la bomba social que ha estallado en ese país, cuyas raíces se hunden en reclamos sociales y económicos de los más pobres, postergados y olvidados, por cientos de años, por los gobiernos representantes de la clase de los grandes empresarios capitalistas nacionales, asociados a las trasnacionales de las potencias capitalistas, pues todos se lucran de las fabulosos ganancias que la clase obrera les entrega, con las exportaciones mineras y del agronegocio.
Es esta política y de colaboración de clases la que prima entre los dirigentes del proceso, en sus diversas variantes. Su actividad fundamental es la acción parlamentaria y las elecciones. Bajo la nueva “religión” democrático liberal que todos los partidos de la “izquierda” parlamentaria y la burocracia sindical, practican. Esa es la política criminal de las organizaciones estalinistas (Partido Comunista, Patria Roja, SL) y oportunistas de Perú. Por eso se niegan conscientemente a inclinar la balanza a favor del estallido social, limitados a llamar a las marchas callejeras, sin mayor organización por la base. Y ni siquiera ante ante la dura y asesina respuesta del régimen, se niegan a organizar un Paro Nacional de la producción. Con el control de la Central General de Trabajadores Peruanos, CGTP, la burocracia sindical dirigente, relacionada con esos partidos, no llama a la clase obrera a parar sus labores. Así fuera por unas pocas horas o un día. Mientras tanto, el régimen y el gobierno con los más de 60 asesinatos y la más violenta represión, desangra el proceso. Si el gobierno y el régimen no han golpeado más, no se debe a la política de estos dirigentes sino sólo a la indeclinable y aguerrida voluntad de la población en lucha, que mantiene su masiva y aguerrida participación en las movilizaciones.
La realidad pone de presente hoy, en forma dramática, la ausencia de una política como la impulsada por Nahuel Moreno en su dilatado combate. La urgencia de una política de impulso a las organizaciones de base de las masas, regida por una estricta democracia interna para definir el curso de la lucha, junto con la política de confianza en la acción contundente de la clase obrera, aportando sus métodos de lucha al proceso, de forma unitaria pero independiente y consecuente, alejada de compromisos con sectores de la patronal por “luchadores” o “progresivos” que se presenten, y a cambio orientar la lucha hacia la conquista de un gobierno de las organizaciones de la clase obrera y del campesinado pobre.
La lucha de clases real y la falta de una dirección revolucionaria, obrera e internacional que trabaje seria y consecuentemente para lograr la derrota de los gobiernos burgueses y de sus agentes dentro de las organizaciones de las masas y no renuncie a la derrota definitiva del imperialismo, muestra la vigencia de la trayectoria y el combate de Nahuel Moreno.
Quienes reivindicamos esa trayectoria y nos apoyamos críticamente en sus contribuciones y actualizaciones del marxismo y el trotskismo, como métodos y guías para la acción revolucionaria y para apreciar la realidad tal cual se da, seguimos empeñados en ello. Sirva este nuevo aniversario para ratificar esa voluntad revolucionaria por la causa de la clase obrera y llamar a las nuevas generaciones que salen a la lucha, a tomar esa ruta.
[1] Tierra o muerte. Las Luchas campesinas en Perú. Hugo Blanco. Editorial Siglo XXI
[2] Referencias tomadas de Nahuel Moreno, Esbozo biográfico, 1988.