Irene Idris – 14 marzo 2025

Las destacadas movilizaciones femeninas de los años 70s, vinculadas con huelgas y revoluciones en distintos lugares del mundo, obligaron a los organismos internacionales de los capitalistas a acomodarse y encauzar para encorsetar (asfixiar) la lucha de las mujeres, especialmente la de las trabajadoras.

Eso llevó a que la ONU estableciera en 1977, el 8 de marzo como el «Día internacional de la mujer», despojándolo de su contenido de clase y lucha con el que se originó. 

Desde entonces,  la ONU y El Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas, UNIFEM, entidades representantes de los gobiernos de los países industrializados (imperialistas) y los países oprimidos,  adoptaron el discurso de igualdad de género y la preocupación por integrar a las mujeres a la política, a la dirección de las  empresas y en general al ámbito laboral.

Como resultado, una fecha que surgió de  la protesta y lucha colectiva de miles de obreras por mejorar sus  condiciones de trabajo y contra la indignante situación de la mujer, se convirtiera en una celebración «normalizada» que solo resalta el ascenso individual de la mujer en esta sociedad.

Se abrió paso a una completa banalización de la fecha, donde muchas compañeras trabajadoras perciben este día, como una ocasión para recibir atención superficial y obsequios de sus colegas, como  flores, chocolates y  cumplidos vacíos, así como  memes que refuerzan el estereotipo de la mujer que conviene a esta sociedad.

Pero, desde los círculos del poder mundial esa institucionalización perseguía objetivos mas amplios. Abogar por la presencia de figuras femeninas en el poder político, como ministras, gobernadoras, alcaldesas o presidentas. Ante todo, abrir paso a su potencial como dirigentes de sus bancos, empresas y negocios. En pocas palabras, colocar el potencial femenino al servicio de sus intereses como clase dominante de economía en la sociedad.

Ese feminismo institucionalizado por la ONU, aunque ha generado ilusiones en sectores significativos de la población femenina a nivel mundial, se enfoca en símbolos y en destacar a algunas «prominentes mujeres» presentándolas como indicativo de progreso tanto para las mujeres como para  la sociedad en general. Sin embargo, algunos destacados miembros de gobiernos liberales expresan su inquietud  por los insuficientes avances alcanzados a la fecha:

Según el informe de ONU Mujeres y el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas, publicado en 2024, nos tomará 137 años más eliminar la pobreza extrema en las mujeres. Una de cada ocho mujeres y niñas de entre 15 y 49 años ha experimentado violencia sexual o física infligida por su pareja y hasta el 2092 no se pondrá fin al matrimonio infantil… Asimismo, menos de la mitad de las mujeres participan en el mercado laboral mundial, en comparación con el 72 % de los hombres[1]

Si bien dichas preocupaciones  sobre los avances democráticos y sobre la la discriminación o estigmatización de género, son presentados como necesidades de la sociedad en general, orientadas hacia una “equidad y sostenibilidad”, en el fondo, los objetivos subyacentes son menos altruistas. Los intereses de los gobernantes y los empresarios son económicos y políticos en busca del beneficio de su propia clase en el dominio de los países y la economía:

“Según el Banco Mundial, la desigualdad de género en el mercado laboral cuesta a la economía global 160 billones de dólares en riqueza. Si las mujeres tuviéramos igualdad de acceso a oportunidades económicas, el PIB mundial podría aumentar en un 26%[2]

Entonces, el interés por destrabar los obsoletos obstáculos existentes para la mujer, tiene como objetivo incorporar toda la potencialidad y capacidades de las mujeres al propósito de desarrollar las empresas; los gobiernos que trabajan para ellos y en general, perpetuar el statu quo de la sociedad actual, y evitar que la lucha de las mujeres trabajadoras cuestionen el sistema existe.

Los potentados abogan por la diversidad y “un cambio de mentalidad” porque saben que eso favorecerá a sus empresas, sus negocios y el crecimiento de su capital:

“…donde los accionistas vean que aumentar la participación de mujeres en sus juntas no solo es una buena práctica de gobierno corporativo, sino que nuestras voces, conocimientos y criterios plurales son buenos para el negocio. En esto coinciden las Big 4, las cuatro principales consultoras empresariales del mundo, que, como McKinsey, en su estudio ‘La diversidad importa aún más’, analizó los resultados financieros de 1.265 empresas, demostrando que aquellas con una alta composición de mujeres en cargos de dirección tienen una brecha de rendimiento económico del 39 % superior”.[3]

Esa es la razón de su  limitada e interesada defensa en ampliar los derechos de la mujer y por la cual no pueden, adoptar políticas eficaces que protejan los derechos democráticos, políticos, laborales y sociales de las mujeres en general y mucho menos de las mujeres trabajadoras o de otras minorías oprimidas.

Eso, entre otras cosas, explica por qué las condiciones de vida de las trabajadoras y mujeres de sectores populares siguen siendo tan precarias. La opresión social continúa afectando a millones de ellas en el mundo pues tales prejuicios son utilizados para su mayor explotación económica.

El que la ONU adoptara esa resolución, no significó en la práctica ni representó algún avance, sino un retroceso en el camino, de que miles de mujeres con su protesta y movilización, venían labrando en busca de una profunda transformación de su cruda realidad. Las ilusiones y expectativas de quienes pensaron que el reconocimiento de la ONU sería para mejorar, se estrellaron contra el muro de la realidad de esta sociedad desigual, fundada en la opresión de los débiles y la explotación inclemente de quienes con su trabajo de transformación, producen la riqueza en ella.

Los colectivos y organizaciones feministas

A años luz adelante de esta política de las clases dominantes con su perversa utilización de la reivindicación de la mujer, están los colectivos y organizaciones feministas de clase media que quieren hacer algo. En particular los que logran identificar la hipocresía y doble rasero que se esconde tras el reconocimiento de la ONU. Quienes buscan la unidad y acción como género en protesta contra la violencia, el patriarcado, el machismo y desean mayor libertad y democracia en esta sociedad.

Centenares de activistas y militantes de estas organizaciones han jugado un papel importante en la lucha por los derechos democráticos de las mujeres -decidir sobre su propio cuerpo, despenalización del aborto, la protección contra la violencia de género y la igualdad en el ámbito laboral, etc.-. Son luchas positivas que exigen la más amplia unidad en la acción y movilización, codo a codo, con esas organizaciones y compañeras.

Desafortunadamente, éstas organizaciones y activistas se limitan a protestar y movilizarse contra los efectos nocivos hacia las mujeres y las minorías, sin elevarse a cuestionar a fondo las causas. Sin vincular su indignación e inconformidad en enfrentar este sistema que perpetúa la opresión, la explotación, la falta de libertades y una grosera desigualdad social.

Muchas, al buscar la unidad permanente de mujeres y organizaciones exclusivamente feministas, sin detenerse a reflexionar sobre a qué clase social pertenecen estas mujeres, dejan de lado los intereses distintos de cada clase social y sus distintos sectores. Así, propugnan la unidad de mujeres empresarias -micro o medianas- con mujeres trabajadoras, que son explotadas por las primeras, con la idea de que sus  intereses opuestos se pueden conciliar.

Eso, entre otras razones, ha llevado a la gran mayoría de estos colectivos feministas a dejar de lado, en este 8M, alguna mención importante a las mujeres víctimas de la  violencia extrema, el asesinato y genocidio  en la actualidad, como es el caso de las mujeres del pueblo palestino, que enfrentan el genocidio y la limpieza étnica  del nazi sionismo, con sus catastróficas y devastadoras consecuencias.  (puede leer acá «La mirada sesgada del activismo feminista»)

La limitación central de estas corrientes feministas radica en que no vinculan su lucha por la emancipación de la mujer, a la lucha entre explotadores y explotados. Al no ubicar al sistema capitalista como la raíz del problema, evitan un enfrentamiento de fondo contra ese sistema que es el origen de la opresión y la explotación. En su lugar, en aras de unir a todas las mujeres, dividen a la clase trabajadora y su lucha entre las mujeres y los hombres. Dividen la lucha unitaria contra ese poderoso enemigo común.

Mientras este feminismo no logre vincular sus acciones positivas a una lucha más amplia contra el capitalismo y el imperialismo, sus avances seguirán siendo episódicos y limitados. Sus esfuerzos serán fácilmente cooptados e instrumentalizados por la clase dominante, como demuestra el callejón sin salida a dónde ha sido conducido el feminismo en EE.UU y de los progresistas, en los gobiernos burgueses llamados de «izquierda».

La verdadera emancipación de la mujer no puede alcanzarse sin un cambio radical en la estructura de la sociedad. La lucha contra el machismo y la discriminación debe  entrelazarse con la de la clase social, la clase trabajadora,  que puede acabar con el sistema económico y social que perpetúa la opresión de la mujer y de otros sectores, para garantizar su supervivencia. En este momento pasa por ligarla a la solidaridad con la causa del pueblo palestino, la lucha para detener el genocidio, la limpieza étnica.


[1] https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/los-derechos-de-las-mujeres-no-se-negocian-3433485

[2] Ídem.

[3] https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/juntos-por-las-juntas-3433512

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