Hoy en día, conmemorar la Revolución Rusa puede parecer extraño o inútil a jóvenes o trabajadores. Sin embargo, una buena parte de ellos, en particular quienes viven de su salario, perciben que su vida y condiciones de trabajo no marchan bien. A diario enfrentan una realidad de dificultades y serios problemas, sobrevivir con un sueldo que no alcanza para llegar a fin de mes, sin un empleo digno, una salud adecuada, viviendas insalubres, sin poderse educar y en riesgo de caer víctimas de la violencia que campea por doquier.
Muchos “…sienten que la sociedad en que viven es horrible y quieren que cambie”, como dice un articulista.
Piensan que su realidad podría cambiar colocando mejores personas en los gobiernos, votando por nuevos políticos que prometen ser honestos y aseguran que tomarán medidas para aliviar la desigualdad social y alcanzar tranquilidad y ‘paz’.
En pocas palabras, cifran sus esperanzas en que, votando por alguien diferente,su vida cambiará. Tienen ilusiones que, con algunos ajustes y pequeños correctivos, de a poco, las cosas se arreglarán. Luego, con los días, los hechos les demuestran, que la mejoría esperada, en vez de acercarse, se aleja. Esas ilusiones son reforzadas, a diario, por los grandes medios de comunicación, los políticos de todo el espectro, los dirigentes sindicales, la “izquierda” reformista y ex-guerrilleros, que pregonan que no hay opción distinta a buscarse un lugarcito en esta sociedad y tratar de sacar provecho. Atrapados todos, en que no hay ninguna alternativa distinta a este tipo de sociedad.
Consideran que no hay vida más allá del capitalismo y su democracia retaceada, de derechos sólo en el papel y claramente favorable a quienes tienen la sartén por el mango.
Sin embargo, como la realidad es cruda, golpea y contradice esos relatos, algunos pocos de ellos buscan y buscarán cambios de fondo en la sociedad.
Y ¿Qué tiene que ver la Revolución Rusa con eso?
La Revolución Bolchevique ocurrida en Rusia en octubre de 1917, dirigida por un partido liderado por Vladimir Lenin y León Trotsky, fue eso: un cambio radical y de fondo de la sociedad rusa. Un cambio total en uno de los países más atrasados y más rurales de la Europa de la época. Algo que estremeció los cimientos del sistema de producción y dominación mundial, con grandes cambios favorables a la clase obrera y en las condiciones de vida de los pobres del país y luego, del mundo.
¿Qué cambios?
Significó un tremendo avance en el bienestar general y condiciones de vida de los trabajadores: erradicó el hambre y la miseria en el campo y las ciudades, conquistó empleo para todos y salud, vivienda, servicios públicos y educación, gratuitos y para el conjunto de la población. Puso en manos de los trabajadores los principales resortes de la economía y dio paso al más amplio régimen de libertades democráticas, tanto políticas, como sociales -al menos hasta 1927-, que ha conocido la historia.
Esa revolución demostró a la humanidad que, si es posible una sociedad sin miseria, hambre, analfabetismo, desempleo, violencia, guerras, drogadicción, narcotráfico, ni esclavitud asalariada y sin las lacras de la sociedad actual. El inmenso impulso dado por la revolución rusa a las luchas revolucionarias en el mundo fue innegable: convirtió un país profundamente atrasado en la segunda potencia mundial que ganó la carrera espacial.
Para poder hacerlo acabó con la propiedad privada sobre los grandes medios de producción y de cambio (bancos, la tierra, industria, comercio, recursos naturales, etc.) y con la clase social que los poseía y se lucraba del trabajo ajeno, la clase de los empresarios capitalistas, la burguesía.
El triunfo de la Revolución de Octubre demostró, en los hechos, que la burguesía y el capitalismo sí podían ser derrotados y que es posible una sociedad sin ellos y su capital privado.
Dio los primeros pasos en la construcción de una sociedad completamente diferente, socialista, dirigida por la clase trabajadora. Sus logros y enorme fuerza, provocaron de inmediato el entusiasmo entre las masas trabajadoras del país y más allá de las fronteras rusas. Al mismo tiempo, produjo un gran temor en la burguesía mundial, que nunca imaginó ver amenazado su dominio.
Por esas, entre muchas razones, nosotros reivindicamos lo sucedido en el octubre ruso, tanto en los hechos como en el método: el poner fin a un orden social basado en la explotación del trabajo ajeno y opresión de las minorías y los más débiles. Y hacerlo, por medio de la movilización revolucionaria y permanente de la clase trabajadora y las masas, dirigidos por un partido marxista revolucionario, democráticamente centralizado. Sin la creencia utópica (tan de moda hoy en día), de que algo así, se puede lograr con tibias reformas tramitadas y negociadas con los políticos de los partidos patronales, en los parlamentos burgueses.
Luego de algunos años de retroceso de la revolución en Europa y en la propia URSS (1923-1943), y pese al inicial pacto traidor del gobierno soviético con Hitler, que permitió la invasión de la URSS por los nazis, el Ejército Rojo lograría derrotar la Alemania nazi (1943-45) y, una vez finalizada la II Guerra Mundial, a pesar de los posteriores y negativos acuerdos de reparto hechos por Stalin con los triunfadores imperialistas en Potsdam y Yalta, la fuerza de la movilización revolucionaria de los pueblos del mundo conquistó que en un tercio de la humanidad, se expropiara al capitalismo.
Así, los llamados países de la cortina de hierro (Europa del Este) y China, se convirtieron en Estados Obreros degenerados, donde por años no imperó el dominio de los capitalistas, dando un salto increíble hacia adelante.
A pesar de que en esos países se instauraron regímenes burocráticos, pues sus dirigentes “comunistas” a fin de lograr una acomodada vida de privilegios como casta parasitaria, congelaron en las fronteras nacionales de sus países el proceso abierto y llamaron no a luchar sino a coexistir en ‘paz’ con el imperialismo, el proceso constituyó un enorme avance para la humanidad, la causa de los trabajadores y de la revolución mundial.
El que posteriormente todas esas enormes conquistas sociales hayan sido destruidas por la política de EEUU y demás potencias capitalistas del mundo, quienes supieron aprovechar la ayuda brindada por los gobernantes estalinistas y lograran la restauración del capitalismo en esos países conocidos como “socialistas”, no invalida la completa vigencia del camino trazado por la Revolución Rusa y las posteriores.
¿El socialismo fracasó?
Laos gobiernos estalinistas de la URSS y demás países conocidos como ‘socialistas’, presentaron sus traiciones y su régimen dictatorial como auténtico ‘socialismo’. En aparente paradoja coincidían con los imperialistas en eso. Estos aprovecharon las atrocidades, persecuciones y campos de concentración estalinistas, para desprestigiar la causa de la clase trabajadora y presentarse como representantes de una ‘democracia’, opuestos a las ‘dictaduras comunistas’.
La pérdida de las conquistas logradas para los trabajadores por la gran revolución fue consecuencia de la nefasta política de los gobernantes y funcionarios del nuevo Estado ruso: comunistas-estalinistas, quienes, para defender su vida llena de privilegios, se negaron a extender la revolución, traicionaron varias de las nuevas revoluciones que el ejemplo ruso impulsó (China 1927, Alemania 1933, España y Francia 1936, etc.), así como la monumental traición a la causa del pueblo palestino, cuando Stalin reconoció y armó al estado sionista de Israel (1948). Para derrotarlas, pregonaron que lo mejor era que los trabajadores se unieran con los sectores “democráticos” de la burguesía, en frentes políticos (Coaliciones), contra los sectores más reaccionarios de ésta, en los llamados Frentes Populares. Así, renunciaron a impulsar la revolución en el mundo, planteando que era posible “construir el socialismo en un solo país” y unirse a un sector de los capitalistas para lograr “coexistir pacíficamente con el imperialismo”, en vez de luchar por derrotarlo y destruirlo en forma definitiva. Y para poder imponer esa política contraria a la revolución, inauguraron un régimen policial y dictatorial de Partido Único y el método de calumniar, perseguir y asesinar a los opositores, incluido, por supuesto, León Trotsky.
Esa nefasta política de los partidos comunistas (estalinismo), llevada adelante por más de 50 años y acompañada por los oportunistas, finalmente permitió que a finales de la década de los años 80´s del siglo pasado, los capitalistas imperialistas lograran la derrota de varias revoluciones que estaban en curso (El Salvador, Colombia, Guatemala, Sudáfrica, intifada palestina, etc.) y sofocar el proceso revolucionario mundial. Proceso que culminó en la restauración de capitalismo en la gran mayoría de los países donde éste había sido expropiado, posibilitando la derrota global de las luchas de los trabajadores, destruir sus conquistas y proclamar lo que llamaron el “fracaso del socialismo”.
Trotsky quien, hasta su asesinato (1940) a manos de un militante comunista español entrenado y enviado por Stalin, encabezó la batalla internacional contra esa degeneración burocrática de la URSS y su política contraria a la revolución, analizó y combatió el retroceso del estado soviético bajo el control totalitario del estalinismo, a partir de las contradicciones que generó la usurpación a los trabajadores del poder político y la gestión democrática de la economía, por cuenta de la burocracia gobernante.
Por eso, no solo definió la URSS como un Estado Obrero degenerado. Sino como un Estado en transición. Que transitaría alternativamente, bien hacia el socialismo o hacia la restauración del capitalismo: o la clase obrera derrocaba a la burocracia estalinista mediante una revolución política que devolviera el poder a los trabajadores abriendo el camino hacia el socialismo, pues la “oligarquía burocrática no abandonaría sus posiciones sin combate”, o la burocracia restauraría el capitalismo, para defender sus privilegios.
Finalmente, al la clase obrera no haber derrocado al estalinismo en la URSS, la casta soviética dirigente -a fin de preservar y aumentar sus privilegios- decidió aliarse al imperialismo para restaurar el capitalismo, destruyendo la URSS y demás Estados Obreros burocratizados.
Con esta política, el estalinismo le posibilitó al imperialismo asestar una derrota histórica a la clase obrera mundial y a la lucha por el socialismo.
El triunfo del imperialismo con la restauración del capitalismo en la URSS.
Esa derrota histórica mundial originó un nuevo ciclo histórico favorable a los intereses de las potencias mundiales del capital. A más de 30 años de luchas defensivas, de resistencia por parte de la clase trabajadora y de los sectores más oprimidos de la sociedad.
Como contraparte, a un crecimiento y expansión mundial de las inversiones de capital hacia nuevos renglones como la tecnología y nuevos rincones del planeta (‘globalización’), logrando expoliar y explotar los países “socialistas” dónde no dominaba y lograr obtener una fabulosa espiral de acumulación privada capitalista y, a consecuencia de ello, a un crecimiento inédito de la clase media.
Este boom económico tuvo su primer tropiezo cuando la sobreacumulación de las ganancias de los grandes empresarios no encontró donde seguir reproduciéndose y originó el estallido de la crisis de la economía mundial en 2008.
En síntesis, lo que fracasó no fue ni la revolución, ni el socialismo con democracia obrera, sino el modelo de un Estado Obrero Burocrático que no se proponía expandir la revolución, sino que convirtió esa gran conquista, en una muralla para detener o traicionar las luchas y, así, poder coexistir pacíficamente con el capitalismo-imperialista al persistir en su utopía de construir el socialismo “en un solo país”, la URSS, China, etc., o en ‘medio país’ (Alemania) y en una isla (Cuba).
Los grandes capitalistas del mundo y sus gobiernos aprovecharon el triunfo logrado para destruir la casi totalidad de las demás conquistas que la clase trabajadora les había arrancado en el mundo, bajo el impulso de la revolución rusa, como el llamado “estado de bienestar”, por medio de las luchas y revoluciones del siglo XX.
Además, aprovecharon la ausencia de libertades democráticas y de democracia política, impuestas por los gobiernos estalinistas, para difamar al marxismo, combatir el ‘socialismo’ y la revolución. Lograron poner un signo igual entre libertad y ‘libertad de empresa y de mercado’ y vía del bienestar general. Presentar la ‘democracia liberal’ electoral y de derechos formales, como base inmejorable de abundancia general y paz. Juraron, y convencieron, que el sistema capitalista quedaba como único e incuestionable ordenamiento social posible.
¿La única alternativa es el sistema capitalista y su democracia “liberal”?
Todos los actuales gobiernos y políticos (sean de extrema derecha, derecha o de “izquierda”), cada uno a su manera y con distintas “recetas”, defienden el capitalismo como la única alternativa viable de sistema económico y social para la humanidad.
Pero, a pesar de esa propaganda que hacen a diario, los hechos son tozudos y los males que a diario caen sobre las masas y los trabajadores, son innumerables. Veamos cara a cara la ‘prosperidad’ que brinda esta sociedad:
Calamidades como el hambre y la miseria, la drogadicción y el flagelo del narcotráfico son la norma. Según datos de la UNICEF, cerca de 2’800.000 niños mueren anualmente en el mundo por desnutrición y en 2023 alrededor de 2.330 millones de personas en el mundo sufrieron inseguridad alimentaria grave. 733 millones de personas padecerán hambre en 2024 según la FAO. De la población mundial, cerca de 410 millones de personas (5.1%) está desempleada y 184 millones (2.3%), vive fuera de su país natal por causas como las guerras, los conflictos étnicos y sociales, o el cambio climático (estudio del Banco Mundial). Las crisis sociales y políticas, el racismo y la inflación son generalizadas.
El número de desplazados no es menos desalentador, según ACNUR 5.8 millones de venezolanos, 6 millones de Palestinos, 10.8 millones de sudaneses, 9.7 millones de ucranianos (1/4 de la población total) y 2.3 millones de habitantes de Gaza, se han visto obligados a emigrar a consecuencia de los conflictos y las guerras. Son otros tantos hechos económicos y sociales aterradores en los cuáles podríamos detenernos.
El genocidio de palestinos en Gaza por parte del ejército de Israel bajo la dirección de Benjamín Netanyahu, que cuenta con la financiación y el apoyo incondicional de EEUU y las potencias europeas, muestra otra cruda realidad que brinda este orden social. La defensa de su ‘civilización’ y su ‘democracia’ deja más de 42.000 palestinos asesinados, la mayoría de ellos niños (cerca de 17.000 masacrados, 2.000 niños desaparecidos y otros 7.000 solos o separados de sus familias) y mujeres (más de 7.800), es decir, la mayoría población; más de 2.3 millones de desplazados (un millón de ellos niños); 95.000 heridos y gran parte de la infraestructura destruida (incluido el 67% de los edificios habitables), según datos de Noticias ONU (Mirada global, hechos humanos). A más de la ofensiva del ejército israelí contra Hezbolá, que ya deja más de 2.000 muertos dentro de la población civil en el Líbano (según CNN). En conclusión, destrucción de riqueza y capacidad productiva, en especial la aniquilación de la principal de ellas, la vida humana del pueblo trabajador y de su sustento, la naturaleza.
La guerra desarrollada en Europa entre la Rusia de Putin y la Ucrania de Vladimir Zelenski, con el apoyo de la OTAN, la Unión Europea y EE.UU., no es llevada adelante en interés de sus pueblos sino los de las potencias industrializadas que buscan repartirse el mundo entre sus respectivas trasnacionales y lucrase con ello. Se trata de una guerra de rapiña que, según datos de Legrantcontinent.eu.2024.09.18, acumula más de un millón entre muertos y heridos (635.000 rusos, 480.000 ucranianos) y según BBC Mundo, al menos 50.000 de ellos son soldados regulares rusos y 31.000 soldados regulares ucranianos. Conflicto que amenaza con el peligro de un holocausto nuclear.
Realidad que se profundiza por la persistencia de la crisis económica mundial iniciada en 2008, agravada en 2019 por la Pandemia del Covid-19, manejada desastrosamente por la mayoría de los gobiernos capitalistas y que, convertida en un sucio negocio capitalista, deja hasta la fecha más de 15 millones de muertos directa o indirectamente en todo el mundo, de los cuáles 6,9 millones murieron infectados esa pandemia (datos de la OMS, según BBC News Mundo).
En resumen: guerras, genocidio, crisis alimentarias, drogadicción, hambrunas, avances del armamentismo, y decadencia de una estructura social, que, para las masas y los trabajadores sólo trae hambre, desempleo, miseria, violencia y calamidades descargadas sobre sus hombros, son hechos que desnudan este modo de producción social como una amenaza no sólo para la naturaleza sino para la humanidad y para la supervivencia de la especie humana.
Pese a los fabulosos avances tecnológicos y científicos, este sistema significa la destrucción del hombre y de la naturaleza, pues la utilización de estos avances tecnológicos, no está puesta al servicio del bienestar general de la población como dicen, sino para satisfacer las ansias del lucro y poder, dado que pertenecen a propietarios privados.
En suma, la destrucción de capacidad productiva de la sociedad (Fuerzas Productivas), la naturaleza y, la principal de ellas, el hombre, debido a las mismas causas, es decir, la destrucción del hábitat humano por las guerras y el cambio climático. Lo que aumenta son las guerras, el armamentismo y el militarismo (Fuerzas destructivas).
Esa descomposición del actual ordenamiento económico, social y político de explotación y opresión capitalista-imperialista mundial y las calamidades qué el mismo arroja sobre las masas y los trabajadores, establecen las condiciones necesarias, más que maduras, que hacen urgente poner fin a este sistema a través de la Revolución Socialista, colocada al servicio de la revolución mundial.
Y hacen más urgente que nunca la necesidad de estudiar y aprehender las lecciones de la Revolución Rusa de Octubre y la necesidad de repetir, mediadas las condiciones actuales, los hechos que pusieron fin a la opresión y la explotación capitalista – zarista.
Los hechos muestran que, en el fondo, esta “sociedad es horrible” y señalan la necesidad de reconstruir el camino iniciado por los bolcheviques en Rusia en 1917, aprendiendo de la realidad que solo con la extensión de la revolución a nivel mundial se podrá derrotar al capitalismo y salvar a la humanidad y al planeta de su destrucción.
Pero… ¡la lucha no desapareció!
Los paquetazos y ajustes de miseria impuestos por los capitalistas y sus gobiernos en todo el mundo, para poder recuperar sus niveles de ganancia, así como sus consecuencias sobre el nivel de vida de las masas y de los trabajadores, originaron diversas respuestas de lucha a nivel mundial, tanto de los trabajadores asalariados como de los sectores más desfavorecidos de la población y…resurgieron la lucha de clases y los levantamientos revolucionarios.
Reapareció un camino a seguir, marcado por las luchas de los trabajadores y las masas a nivel internacional para demostrar que el tan cacareado “fin de la historia” y el eterno florecimiento del capitalismo predichos por Fukuyama, luego de la derrota de los procesos revolucionarios mundiales a finales de la década de los 80´s, no eran una realidad tangible:
Primero estallaron Venezuela, Ecuador y Bolivia. Años más tarde, las dos oleadas de luchas obreras y populares revolucionarias ocurridas en Túnez, Egipto, Yemen, Libia y Siria (Medio Oriente y el Magreb – 2010), seguidas en 2012 por las huelgas generales y movilizaciones en Europa contra las medidas de austeridad: España, Portugal, Grecia, Italia y Francia. Y la segunda oleada a partir de 2019, en la cual se producen levantamientos populares de nuevo en Medio Oriente (Líbano e Irak). Fueron los iniciales síntomas de que el tan promocionado mundo de prosperidad y paz social definitiva, eran un cruel espejismo y que a las masas y los trabajadores no les quedaba otro camino para defenderse y sobrevivir, que luchar.
En Francia con la movilización autónoma de los Chalecos Amarillos (2018), independiente de los sindicatos e ‘izquierda’ tradicionales; en 2022 en Kazajistán contra el aumento de los precios de los combustibles; en Irán las protestas contra la dictadura de los Ayatolás, por el asesinato de Masha Amin; en Sry Lanka y en Bangladesh, con auténticas revoluciones que lograron derrocar los gobiernos y poner en fuga a sus presidentes.
En el continente americano, en 2018 se producen levantamientos en Nicaragua y Ecuador; en 2019 en Chile y Colombia (el 21N) y posteriormente el estallido social del 28A (2021) que tumbó al Ministro Carrasquilla, su reforma Tributaria y que puso en jaque al gobierno Duque; en Estados Unidos en mayo de 2020 el estallido y protestas contra el asesinato de George Floyd; Cuba no estaría ausente y estalló con fuerza contra la miseria y la falta de libertades el 11 de julio de 2021, mientras de nuevo en Ecuador en 2022 las nacionalidades indígenas agrupadas en la CONAIE, volvieron a la lucha directa, y en 2023 Perú se hizo presente con el poderoso levantamiento masivo contra el gobierno usurpador, asesino y autoritario, que aprovechó las políticas de ajuste antipopulares y los traspiés de Pedro Castillo, para destituirlo.
Este acumulado de movilización parecía ser un cambio de signo para la realidad adversa abierta en los años 90´s del siglo pasado y mostraba un “horizonte de puños levantados” con el despertar de huelgas obreras, luchas y revoluciones en contra de los planes de ajuste, hambre, miseria y destrucción del hábitat humano, hoy parece tener un tropiezo, debido al ataque de la reacción mundial, que significa la ofensiva nazi-sionista del ejército de Israel contra Gaza, los palestinos y ahora contra el Líbano e Irán.
Contradictoriamente, esta ofensiva ha despertado en todo el mundo, aunque todavía no con la intensidad necesaria y esperada, movilizaciones democráticas en solidaridad con la causa Palestina, que colocan una vez más a la orden del día la necesidad de profundizarlas y la lucha directa de las masas para enfrentar el genocidio y la barbarie sionista imperialista.
Pues el genocidio, las guerras y demás calamidades que el capitalismo imperialista y los gobiernos burgueses arrojan sobre las masas y la clase obrera, tarde o temprano provocarán las respuestas debidas y necesarias para poner fin a esta barbarie, para lo cual la revolución de octubre sigue siendo un magnífico ejemplo a seguir.
El gran obstáculo: las direcciones reconocidas
El principal obstáculo para que los trabajadores y las masas en este siglo y casi todo el anterior, hayan logrado con su movilización enfrentar y derrotar este sistema de explotación y opresión, lo constituye la política y métodos de sus direcciones mayoritarias (sindicales, políticas y guerrilleras), que abandonaron la lucha y se pasaron definitivamente al lado del campo burgués.
Disimularon ese paso dado, llamando a los trabajadores y a sus seguidores a combatir no al capitalismo sino sólo al “modelo neoliberal” y luchar por ampliar su ‘democracia’. Combatir sólo el “modelo” impulsado por los sectores más de extrema derecha de la oligarquía nativa y mundial. La política fundamental de los dirigentes del pueblo trabajador se redujo a la disputa electoral con el sector más de derecha de los capitalistas y esforzarse por armar una coalición política con los sectores “democráticos” de estos. Su política y programa se convirtió en combatir no el orden social, así fuera con políticas reformistas, sino sólo sus excesos, a fin de humanizar la explotación y la opresión. Llamaron y convocan a centrar todo en defender “la democracia” es decir el Estado (burgués) y sus instituciones. Se convirtieron no sólo en defensoras sino en partidarias ‘fervorosas’ de reformar el orden social de opresión y explotación capitalista y su ‘democracia’, para “humanizarlo”. Su primer paso en ese camino, consistió en dejar combatir al sostén principal de éste sistema y enemigo fundamental de los pueblos del mundo, el imperialismo. Pasaron a considerarlo un aliado en la lucha por lograr “más democracia”.
Así, los trabajadores, los jóvenes y las masas en sus luchas encuentran casi sin excepción a su cabeza, dirigentes que las convencen de llevar todo a reclamos mínimos o democráticos y hacerlo sólo por medios electorales. Hoy sus posturas se limitan a la defensa de las concepciones y prácticas democrático-liberales, nada más que presentadas como de ‘izquierda’. Su eje político es la defensa del régimen democrático (burgués), con lo cual validan la explotación del trabajo ajeno.
Las primeras rebeliones populares contra los ajustes y planes de hambre (Venezuela, Ecuador, Bolivia o Argentina) a inicios del siglo XXI, fueron capitalizadas con esa política y encauzadas electoralmente por las organizaciones de ‘izquierda’ tradicional, en coalición con sectores burgueses y pequeños burgueses emergentes. Casi todas las direcciones reconocidas, trazaron ese camino de colaboración de clases, como ruta supuestamente segura hacia el bienestar. Sirvieron realmente para lograr estabilizar la situación, desactivar la ira popular y salvar al capitalismo semicolonial. Aunque para lograr desactivar las explosiones sociales, se vieran obligados a regatear parte de las ganancias a la voracidad de las trasnacionales de EEUU, para así poder otorgar valiosas concesiones que aliviaron el hambre y la miseria de los sectores más pobres de la población, aunque sólo temporalmente. Sin excepción, esos gobiernos se negaron a ir a fondo en el enfrentamiento al imperialismo y los capitalistas. Sólo utilizaron la movilización, la abnegada lucha, el sacrificio y muertos ofrendados por el pueblo trabajador en esos países, como trampolín para ganar elecciones y desarrollarse como nueva élite política y sector burgués emergente.
La tragedia actual de los pueblos y trabajadores en Venezuela, Argentina, Ecuador o Perú, sumidos en una crisis monumental y mayor violencia y miseria tras el fracaso de esos ‘proyectos alternativos’, muestran el callejón sin salida a que conducen esos proyectos ‘progresistas’ de los reformistas. Al no buscar la derrota definitiva de los capitalistas, abrieron o abrirán una ancha avenida a sectores de ultraderecha agresiva, voraz y pro imperialista (Milei-Macri, Bolsonaro, Boluarte-Fujimorismo, Moreno y Noboa, uribismo, etc.), que hoy campean en varios países como trágico resultado del experimento ‘anti-neoliberal’, presentado como socialismo del siglo xxi’.
Tozudamente esa izquierda reformista y sus gobiernos en Colombia, México, Bolivia o Brasil, persisten en esa fallida receta de capitalismo de ‘izquierda’, descargando alzas, paquetazos, calamidades y frustración sobre el pueblo trabajador. Siguen además, abonando el camino a la derecha y extrema derecha burguesa que, sin vacilar, busca y buscará capitalizar la frustración y el descontento.
En suma, se agudizó la crisis de dirección de los trabajadores y las masas. Y a pesar de las luchas y las revoluciones que hubo, hasta ahora, no surgieron o pudieron prosperar nuevas direcciones obreras que se orienten de verdad hacia posturas clasistas, revolucionarias y hacia el marxismo.
Por tanto, unida a la tarea de re-estudiar y re-aprender las lecciones del octubre ruso, se impone la tarea de levantar una política y programa que busque movilizar permanentemente a la clase trabajadora desde las necesidades mínimas y más apremiantes, hacia la ruta de hacer realidad la revolución obrera socialista y construir un partido marxista revolucionario, democráticamente centralizado. Un partido bolchevique leninista y trotskista, única manera de liderar el combate consecuente a la explotación y opresión del orden social imperante en el mundo y disputar a las direcciones políticas y sindicales estalinistas y reformistas con influencia en las organizaciones de la clase trabajadora y las masas.
Encarar la tarea de construir una nueva dirección clasista, completamente independiente de los partidos pro capitalistas, que se proponga actuar de forma revolucionaria, para enfrentar de manera decidida a los gobiernos y movilizarse de forma permanente por la conquista de una sociedad donde la clase obrera se eleve a clase dominante y rija los destinos de la sociedad. Una sociedad socialista, que se proponga superar los obstáculos y recorrer consecuentemente el camino trazado inicialmente por la Revolución Rusa de octubre. Esa es, desde nuestro punto de vista, la principal lección.