Por: Ernesto González – Revista Correspondencia Internacional No 2, abril 1980, pp. 35-47

«Nadie puede poner en duda hoy día el significado extraordinario que tiene la revolución iraní. Arthur Schlesinger, antiguo secretario de Defensa del imperialismo yanqui declaraba en el Time Magazine que era «un cataclismo para los Estados Unidos, la primera revolución seria después de 1917 en términos de impacto mundial».

En efecto, podemos discutir sobre las analogías y diferencias existentes entre la gran Revolución Rusa y esta que se está desarrollando en una región particularmente explosiva, pero no podemos minimizar su repercusión mundial. De aquí surge la necesidad de señalar algunos aspectos generales para mejor ubicarnos ante los problemas actuales que requieren nuestra participación efectiva.

En primer lugar, la revolución iraní confirma la teoría-programa de la revolución permanente. Comienza con exigencias democráticas: desde la agitación de los medios intelectuales y pequeñoburgueses en favor de la libertad de los presos, contra la censura, contra la represión, y culmina en el planteo de ¡Abajo el Sha! y la odiada monarquía apoyada y respaldada por el imperialismo yanqui, con la complacencia criminal de la URSS y China. Pero no se queda en las reivindicaciones democráticas formales. La lucha contra el Sha y su sangrienta policía, la Sabak, llevó al enfrentamiento con el principal enemigo de las masas y el pueblo iraní: el coloso imperio norteamericano. No solo contra sus «consejeros» militares, sino contra las numerosas empresas que, como la Exxon o la Texaco, eran las principales beneficiarias de la explotación de todo el pueblo iraní. Jomeini se puso a la cabeza de la movilización revolucionaria de las masas. Los sectores ligados a los célebres Bazares y a la jerarquía religiosa chiita fueron su base de sustentación. EI destierro impuesto por la monarquía de Pahlevi, desde 1963, agregó el aspecto emocional, que lo convirtió en el caudillo indiscutido de este proceso. Pero es un hecho que la revolución iraní se acelera cuando entra en escena el joven e inexperto proletariado. La descomposición del régimen se acentúa a partir de 1977 y es allí que comienza a resurgir la resistencia. En enero de 1978 la ciudad religiosa de Quom fue sorprendida por las manifestaciones populares en favor de Jomeini. La policía atacó y hubo varios heridos, pero la lucha no fue apagada. Por el contrario. Cuarenta días después comenzó una nueva ola de manifestaciones.

En Tabriz hubo un verdadero levantamiento popular. Por primera vez lanza la consigna de «Muera el Sha».

La disciplina del ejército se resquebrajó y fue incapaz de controlar a la población que se hace dueña de la ciudad. El régimen, para poder volver a controlar la situación, tiene que traer tropas de otras guarniciones.

Pero la ola se extiende a otras ciudades. El peso de la jerarquía chiita es incuestionable. Sus 180.000 mulahs [1] y sus 80.000 mezquitas con sus 60.000 estudiantes se convierten en los organizadores de esta reacción.  En agosto de 1978 el Sha impone la ley marcial en Isfahan por un lado, y cambia su gabinete por otro.

En septiembre las demostraciones alcanzan una envergadura nunca vista. De tres a cuatro millones de personas se movilizaron en todo el país el 4 de ese mes. En Teherán desfilaron más de medio millón y confraternizaron con las tropas La respuesta del gobierno no se hizo esperar: impuso la ley marcial en otras doce ciudades y miles de personas fueron muertas en lo que pasó a la historia como el Viernes Sangriento. Eso ocurrió el 8 de septiembre de 1978.

A la huelga de los empleados bancarios se unieron la de los telegrafistas y la de empleados del gobierno. Pero no sólo los empleados entraron en huelga. Los obreros de las minas de cobre, del puerto, de los ferrocarriles, los textiles, también se unieron a la ola huelguística. El 31 de octubre la huelga de los obreros petroleros sacudió al régimen.

El 5 de noviembre las demostraciones populares se extendieron por todo Irán. El Sha lo puso bajo el control militar del general Azhari.  Pero la suerte estaba echada. Una nueva huelga general de los obreros petroleros en los primeros días de diciembre marcó la ofensiva final contra el gobierno. El desplazamiento de Azhari y el nombramiento de Bakhtiar, por parte de la dictadura del Sha, no logró desmovilizar a las masas, como no había logrado la represión, ni las amenazas de los oficiales sobre los soldados que se negaban a tirar. Era la descomposición del ejército, era la insurrección, era la revolución proletaria que comenzaba en Irán.

La movilización de los mecánicos (Homafars) en las fuerzas aéreas terminó de anarquizar a las fuerzas armadas. Su huelga en enero de 1979 y su participación en las demostraciones callejeras, indicaban que la insurrección estaba por estallar. Su resistencia a los ataques de la Guardia Real el 9 de febrero fue la chispa que encendió la pradera y armó a las masas de Teherán. Después de tres días la insurrección había triunfado, extendiéndose a todo el país y destruyendo a la monarquía. La intervención del movimiento obrero había sido decisiva, pero el nuevo gobierno estaba en manos de los sectores burgueses nacionalistas con Jomeini a la cabeza. De acuerdo con el calendario de la Revolución Rusa estábamos en la etapa de la revolución de febrero. Las masas se habían insurreccionado, pero habían entregado el poder a los representantes de un sector de la burguesía. Una diferencia importante es que la Rusia de los zares, aunque subdesarrollada, era un país imperialista y el Irán del Sha una semicolonia del imperialismo norteamericano.

Esto es lo que explica las contradicciones en las que se va a ver envuelto el nuevo gobierno encabezado por Jomeini, al influjo de la presión de las masas.

Pero que el peso de Jomeini y su movimiento sea tan grande no se debe solamente al factor religioso. Tiene que ver con la debilidad del movimiento obrero y la falta de un partido revolucionario. También en esto se diferencia Rusia de Irán. Los dos países eran atrasados, pero en Rusia la concentración del proletariado en las grandes ciudades como Petrogrado y Moscú, fueron decisivos, para que se convirtieran en el caudillo de la revolución a través de sus propias organizaciones: los soviets. Por otra parte, allí estaba el Partido Bolchevique para guiar la acción de las masas.

En Irán han surgido los embriones de poder dual. Durante la insurrección, los comités de barrio organizados fundamentalmente por las mezquitas, cumplieron un cierto papel centralizador. El elemento nuevo, es que después de la caída del Sha comienzan a surgir los comités de fábrica, con una tendencia a la coordinación. Esta forma de organización superior a los sindicatos, que también se están desarrollando en forma fabulosa no son todavía los soviets, pero nadie podrá discutir que son formas embrionarias de poder dual.  Los mecánicos han estado a la vanguardia de la organización entre los soldados. Ya los hemos visto actuar antes y durante la insurrección. Después de ella continuaron su actividad protestando, por ejemplo, cuando el primer ministro de Jomeini, Bazargan, intentó nombrar dentro del ejército a oficiales que habían pertenecido al ejército del Sha. Sus demandas continuaron hasta plantear el derecho a elegir todos los oficiales y a exigir que se mantuviera el armamento de la población civil.

Las amenazas del imperialismo norteamericano no han hecho más que profundizar este proceso. Los estudiantes juegan el papel más destacado, pero la demostración de fuerza realizada por 128 comités de fábrica, el 23 de diciembre, independientemente de toda la connotación, indica la dinámica actual. Lo mismo ha sucedido con el campesinado.  La presión imperialista se refleja en los grandes propietarios, cuyas tierras todavía no han sido repartidas. Muchos pequeños campesinos de Quom y Teherán se han movilizado frente a la amenaza de bloqueo económico por parte de los yanquis, pero al mismo tiempo están pidiendo al gobierno que instrumente la reforma agraria.

En el desarrollo y profundización de estos embriones de poder dual reside el futuro de la revolución iraní. Estas son las lecciones de la “Revolución de Febrero” pero todo indica que hay que avanzar hacia la “Revolución de Octubre”, si no, todo los se puede perder. Un verdadero partido revolucionario, trotskista, se hace más necesario que nunca para permitir la victoria de la revolución proletaria. Para ello también es necesaria la elaboración de una plataforma que vaya señalando los objetivos de cada momento.

Las provocaciones y amenazas del imperialismo yanqui.

Es indudable que la revolución iraní no solo derrotó al Sha y la monarquía, sino a su principal sostenedor, el imperialismo yanqui. EI control del país por la banca y empresas norteamericanas era total. Alrededor de ellas giraban las cincuenta familias ligadas al Sha que eran las únicas beneficiadas con esta explotación miserable. Por eso el sentimiento antiimperialista, antiyanqui, es tan generalizado, no solo entre los obreros y campesinos sino entre todos los sectores de la población.

Este empuje de masas es el que explica el carácter de las medidas antiimperialistas que debió tomar el gobierno de Bazargan-Jomeini.

El 8 de junio se nacionalizaron los bancos, y el 25 todas las compañías de seguros: el petróleo, el gas, los ferrocarriles y la pesca, ya habían sido nacionalizados en época del Sha, aunque la explotación estaba en manos privadas y fundamentalmente controlada a través de los bancos internacionales. Al nacionalizarse la banca, la explotación de esos servicios pasó de hecho a manos nativas.

El Sha había utilizado los 12.000 millones de petrodólares anuales que se obtenía de la explotación petrolera para beneficiar a ese sector de la burguesía que componían las 50 familias, e iniciar la “revolución industrial”

Pero todas estas acciones estaban controladas por los cinco o seis principales bancos mundiales, entre ellos el Chase Manhattan, que administraba los bienes de la familia Pahlevi, el First National, el Banco de América, el Chemical Bank y la Banca Morgan. De ahí que las obras de «industrialización», y la «reforma agraria», estaban al servicio de una política económica colonialista y no independiente, como no podía ser de otro modo. Los dólares recibidos no fueron utilizados para solucionar los problemas de explotación y miseria de las masas obreras y campesinas sino, por el contrario, para acentuar esta política. El poderoso consorcio petrolero alrededor de los bancos hizo todavía más dependiente que nunca, a la economía nacional. El 96ºlo de las importaciones debían ser cubiertas con los recursos petroleros. En 1957 ese porcentaje era del 67°/o. Las empresas extranjeras de montaje de coches, dependían en un 90°lo de las importaciones provenientes de los países capitalistas industrializados.         ·

La «reforma agraria» destruyó la tradicional agricultura del país, pero no para beneficio del campesinado pobre, sino de los consorcios imperialistas que crearon empresas agrarias al servicio de las necesidades «del mercado», con la consecuencia de que Irán, que en época de Mossadeg era exportador, se convirtiera en importador de productos agrícolas. Hoy en día debe importar el 60%de sus alimentos. La «reforma agraria», trajo otra consecuencia.

El éxodo campesino llenó de desocupados las principales ciudades, sin que el régimen hubiese creado la suficiente cantidad de posibilidades de trabajo. Esto acentuó la miseria del pueblo iraní. Tres millones y medio de desocupados sobre una población activa de 11 millones y 63% de analfabetos, es una muestra sintética de lo que significó «la modernización». Este es el aspecto económico de esa política instrumentada por el imperialismo norteamericano. No hablemos de los «35.000» consejeros militares de que dispuso para reprimir al movimiento popular, ni de la CIA, ni de la Sabak.

Es dentro de este contexto que. debemos ubicar la alevosa provocación del imperialismo cuando acogió al Sha en su territorio. La reacción de los estudiantes y el pueblo iraní no se hizo esperar. La toma de la embajada de los Estados Unidos en Teherán, y la detención de su personal, fue una reacción lógica que enfrenta a la hipocresía miserable, no solo de Carter y compañía, sino de todos sus seguidores, incluida la política de la dirección soviética y China.

La pregunta esencial es si las masas iraníes tienen derecho o no a reclamar la extradición del Sha, y la devolución de las inmensas riquezas que éste tiene repartidas en el mundo con la complicidad de los diversos gobiernos capitalistas. Todo lo demás son argucias leguleyas para impedir que esta reivindicación humana y democrática, · sea cumplida. La política contrarrevolucionaria de los «derechos humanos» de Carter, queda al descubierto. Si ha habido un régimen más parecido al de Hitler, en cuanto a desprecio por la vida humana, ese ha sido el del Sha. El de Somoza, Videla o Pinochet se quedan cortos. ¿Qué es lo que le dice el imperialismo yanqui al pueblo iraní? Que no le importan sus sufrimientos. Que antes que él, está la persona del Sha. Por eso es justa la respuesta de ese mismo pueblo que tomó la embajada. Y por eso es vergonzosa la actitud de la representación soviética en las Naciones Unidas cuando se solidarizó con Estados Unidos exigiendo la libertad de los «rehenes», como condición para discutir el derecho indiscutible del pueblo iraní, a exigir la extradición del Sha y la devolución de todas sus riquezas.

Pero lo peor es que aquí no termina la ofensiva yanqui. Utilizando demagógicamente cl problema de los «rehenes», Carter se lanzó a una campaña mundial de todo tipo: propagandística, diplomática, económica y militar. Desde apelar al argumento del «fanatismo» religioso de los iraníes, hasta la preparación bélica para una intervención, pasando por el bloqueo económico y la congelación de los «haberes», y la amenaza de expulsión y sanciones a los residentes en los Estados Unidos. Estos son los hechos agresivos de la primera potencia imperialista contra un pueblo subdesarrollado, que intenta sacudirse el yugo extranjero.

No es cuestión de decir que el imperialismo no va a atacar a Irán, sino comprobar que ya existe una escalada agresiva, que los revolucionarios de todo el mundo tenemos que ayudar a frenar, para impedir que esta escalada culmine en una invasión directa. Esta es la cuestión que está planteada hoy día por encima de cualquier otra estrategia. Actualmente se desarrolla en Irán el proceso revolucionario más agudo donde se enfrentan la revolución y la contrarrevolución.

Jomeini, ha intentado jugar el mismo papel estabilizador que el Gobierno de Reconstrucción Nacional de Nicaragua. No vamos a olvidar aquí todos los esfuerzos realizados para frenar a las masas y canalizarlas en los organismos controlados por la burguesía nacionalista iraní. Pero es tal el ascenso del movimiento, en el que hay que incluir el empuje provocado por la rebeldía de las nacionalidades oprimidas, en especial la de los Kurdos, que ya no es Jomeini quien lo controla. Por otra parte, el imperialismo yanqui con su política de provocaciones, amenazas y agresiones, contradictoriamente, ha incentivado la agudización de la lucha de clases. Y los revolucionarios no podemos dejar de ver esta realidad objetiva Que no quepa la menor duela. Si el imperialismo hubiera lanzado la misma campaña contra Nicaragua, nosotros no habríamos tenido ninguna duda en apoyar a ésta contra el imperialismo y hubiéramos exigido, lo mismo que ahora para Irán, una campaña en su favor, de todo el mundo.

No hubiéramos rectificado nuestros análisis y estrategia, pero hubiéramos adecuado nuestra política.  No habría renunciado a profundizar el proceso hacia la instalación de un verdadero gobierno obrero y campesino, pero habríamos sabido determinar en ese momento, que la lucha fundamental era contra el agresor imperialista y habríamos previsto que esa lucha nos iba a dar nuevos elementos para proseguir el combate por los objetivos socialistas.

La política contrarrevolucionaria de la burocracia del Kremlin contra la revolución iraní

Acompañando los ataques imperialistas contra Irán, la burocracia del Kremlin y también la de Pekín, exigieron la liberación de los rehenes y se negaron a defender las justas exigencias del pueblo iraní.

La invasión de Afganistán sirve de base a una mayor presión imperialista. Estados Unidos utiliza esta intervención para desarrollar un ataque que, en última instancia, es una amenaza contra las bases sociales de la propia Unión Soviética.

Como lo afirma la declaración del Comité Paritario por la reorganización (reconstrucción} de la Cuarta Internacional:

Para el imperialismo, y en particular el imperialismo norteamericano que concentra sus medios diplomáticos, económicos y militares contra la revolución en Irán, se trata de utilizar la posibilidad que le ha ofrecido la burocracia del Kremlin, para desviar la atención de sus planes.

Por su propaganda, la intervención de la URSS es la demostración de su carácter «agresivo, expansionista». La vieja leyenda de la búsqueda «del acceso a los mares calientes» es proclamada a los cuatro vientos.

EI imperialismo utiliza la oportunidad que le es dada, para acentuar, en todos los terrenos, la presión contra el Estado Obrero degenerado, contra las mismas masas de la URSS.

El bloqueo a las exportaciones de cereales, el chantaje a la carrera armamentista manifestado en la no ratificación del Tratado Salt II, la propaganda sobre un eventual boicot a los juegos olímpicos, solo buscan arrancarle nuevas concesiones a la burocracia parasitaria y contrarrevolucionaria, buscan obligarla a amoldarse todavía más estrechamente a los objetivos contra­-revolucionarios mundiales del imperialismo. La intervención de las fuerzas armadas de la burocracia, facilita así la presión del imperialismo contra la URSS.   

La intervención decidida por la burocracia es una intervención contrarrevolucionaria en sus métodos y contenido. Agrava la amenaza contra las conquistas de la Revolución de Octubre que la burocracia mina.

La intervención no es en nada un apoyo a la lucha de las masas desposeídas de Afganistán contra el imperialismo, los terratenientes y la burguesía. Es, por el contrario, la política contrarrevolucionaria de la burocracia que arriesga poner en manos de dirigentes reaccionarios a los obreros y campesinos afganos.

No representa, de ninguna forma, una medida que defienda a la URSS de una agresión imperialista. Por el contrario, facilita el despliegue contrarrevolucionario del imperialismo.

En Irán, la política del partido stalinista Tudeh no se escapó de las generales de la ley.

Si bien es el más organizado dentro del movimiento obrero, tiene menos fuerzas y menos prestigio que al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Su declinación se debe a varios factores.

En primer lugar, fue responsable de las derrotas de los años 45 y 46 en Azerbaiján y Kurdistán y de la huelga de los petroleros del sur. Apoyó las exigencias petroleras de la burocracia soviética en 1946 – 47, justamente cuando el movimiento antiimperialista estaba en alza. Se negó a luchar contra el golpe de estado que terminó con Mossadeg [2]. Apoyó la política de reformas de 1960 – 63, alentando las ilusiones en la dictadura del Sha. Y por otra parte la burocracia soviética, fiel a los acuerdos de Yalta y Postdam, mantuvo su respaldo a la monarquía de Pahlevi, desde 1953 hasta el final de su reinado. Fiel a su política de la revolución por etapas y la coexistencia pacífica, el partido Tudeh defendió durante un largo período la «democratización» de la monarquía.

Hoy día hace seguidismo al gobierno de Jomeini después de no haber participado para nada en la insurrección. Está a favor de la «República Islámica» y por la «Reconstrucción de la economía iraní». Si esta es la situación de las fuerzas ligadas a la burocracia stalinista, ¡Qué decir de la burocracia china y la socialdemocracia! China, consecuente con su política criminal de los últimos tiempos, no solo debió autocriticarse del saludo ofrecido al Sha poco tiempo antes de caer, sino que continúa sus coqueteos con la administración de Carter. El desastre político soviético en Afganistán alentó los contactos infamantes de la burocracia china con el imperialismo yanqui. La revolución iraní no tiene nada que agradecerle. De la socialdemocracia no nos vamos a ocupar. Hace tiempo que ha perdido toda vocación internacionalista.

De aquí la responsabilidad que nos cabe a los trotskistas, los únicos herederos de la tradición y metodología del internacionalismo revolucionario que hicieron escuela con las enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Trotsky.

 Del propagandismo sectario al oportunismo

Desgraciadamente, las posibilidades del trotskismo se ven reducidas hoy día por la crisis del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional. Y aunque nos duela esto hay que decirlo. En efecto, esta crisis que se venía arrastrando desde hace años ahora ha estallado motivada por la agudización de la lucha de clases, concretamente con Nicaragua. EI problema es profundo. No se trata de un error, una equivocación, dentro de una marcha general de aciertos, sino, por el contrario, de una cadena de frustraciones que culmina en Nicaragua. Es el fracaso de una dirección que después de treinta años ha sido incapaz de ponerse al frente de las innumerables expresiones de la lucha de clases y que ha terminado revisando las bases fundamentales del trotskismo. Para ello hay razones sociales. La dirección del SU, antes SI no ha sido una dirección hecha en la lucha de clases. La agudización del proceso de la revolución mundial pone hoy al descubierto, más que nunca, esas falencias. A la vieja dirección de los Mandel Pierre Frank, Livio Maitán, se le agrega una camada de jóvenes, hechos en el Mayo Francés y en el ascenso juvenil norteamericano, que comenzó con la revolución cubana y tuvo su pico más alto durante todo el período de la guerra de Viet Nam. Las presiones de esas camadas estudiantiles sobre la dirección de la Cuarta Internacional, en vez de dar origen a una nueva dirección superadora, agravó los defectos. El análisis y la caracterización marxista fueron remplazados por el comentario periodístico, el impresionismo. De aquí los virajes, los vaivenes en la política, que ya hemos señalado en Portugal, Angola, y ahora en Nicaragua, Irán y Afganistán. Pero aquí la crisis ha tocado fondo porque, repetimos, se revisan todos los fundamentos del trotskismo.

En Nicaragua no solo se está apoyando a un gobierno burgués, sino que se aprueba la concepción stalinista de la revolución por etapas, se aprueba la política de coexistencia pacífica, poniendo a Castro y a los cubanos como ejemplo de una orientación consecuentemente revolucionaria cuando está claro que esta orientación es una adaptación a la de la burocracia soviética. En Irán vamos a demostrar cómo esta pérdida del método trotskista, lleva a la dirección del SU a pasar del sectarismo al oportunismo, según el momento y el responsable editorial. Nosotros estamos en contra del monolitismo stalinista pero hemos defendido la necesidad del centralismo democrático. La dirección del SU expulsó a la Fracción Bolchevique y a la TLT de la Cuarta Internacional por negarse a disolver las organizaciones trotskistas en Nicaragua. Hoy día vemos a las diferentes secciones que todavía han quedado bajo el control del SU como la española, la francesa y norteamericana adoptar las más diversas posiciones antagónicas con respecto a la entrada de las tropas soviéticas en Afganistán. Esta divergencia no es producto del ambiente democrático necesario en las organizaciones revolucionarias (que no se aplicó para el caso de Nicaragua) sino el producto de la descomposición. Demuestra que la crisis que veníamos señalando se ha generalizado y que el centralismo democrático tan utilizado para justificar sanciones administrativas era solo una maniobra burocrática para sacar del medio a quienes denunciaban el revisionismo del SU, y en especial el del Socialist Workers Party. Su apoyo a la invasión de Afganistán es de las cosas más escandalosas que hemos visto. Pareciera que estamos en la década de Pablo. Lo de Nicaragua y ahora lo de Afganistán es un seguidismo abierto al stalinismo. El apoyo incondicional a las tropas rusas plantea de nuevo la célebre posición de Pablo sobre los dos bloques: de un lado el imperialismo yanqui con la contrarrevolución y del otro la burocracia soviética con la revolución. Hablar en Afganistán de que las tropas soviéticas invadieron para defender la revolución, y no decir que la burocracia soviética quien sostuvo a los tres últimos regímenes burgueses (empezando por el de Mohammad Daoud, el de Taraki y el último de Amín, por ser supuestamente gobiernos progresivos, revolucionarios democráticos, nacionales), alentando con esa política de acuerdos superestructurales la reacción de la derecha terrateniente, es convertirse en el mejor agente del stalinismo dentro del movimiento trotskista, es contribuir a la prostitución de un método y una política que nosotros seguiremos defendiendo.

Esta crisis es la que explica los errores metodológicos de Michel Rovere. En el número 65 de lnprecor del 6/12/79, en el capítulo “una dirección nacionalista burguesa excepcional” se señala: «es evidente, el comportamiento político de Jomeini, y una parte de la dirección nacionalista burguesa del Consejo de la Revolución contrasta, por su radicalización, con el que nos tenían acostumbrados, aún en los tiempos dorados, los Nasser, los Perón, los Arbenz. Ha sido raro ver en este siglo que una dirección nacionalista, burguesa o pequeñoburguesa, llevase hasta tan lejos el enfrentamiento con el imperialismo, ya sea cuando Jomeini, sin interrupción, exigió hasta el fin la partida del Sha y la caída de la dinastía, o cuando cubre, hoy día, con su autoridad, el secuestro del personal diplomático de la primera potencia imperialista del mundo. Puede ser que tengamos que remontarnos a comienzos de la revolución China con la dirección de Sun Yat Sen o las direcciones nacionalistas burguesas de los levantamientos de los años 20 y 30 en Viet Nam para encontrar un equivalente».

¡Qué euforia pro-Jomeinista!

Rovere es incapaz de comprender que lo que él atribuye a las «dotes» de Jomeini, no es en realidad más que la manifestación de la profundidad de la revolución y la extraordinaria movilización de las masas.

Esta apología de la burguesía nacional no tiene nada que ver con el marxismo.

Por eso creemos oportuno recordar una cita de Trotsky en su polémica con Bujarin, porque consideramos que nos da el marco metodológico correcto para analizar la revolución iraní. «La cuestión de la naturaleza y de la política de la burguesía (está hablando de la burguesía nacional) está resuelta por toda la estructura interna de las clases en la nación que efectúa la lucha revolucionaria, por la época en que se desarrolla esta lucha, por el grado de dependencia económica, política militar que une a la burguesía indígena con el imperialismo mundial en su conjunto, o a una parte del mismo, y finalmente  –y esto es lo preponderante- (subrayado nuestro) por el grado de actividad de la clase del proletariado indígena por el estado de su unión con el movimiento revolucionario internacional» [3].

No podemos detenernos en cada uno de los errores en que incurre Michel Rovere. Solo queremos enfatizar el error metodológico funda­mental, el que señala Trotsky en su discusión con Bujarin, a saber, que la naturaleza y política de la burguesía nacional, está determinada por una serie de factores, que él enumera, pero que lo fundamental es el grado de actividad del proletariado indígena y el estado de su unión con el movimiento revolucionario internacional. Es claro que Jomeini no puede compararse a un Nasser, un Perón o un Arbenz, pero lo fundamental es que en ninguno de los países de esos caudillos se dio un proceso revolucionario como el que hoy día se da en Irán. Si Michel Rovere hubiera tenido en cuenta este factor y los otros que señala Trotsky y no se hubiera detenido solo en la superficie de los fenómenos, hubiera podido precisar ya en marzo de 1979, las contradicciones existentes entre la burguesía bazarista y las cincuenta familias que rodeaban al Sha, para aplicar la política económica que le dictaba el imperialismo, y el papel que jugaba la jerarquía religiosa.

La Cuarta Internacional dirigida por el SU ha educado muy mal a sus cuadros con respecto a las luchas nacionales de los países coloniales y semicoloniales. Recordemos cómo se negaba a ver la lucha de las colonias portuguesas en África, recordemos que la LCR francesa no hacía campaña antiimperialista y recordemos la polémica de Moreno con Mandel para tratar de convencerlo que no podía decir que todo nacionalismo era reaccionario, sino que para definirlo había que establecer la relación con el imperialismo.

Esta confusión debe de haber existido entre nuestros compañeros iraníes en el exilio, puesto que la Internacional no les proveía de ninguna orientación correcta. Por ejemplo, nosotros no hemos encontrado en ningún material del SU, una consigna especial, antes del retorno de Jomeini a Irán, exigiendo ese derecho. Hemos leído las descripciones de las luchas, los reclamos de las masas de los trabajadores, pero nunca que el SU o alguna organización adherida, hubiera levantado esa consigna. La responsabilidad fundamental no es de los compañeros iraníes, sino del SU y del SWP que fueron incapaces de dar una orientación correcta para el trabajo donde la lucha de clases era más aguda. Desgraciadamente, sí se dio una orientación: la que se desprendía del documento Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado que ayudó a los compañeros a caer en un error democratista en una de sus primeras declaraciones cubiertas de llamados a la libertad y el progreso[4] . Allí se planteaba la consigna de una Asamblea Constituyente, pero se dejaba en el aire el desarrollo de los organismos del movimiento obrero. Las únicas referencias a organismos obreros de control de lucha, tienen una connotación populista.

El carácter general, abstracto, está desgraciadamente al servicio de una política capituladora ante la burguesía nacional. Ni comités obreros, ni soviets, figuran para nada en esta declaración. La otra consigna que aparece en el mismo documento, «por una República Obrera y Campesina», aunque no está muy desarrollada, no tiene nada que ver con los organismos de lucha que son los comités, los consejos, los soviets.

Por su parte, la declaración del 3 de abril de 1979 del SU termina con un programa para Irán. Allí sí se habla de los comités de masas. Pero este programa es uno de los tantos a los que nos tiene acostumbrados el SU; es una enumeración de tareas, pero sin un orden interno.

Casi al final encontramos la siguiente referencia “por la revitalización y ampliación de los comités de masas creados durante la batalla contra el Sha. Por la construcción de comités barriales y de obreros allí donde no existan y por la organización de comité de soldados y campesinos” “Esos comités pueden ser los instrumentos para forjar la unidad en la lucha de masas. Para luchar por los intereses de los obreros, los pobres de las ciudades, los soldados y todos los trabajadores; esos comités tienen que ser independientes del Estado y de la jerarquía religiosa”.

No se ve ningún esfuerzo por establecer un diálogo real con las masas. Los comités son un punto más de una serie de tareas, pero sin relación con esas necesidades que se señalan. Es indudable que los trotskistas en Irán estamos en minoría absoluta, que hay una situación revolucionaria y que existe un movimiento nacionalista burgués que trata de controlar a las masas.

Este programa no tiene en cuenta esta situación. Es propagandístico, abstracto, y en este sentido sectario. Pero, por otra parte, al no hacer eje en los organismos del movimiento obrero popular, termina siendo oportunista, de capitulación ante el movimiento nacionalista que dirige Jomeini porque no se presenta con claridad ante los trabajadores la posibilidad de un poder alternativo. La consigna de Asamblea Constituyente y la de República Obrera Campesina, si no están unidas al fortalecimiento centralización de los actuales embriones de poder dual, son consignas muy peligrosas que pueden ponerse al servicio del Consejo Islámico, si este aparece como el encargado de cumplir con estas tareas democráticas.

La lucha contra el gobierno burgués nacionalista de Jomeini no puede entablarse si no es a partir del apoyo decisivo de esos organismos embrionarios de poder dual. Será a partir de ellos que deberá instrumentarse todo un programa de transición para arrancar a las masas de su influencia. Pero esto hay que decirlo claramente. No como lo dice Michel Rovere, que se pasa de la denuncia en abstracto de las medidas atentatorias de este gobierno a la consideración no marxista de verlo como un hecho excepcional en lo que va del siglo, o como no lo expresan los documentos del SU, ni los del SWP.

EI SWP y la campaña contrarrevolucionaria del imperialismo

Hay que decir con justicia que es el SWP quien ha tomado dentro del SU la campaña contra la ofensiva reaccionaria del imperialismo yanqui. La denuncia de los intentos militares por parte de Estados Unidos, la denuncia de las agresiones económicas del gobierno de Carter el apoyo a las demandas de extradición del Sha y de todas las riquezas robadas al pueblo iraní, son parte de la campaña del SWP por lo cual todos los trotskistas del mundo debemos felicitarnos.

Pero esta campaña tiene su pata floja. A medida que se intensifica, el SWP va olvidando toda referencia al gobierno de Jomeini. Más aún, empieza a encontrarle virtudes que antes no tenía. Y lo que es peor, a creer que va a llevar la lucha antiimperialista hasta el final. EI Socialist Workers Party ahora se ha pasado al otro extremo. De las denuncias de Foley y Feldam, entre otros, de que el gobierno de Jomeini estaba recibiendo ayuda del imperialismo yanqui para aplastar a las masas iraníes, de que tenía el consentimiento de este para atacar a los Kurdos, de que Jomeini respondía con la libertad de policías del Sha al pedido de libertad de numerosos luchadores y combatientes contra la dictadura, ahora se enfatiza todo aquello que pueda parecer simpático. Por ejemplo, las palabras de Jomeini el 10 de diciembre con respecto a la lucha en Tabriz: «queremos estar en paz. Queremos la calma en el país… estamos en un momento de enfrentamiento con un gran enemigo (Estados Unidos), un enemigo que intenta destruir la esencia del lslam y que quiere dominar nuestro país como lo hizo antes. . .»  En una página de The Militant, del 21 de diciembre, dedicada al levantamiento en Tabriz, solamente se lo cita a Jomeini una vez, denunciando a los que protestaban como “contrarrevolucionarios” y «espías de los norteamericanos», pero sin hacer el análisis a fondo de la política del Consejo Musulmán con respecto a las nacionalidades oprimidas. Este artículo de Amineh Sahand contrasta con la descripción correcta que hacía la declaración del SU en abril de 1979 cuando decía: “la primer gran prueba entre la revolución y la contrarrevolución se planteó en el Kurdistán Iraní el 21 de marzo, el año nuevo. En el curso de la insurrección, los kurdos se armaron y establecieron sus comités a través de todo el Kurdistán iraní”. “Cuando el gobierno central intentó reasumir su autoridad a través del ataque del ejército en Sanandaj, el pueblo kurdo opuso una furiosa resistencia contra los tanques, las bazookas, los helicópteros y los Phanton de las fuerzas armadas” La revolución era evidentemente, la rebelión kurda, la contrarrevolución, el gobierno central encabezada por Jomeini.

Lo mismo sucede ahora en el problema de Afganistán. En el artículo de Ernest Hasrsh, aparecido en Intercontinental Press del 21 de enero de 1980, en el capítulo “Irán y Afganistán”, se trata de mostrar a Jomeini como el sector progresivo dentro del gobierno y, claro está, apoyando la invasión: inmediatamente después que las tropas soviéticas comenzaron a entrar en Afganistán en gran cantidad, el Ministerio del Exterior de Irán hizo una declaración denunciando este movimiento de tropas, pero el propio Jomeini no dijo nada en contra y los guardias revolucionarios de Irán dieron protección a la embajada soviética en Teherán contra los manifestantes derechistas afganos”

El mismo Harsh, más adelante, relatando las entrevistas de periodistas con las fuerzas reaccionaria en el este de Afganistán reproduce el siguiente diálogo mantenido con uno de los jefes de esas guerrillas: “¿Qué clase de Islam es este de Jomeini, que nunca ha condenado personalmente la invasión rusa de Afganistán, mientras otros países cercanos a Rusia, como Rumania, sí lo han condenado?”

Nosotros estamos en contra de ese método oportunista. Nosotros somos principistas y en esto no hay nada de sectarismo. Estamos totalmente de acuerdo en que, en esta emergencia, frente al ataque del imperialismo yanqui, no hay tarea más importante que la defensa del Irán, independientemente de la caracterización del actual gobierno Jomeini, y de nuestras profundas diferencias. Estamos por lo tanto a favor de la unidad antimperialista con todo el mundo que levante como consigna decisiva la lucha contra el enemigo Nº 1 del Irán, el imperialismo yanqui. Pero estamos en contra de que en nombre de esta lucha se cambien las caracterizaciones, los análisis y las políticas que recomendaba Trotsky para situaciones similares a la de Irán.

Nosotros estamos con lo que le decía Trotsky a Mateo Fossa en una entrevista en Coyoacán en 1938:

“En los países de Latinoamérica los agentes de los imperialistas ‘democráticos’ (es bueno recordar esto ahora en la ‘era Carter’) son especialmente peligrosos, dado que son más capaces de engañar a las masas que los agentes declarados de los bandidos fascistas. Tomaré el ejemplo más simple y demostrativo. En Brasil existe hoy un régimen semifascista que ningún revolucionario puede ver sino con odio. Supongamos, sin embargo, que mañana Inglaterra ente en un conflicto militar con el Brasil.

Yo le pregunto, ¿de qué lado del conflicto estará la clase obrera? Le diré que contestaría yo: en ese caso estaré de parte del Brasil ‘fascista’ contra la Inglaterra ‘democrática’. ¿Por qué? Porque el conflicto entre esos dos países no será una cuestión de democracia o fascismo. Si Inglaterra triunfara pondría otro fascista en Rio de janeiro y duplicaría las cadenas de Brasil. Si por el contrario triunfara Brasil, eso daría un poderoso impulso a la conciencia nacional y democrática del país y llevaría al derrocamiento de la dictadura de Vargas. La derrota de Inglaterra, al mismo tiempo, sería un golpe para el imperialismo británico y daría un gran impulso al movimiento revolucionario del proletariado inglés” “… ¡bajo cualquier máscara hay que aprender a distinguir a los explotados, esclavistas y ladrones!”[5] 

Estos son los principios que defenderemos. Nosotros sabemos distinguir perfectamente quién es el actual enemigo en Irán, por eso llamamos a una campaña mundial en su defensa y lamentamos la crisis del SU porque debilita este frente, pero tampoco olvidamos que la batalla continúa y que el proceso no puede detenerse solamente en la lucha antiimperialista y menos que menos depositando confianza en un gobierno nacionalista, pero burgués. Por eso le exigimos al SWP y al SU seguir juntos la campaña por Irán contra el imperialismo yanqui, pero no por ello vamos a silenciar nuestras críticas a su oportunismo, al apoyo que le están dando al gobierno burgués de Nicaragua y a la política de coexistencia pacífica de la dirección cubana. Como tampoco vamos a silenciar nuestro repudio a la actual política del SWP con respecto a Afganistán donde se defiende incondicionalmente al stalinismo, como en las mejores épocas del pablismo.

Por un programa de acción y la construcción de un partido revolucionario iraní

Es indudable que aquí no vamos a desarrollar la plataforma de reivindicaciones transitorias necesarias para Irán. Solo queremos señalar algunos aspectos que creemos útiles.

Si el SU no hubiera provocado la escisión que nos arrojó fuera de su seno, podríamos haber discutido este problema en un congreso democrático. Por otra parte, esta crisis y falta de orientación del SU ha contribuido para que en el Irán haya actualmente dos organizaciones trotskistas que se reclaman del SU. Todo esto dificulta una verdadera discusión. No obstante, nosotros insistimos en un aspecto que ya hemos tocado.

En Irán no hay posibilidad de estructurar una plataforma de transición si no es partiendo de los embriones de poder dual existentes: los comités obreros, los comités barriales, los comités de soldados y los comités de campesinos y de las nacionalidades oprimidas.

Es insuficiente el planteo que hacían Sadeeg y Tavari en «La revo­lución en curso en Irán» de que: «con el desarrollo de ascenso revolucionario en Irán, se vuelve aplicable todo el Programa de Transición».

Trotsky mismo lo señalaba. Dicho programa era un programa para toda la etapa, pero en cada momento el partido revolucionario necesita elaborar las consignas que, partiendo de las necesidades conciencia de las masas trabajadoras, las ayude a avanzar hacia el objetivo estratégico de la dictadura del proletariado y el establecimiento de una sociedad socialista. En este sentido no puede haber ninguna duda, es una necesidad de las masas iraníes frenar los ataques y presiones del imperialismo yanqui. Los trotskistas debemos estar al frente de esta reivindicación, debemos ser los campeones en impulsar la organización de toda la población, incluidos los kurdos, azerbaijanos y árabes y demás nacionalidades, sobre, la base del derecho para esas nacionalidades a la autodeterminación. Pero esta defensa la tenemos que hacer partiendo de los propios organismos de las masas, desde los comités que ya han surgido o de los comités que nosotros deberemos alentar a crear.

Esta es la combinación que señalaba Trotsky durante la revolución española en una situación menos convulsiva que la actual en Irán. En efecto, en enero de 1931 Trotsky decía: «las masas de la ciudad y el campo pueden unirse en el momento actual solamente bajo consignas democráticas (…). Por otro lado, obviamente será posible construir soviets en el futuro inmediato únicamente movilizando a las masas sobre la base de consignas democráticas» [6].

La lucha contra el imperialismo no puede aislarse de estos comités, que no son soviets, claro está pero que son el camino para su construcción.

Demás está decir que esta lucha contra el imperialismo debe tomar como eje, la consigna ya hecha carne entre toda la población de «extradición del Sha y devolución de todas sus riquezas robadas al pueblo iraní». Pero para ello los comités deben exigir estar armados y recibir instrucción militar permanente. De lo contrario la lucha antiimperialista se convierte en una declamación. (Recordar Chile). Pero el otro gran problema que enfrentan las masas iraníes es el hambre y la desocupación. No se puede esperar a que el gobierno de Jomeini intente resolver este problema. Desde ahora los comités deben plantearse la solución del mismo. Esto no impide que se exija la continuación de las expropiaciones imperialistas y capitalistas y el control obrero sobre las principales fuentes de ingresos, en especial la industria petrolera y cl comercio exterior. Pero todo esto no puede ser una excusa para postergar el problema ya existente, el del hambre y la desocupación. Por eso los comités deben tomar el problema en sus manos.

La defensa de las nacionalidades oprimidas también debe ser tomada por los comités obreros y barriales, no solamente por los comités de las propias nacionalidades. La derrota infligida por los kurdos al gobierno central persa ha fortalecido al conjunto de las nacionalidades oprimidas. El hecho de que los individuos de las nacionalidades oprimidas tengan una lucha en común con el resto de los iraníes, como lo es la que libran contra el imperialismo yanqui, no puede ser justificativo para abandonar la de la autodeterminación nacional contra los propios persas que tradicionalmente los han explotado.

Lo mismo tenemos que decir con respecto al campesinado pobre y los obreros agrícolas. Prácticamente en Irán no ha comenzado la revolución agraria. Recién en los últimos tiempos se han empezado a ver algunas ocupaciones y manifestaciones campesinas. Los comités obreros y barriales tienen que alentar las ocupaciones de tierras. Los actuales terratenientes son la base potencial de la reacción pro imperialista. Que los campesinos pobres y los obreros rurales no esperen un minuto más.

Todo esto que decimos no significa que olvidemos las dificultades existentes; que olvidemos que el ejército burgués, muy debilitado, todavía no ha sido destruido; que el gobierno de Jomeini, pese a que ha tenido que retroceder en muchos de sus intentos por estabilizar su gobierno, todavía mantiene a numerosos luchadores presos, entre ellos a siete camaradas trotskistas, y toda una legislación represiva; que los guardias de la revolución islámica son también una fuerza represiva al servicio del gobierno nacionalista; que muchos de los comités que han surgido no están para empujar las movilizaciones de masas sino para frenarlas. Todo esto lo sabemos, por eso es fundamental que, acompañando al desarrollo y creación de los comités, levantemos toda una serie de consignas que amplíen la democracia obrera y denuncien el burocratismo y la represión. En este sentido debemos agitar el derecho a la creación de sindicatos independientes de la tutela estatal, por la eliminación de toda la legislación represiva, por la libertad de todos los detenidos que han estado contra el Sha, por comités elegidos democráticamente.

Esto mismo hay que trasladarlo a las fuerzas armadas. Que el curso iniciado en el camino de la insurrección no se detenga. Que los oficiales sean elegidos por su propia tropa y que estas den instrucción militar a los obreros en sus fábricas y a los pobladores en sus barrios. Para ello también hay que extender y profundizar la organización en comités en todas las guarniciones. Esta es la mejor forma de ir minando la estructura burguesa del ejército.

Recordemos que este fue el factor fundamental para el triunfo de la insurrección, que esta experiencia no se agote ahora que hay un nuevo gobierno. En este sentido los comités obreros deberán ser la vanguardia en este trabajo sobre los soldados. Sin sectarismo, pero con clara conciencia de que este ejército es el instrumento con el que piensa el gobierno lograr la estabilidad de Irán, los comités obreros deben realizar su trabajo de convencimiento y organización dentro de los propios soldados.

Si no olvidamos ni por un minuto el papel que deben jugar los comités, la consigna de Asamblea Constituyente puede ser la consigna que nos permita desenmascarar al actual gobierno y sus reales intenciones de detener la revolución dentro de los marcos de la reconstrucción del estado burgués. Para ello vamos a contar con el apoyo de las nacionalidades oprimidas que ya han denunciado el carácter reaccionario del proyecto constitucional del consejo.

El encadenamiento de estas consignas nos lleva de la mano a la otra gran necesidad, que es, que los comités se desarrollen y se centralicen en un organismo único. Pero la centralización no puede ser el único objetivo. Estos comités tienen que tener metas claras y precisas: derrocar a este gobierno y establecer un verdadero gobierno obrero y campesino.

Pero si alguien planteara hoy derrocar a este gobierno caería en el aventurerismo. Lo que no quiere decir que los trotskistas en su propaganda no planteen la necesidad de que surja una organización centralizada de los comités obreros, campesinos de soldados que tome el poder e inicie la revolución socialista.

No obstante, pecaríamos de ingenuos si creyéramos que este proyecto puede ser llevado a la práctica por un movimiento espontáneo de las masas. No por sabido, es menos necesario reiterar que en Irán lo que se necesita es el partido trotskista. Lo que hemos querido señalar: que ese partido es imposible que lo construyamos, si los trotskistas no terminan de comprender que un programa, que ayude a la movilización permanente de las masas, no es la repetición de fórmulas correctas, pero fórmulas. Lo que hemos querido señalar, es que ese programa debe ser elaborado en base a la propia experiencia de las masas, partiendo de sus necesidades y conciencia. Lamentablemente el SU al cual están adheridos los dos grupos trotskistas iraníes, no puede ser una guía para la acción. Nosotros, dentro de nuestras posibilidades hemos querido ayudar al proceso de formación de ese partido en Irán.

Pero no nos quedamos en eso. También en la medida de nuestras posibilidades, creemos que a escala internacional hemos dado un ejemplo de lo que se podía haber hecho y lo que hay que hacer.

Los actos en Madrid, y el realizado en París, con invitación expresa a las organizaciones iraníes y al propio SU, indican que no nos movemos por intereses sectarios ni fraccionales, sino de la revolución mundial.

Lo que no ha hecho la burocracia stalinista ni la socialdemocracia pro-imperialista, hemos tratado de hacerlo nosotros, conscientes de nuestras propias limitaciones, pero también de nuestras responsabilidades.

Es por eso que pese a todas nuestras severas críticas a la conducción del SU, le hacemos la propuesta de continuar esta campaña en favor de la revolución iraní, y en contra del imperialismo, apoyando la lucha por la extradición del Sha, por la repatriación de sus bienes y por la libertad de todos los presos políticos, en especial de nuestros compañeros trotskistas. Ustedes tienen la palabra.


Notas:

[1] Religiosos islámicos

[2] Primer Ministro de Irán entre 1951 y 1953

[3] Trotsky. Stalin, el gran organizador de derrotas El Yunque, Bs As. abril de 1974, Págs. 232. 233.    

[4] «Por una república obrera y campesina”.Inprecor, edición española, marzo de 1979, No. 3, pág. 9.

[5] Trotsky, Sobre la liberación nacional, Editorial Pluma, Bogotá, 1976, psg 76-77

[6] Portugal, quince meses de revolución. Cuadernos de América, 1975, Argentina

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí