[…] La alianza de los obreros y los campesinos[1]
El obrero agrícola es, en la aldea, el hermano y el compañero del obrero de la industria. Son dos partes de una sola y misma clase. Sus intereses son inseparables. El programa de las reivindicaciones transitorias de los obreros industriales es también, con tales o cuales cambios, el programa del proletariado agrícola.
Los campesinos (pequeños propietarios) representan otra clase: es la pequeña burguesía de la aldea. La pequeña burguesía se compone de diferentes capas, desde los semi-propietarios hasta los explotadores.
De acuerdo con esto, la tarea política del proletariado de la industria consiste en llevar la lucha de clases a la aldea: solamente así podrá separar sus aliados de sus enemigos.
Las peculiaridades del desarrollo nacional de cada país hallan su más viva expresión en la situación de los campesinos y parcialmente de la pequeña burguesía de la ciudad (artesanos y comerciantes) porque estas clases, por numerosas que sean, representan en el fondo sobrevivencias de formas pre-capitalistas de la producción. Las secciones de la Cuarta Internacional deben, de la forma más concreta posible, elaborar programas de reivindicaciones transitorias para los campesinos (pequeños propietarios) y la pequeña burguesía de la ciudad correspondiente a las condiciones de cada país. Los obreros avanzados deben aprender a dar respuestas claras y concretas a los problemas de sus futuros aliados.
En tanto siga siendo el campesino un pequeño productor “independiente”, tiene necesidad de crédito barato, de precios accesibles para las máquinas agrícolas y los abonos, de condiciones favorables de transportes, de una organización honesta para las negociaciones de los productos agrícolas. Sin embargo, los bancos, los trusts, los comerciantes extorsionan al campesinado por todas partes. Sólo los campesinos pueden reprimir este pillaje, con la ayuda de los obreros. Es necesario que entren a actuar comités de chacareros pobres que, en común con los comités obreros y los comités de empleados de banco, tomaran en sus manos el control de las operaciones de transporte, de crédito y de comercio que interesan a la agricultura. […]
[…] Los campesinos, el artesano y el pequeño comerciante, a diferencia del obrero, del empleado y del pequeño funcionario no pueden reclamar un aumento del salario paralelo al aumento de los precios.
La lucha burocrática oficial contra la carestía de la vida no sirve más que para engañar a las masas. Los campesinos, los artesanos y los comerciantes, sin embargo, en su condición de consumidores, deben tomar una participación activa, junto con los obreros, en la política de los precios. A las prédicas de los capitalistas relativas a los gastos de producción, de transporte y de comercio, los consumidores deben responder: “muestren vuestros libros, exigimos el control sobre la política de los precios”. Los órganos de este control deben ser los comités de vigilancia de los precios, formados por delegados de las fábricas, los sindicatos, las cooperativas, las organizaciones de campesinos, los elementos de la pequeña burguesía pobre de las ciudades, de los trabajadores del servicio doméstico, etc… De este modo los obreros demostrarán a los campesinos que la razón de la elevación de los precios no consiste en los salarios altos sino en las ganancias excesivas de los capitalistas y en el derroche de la anarquía capitalista.
El programa de la nacionalización de la tierra y de la colectivización de la agricultura debe formularse de tal manera que excluya radicalmente la idea de la expropiación de los campesinos pobres o de la colectivización forzosa. El campesino continuará siendo el campesino de su lote de tierra mientras él mismo lo considere necesario y posible. Para rehabilitar el programa socialista a los ojos de los campesinos es preciso desenmascarar implacablemente los métodos stalinistas de colectivización, dictados por intereses de la burocracia y no los intereses de los campesinos y de los obreros.
La expropiación de los expropiadores tampoco significa el despojo forzoso de los artesanos pobres y de los pequeños comerciantes. Por el contrario, el control de los obreros sobre los bancos y los trusts, y con mayor razón la nacionalización de estas empresas, puede crear para la pequeña burguesía de la ciudad condiciones incomparablemente más favorables de crédito, de compra y venta, que bajo la dominación ilimitada de los monopolios la dependencia de esas empresas respecto del capital privado será sustituida por la dependencia respecto al Estado, cuya atención a las necesidades de sus pequeños copartícipes y agentes será tanto mayor cuanto más riguroso sea el control de los obreros sobre el mismo.
La participación práctica de los campesinos explotados en el control de las distintas ramas de la economía permitirá a los campesinos decidir por sí mismo el problema de saber si les conviene o no sumarse al trabajo colectivo de la tierra, en qué plazos y en qué escala. Los obreros de la industria se comprometen a aportar en este camino toda su colaboración a los campesinos por intermedio de los sindicatos, de los comités de fábrica y, sobre todo, del gobierno obrero y campesino.
La alianza que el proletariado propone no a las clases medias en general, sino a las capas explotadas de la ciudad y el campo, contra todos los explotadores, e incluso los explotadores “medios”, no puede fundarse en la coacción, sino solamente en un libre acuerdo que debe consolidarse en un “pacto” especial. Este “pacto” es precisamente el programa de reivindicaciones transitorias, libremente aceptado por las dos partes.
[1] TROTSKY León, EL PROGRAMA DE TRANSICIÓN, 1938