H. Klement Agosto 20/2022 – Actualizado agosto 26/2022
Hace 82 años, el 21 de agosto de 1940, fue asesinado el último gran dirigente de la revolución socialista en Rusia (1917), León Trotsky. Acción ejecutada por un militante comunista español, reclutado y entrenado para esa tarea por la policía política del estalinismo (GPU), gobernante en ese entonces en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Este vil asesinato de los estalinistas fue apoyado por los dirigentes de los partidos comunistas, incluido el mexicano y precedido por varios atentados en su contra.
Su asesinato buscaba eliminar su permanente actividad política y teórica, que daba aliento a las luchas revolucionarias de los trabajadores en el mundo contra los gobiernos capitalistas y el imperialismo. Para lo cual era imprescindible la construcción de una nueva organización Internacional, a IV Internacional, el partido mundial de la clase obrera, en lucha política contra el sistema mundial capitalista. Al mismo tiempo, brindó a la contrarrevolución imperialista un gran servicio. Eliminó al reconocido revolucionario ruso, quien le representaba un potencial peligro para los capitalistas y les impedía mostrar al estalinismo y sus atrocidades, como el «socialismo» y el continuador de Lenin y los bolcheviques, cuando realmente constituyó el enterrador de la revolución rusa.
León Trotsky era la imagen viva no sólo de una política marxista y revolucionaria contra el capitalismo, sino contra sus agentes dentro de los trabajadores del mundo, los partidos comunistas (estalinistas). De combate a su política y programa de “coexistencia pacífica con el imperialismo”, contraria a la revolución. Inicialmente, practicada por el estalinismo en la URSS y luego en todos los países conocidos como “socialistas”. Igualmente, Trotsky personificaba la batalla contra la nefasta política sectaria de Stalin que permitió el triunfo de Hitler y del fascismo en Alemania (1933). También contra el posterior giro de apoyo y pacto con sectores burgueses “democráticos” o “progresistas”, con que los partidos Comunistas llevaron a la derrota decenas de procesos revolucionarios en el mundo, entre ellos la revolución China en 1927 o la española en 1936.
Con esta política, los comunistas lanzaron un salvavidas a los gobiernos capitalistas en los lugares del mundo donde los trabajadores y pueblos se lanzaron a derrocarlos. Particularmente criminal fue su política al final de la segunda guerra mundial, para que la clase obrera ayudara a los capitalistas a reconstruir Francia e Italia y en general a Europa. Labor que, para desgracia de la clase obrera, los restos reciclados de esos partidos hoy aún siguen desarrollando de la mano de guerrilleros y todo tipo de oportunistas o burócratas sindicales, en los países donde los de abajo salen a la lucha.
Parte de esa tarea mundial en contra de la revolución fue asesinar a Trotsky. Ramón Mercader (alias Jacson Mornard), quien acabó cobardemente con su vida, llevó a término la llamada «operación Pato»[1] firmada directamente por Stalin. El asesino atacó por la espalda al “viejo”, clavando en su cráneo un piolet[2], dejándolo herido de muerte. Aun así, Trotsky con 60 años de edad, pudo defenderse, derribando a su atacante y luchando por sobrevivir, pero su muerte sobrevendría 26 horas más tarde. Años más tarde, Ramón Mercader fue condecorado como héroe en la Unión Soviética y con ese mismo reconocimiento vivió bajo el cobijo del gobierno de Cuba liderado por Fidel y Raúl Castro. Así fue premiada por el estalinismo su criminal acción.
Su asesinato fue la culminación de una larga labor de persecución, que no dio tregua e incluyó varios años de exilio. Fue el paso culminante del asesinato de cientos de miembros de la Oposición de Izquierda dentro del Partido Bolchevique ruso, de cientos de disidentes cercanos a Trotsky y de tres de sus hijos. Los estalinistas de la URSS y el mundo, además, enlodaron su trayectoria con toneladas de calumnias, borraron su nombre de los libros, falsificaron las imágenes y las actas, para cambiar la historia.
Esta implacable persecución y asesinato no fue una venganza personal de Stalin. Se trató de una consciente operación política de la burocracia gobernante en la URSS, para eliminar la continuidad revolucionaria del bolchevismo y liquidar de tajo lo que significaba para el proletariado y la revolución mundial la lucha revolucionaria de Trotsky.
No obstante, la justeza de la batalla política revolucionaria e internacionalista de Trotsky contra el sistema capitalista, se revela hoy vigente. Los hechos actuales revelan que se trata de un sistema en total decadencia. La terrible realidad en que sobreviven los desposeídos y excluidos del mundo, echan por tierra las creencias que difunden sus defensores, acerca de posibles cambios positivos en la vida y trabajo de la población pobre bajo el capitalismo (imperialista). Las ilusiones en que con más democracia y bastantes elecciones, se logrará un nuevo período de bienestar y justicia social. Las pretensiones de reformar este sistema, para coexistir con él aliados a burgueses «progresistas», se estrellarán contra el pavimento de la crisis global que este sistema atraviesa.
Un sistema que constituye una amenaza para el planeta y la supervivencia misma de la humanidad, sobre todo, para quienes ejercen la labor más valiosa, los trabajadores. La fuerza creadora de toda la riqueza que existe y que con su trabajo cotidiano garantizan el funcionamiento mundial de la sociedad.
Los hechos internacional lo muestran. Sin que los estragos de la pandemia culminaran, sobrevino una guerra en el centro de Europa, entre poderosas potencias, que desgarra a Ucrania. Una reaccionaria disputa entre potencias capitalistas por nuevas áreas de influencia, mercados y hegemonía política y militar. En un bando militar, el de Ucrania, los imperialismos de EEUU y Unión Europea, apoyados por casi todos los gobiernos capitalistas del mundo. En otro bando, Rusia con el apoyo de China, Irán y otros gobiernos también capitalistas, pero que se pintan de «progresistas» o de “izquierda”, llevan adelante una feroz carnicería, en esta nueva guerra de rapiña.
En esta tragedia, el rechazo y combate a la condenable acción contrarrevolucionaria de EEUU y demás imperialismos con su OTAN, que actúan y arman el bando del gobierno y ejército de Ucrania, está fuera de discusión entre revolucionarios. El nefasto papel de la Rusia liderada por Putin, el ex agente de la KGB (heredera de la GPU) con su criminal invasión expansionista, así la disfrace de acción defensiva, merece ser combatida y rechazada. Esa acción criminal rusa es, entre otras razones, una fatal consecuencia de la restauración del capitalismo en la URSS (en China y demás países similares), a manos de la contrarrevolución imperialista (en asocio con un sector de la burocracia estalinista gobernante), de donde surgió esa Rusia capitalista y expansionista que hoy desangra a Ucrania. La actual guerra en Europa y la pandemia significan no sólo millones de muertos, sino sus efectos inmediatos en millones de desplazados, nuevos desempleados, extensión del hambre y la miseria, inflación desbocada, crisis energética y alimentaria. Además, alimenta el armamentismo y la tendencias totalitarias de los gobiernos para acallar las expresiones de indignación y movilización que, como justa respuesta a la crítica situación, también van en aumento en diversas latitudes.
Infortunadamente por la negativa, se ratificó el pronóstico de Trotsky: si la revolución rusa no se ponía al servicio de la revolución mundial, el resultado sería la restauración capitalista. También se reveló como correcto, su combate contra la concepción de que era posible coexistir en paz con el imperialismo. Esa utópica y reaccionaria política de los estalinistas, fue refutada con la llamada «globalización neoliberal«, es decir el triunfo imperialista y la expansión de sus capitales y mercancías a velocidades electrónicas, que se abrió paso tras la derrota a los trabajadores del mundo y la restauración capitalista en todos los países conocidos como el «socialismo real«, los Estados Obreros. Espejismo que se sostuvo sólo hasta el estallido financiero de 2008, la gran recesión y el retroceso que marcó para las potencias.
En el programa fundacional de la IV Internacional Trotsky señaló “Las nuevas invenciones y mejoras técnicas no consiguen elevar el nivel de riqueza material. En las condiciones actuales de crisis social del sistema capitalista en su conjunto, cada nueva crisis coyuntural impone a las masas mayores sacrificios y sufrimientos…”. Es decir que “las fuerzas productivas de la Humanidad han dejado de crecer”. Este certero pronóstico se corrobora hoy cuando la crisis por hambre amenaza millones, mientras la capacidad tecnológica y científica sigue puesta al servicio del lucro de las corporaciones capitalistas del mundo y de su capacidad militar incluso nuclear. Los nuevos inventos y avances tecnológicos, siguen enriqueciendo y ampliando a niveles sin precedentes la brecha entre ricos y pobres.
El sistema no ha podido se derribado aún, no porque haya faltado lucha, heroísmo y decisión del pueblo trabajador, sino a consecuencia de que quienes dirigen sus organizaciones y acaudillan sus protestas, se han cambiado de bando. Tras la derrota de finales de los años 80s, la gran mayoría de las organizaciones que se reclamaban de los trabajadores y del marxismo, se pasaron a la defensa del capitalismo. Hoy la casi totalidad de las direcciones políticas y sindicales con audiencia entre la juventud, los trabajadores y pobres, canalizan los deseos de cambio y el malestar creciente entre jóvenes y luchadores con esta sociedad, hacia la ilusión en que es posible reformarla y hacer más humano el capitalismo, por medio del voto. Les inculcan renunciar a la movilización, a la huelga y la lucha consecuente contra el sistema, bajo el argumento de que los cambios anhelados se conseguirán si se gana el gobierno y el parlamento por medio de elecciones, de la mano de políticos burgueses que se presenten como «demócratas» y «progresistas». Son los cantos de sirena de socialdemócratas, que en pleno siglo XXI y del dominio de las trasnacionales y el capital financiero, presentan como viable la «libre competencia» y otros paradigmas del liberalismo económico del siglo XVIII, como si se tratara de ideas de avanzada.
Además, como no se plantean realizar revolución alguna, para ellos, la clase obrera dejó de ser el sujeto privilegiado de su actividad y menos su papel de líder de las luchas. Hoy la gran mayoría de estas direcciones privilegia impulsar tibias reformas a reclamos democráticos y mínimos de organizaciones étnicas o de género (defensores de derechos humanos, feministas, ambientalistas, indigenistas, etc.) de composición poli clasista y cuyas demandas no amenazan la continuidad del capitalismo. Conscientemente ignoran el origen de la opresión política y la exclusión, así como todas las desigualdades. Obvian combatir el sistema que origina la violencia, la arbitrariedad contra los más débiles y la exclusión, así como la destrucción de la naturaleza, pues se trata del sistema de una sociedad dominada por una minoría que vive en una grosera opulencia de derroche, corrupción y arbitrariedad, gracias a que explotan y se lucran el trabajo ajeno. Y más allá de marcadas diferencias, todos los gobiernos actuales trabajan para mantener este sistema en pie.
A pesar de esas siniestras amenazas y los reveses de la lucha del proletariado, Trotsky apostó a la capacidad revolucionaria de la clase obrera. Para resistir, levantarse de nuevo, enfrentar las crisis y luchar por revolucionar esta sociedad para construir una nueva bajo su liderazgo. Por eso su nombre está asociado a la confianza en esa capacidad revolucionaria del proletariado y el pueblo trabajador. Apoyado no en alguna creencia o «nuevo relato», sino en el marxismo como ciencia y guía para la acción. De allí la urgente necesidad de persistir en la causa revolucionaria internacionalista, fundamentada en el marxismo.
Por ello, León Trotsky fue y será uno de los más importantes maestros y referente histórico-político para los marxistas revolucionario, pues su actividad se basó en una convicción científica: este sistema social y económico ha agotado sus posibilidades. Ya no puede aportar bienestar, prosperidad o una vida en paz para las grandes mayorías. Como se muestra a diario, constituye un sistema decadente y caduco.
Por eso, la experiencia revolucionaria bajo las banderas del marxismo que sintetizó Trotsky, sigue siendo un extraordinario punto de apoyo para quienes nos proponemos alentar toda lucha de la clase obrera y los oprimidos contra los planes de ajuste y demás medidas regresivas de los gobiernos burgueses y por mínima que sea, hacia su profundización como lucha revolucionaria. Sin perder de vista que se enfrenta al capitalismo imperialista y que si se potencia, plantea la posibilidad de lograr la destrucción de éste y el triunfo de la revolución socialista y extenderla a nivel mundial. A medida que se desarrolle y generalice la movilización a escala internacional, las lecciones de Trotsky se pueden convertir en una referencia obligada para los sectores más conscientes de los luchadores, que surgirán en las huelgas obreras, movilizaciones y estallidos sociales.
Esas banderas son apoyo para quienes, al calor de las batallas que se vienen sucediendo en el mundo, nos empeñamos en construir una organización política internacional propia de la clase obrera y practicar un auténtico internacionalismo proletario. Una organización regida por una irrestricta democracia interna como medio para precisar la política y para lograr una acción centralizada ante burgueses y burócratas, enemigos de la revolución. Que responda con una herramienta adecuada a la realidad actual: la existencia de una economía y política mundiales.
Los hechos muestran correcta la afirmación de Trotsky: “La orientación de las masas viene determinada, ante todo, por las condiciones objetivas del capitalismo decadente y, después, por la política traidora de las organizaciones obreras tradicionales. De estos factores, el decisivo es el primero: las leyes de la Historia son más fuertes que los aparatos burocráticos. A pesar de sus diferencias de método, los social-traidores no lograrán romper la voluntad revolucionaria del proletariado. (…) Cada día nuevos sectores de oprimidos levantarán su cabeza y defenderán resueltamente sus reivindicaciones”[3].
Los recientes levantamientos de masas en Panamá, Ecuador, Sri-Lanka, etc. ante los ataques de los gobiernos, así como los previos en Chile, Colombia, Ecuador, EE.UU, Cuba y Kazajistán, tanto como las huelgas de sectores obreros en Gran Bretaña, Francia o España o las expresiones de protesta en Cuba, Argentina o Venezuela, muestran la actualidad de aquella afirmación de Trotsky: «cada día nuevos sectores de oprimidos levantan su cabeza y defienden resueltamente sus reivindicaciones…» Son las condiciones objetivas para el avance de una política consecuente y de independencia de clase, que permitirá dejar atrás las ilusiones en “cambios” bajo la tutela de gobiernos burgueses supuestamente “progresistas”, con la que sus agentes dentro de las organizaciones de los trabajadores ilusionan y confunden para desviar la lucha de quienes aspiran a cambiar su condiciones de existencia.
[1] La operación Utka o Pato fue un plan diseñado por la GPU, aprobado personalmente por Stalin. Link aquí
[2] También llamado “piqueta” que es una herramienta de montañismo y para escaladores.
[3] Trotsky. Programa de Transición: la agonía del capitalismo y las tareas de la IV Internacional. El proletariado y sus direcciones. Los Soviets.