José Zapata y Sergio Bernal – 13 diciembre 2021 (Actualizado: 15 diciembre 2021)
La campaña electoral para las elecciones de 2022 ya está en curso. Lo que prima en el panorama político nacional no son las acciones de lucha directa de algún sector de los trabajadores, de los jóvenes, los estudiantes, los indígenas o de los campesinos, sino lo relacionado con las elecciones.
Luego de finalizado el estallido social hay una especie de interludio de calma, así esté salpicado de algunas marchas sin mayor impacto y de algunos enfrentamientos con el ESMAD, protagonizados por pequeños grupos de activistas.
Las multitudinarias movilizaciones realizadas en los meses de abril y mayo de éste año, que como rasgo central caracterizaron el estallido social, así como frenar el paquetazo que venía y demás triunfos alcanzados con él, mostraron un método de lucha y la forma más eficaz de enfrentar al gobierno y lograr conquistas.
Los de abajo evidenciaron un método de lucha para arrancar a los de arriba la solución a sus urgentes necesidades, la acción masiva directa de masas. Salió a la luz que los intereses de la juventud pobre y del pueblo trabajador son opuestos y contrarios a los de este gobierno representante de extrema derecha de los empresarios y potentados y de quienes han gobernado el país por siempre, los capitalistas.
De acuerdo a los hechos, se trató de la lucha de los trabajadores y sectores más empobrecidos de la sociedad, las clases explotadas y oprimidas, contra el gobierno uribista, los partidos políticos y parlamentarios, representantes de los grandes empresarios nacionales y extranjeros, las clases pudientes (banqueros, financieros, terratenientes, comerciantes, industriales, etc.). Se expresó la tan temida lucha de clases y sus sectores. No se trató de un supuesto enfrentamiento entre dos campos burgueses en lucha: el de los “demócratas” contra el campo de los “autoritarios” o “fascistas”. Por el contrario, se trató de una lucha de las clases oprimidas contra la clase de los opresores, los burgueses y los potentados del país.
Esta lucha de los oprimidos se abrió paso y entre varios logros tumbó el proyecto de Reforma Tributaria y a Carrasquilla, su cerebro. Pese a la violenta represión y las maniobras del gobierno Duque, así como de la política completamente conciliadora de las direcciones mayoritarias, tanto sindicales como estudiantiles o populares, centrada no en fortalecer la lucha y profundizarla, sino en tratar de desmontarla y en la disputa por quién sería el interlocutor de una supuesta negociación con Duque o con los gobiernos locales.
Gobierno y partidos políticos de la oligarquía y de la clase media, presenciaron espantados cómo las multitudes perdieron el miedo, salieron a la ofensiva y llenaron calles y plazas con la indignación de amplios sectores de la juventud y el pueblo trabajador. Pero no solo el gobierno de extrema derecha y su régimen asesino y represivo fueron enfrentados, también los demás partidos e instituciones de este sistema económico y social de explotación y opresión capitalista, que con la Pandemia demostró que no puede solucionar cabalmente ningún problema para la mayoría de la humanidad, por mínimo que sea y que hoy en Colombia tiene en sus manos Duque.
Incluso el nerviosismo lo manifestó el gobierno de los EE. UU, pues la clase dominante del país que tienen como aliado estratégico, entró en aguas turbulentas. Por eso, para quitar presión a la olla que amenazó su dominio del país y la estabilidad capitalista, afanosamente se pronunció pidiendo “garantizar la protesta ciudadana” y hablando de la necesidad de garantizar “la paz”.
De allí que ninguno de los partidos políticos de la burguesía ni los movimientos políticos de oposición quiere que se produzcan de nuevo esas masivas movilizaciones ¡Temen que se repita el estallido social! No se atreven siquiera a mencionarlo. A pesar de sus agrias disputas y las diferencias de sus campañas, hoy todos están de acuerdo en algo: ¡Les aterra que se repita una situación similar y salga de nuevo a la superficie la furia de los explotados y oprimidos en lucha! “Una cosa horrorosa, una cosa tremenda” exclamó el banquero y potentado Luis Carlos Sarmiento Angulo, al referirse al levantamiento, en entrevista de la revista Semana.
Es por esa razón profunda que los principales dirigentes, tanto de los partidos de la burguesía como los de oposición –sindicales del Comando Nacional de Paro (CNP), estudiantiles y políticos – han elegido el tranquilo camino de las elecciones. Estos últimos, dicen que así se “continúa la lucha” y que con bastantes votos y un buen número de parlamentarios se allana el camino para obtener nuevos triunfos y defender las conquistas logradas en años y décadas de paros, huelgas y lucha callejera. En los hechos le otorgaron una tregua al gobierno uribista, sin una lucha en serio en su contra.
Eligieron el mismo camino que las direcciones sindicales, gremiales y políticas en Ecuador y Chile ante los estallidos de allá: encauzar la indignación y los reclamos populares a las ilusiones en que redactando una nueva Constitución, caso Chile, y con elecciones se arreglan los problemas. Así, alejaron el peligro para los de arriba y sus gobiernos, conduciendo, al menos en Ecuador, al deplorable resultado electoral conocido.
Al estar dedicados por entero a sus campañas electorales, las más recientes marchas convocadas por el CNP, sin preparación alguna, se caracterizaron por una raquítica participación. Así fueran salpicadas por enfrentamientos de pequeños grupos de activistas con el ESMAD, al margen de los intereses de la población. Protestas que más allá de las diferencias entre sus promotores, al ser hechas todas en clave electoral, no se proponen reorganizar la lucha o golpear en serio la política del gobierno Duque y menos a su régimen represivo. Sólo ingenuos pueden creer el argumento que de las urnas “provendrá el cambio”. A lo sumo será como en el Gatopardo de Lampedusa: “cambiar algo para que todo siga igual”.
Para nosotros socialistas revolucionarios, sin ser abstencionistas, el festín electoral, el parlamento burgués o acceder a las instituciones de esta retaceada democracia burguesa, no son el camino privilegiado para avanzar y lograr soluciones a los graves problemas y necesidades que salieron a flote en el estallido social y que padece la mayoría de la población. Las elecciones y ese parlamento burgués podrían ser utilizados por los trabajadores y sus representantes, no como un fin sino como un medio, como tribuna para la denuncia y el llamado a la lucha.
Manifestar esa situación y llamar a reorganizar la movilización para enfrentar al gobierno con la huelga y la protesta, serían los ejes de nuestra campaña electoral si no estuviéramos impedidos de realizarla como consecuencia de los límites antidemocráticos establecidos por la Constitución de 1991.
Cambió la situación
Todos los partidos y movimientos políticos, de derecha o de izquierda, de la burguesía o de la pequeña burguesía, lograron sacar de las calles el proceso de indignación y furia para encauzarlo hacia la confianza en las elecciones y demás mecanismos e instituciones de esta democracia recortada y corrupta. En consecuencia, lo electoral es lo que prima hoy en la coyuntura política.
La relación de fuerzas entre las clases (entre el gobierno y los trabajadores, incluidos los sectores populares) de momento cambió. No de blanco al negro. Asistimos a un cambio respecto al que había durante el estallido social. Hoy es una situación donde las masas pobres, los trabajadores, los indígenas y la juventud, están a la defensiva con relación al gobierno y al imperialismo. Los grandes empresarios (la burguesía) aprovechan ese cambio operado en la situación, para recuperar sus ganancias sirviéndose del desempleo y los inmigrantes, para intensificar la productividad del trabajo sin contratar nuevos trabajadores, reducir la calidad y elevar los precios de las mercancías, así como descargar los efectos de la devaluación del peso, sobre los hombros de los consumidores, etc.
Aprovechan que esa capacidad de consumo se mantiene en las capas más altas de la clase media y que se acerca la temporada decembrina para incentivar las compras y el endeudamiento. Como ese sector aún no está al límite, aporta un tapón para impedir que el movimiento popular y los sectores más desfavorecidos vuelvan en la coyuntura a levantarse contra este sistema. Pero dado que los problemas de fondo siguen allí por la aplicación de las políticas del paquetazo que han sido aplazadas, pero no derrotadas, las condiciones de vida y trabajo de las mayorías se agravarán en el futuro. Más allá de este entretiempo, la probable dinámica es que, más temprano que tarde, nuevamente cambie la situación y las masas retomen el camino de la acción directa y asistamos a un nuevo estallido de la ira juvenil y popular.
Pero, mal que les pese a todos, lo sucedido en el país con el estallido social está en el trasfondo y gravita amenazante sobre todas las propuestas electorales que hacen tanto la extrema derecha, la derecha y la izquierda de clase media y reformista. Todas acusan sus efectos. Como botón de muestra basta ver la situación de Duque, del uribismo y del propio Uribe, en la actual campaña. Es notorio el franco retroceso y creciente desprestigio del uribismo, que anuncia las tremendas dificultades que tiene este sector de la burguesía, para ganar de nuevo la presidencia. Esa realidad y las dificultades que acusan los demás partidos burgueses (de derecha) para tener candidato presidencial, revela otro triunfo indirecto del estallido social, expresándose en la campaña electoral así sea de manera distorsionada.
A causa de ello, la mayoría de los candidatos dicen representar «el cambio”, hablan de “honestidad”, “dignidad”; del cambio climático, hacen discursos gaseosos y algunos prometen gobernar de forma humanitaria y frases similares etc. Como una expresión indirecta del estallido social y en irónica paradoja, Duque, el candidato uribista Zuluaga y Juan Carlos Echeverry del partido Conservador de manera astuta hablaron de un salario mínimo de un millón de pesos y aumentarlo un 10%, mientras los candidatos “progresistas” mantuvieron un vergonzoso silencio.
Ni los del “Centro”, ni Petro colocaron como lo principal de su campaña el aumento del salario mínimo. Tampoco el rechazo los bajos salarios, que están acompañados de un desempleo alarmante, con mayores jornadas de trabajo, empleos temporales y atropellos a los inmigrantes. No denuncian el aumento de la desigualdad social, la creciente miseria, la realidad de una vacunación que no avanza mientras los nuevos brotes de la pandemia siguen cobrando vidas; y la violencia no da tregua, etc. Evitan referirse a las urgentes necesidades que sufren los más pobres: desempleo (casi 14%), carestía y alto costo de la canasta familiar (carne, huevos, papa, aceite, etc.), que aumentó cerca del 30%, expresión de las movidas de los empresarios por recuperar sus ganancias, que ha llevado al incremento mundial de la inflación.
Menos aún se detienen en la situación de los pobres que son cada vez más numerosos y están peor, mientras los ricos –incluidas algunas capas de clase media- son cada vez más ricos y menos numerosos. Según el último boletín del Banco Mundial (BM) en Colombia producto de la pandemia hay 3.600.000 nuevos pobres que no pueden cubrir sus necesidades alimentarias básicas. Colombia es el país más inequitativo de la OCDE y el segundo de América Latina. Más de 21 millones de colombianos viven por debajo de la línea de pobreza y 7.5 millones viven en la miseria o pobreza extrema.
Las campañas
Todos los partidos están en campaña. Los trabajadores y la juventud tienen ante sí un panorama con un número increíble de candidatos presidenciales; cónclaves, conferencias, foros, eslogans, abundantes en promesas de renovación, cambio. La mayoría se muestra como opción alternativa y diferente. Pero si se mira con atención, todos tienen algo en común: ninguno de ellos tiene como eje de su campaña mencionar los reclamos del levantamiento popular. Algo que es lógico esperar de partidos y candidatos de la extrema derecha y de la derecha burguesa.
Sin embargo, las campañas que se presentan como democráticas y progresistas no escapan a esto: ninguno de ellos llama o propone a la juventud y el pueblo pobre, repetir y ampliar lo ocurrido durante el levantamiento popular iniciado el 28A. Todos quieren ocultar lo que realmente ocurrió y permitió los triunfos alcanzados: El estallido social y las multitudinarias e inéditas movilizaciones. Sus campañas lo ocultan buscando precisamente que no se vuelva a repetir.
Por un lado, están los partidos de la burguesía. Tanto los de extrema derecha (el uribismo y las iglesias que le son afines), como los de derecha: el partido de la U, Cambio Radical, el partido Liberal y el Conservador, los pastranistas, etc. Por otro, partidos burgueses que se presentan como de centro, la Coalición Centro Esperanza que agrupa a algunos liberales (santistas), junto a partidos y políticos expresión de la burguesía media y pequeña (Fajardismo, Partido Verde y Dignidad-MOIR).
Todos dicen no representar continuismo alguno, pero cuentan entre sus filas a dirigentes y candidatos todos “ex”-funcionarios del establecimiento. Personajes que han sido ministros, alcaldes, gobernadores, parlamentarios, etc. durante todos los anteriores gobiernos (uribistas, pastranistas, santistas, gaviristas, samperistas, etc.). Sin embargo, sería de necios desconocer que entre ellos tienen importantes diferencias y hacen distintas propuestas. No obstante, son diferencias entre partidos y candidatos de una misma clase social: la de los empresarios. Distintas expresiones políticas de distintos sectores de una misma clase. Grandes, medianos o pequeños, pero empresarios al fin. Es decir, políticos y partidos de la burguesía y la pequeña burguesía.
Como expresión de esta última capa social, en la disputa están los políticos y movimientos que se presentan como alternativos, progresistas y democráticos, el Pacto Histórico liderado por Petro, (Colombia Humana, Congreso de los Pueblos, Partido Comunista, Comunes, la Unión patriótica, PTC, etc.), que hoy aparece como eventual ganador de la presidencia. Hablan del medio ambiente, de energías limpias, prometen algunos cambios y aseguran que a pesar de la violencia política que cada día padece la población bajo este sistema de desigualdad social, es posible vivir en “paz”. Se presentan como de “izquierda” y dicen que, con algunas reformas y poco a poco, los aspectos más irritantes del sistema capitalista se irán arreglando. Prometen un futuro mejor sin cambiar las raíces de este sistema económico y social. Eso explica que las simpatías de Petro y sus allegados por Biden. Son producto de su afinidad con el Partido Demócrata de los EEUU, uno de los dos partidos del imperialismo yanqui.
A pesar de ello, sería necio también no reconocer que están electoralmente enfrentados pues tienen importantes diferencias con los políticos y partidos tradicionales del establecimiento. Tanto de extrema derecha como de derecha. Y con los que se presentan como de Centro. Pero, sería una tremenda confusión perder de vista que se trata de diferencias y pugnas, en el marco de los intereses de la misma clase social, la de los propietarios de empresas y negocios. Más allá de las fábulas propaladas por la extrema derecha, Petro y su campaña no expresan los intereses de los asalariados o del pueblo pobre, en una supuesta lucha contra los intereses de los empresarios y la burguesía del país. Se trata de diferencias electorales y enfrentamientos, por agudos que sean, de distintas expresiones políticas de medianos, pequeños y hasta de grandes empresarios emergentes. Interesados, por supuesto, en desplazar a los tradicionales representantes políticos de los empresarios. Con quienes siempre han manejado el país y se han beneficiado de ello. Interesados además, en ser “socios” privilegiados de las trasnacionales de los gringos y otros capitales extranjeros. Disputas entre distintos sectores de la burguesía y de la pequeña burguesía, urbana y rural (esa misma razón es la que explica que las guerrillas también estén actuando, a su manera, en clave electoral).
Como son disconformidades dentro de la misma clase social, se dan en el contexto de acordar en la defensa del capitalismo. Más allá de que tengan o no seguidores y votantes entre sectores empobrecidos o jóvenes marginales, pues eso es una característica común a cualquier partido burgués o pequeño burgués.
Por su parte, los directivos sindicales en sus distintas versiones (CUT, CTC, CGT, FECODE y los demás sindicatos), ya desde antes de terminar el estallido social, están embarcados en la campaña electoral. Como sector que vive en un mar de privilegios y algunos son empresarios desde hace tiempo, desde hace años son aliados de los gobiernos locales. Por eso se identifican con las campañas democráticas o progresistas que interpretan sus intereses como capa completamente pequeño burguesa («aburguesada» dice la base), enquistada en las organizaciones obreras y de trabajadores. Hace años, sus cargos directivos no están al servicio de los intereses de sus bases, es decir de la clase, sino de los intereses particulares que como casta defienden conciliando y defendiendo el statu quo.
Directivos que, en un solo coro, hacen campaña y se dirigen a los afiliados de los sindicatos, abanderando sus reivindicaciones, para ganarlos como votantes y a los jóvenes y estudiantes con el fin de convertirlos en “emprendedores”, es decir micro empresarios, para integrarlos al sistema (capitalista) como sus servidores. Con constantes llamados al pacifismo y previa condena a la violencia en general y a las “acciones vandálicas”, igualando estas con la violenta represión estatal. Así, tratan de canalizar la indignación, las inquietudes sociales o anhelos de cambio para desviarlas hacia la institucionalidad burguesa y a la tarea de conseguir votos.
No obstante, los jóvenes y trabajadores con mentalidad abierta y crítica tienen la posibilidad de analizar esas campañas electorales a la luz del papel que cumplió cada candidato, movimiento y partido, ante el pasado estallido social.
¿Qué posición tuvieron los actuales candidatos ante el estallido social?
¿En qué orilla se ubicaron los políticos de extrema derecha (uribistas) frente al estallido social? ¡Lógicamente, estuvieron en contra y con Duque! Pero ¿en qué orilla estuvieron los liberales, los conservadores, de la U., los de Cambio radical? ¡También en contra! Todos cerraron filas en apoyo al gobierno. Condenaron la movilización, los bloqueos y la violencia de algunos manifestantes. Mientras pedían mano dura para aplastar la protesta, guardaron silencio ante la violencia y asesinatos del régimen y respaldaron las acciones armadas de los “camisas blancas”, la “gente de bien”.
Por otro lado, y sin ignorar sus diferencias, ¿en qué orilla se ubicaron los políticos y partidos de la Coalición Centro Esperanza que se presentan como opción de cambio y partidarios de la “paz” -Verde, Dignidad–MOIR, Liberales santistas y demás-? ¿No corrieron a la Casa de Nariño apenas los convocó Duque?
Y ¿Qué política tuvieron los dirigentes sindicales y gremiales relacionados con estos partidos, dentro del CNP? En medio de llamados a marchas pacifistas, a cuenta gotas y sin definir un Plan de Lucha en serio, se enredaron redactando un Protocolo de tratamiento de la Protesta social, que después Duque les tiró en la cara mientras no condenaran los bloqueos. Luego, liderados por los representantes de Dignidad-Moir, lo hicieron: condenaron los bloqueos a secas. La violencia del Estado y los manifestantes por igual, e ilusionaron a sus seguidores en una negociación con Duque. Al lograr doblegarlos, Duque les dio un portazo en la nariz.
Estos dirigentes con esa política conciliadora ayudaron a desgastar y desactivar la protesta. Y lo más grave, al negarse a convocar a sus afiliados de los sindicatos que dirigen, a parar sus labores, a la huelga general y a entrar a liderar la protesta, la debilitaron más. Con excepción del paro del magisterio, ningún otro sector de trabajadores fue convocado a detener sus actividades. De hecho, esa política ayudó a Duque y su gobierno a ganar tiempo, desgastar y desmontar el estallido social.
Por otra parte, es un hecho que los partidos y movimientos integrantes de Colombia Humana que lidera Petro se ubicaron del lado del levantamiento social y popular. Ante lo cual es obligado preguntarse: ¿su política y métodos de lucha estuvieron dirigidos, en lo fundamental, a fortalecerlo y extenderlo? ¿Colocaron a los activistas juveniles que influencian al servicio organizar y fortalecer las multitudinarias manifestaciones y concentraciones, las acciones de masas?
No. La política de los dirigentes de las principales organizaciones que la conforman (PC, Congreso de los Pueblos, UP, etc.) no estuvo centrada en concentrar la energía de los activistas jóvenes a las grandes movilizaciones. Disiparon esa importante combatividad en acciones aisladas contra el ESMAD y el ejército (la llamada primera línea). Y dado que estaban en minoría al interior del CNP, además de no fortalecer la lucha de masas, desarrollaron una competencia con esta dirección, en quien ganaba espacios de diálogo con el gobierno nacional y con los gobiernos locales. Bajo el argumento «no nos representan«, enfocaron sus ataques en ese organismo, lo que dividió el frente de lucha. Así, con esa política, métodos elitistas y divisionistas, debilitaron la protesta. Y al igual que el CNP, se negaron a convocar a los afiliados de los sindicatos que dirigen, para que pararan y encabezaran el levantamiento social.
Sus esfuerzos se centraron en acciones de grupos elitistas y en las denuncias de tipo humanitario. Todo al servicio de su política de “paz”. Es decir de ambientar los diálogos y acuerdos con las guerrillas. Además de esparcir confianza y delegar las tareas democráticas en organizaciones defensoras del stau quo, al servicio de los gobiernos capitalistas y del imperialismo como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
El papel de quien aparece como virtual ganador de las elecciones, el líder del Pacto Histórico, Gustavo Petro, merece especial referencia. Más allá de que la extrema derecha lo acuse de representar una “izquierda radical, de “comunista” y como “artífice” o instigador de la protesta y fábulas similares, si nos atenemos a los hechos, la realidad fue y es, muy diferente.
Petro llamó en varias ocasiones a levantar la protesta. A sólo cuatro días de iniciado el levantamiento declaró: “pensando en recuperar la paz social y el predominio de la vida desde la economía para recuperar confianza en los mercados del mundo… le pido al Comité de Paro reorganizar la movilización” (Video Youtube – 5 de mayo 2021). Todas sus “alocuciones” estuvieron dirigidas a enfriar los ánimos del levantamiento popular en vez de buscar fortalecerlo. Se pronunció contra la violencia en general, no la del Estado. A la vez que pidió, una y otra vez a los jóvenes, que levantaran los bloqueos: “creo que hay que dejar las barricadas como forma de lucha y pasar a la movilización…pacífica”, declaró.
Y lo más importante, ¿Cuál fue la política de quien hoy declara que su objetivo es “derrotar el uribismo” con votos? Quien para aparecer como un demócrata cabal, desde su curul en el parlamento, usando a plenitud las redes sociales y desde actos públicos que realiza a plena luz del día, afirma que vivimos bajo el “fascismo”: insistió y llamó a no impedir que Duque terminara su mandato, justo cuando las masas llenaban las calles de las principales ciudades del país.
Condenó vehementemente que se pretendiera tumbarlo. Afirmó que si Duque caía nada cambiaría. Declaró: “Hay quienes dicen que no hay que hablar con Duque sino tumbarlo. Si Duque cae, lo reemplazará Martha Lucía la de la operación Orión… nada cambia; y si caen todos, llegarán los militares, no habrá el cambio en Colombia…No habrá elecciones en el 2022 (Alocución del 16 MAYO, 2021). Paradójico, por decir los menos, que quien hoy declara como tarea electoral privilegiada “golpear o derrotar al uribismo”, sea el mismo líder político que se empeñó en que no se lo derrotara con la lucha directa, la acción y movilización callejera. La falacia de semejante argumento se hace evidente. Sería de mucha ingenuidad caer en semejante patraña y prestarse como ayudante oficioso del petrismo para embaucar a jóvenes y trabajadores incautos.
En suma Petro con todas estas organizaciones y líderes, en vez de impulsar la protesta estuvieron buscando desinflarla y quitarle fuerza desde dentro de la misma. Así permitieron que Duque y su gobierno recuperaran la iniciativa.
Es bajo la lente de esa experiencia, de la postura de partidos y políticos ante el estallido social, que los activistas jóvenes y trabajadores pobres, con consciencia, pueden juzgar los actuales discursos de los candidatos y sus frases rimbombantes o promesas de campaña.
¿Qué se discute en las elecciones?
Las elecciones son el terreno de las frases, los discursos, la publicidad engañosa, las verdades a medias y las promesas que nadie puede obligar a cumplir. Es lo contrario de la lucha o acción directa, pues los discursos o promesas se pueden lanzar al viento y no significan compromiso alguno. Por eso, es el terreno menos favorable para los trabajadores y el predilecto de los políticos de la burguesía y la pequeña burguesía. Esperar con las elecciones, cambios de fondo e importantes, en las condiciones de vida o trabajo de la población, no pasa de ser una vana ilusión. Al menos eso dicta la experiencia.
Sin embargo, las preguntas que se hacen los trabajadores, los jóvenes, los estudiantes o los activistas en una campaña electoral son: ¿Quién debería gobernar el país? ¿Quién debería ser el presidente? o ¿Quién debería ser elegido para legislar en el parlamento?
A esas preguntas ¿Qué respuestas presentan los distintos partidos y movimientos?
La extrema derecha burguesa (uribismo y afines), pesar de evidenciar un tremendo desprestigio y retroceso, pues con el estallido social el odio al uribismo creció entre la población, responde que deben seguir gobernando ellos. Manteniendo el statu quo y así garantizar que los empresarios puedan seguir sacando ganancias producto del trabajo ajeno. Garantizar el orden y la disciplina social, para que la rueda de la entrega del país, la explotación, la opresión, la desigualdad y la violencia contra los desposeídos, siga girando.
Los partidos y políticos de la oligarquía y los capitalistas que han gobernado el país responden que sus representantes deben gobernar y si la gente protesta, responder con mano de hierro. Por eso, presentan candidatos, como Zuluaga, que ofrecen seguridad y orden para la gente de bien. Es decir, para los grandes empresarios capitalistas (banqueros, ganaderos, terratenientes, comerciantes, industriales, etc.) y las trasnacionales con que trabajan asociados. E impunidad a los militares, paramilitares y narcos, para seguir sacando sus inmensas ganancias a sangre y fuego.
Con algunos matices, algo similar plantean los partidos de la derecha burguesa como Cambio Radical, La U, partido Conservador y la derecha liberal, o el empresario Rodolfo Hernández, nueva versión de «Trump» criollo o las iglesias cristianas. Todos apuestan por una salida que les garantice estabilidad y evitar ser desestabilizados por la protesta. Lo que llaman zozobra y caos cuando las masas salen a luchar. Un gobierno y parlamento que no represente para ellos un “salto al vacío”.
Las otras opciones de grandes y pequeños burgueses, de clase media, como la Coalición Centro Esperanza, que se presentan alternas y contrarias al uribismo. Proponen un bloque político de partidos de distintas clases sociales aliados, que tengan una sola cosa en común: ser anti-uribistas y estar a favor de la «paz». Siguen utilizando los legítimos anhelos de paz y tranquilidad existentes entre la población, asegurando que si se negocia un armisticio con las guerrillas –como se hizo con el M-19, EPL o recientemente con las FARC- se conseguirá “la paz” para todos los colombianos. Responden que la violencia sigue sólo porque Duque se negó a implementar los acuerdos con las FARC.
Pero todos, matices más matices menos, quieren ganar el gobierno y mayorías en el parlamento, para sacar adelante las reformas laboral y pensional regresivas y el conjunto del paquetazo antipopular por el que claman hace rato los empresarios y que estallido social frenó en seco.
Ésta en el fondo es la misma política y “programa” electoral, por paradójico que parezca, de quienes la oligarquía califica como la izquierda, el Pacto Histórico liderado por Petro. Su propuesta electoral es tímidamente democrática en el terreno político, ante lo que denominan “fascismo”. Y limitadamente “progresista” con propuestas meramente liberales en el terreno económico y social. Fuerzas que ante un posible paquetazo futuro, a lo sumo querrán conciliarlo en el parlamento buscando reformas, antes que tratar de derrotarlo.
También argumentan que la salida a la crisis y a las necesidades más apremiantes de la mayoría de la población, se resolverían con un bloque político de distintas clases sociales, que colabore entre sí, con el objetivo común de derrotar al uribismo… y como ya se planteó arriba, nada más que con las elecciones y para nada con la lucha de masas directa.
Petro y su movimiento Pacto Histórico focalizan la indignación y repulsa de los jóvenes activistas a los corruptos políticos de la oligarquía tradicional, sólo contra el sector de extrema derecha de la burguesía, el uribismo. Nada más. Proponen un bloque de colaboración de clases, Con ese fin supremo de “derrotar” electoralmente al uribismo, dicen, unirse a otros sectores burgueses que tengan la “virtud” de ser anti uribistas. Definen como urgente necesidad que jóvenes y pueblo pobre se sumen a ese campo burgués al que califican como progresivo, porque opone al otro sector burgués, de extrema derecha, encabezado por políticos de los empresarios (grandes y pequeños) que estén por la paz y prometan ser “democráticos y progresistas”.
Llaman a los jóvenes, trabajadores asalariados y al proletariado, a sumarse a la cola de ese bloque político. Su tarea, dicen, es que jóvenes y trabajadores pobres, se unan políticamente a los «burgueses progresivos». Propuesta impulsada entre sus afiliados y seguidores, por muchos burócratas sindicales y activistas estudiantiles, cuyas ilusiones en la democracia burguesa, sus instituciones y la Constitución del 91, son su nueva “religión”.
Presentan como nuevo el viejo argumento de ¡derrotar al uribismo…con votos! Ya lo usaron para ganar a maestros, estudiantes y trabajadores a votar por Santos en la segunda vuelta. Dijeron que así se podría “derrotar al uribismo”. Y el uribismo siguió ahí… en el gobierno y en el parlamento. Lamentablemente, hoy muchos activistas jóvenes y trabajadores honestos, olvidan eso o no les importa.
Lo cual les lleva a graduar de políticos progresistas a rancios representantes de la oligarquía y del establecimiento como Roy Barreras, Benedetti, Velasco y hasta pastores retrógrados de las iglesias.
Hoy, Petro y los dirigentes del Pacto Histórico, que empezaron argumentando, que formando parte de ese campo burgués progresista se podría lograr la paz y vendría el cambio, profundizan su giro hacia la derecha defendiendo el coqueteo con uribistas como Luis Pérez ex Alcalde y ex gobernador, famoso por justificar la masacre de la operación Orión. De acuerdo a Petro, algunos uribistas enloquecieron y ahora buscan una alianza con Petro para… “derrotar al uribismo”.
Está más claro. Para quien lo quiera y lo pueda ver: la respuesta de Petro a la pregunta de quién debería gobernar el país, es un bloque político burgués y pequeño burgués, liderado por empresarios emergentes, políticos viudos del poder y carreristas, que él acaudilla. El Pacto Histórico, es un acuerdo completamente hipotecado a los intereses de políticos burgueses reaccionarios como Barreras, Benedetti y hasta de extrema derecha como la iglesia de Saade y acompañados de cerca por uribistas como Pérez. ¿Dónde está lo “progresivo” de este bloque electoral, que según Petro y sus aliados debe ser seguido a ciegas por estudiantes, jóvenes activistas y trabajadores que anhelan golpear al uribismo y quieren cambios?
Queda al desnudo la supuesta postura democrática y progresista de estos políticos de la pequeña burguesía, para quienes en su objetivo de ganar las elecciones vale todo, incluso el aminorar sus críticas al uribismo y hasta sus propias banderas reformistas.
Una alternativa independiente desde el punto de vista de los asalariados
Pero desde el punto de vista de los trabajadores, la clase obrera y de su lucha, debería existir otra respuesta a la pregunta de quién debería gobernar: una campaña electoral totalmente independiente de esos partidos y políticos oligarcas, y también los de la pequeña burguesía emergente. Una campaña con candidatos y programa que respondan claramente, que la clase obrera es la clase que debería dirigir el país y que la lucha directa es el camino para lograrlo. Si los dirigentes sindicales y políticos de los trabajadores quisieran, la juventud y el pueblo trabajador podrían tener una propuesta electoral de su propia clase, como referente para los de abajo.
Por años, en Colombia todos los dirigentes sindicales y de los partidos que se reclaman del “pueblo”, de izquierda o progresistas, han buscado lo mismo que hoy de nuevo promueven junto a Petro: que los trabajadores voten y hagan campaña uniéndose a lo que definen como el campo burgués progresivo. Se han esforzado en practicar la vieja política de los llamados frentes populares diseñada por los partidos estalinistas, (Partidos Comunistas) que condujo a catastróficas derrotas en varios países del mundo. La nefasta política de lograr que los ratones crean que algo cambiará en sus vidas si votan por sus enemigos los gatos, pues estos les prometen que “serán democráticos y progresistas”.
Trabajar para embaucar a los trabajadores, la juventud y los pobres a servir de caudal electoral y para que carguen ladrillos a algún partido de la oligarquía o movimiento de colaboración de clases, liderado por la burguesía. Sistemáticamente se han negado a luchar para que los trabajadores, los maestros, los obreros o la juventud luchadora se expresen de una manera políticamente independiente.
De acuerdo a la experiencia del estallido social ¿no es muy importante una alternativa electoral liderada por quienes protagonizaron la lucha y no por quienes se opusieron o quienes trabajaron para desactivarla? ¿Una opción de lucha, propia de los de abajo, de las clases explotadas y oprimidas?
Una campaña electoral que quitara la venda puesta en los ojos de los trabajadores y el pueblo pobre por quienes les ocultan que la movilización y la protesta del levantamiento popular, fueron el método que consiguió enfrentar al gobierno, a su régimen asesino y arrebatarle varias conquistas. Que la lucha directa es la única vía para lograr los cambios. Una campaña electoral remarcando que la acción multitudinaria de masas demostró que si se puede. Que para avanzar se necesitan nuevos y más profundos levantamientos como ese.
Si se lo propusieran, los dirigentes que se reclaman luchadores, de izquierda y hasta marxistas, ante las elecciones podrían realizar una campaña para recalcar que, para conseguir las soluciones a las graves necesidades y problemas que afectan a los de abajo, es imprescindible repetir, mejorado y ampliado con la huelga de los obreros y sus métodos de lucha, el estallido social que se protagonizó a partir del 28 de abril (28A). Una opción electoral que recoja esas banderas y explique la necesidad del liderazgo de la clase obrera y sus métodos de lucha, contra la opresión y la explotación capitalista, sea esta nacional o extranjera.
Presentar así una opción política electoral de clase, que represente a los asalariados y al pueblo pobre. Que se propusiera agitar un programa de independencia política para la clase obrera y el pueblo trabajador. Que insistiera en que no hay tarea más importante para los trabajadores que lograr su total y absoluta independencia política como clase. Como señala el marxismo: los trabajadores “no debemos unirnos [políticamente] ni seguir a ningún [partido] o sector burgués o pequeñoburgués, debemos ser una clase políticamente independiente” y que “la liberación de los trabajadores deberá ser obra de los trabajadores mismos”.
La necesidad es construir un partido político propio e independiente de los partidos burgueses y pequeños burgueses. Algo que, en su momento, se logró en Brasil y en otros países, donde la clase obrera construyó una organización independiente de los partidos de la burguesía un partido político propio (el Partido de los trabajadores -P.T.), así fuera un partido dirigido por reformistas e independientemente de su evolución posterior a la defensa cerrera del capitalismo.
Un programa de independencia política de clase
En consecuencia, sí existe la posibilidad de una respuesta diferente a la pregunta de ¿Quién debería gobernar el país? En vez responder como hacen Petro y la mayoría de las campañas de oposición, que lo mejor es unirse a los politiqueros profesionales de la oligarquía -los Fajardos, Gavirias, Roy Barreras, Velascos, Benedettis, etc.-, es responder que el país debería ser gobernado por quienes, con su trabajo, esfuerzo e inteligencia, producen toda la riqueza y los bienes existentes: la clase obrera, los asalariados de la ciudad y el campo. Pues son ellos quienes realmente tienen la posibilidad de sacar el país de la actual crisis, hambre y descomposición social en el que está inmerso.
Un programa que llame a los trabajadores a romper políticamente de una vez por todas, con los partidos políticos tradicionales de la burguesía (liberal y conservador) y con el reciclaje de estos partidos (Uribismo, Cambio Radical, Partido de la U, Coalición Centro Esperanza, etc.). Y no seguir cayendo en la trampa de los partidos “nuevos” como los Verdes que ya mostraron en Bogotá y Cali, a donde conduce su timorata política de tratar de limpiar de corrupción al capitalismo y administrarlo bien para hacerlo más humano. U otras organizaciones y movimientos similares (Colombia Humana, Congreso de los Pueblos, Polo, U.P., Partido Comunista., ex Farc, etc.), que quieren volver a llevar a los trabajadores y pobres al mismo callejón sin salida que lo han llevado los Verdes. Esos partidos, expresión política de la pequeña burguesía, no pueden representar los intereses políticos de la clase obrera y el pueblo trabajador.
El trotskismo gracias a su vinculación a una organización internacional obrera y revolucionaria, la corriente fundada por Nahuel Moreno, fue pionero en Colombia en la lucha contra la posición infantil del abstencionismo. Precursor, además, en presentar ante las elecciones una opción independiente, de clase y socialista. Es decir, en batallar también en el terreno electoral, por el principio de la independencia política de la clase obrera.
Lamentablemente, hoy la mayoría de las organizaciones que se reclaman trotskistas, de manera funesta han abandonado esa política y convertido el principio de la independencia de clase en una frase vacía. La mayoría de los grupos -presas de su nacionalismo-, con una mal disimulada desesperación por tener algún protagonismo electoral, se acercan al Pacto Histórico como el “mal menor” y argumentan que la tarea del momento es con votos críticos “golpear o derrotar al uribismo”.
Al confundir elecciones con unidad de acción democrática -legítima para la lucha directa-, han renunciado a este principio básico. Se unen a las campañas democráticas y reformistas de movimientos de clase media y capitulan a la vieja política estalinista de los Frentes Populares, sobre la base de la teoría de los “campos burgueses progresivos”. Algunos, lo hacen en medio de múltiples vacilaciones, llamando a encabezar una campaña electoral “revolucionaria” a activistas o líderes muy respetables, pero no de los trabajadores sino de clase media y democráticos, como Francia Márquez u otros similares, intentando graduarlos como luchadores de la clase obrera o revolucionarios, lo cual es como “pedir peras a un olmo”.
En esta renuncia a los principios, llaman a sus militantes y seguidores a integrarse al “campo burgués progresivo” y a colocarse a la cola de opciones como la Colombia Humana o el Pacto Histórico liderados por Petro, así sea con críticas parciales. Sin siquiera cuestionar que son bloques políticos de clases ajenas y enemigas de la clase obrera. Bloques políticos de colaboración de clases así sea con la “sombra” de la burguesía y sin algún costado progresivo desde el punto de vista de los intereses del proletariado.
Todo lo anterior, impone la exigencia de agitar un programa y una política centrada en la necesidad de una opción de independencia política de clase. Que represente los intereses y los métodos de lucha obreros y de los sectores más explotados y oprimidos de la población. Que explique la urgencia de darle continuidad al proceso de movilización originado el 28A. Es la opción más vigente y necesaria, más allá de que hoy esté o no en sintonía con la opinión pública dominante.
De nuestra parte, como socialistas revolucionarios reafirmamos que las elecciones y la acción parlamentaria son algo totalmente secundario respecto a la acción de masas y revolucionaria. Algo que debe estar subordinado a la lucha de masas. No puede consistir en una labor orgánica exclusiva. Debe ser para minar desde su interior, no solo al gobierno sino a todo el Estado burgués y al propio parlamento como institución de dominación. Las elecciones y el parlamento no pueden ser el campo de lucha privilegiado por reformas y por el mejoramiento de la situación de los jóvenes pobres o de la clase obrera. Su tarea principal, si se trata de concurrir a elecciones o al parlamento, es la de hacer saltar esta máquina de dominio de la burguesía y destruirla. No puede entonces existir algo más nocivo que ayudar al oportunismo pequeño burgués a estafar los anhelos de cambio existentes en sectores de la juventud o los trabajadores, con la falacia que eso se logrará votando por personajes del establecimiento y redomados políticos burgueses.
La acción parlamentaria para un revolucionario consiste sobre todo en usar esa tribuna para la agitación revolucionaria, para denunciar las maniobras del adversario, para agrupar en torno a las ideas socialistas a las masas y para llamar a la movilización alrededor de las consignas o tareas de la revolución proletaria.
En este caso, sería para utilizar las elecciones como el espacio para agitar la urgente necesidad de articular un nuevo estallido social superior, que se proponga organizar una Huelga General de trabajadores y pobladores, donde primen los métodos de lucha de la clase obrera y una política independiente de todas las organizaciones ajenas a los trabajadores. Que indique la urgente tarea de poner fin a la dominación y entrega del país al imperialismo y al sistema de opresión y explotación capitalista, para construir una sociedad con socialismo obrero y democrático, sin clases, donde primen la fraternidad y la solidaridad entre todos sus miembros.
Esa sería una campaña electoral clasista y una utilización revolucionaria del parlamento
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¿LOS CANDIDATOS “DEMOCRÁTICOS” PROPONEN SOLUCIONES DEMOCRÁTICAS?
Si, por un momento, aceptáramos el argumento de los voceros de la izquierda de clase media, quienes aprovechándose del rechazo existente ante las arbitrariedades del régimen político despótico y autoritario imperante, se postulan como democráticos y progresistas, y dicen que la disyuntiva “fundamental” hoy es un enfrentamiento entre dos campos, ambos burgueses o pequeño burgueses, uno de la “democracia progresista” versus otro, la dictadura del uribismo (que sin rigor llaman “fascismo”), que los graves problemas sociales se solucionarán con más democracia y es crucial derrotar al uribismo, (eso sí, sólo en elecciones y no con la lucha directa de masas), es necesario ver que tan democráticas son sus propuestas:
¿Qué proponen a los trabajadores, a los pobres y a la juventud, los candidatos “democráticos”? ¿Una opción electoral realmente democrática? ¿Una opción que lleve a enfrentar o a luchar contra este régimen autoritario, asesino y excluyente? Veamos.
Ni Petro ni algún otro candidato de los que se presentan como progresistas y demócratas exige como eje político, una tarea democrática mínima, tal como movilizarse por la liberación inmediata de todos los presos políticos que llenan las cárceles de detenidos antes, durante o después del estallido social. Tampoco exigen conformar tribunales populares para enjuiciar y castigar a los responsables políticos de los asesinatos y mutilaciones durante el levantamiento. O de los activistas sociales y de las víctimas de los llamados falsos positivos. Hablan y hablan contra la violencia policial, pero dentro de sus propuestas no existe una sola que indique que lograr una radical reforma que democratice la policía y el desmonte del ESMAD, se conseguirán sólo con la movilización y lucha de masas. Menos la lucha intransigente por la defensa de plenas libertades democráticas, de movilización, asociación, reunión y expresión. No proponen tareas de lucha que busquen la democratización completa de las FF.AA e impongan el derecho de sindicalización para su tropa, la del ejército y todas sus ramas. Tareas que demostrarían que son partidarios de enfrentar y derrotar el régimen político autoritario y asesino, que llaman “fascista”.
En sus múltiples discursos no proponen la manera de conquistar una salud gratuita a cargo del Estado, como reivindicación democrática que entre otras cosas le dé una salida integral al retraso en la vacunación y al problema ocasionado por los distintos picos de la pandemia. Menos, derogar la Ley 100 que instauró la intermediación y privatizó la salud para convertirla en negocio de potentados. O una educación universitaria completamente gratuita y no únicamente la matrícula cero. Ni hablan de cómo luchar por derogar también la Ley 50 y las demás reformas laborales regresivas. O señalar ante la población, un camino de lucha para conquistar la renta básica universal igual a un salario mínimo. O un plan de empleo masivo y vivienda a cargo del Estado, para la juventud y los trabajadores.
Ni mencionan la urgente necesidad de suspender el pago de la deuda externa para destinar esos recursos a la renta básica y a subsidios para el campesinado, la juventud y la población más pobre.
En sus campañas no proponen una tarea democrática básica: la necesidad de una profunda reforma agraria, integral, en el campo, para expropiar a los grandes terratenientes y entregar la tierra a los campesinos pobres, con vías de infraestructura y subsidios para el desarrollo de la producción y la comercialización de sus productos.
Ni siquiera hablan de la otra tarea democrática fundamental: la necesidad urgente de que el país luche por su soberanía nacional. Luchar porque el país no obedezca a pie juntillas los dictados de los gringos con su guerra al narcotráfico y su estela de violencia. Por eso, no dan importancia a la urgencia de batallar por la despenalizar y legalizar las drogas. Tampoco proponen la ruptura de todos los pactos políticos y militares que atan al país a las necesidades de los gringos y del imperialismo yanqui, para impedir que Colombia siga como su peón en sus ataques y agresiones a Venezuela y a Cuba.
Ninguna de estas medidas que los candidatos demócratas y progresistas no plantean, son socialistas. Son solo democráticas. Se trata de ver si realmente se propone a los trabajadores, la juventud y a los pobres de éste país una opción democrática, anti dictatorial y, como dicen, antifascista. Que propongan tareas que permitan conquistar la defensa de las libertades democráticas y con mecanismos concretos para enfrentar la represión y los asesinatos cometidos por los militares y los paramilitares. Con salidas al problema de la pandemia y la vacunación masiva, para convertir la salud en un derecho social y no en una mercancía derogando la Ley 100, o con medidas para solucionar la miseria, el desempleo, los bajos salarios y el hambre. Con la defensa de la soberanía nacional, con la salida al problema de las drogas, con una solución al histórico problema de la tierra en del campo dominado por una secular estructura terrateniente.
Más allá de matices secundarios, todos los candidatos que se presentan como de izquierda (Petro, Robledo, Fajardo, etc.), que dicen que liberarán al país la dictadura uribista y harán un gobierno “democrático”, no plantean ni impulsan medidas efectivas para lograr alguna de las metas democráticas mínimas nombradas. Tampoco medidas sociales concretas que ataquen los graves problemas de miseria, desempleo, violencia y hambre, de la atroz desigualdad social que se ensaña con los de abajo.
A pesar de que hacen discursos contra la dictadura, llaman a confiar en las instituciones de esta democracia retaceada (burguesa). Piden a gritos la aplicación de la Constitución del 91, hecha a la medida de la burguesía, y llaman a confiar en la inexistente justicia, de la cuál incluso son sus víctimas. Hace años están utilizando el parlamento con el argumento de “así se lucha” por reformas, sin que puedan mostrar que han logrado conquistar algo significativo, pues en la mayoría de los casos son cambios que sólo pueden lograrse con la lucha y la movilización callejera y revolucionaria.
Dado que esas tareas democráticas solo son posibles de conquistar cabalmente con la lucha de la clase obrera y erradicando las causas que hunden sus raíces en el capitalismo semicolonial, allí está la explicación de que ninguno de los candidatos y políticos progresistas proponga medidas, ni tibias y menos de fondo, para atacar al capitalismo o a la propiedad privada capitalista. Petro y todos los demás se declaran abiertamente defensores de la propiedad privada y del sistema capitalista y por eso pretenden lograr un capitalismo progresista, a pesar del evidente fracaso del similar ensayo en Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Argentina, Bolivia, Brasil, etc.
Por todas las razones anteriores, por lo que hacen y por lo que no hacen, es que se puede afirmar que solo un gobierno de los trabajadores y el pueblo pobre puede liberar al país del dominio extranjero y atacar las causas de fondo de la desigualdad, la miseria, la opresión, la violencia estatal y la explotación. Y es la razón por la cual sería totalmente válido y posible proponer que, ante las elecciones, los trabajadores y el pueblo pobre que claman por cambios, tuvieran una opción de independencia política de clase, que represente no los difusos intereses del pueblo en general, sino los intereses de las clases trabajadoras, de los que producen toda la riqueza que existe en la sociedad y de los sectores más oprimidos y explotados. Que señale que un cambio real para los de abajo sólo provendrá de un gobierno de la clase obrera y sus aliados del pueblo pobre.