Introducción
Por: Roberto Fanjul y Gabriel Zadunaisky (Publicado en Revista de América, 1973.)
El tema central de este trabajo es el carácter del Estado de Israel, desde los orígenes del movimiento sionista hasta el papel que cumple hoy día en el escenario político y social de Oriente Medio. Nos hemos entonces circunscrito casi exclusivamente a la trayectoria del sionismo en Palestina.
Con respecto a la actual situación de Oriente Medio, no se puede tomar una posición correcta, sin antes haber precisado el carácter del Estado de Israel y de su papel actual. Dada la monumental acumulación de fábulas, verdades a medias o mentiras completas que sobre este tema nos sirven diariamente desde la prensa imperialista, nos pareció necesario remontarnos hasta los orígenes de la corriente colonizadora que trajo como consecuencia la fundación de Israel y ha motivado más de treinta años de luchas sangrientas en esa zona tan vital del planeta.
Antes de entrar a considerar la trayectoria del sionismo, en especial del sionismo en Palestina, es necesario decir algunas palabras sobre la situación particular por la que atravesaban los judíos en Europa desde mediados del siglo pasado, ya que en ese marco histórico nace el movimiento sionista.
No hay quizás un problema histórico sobre el que se haya fabulado tanto como sobre el problema de “supervivencia” de los judíos a través de los siglos. “Historiadores” idealistas, curas, rabinos, etc., han tratado de explicar este fenómeno apelando a diversos mitos: desde las características de la religión hebrea, hasta las fábulas de carácter racista (es decir, que los judíos constituirían una “raza” con características especiales que los mantendrían inmutables en cualquier circunstancia histórica).
El marxismo ha despejado toda esta maraña mitológica. Los estudios de Carlos Marx, primero, y especialmente luego los del gran marxista Abraham León,[1] han establecido científicamente las causas materiales e históricas de la “originalidad” del pueblo judío. Estas causas son terrenales y no tienen nada que ver ni con Jehová, ni con una supuesta “esencia” racial inmutable a través de las edades, como suponen tanto los antisemitas como los sionistas.
El secreto de la supervivencia judía es muy simple: en las sociedades precapitalistas los judíos constituyeron una clase social, o mejor dicho un pueblo-clase. No son el único ejemplo en la historia: los gitanos, por ejemplo, constituyeron también un pueblo-clase.
En las sociedades precapitalistas, los judíos representaban las formas “prehistóricas” del capital, tanto en el mundo antiguo como en el mundo feudal. En la sociedad feudal, por ejemplo, tenemos las siguientes clases: los señores feudales (nobles o curas) y los siervos de la gleba. Estos siervos trabajaban la tierra y debían entregar parte del producto al señor feudal. Casi todo lo producido era directamente consumido o usado, ya sea por el señor y los curas o por los siervos. No se producía para vender o cambiar el producto en el mercado y obtener una ganancia. Era fundamentalmente una sociedad productora de valores de uso y no de valores de cambio, como es nuestra actual sociedad capitalista. El cambio y el dinero, sin embargo, existían. Pero el cambio era la excepción, no la regla. La compraventa y el préstamo de dinero se desarrollaban relativamente al margen del modo de producción de esas sociedades productoras de valores de uso. Por eso eran ejercidos por “extranjeros”, por pueblos-comerciantes (fenicios, judíos, lombardos, etc.). Pueblos-clase que, como decía Marx, existían en los poros de la sociedad productora de valores de uso. Los judíos son la supervivencia de una vieja clase mercantil y financiera precapitalista.
Sobre esas relaciones materiales se elevaba la superestructura institucional e ideológica: autoridades comunitarias, una religión “especial”, el mito de considerarse descendientes del primitivo pueblo hebreo que habitaba en Palestina al principio de nuestra era, etc. Esta superestructura ayudaba a mantener la cohesión del pueblo-clase, pero, al mismo tiempo, falseaba la verdadera naturaleza de su existencia. Este fenómeno de falsa conciencia es, por otra parte, común a todas las ideologías.
La función de los judíos como pueblo-clase no sólo explica su supervivencia, sino también su asimilación. Abraham León prueba con enormidad de datos que, en los lugares y las épocas donde los judíos perdían ese carácter de pueblo-clase, tarde o temprano su superestructura ideológica e institucional se derrumbaba y terminaban asimilándose. También esto explica por qué no hay unidad racial entre los judíos: durante toda la historia de las sociedades precapitalistas son numerosos los casos de conversión, a veces masiva, al judaísmo. Oculto bajo ese manto ideológico-religioso, se producía el fenómeno de la incorporación de individuos o grupos enteros al pueblo-clase. Eso explica que haya habido judíos de “raza” mongólica en el Daghestan, judíos negros (los Falasha) en Etiopía, judíos árabes en el islam y judíos de origen eslavo en Europa Oriental. El mito de la descendencia común de Abraham o de los habitantes de Palestina a principio de nuestra era no resiste el menor examen.
Al desarrollarse el capitalismo, a la vieja clase comercial precapitalista judía se le fueron disolviendo las bases materiales de su existencia como pueblo-clase. En Europa Occidental, especialmente en Inglaterra, donde más tempranamente se desarrolla el modo de producción capitalista, los judíos comienzan en forma natural a asimilarse. Este proceso hubiera sido general —con el retardo lógico que imponen las rémoras religiosas, familiares, etc.— si el capitalismo -a escala mundial- hubiera seguido siendo progresivo. Pero antes de que finalizara en toda Europa este proceso natural de asimilación, proceso que apenas si había comenzado en la atrasada Europa Oriental, el capitalismo se convierte en imperialismo. Es decir, deja de ser progresivo y comienza su etapa de descomposición a escala mundial. Se abre la era de las revoluciones, la era de la transición del capitalismo —ya condenado por la historia— a la nueva sociedad socialista. El capitalismo, al entrar en su edad senil, no puede resolver los problemas que no alcanzó a solucionar en su juventud. No sólo el problema judío; muchos otros, el capitalismo, en su etapa de pudrición final, no sólo no los resuelve, sino que generalmente los agrava. El capitalismo comenzó, por ejemplo, planteando el problema nacional, levantando las consignas progresivas democrático-burguesas de independencia y soberanía nacional. Pero el capitalismo terminó organizando el sistema más monstruoso de dominación imperialista, de negación de los derechos nacionales y democráticos para la mayor parte de la humanidad que vive en los países coloniales y semicoloniales. El capitalismo comenzó planteando la “igualdad” abstracta entre los hombres y terminó imponiendo las discriminaciones más aberrantes. Así podemos seguir enumerando problemas, entre ellos el de los judíos europeos.
En Europa Oriental las masas judías comenzaron a enfrentar, desde mediados del siglo XIX, una situación muy difícil. Por un lado, el desarrollo capitalista —como hemos señalado— destruía su vieja forma de existencia como pueblo-clase. Pero, por otro lado, el capitalismo europeo ya era incapaz de asimilar a los grupos judíos a la burguesía y a la clase media, en forma natural, como había sucedido en Inglaterra, por ejemplo. El desarrollo del moderno antisemitismo europeo, que culminaría con el régimen nazi, tiene que ver en parte con este problema. Sale fuera de los marcos de este estudio analizar esta monstruosa erupción de racismo. Señalemos únicamente que el antisemitismo moderno —aunque retomaba mitos medievales— tenía un contenido muy distinto: era parte de la política de algunos regímenes imperialistas, a los que convenía usar a los judíos (también a los gitanos, en menor medida) como blanco para confundir y desviar la desesperación de la clase media e incluso de sectores atrasados de la clase obrera.
Frente a su dramática situación, las masas judías en Europa, en especial en Europa Oriental, tenían diversas opciones políticas. El marxismo, que ejercía una gran atracción sobre ellas, planteaba la solución del problema judío en los términos de la lucha por el socialismo.
El socialismo —y dentro del socialismo especialmente los marxistas revolucionarios— llamaba a las masas judías oprimidas del Este de Europa a fusionarse con la clase trabajadora y sus luchas. Para las masas judías miserables de Varsovia o de Kiev ya estaba cerrado el camino que habían seguido sus correligionarios más afortunados de Inglaterra o Francia: el camino de su asimilación como burgueses en los marcos del capitalismo. Pero sí podía y debía asimilarse a los trabajadores en la lucha por el socialismo. Mientras el imperio zarista estimulaba los choques, de rusos contra polacos o ucranios, o de éstos contra los judíos, mientras el imperio austro-húngaro hacía lo mismo en el mosaico de pueblos que dominaba, los marxistas revolucionarios llamaban a la unidad de todos los trabajadores (de cualquier lengua, nacionalidad o “raza”) para luchar contra esos regímenes y contra toda la burguesía imperialista europea. El fin del capitalismo en Europa y la instauración del socialismo no solamente habrían de terminar con la explotación de una clase por otra, sino también con toda forma de opresión, sea nacional, de sexo, racista, etc. El socialismo liquidaría el problema judío que el capitalismo no puede solucionar.[2]
Fueron así numerosos los obreros, estudiantes e intelectuales de origen judío que ingresaron a las filas socialistas y se asimilaron a los trabajadores de sus países. Trotsky, Rosa Luxemburgo, Kamenev, Zinoviev, Radek, Leo Jogiches, son sólo unos pocos nombres entre cientos de miles.
Pero el viejo pueblo-clase, como ya hemos señalado, bajo las condiciones del moderno capitalismo era cada vez menos homogéneo. Si por una punta muchos judíos proletarizados, estudiantes e intelectuales pobres se fusionaron con el movimiento obrero y revolucionario, por la otra punta se hallaban señores como los Rothschild, el barón Hirsh y otros multimillonarios hermanados a la burguesía imperialista de los diversos países europeos. De una punta a la otra se escalonaban las distintas capas burguesas, pequeñoburguesas, semiproletarias, etc. Esto daba la base de clase para otras opciones políticas que, por supuesto, nada tenían que ver con el socialismo revolucionario. Más bien serían sus enemigas mortales. Entre las salidas burguesas al problema judío, las más importantes serían el bundismo y el sionismo.
Los bundistas[3] surgieron en Rusia y otros países del Este europeo como una rama de la socialdemocracia. El Bund, supuestamente socialista y teóricamente revolucionario, era en verdad un reflejo del nacionalismo burgués en el seno del proletariado judío. Eran parte de toda la corriente de la socialdemocracia europea que capitulaba ante sus respectivas burguesías. Bajo la consigna de mantener la “cultura nacional”, sostenía que los obreros judíos debían organizarse aparte de los obreros rusos, polacos, etc. El Bund le hacía el juego a la burguesía al dividir a los trabajadores de cada fábrica o ciudad según su origen nacional o “racial”. Es lo mismo que si aquí [en Argentina, Editor] en las obras de la construcción (donde hay muchos compañeros extranjeros), se planteara para un conflicto organizar un comité de huelga de los paraguayos, otro de los bolivianos, otro de los argentinos, otro de los chilenos, etc. Todo bajo el pretexto, por ejemplo, de que los compañeros paraguayos no se van a olvidar así del guaraní y los bolivianos van a poder conservar mejor los valores de su cultura indígena amenazada por la mezcla o “asimilación” con los argentinos descendientes de europeos. Lenin y Trotsky condenaban enérgicamente al bundismo.
La base social del Bund la constituían los sectores artesanales, semiproletarios u obreros de pequeños talleres, especialmente de la industria del vestido y la peletería. Era un vasto sector con un pie en el viejo gueto y otro en el proletariado industrial moderno. Esto se reflejaba en la ideología del Bund, que por un lado se reivindicaba marxista y revolucionario, y por el otro negaba el internacionalismo al levantar barreras entre los obreros de distinto origen. Este carácter contradictorio (reflejo de una contradicción real de su base social) determinaba que, a pesar de su capitulación al nacionalismo burgués, el Bund no planteará que los trabajadores judíos debían apartarse de la lucha de clases y unirse a su burguesía para marchar a colonizar Palestina o algún otro territorio. Ese “honor” le estaba reservado al sionismo.
El movimiento sionista
En el mismo año (1897) en que era fundado el Bund, se realizaba en Basilea (Suiza) el congreso de fundación de la Organización Sionista. Esta tenía su prehistoria: “La rápida capitalización de la economía rusa —dice Abraham León— luego de la reforma de 1863, hace insostenible la situación de las masas judías en las pequeñas ciudades. En Occidente, las clases medias, desmenuzadas por la concentración capitalista, comienzan a volverse contra el elemento judío cuya competencia agrava la situación. En Rusia se funda la asociación de los Amantes de Sión. Leo Pinsker escribe Autoemancipación, libro en el que preconiza el retorno a Palestina como única solución posible a la cuestión judía. En París, el barón Rothschild, que como todos los magnates judíos ve con poca simpatía la llegada a Occidente de los inmigrantes judíos, comienza a interesarse en la colonización judía de Palestina. Ayudar a los ‘hermanos infortunados’ a volver al país de sus ‘antepasados’, es decir, a que se fueran lo más lejos posible, no tenía nada de desagradable para la burguesía judía occidental que con razón temía el ascenso del antisemitismo. Poco después de la aparición del libro de Leo Pinsker, un periodista judío de Budapest, Teodoro Herzl, asiste en París a las manifestaciones antisemitas provocadas por el proceso Dreyfus. Escribirá El Estado judío que hasta hoy sigue siendo la Biblia del movimiento sionista.”[4]
Aunque la Organización Sionista iba a disputar la misma clientela que el Bund e incluso que el socialismo revolucionario, su carácter de clase era marcadamente distinto: aparecía como el programa de un sector de la gran burguesía judía, sector que terminaría siendo dominante dentro de ella.
Los apologistas del sionismo tratan de oscurecer este hecho argumentando que, en sus inicios, la mayor parte de la gran burguesía judía era asimilacionista y no apoyaba al sionismo. Y eso es verdad, pero únicamente prueba que —como sucede siempre con toda nueva idea o movimiento de cualquier clase social— al principio sólo es patrimonio de una minoría. Lo que hay que preguntarse es si históricamente —es decir, a largo plazo— el sionismo terminó siendo la ideología y la política del conjunto de la gran burguesía judía. Dicho más claramente: es verdad que, por ejemplo, el barón Edmund de Rothschild tuvo diferencias tácticas con Herzl. Pero, hoy día, ¿con quién está la familia Rothschild? ¿Con el sionismo o contra el sionismo? Es así como hay que plantear la cuestión.
Por otra parte, se aduce que los pioneros de la colonización palestina eran artesanos, pequeños comerciantes pobres, gentes en fin de las que se puede decir cualquier cosa menos que tenían una abultada cuenta bancaria. De esa forma tratan de dar —como veremos más adelante— una imagen “plebeya” y hasta “obrera” y “socialista” del sionismo. Se nos presentan las figuras de Pinsker, un humilde soñador, de Herzl, un simple periodista que se convierte en el segundo Moisés, de Borochov, “socialista” y “marxista”, etc.
La expansión sionista
Por supuesto que no entraba en los planes del barón Edmund de Rothschild y de otros caballeros como él, trasladarse personalmente a trabajar la tierra en Palestina. Pero eso no significa nada en cuanto a la caracterización de clase del sionismo. La clave es: ¿a quiénes le convenía que los humildes y desesperados sastres, buhoneros y desocupados de Varsovia o Lublin fueran fletados para Tierra Santa? Eso es lo que justamente Abraham León señala.
Si hay alguna duda de lo que significaba esto en relación con la situación política europea, es el propio Herzl quien se encarga de despejarla: uno de sus temas obsesivos es que la emigración de judíos a Palestina es la única garantía de que no serán captados por los “partidos subversivos”. Herzl se entrevista con Guillermo II, emperador de Alemania. ¿De qué hablan?: “Herzl expuso su proyecto en líneas generales. Conversaron luego sobre el problema judío, el caso Dreyfus, la influencia de Alemania en el Oriente y el provecho que podía sacar de la solución del problema judío, el cual, si no fuera solucionado, empujaría —como Herzl no dejó de recalcar— a los judíos a los partidos subversivos. El Káiser pareció estar convencido.”[5]
Herzl habla ante el Primer Congreso Sionista: “Si, finalmente, el gobierno de Rusia permanece neutral, los judíos se ven sin protección en el régimen existente y se pasan a los partidos subversivos… El sionismo es, sencillamente, el pacificador.”[6]
Esta función del sionismo como “pacificador” y obstáculo para que los judíos “se pasen a los partidos subversivos” es lo que permite a Herzl llegar a acuerdos con los personajes más siniestros del imperio de los zares, tales como Plevhe, el conde Whitte o Ivan von Simonyi, todos ellos antisemitas notorios y organizadores de pogroms. “‘Hasta ahora, mi partidario más ardiente es el antisemita de Presburgo, Ivan von Simonyi…’ escribe Herzl el día 4 de marzo de 1896.”[7] Posteriormente, a las puertas de la primera revolución rusa, Herzl llega a Petrogrado y hace un acuerdo con Plevhe, ministro del zar: “Celebré mucho la oportunidad que se me ofreció —informa luego Herzl al Sexto Congreso Sionista— para entrar en contacto con el gobierno de aquel país [Rusia], y puedo decir que encontré cierta comprensión para las aspiraciones sionistas, escuchando también las manifestaciones de buena voluntad de hacer algo decisivo para nosotros… En cuanto al movimiento sionista, se me hicieron mayores promesas. Puedo decirles a ustedes que el gobierno ruso no tiene la intención de poner trabas al sionismo, con tal que éste conserve su carácter tranquilo y legal. Además, el gobierno ruso está dispuesto a contribuir a los gastos de una emigración dirigida por nosotros los sionistas.”[8] ¿Qué carácter de clase, qué intereses podía representar un movimiento como el sionista que, en plena hoguera de la revolución rusa, lograba el milagro de que el gobierno zarista le permitiera funcionar sin “trabas” y que, además, “contribuía a sus gastos”? En Rusia, este milagro no lo conseguían ni los buenos y pacíficos burgueses del Partido Constitucional Demócrata (Kadete). ¡Y esto lo conseguía el sionismo de un gobierno que se distinguía por la matanza permanente de ciudadanos judíos! Para explicar este milagro político se puede naturalmente apelar a la Divina Providencia, a la Santísima Trinidad o a Jehová, según los gustos; nosotros, materialistas, ofrecemos otra explicación: el zarismo (“baluarte de la reacción europea”, según Lenin) y el sionismo podían pactar porque coincidían en sus intereses de clase. Ambos, cada cual en su esfera y con distintos métodos, reflejaban los intereses más retrógrados y contrarrevolucionarios de las burguesías imperialistas de Europa.
Eso significaba el sionismo en el marco de la lucha de clases europea. Si se hubiera reducido a eso, habría pasado a la historia como uno de los tantos partidos ultrapatrioteros y reaccionarios que pululaban sobre todo en el Centro y el Este del Viejo Continente. Pocos sabrían hoy de su existencia. Pero el programa sionista no se reducía únicamente a apartar a las masas judías de la lucha de clases en Europa (y por consiguiente de los “partidos subversivos”), su otra cara era trasladar a esas masas fuera de Europa para constituir un Estado judío.
La historia del sionismo según los sionistas
Los defensores del sionismo, especialmente sus apologistas de “izquierda”, reivindican precisamente esta otra cara. Aceptan que Herzl y el movimiento sionista no eran precisamente un factor progresivo en la política europea, pero argumentan que eso es secundario frente a un hecho esencial: el sionismo sería el movimiento de liberación nacional del pueblo judío. Un movimiento nacional similar, en última instancia, al que logró la independencia de Argelia o de India, de los países de África negra o de Indonesia, etc.
Esos movimientos nacionales generalmente no están dirigidos por el proletariado, ni sus organizaciones políticas son marxistas revolucionarias, pero el leninismo plantea que deben ser apoyados. Así, Lenin y Trotsky apoyaron, por ejemplo, la lucha por la independencia nacional de Turquía, a pesar de estar dirigida por la burguesía y con anticomunistas como Kemal Ataturk a su frente. De la misma manera sostuvieron la lucha de Afganistán contra el imperialismo inglés, a pesar de que su dirección ni siquiera era burguesa sino feudal. ¿Era más progresivo —plantean los sionistas— el emir feudal de Afganistán que el burgués Teodoro Herzl? Por otra parte, continúa la argumentación sionista, después de Herzl la dirección del movimiento sionista fue tomada en Palestina por los pioneros, los ex artesanos y pequeños burgueses del gueto, convertidos en obreros y campesinos en su propia tierra.
“El sionismo, sociológicamente hablando —dice Dov Barnir, dirigente del MAPAM, partido sionista de “izquierda”— fue un movimiento de la pequeña burguesía pauperizada, que, por su propia esencia y sus actividades, de hecho, tuvo dos objetivos: la proletarización de las masas judías y la organización de su productividad. Venid a Israel y mirad: veréis un millón de trabajadores judíos —con sus familias, un millón y medio de personas que abandonaron el negocio, descienden a las minas, manejan el martillo y trabajan la tierra. ¿Es esto “burgués”? Cuando el movimiento sionista, ampliamente democrático, crea una coalición de partidos (que nada tienen que ver con las coaliciones gubernamentales israelitas), ¿será eso una ‘connivencia’ con la burguesía, en un momento que en los ‘frentes únicos’ del Tercer Mundo no reconocen… diferenciación social? … No olvidemos que, desde los años ´30, el movimiento sionista mundial se encuentra bajo una hegemonía obrera…” (se refiere a que está dirigido por el partido laborista MAPAI). Y añade más adelante: “El propio Mao Tse Tung no desdeñó ni rechazó, en la hora de la liberación nacional, la ayuda de partidos normalmente llamados burgueses… En el caso particular de las naciones modernas, discriminadas u oprimidas, el proceso parece ser el siguiente: quien dice opresión, dice movimiento nacional de liberación; quien dice movimiento nacional, dice coalición nacional, y quien dice coalición nacional, progresista y no reaccionaria, dice hegemonía indispensable para la clase obrera y campesina. Fue ésta, en sus grandes líneas, la historia del sionismo.”[9]
Veamos más en detalle cómo habría sido —siempre de acuerdo a los sionistas— la historia de este “movimiento de liberación nacional”: el pueblo judío, dispersado por la ocupación romana de Palestina, habría deseado constantemente volver a esa tierra, a la cual tiene más derecho que nadie, según fundamentan los textos bíblicos.[10] No se explica por qué durante dos mil años no intentó regresar, a pesar de que tenía muy buenas posibilidades para hacerlo, especialmente durante la Edad Media, en que los judíos gozaban de una posición privilegiada en el mundo árabe y se llevaban muy bien con el Islam. Sea lo que fuere, en la segunda mitad del siglo XIX, motivado por el crecimiento del antisemitismo en Europa, se concreta el sionismo como “movimiento de liberación nacional”. Comienza a organizarse la emigración a Palestina. Este país, según los sionistas, se hallaba en un estado deplorable, vacío o casi vacío: “vastas regiones del país permanecían inexploradas y pertenecían a señores feudales ausentes. Estaban infestadas de malaria y, aparte de algunas tiendas dispersas de beduinos, estaban deshabitadas y, por consecuencia, disponibles.”[11] “Codeábanse en Tierra Santa núcleos heterogéneos, musulmanes (chiitas y samnitas), cherquizes, maronitas, cristianos, griegos ortodoxos. De hecho, algunas familias de campesinos judíos nunca habían abandonado el país después de la destrucción del Segundo Templo y mantenían en Galilea dos aldeas tradicionales. Fue para una tierra sin pueblo que lentamente, a fin del siglo pasado, se comenzó a encaminar un pueblo sin tierra.”[12]
Según los sionistas, este pueblo regresaba a su tierra para trabajarla y de ninguna manera pensaba explotar —como hacen los colonialistas— la mano de obra de los árabes: “… en una colonia, el indígena trabaja y no posee, mientras que el colono posee y no produce; en el Estado de Israel los judíos poseen la tierra y la cultivan ellos mismos, al mismo tiempo que los árabes poseen también sus tierras y las cultivan igualmente ellos mismos.”[13]
En 1917, el gobierno inglés, en retribución a los servicios científicos prestados por el gran químico sionista, el doctor Weizmann, emitió la Declaración de Balfour, donde se reconocía el derecho a establecer en Palestina un “hogar nacional” para el pueblo judío. Según el doctor Weizmann, fue “un acto único de conciencia mundial”.[14]
Sin embargo, el imperialismo inglés muy pronto se arrepintió de este “acto de conciencia”, poco frecuente en él y, bajo el mandato de la Sociedad de Naciones convirtió a Palestina en una colonia. El sionismo desarrolló, entonces, una lucha antiimperialista que culminó en una “guerra de liberación antibritánica”: “El Estado de Israel surgió… de un mandato británico y no de un Estado árabe.”[15] “La lucha de los judíos contra el colonialismo británico fue una lucha antiimperialista, asistida por la Unión Soviética.”[16] En esa lucha —según los sionistas— se forjó un “ejército de liberación nacional” o “milicia popular”: la Haganá.
Lamentablemente los árabes fueron lanzados contra los sionistas y hubo que luchar también con ellos. ¿Por qué sucedió esto, según los sionistas?: el pueblo árabe estaba bajo la influencia de sus señores feudales y gobiernos archirreaccionarios que eran movilizados por el imperialismo británico y también por el nazismo: “La sociedad árabe era semifeudal, gobernada por propietarios y jefes religiosos. La población judía representaba un factor de modernización, introducía estructuras económicas y sociales capitalistas y, al mismo tiempo, elementos de tenor socialista”.[17] Además, traía el sindicalismo, bajo la forma de la gran central obrera Histadrut. Según los sionistas, al comprar sus tierras a los grandes señores árabes, estaban produciendo una verdadera revolución agraria: “¿Vamos a tomar partido por el antiguo feudalismo árabe, y deplorar que no haya sido una revolución árabe, sino una revolución judía, la que pacíficamente destruyó al feudalismo?”[18] El hecho desgraciado es que, soliviantados por la propaganda reaccionaria de los feudales sostenidos por el imperialismo inglés, los árabes se opusieron a la resolución de las Naciones Unidas que impuso en 1947 la partición de Palestina y la creación del Estado de Israel, por un lado, y de un Estado palestino árabe, por el otro. Se desató la guerra civil y además Israel fue invadida por cinco Estados árabes. Pudo vencerlos, entre otras cosas, por la ayuda de la Unión Soviética y demás países socialistas que habían apoyado la partición. Ellos abastecieron de armas a Israel. “La guerra de 1948 fue emprendida por los regímenes árabes feudales y reaccionarios para evitar el progreso social en la región.”[19]
Israel venció a los feudales, pero, lamentablemente, se creó el problema de los refugiados. Muchos palestinos, enceguecidos por la propaganda de los gobiernos árabes, dejaron el país esperando volver detrás de los ejércitos árabes victoriosos. Al ser éstos derrotados, no pudieron regresar. Por otra parte, los Estados árabes se apoderaron de la mayor parte del territorio que le hubiera correspondido al Estado palestino, el cual, por culpa de ellos, no pudo ser creado. Desde entonces, los refugiados viven en campamentos miserables en Jordania, Líbano, etc. “Es cierto que los campamentos de refugiados árabes son un escándalo y una vergüenza, estigma de la violencia utilizada contra las poblaciones civiles, pero son una vergüenza para los árabes, no para los judíos. Son una violencia injusta que se arrastra desde hace veinte años, pero es impuesta a los árabes por los árabes, no por los judíos.”[20] ¿Cómo es que son tan malos los árabes con sus paisanos? Porque —contesta Misrahi— “precisan mártires”.[21] “¿En realidad, a los árabes les falta territorio? ¿Les faltan tierras que les permitan integrar a los refugiados…?”[22] Concluyen los sionistas que, si no lo hacen, es porque no quieren.
Así, de acuerdo con los sionistas, desde 1948, Israel va construyendo una sociedad casi socialista; de un socialismo muy singular, si se quiere, pero socialismo al fin. “El socialismo es un proyecto en los países árabes, y una realidad en Israel.”[23] Los Kibutzim (granjas colectivas) son el más grande ejemplo de esa marcha al socialismo. “Los Kibutzim nunca utilizan ningún asalariado exterior al Kibutz, para no explotar a ningún trabajador.”[24] El papel fundamental que juega la poderosa central obrera (la Histadrut) también daría fe de lo que dicen los sionistas.
Desgraciadamente, este peculiar socialismo no puede construirse en paz. Los árabes se obstinan en mantener un estado de guerra permanente: “Las revoluciones antifeudales ‘progresistas’ de los países árabes, en lugar de reconocer su común interés con Israel en el desarrollo progresista, siguieron y endurecieron los procedimientos chauvinistas de los regímenes feudales.”[25] Así, en 1956, las incursiones de los guerrilleros palestinos “obligaron a Israel a invadir el Sinaí”, en momentos en que Nasser acababa de nacionalizar el canal de Suez. Israel debió aliarse en ese momento con Inglaterra y Francia para atacar Egipto, pero no por motivos imperialistas (como ser que el canal volviera a manos de la compañía anglo-francesa que Nasser nacionalizaba), sino para destruir los nidos de guerrilleros. En 1967 sucedió algo parecido: 100 millones de árabes se aprestaban a caer sobre 2,5 millones de israelíes y “arrojarlos al mar”. ¡Y se repitió el milagro de David venciendo a Goliath! Según los sionistas, todas las acciones del ejército de Israel han tenido siempre el mismo carácter: son defensivas o “preventivas”. Las incursiones a los campamentos palestinos tienen la misma razón, aunque “Al Fatah no comprenda más que unos centenares de temerarios”.[26] Ellos dicen representar a un “pueblo palestino”. ¿Pero se puede hablar realmente de “pueblo palestino”? “Desde el punto de vista jurídico, no existe el pueblo palestino. Desde el punto de vista sociológico, no soy un especialista, pero no estoy seguro de que así sea… Yo no concibo seriamente el concepto de ‘pueblo palestino’…”[27]
Finalmente, digamos que para los sionistas es falso que Israel sea la cabeza de puente de los EE.UU. en Oriente Medio. Israel nació fundamentalmente apoyada por la URSS, y no por los EE.UU. Si ha tenido después que sostenerse en Norteamérica, ello se debe —según los sionistas— a que la URSS comenzó a coquetear con los regímenes árabes luego de 1950.
Los extraños comienzos de un “movimiento de liberación nacional”
Hasta aquí hemos visto la historia de Israel, narrada por el sionismo, o, más bien, por la “izquierda” sionista, ya que el ala derecha, un general Dayan, por ejemplo, no se toma el trabajo de pasar por “antiimperialista”. Esta historia es la que nos sirven los grandes diarios que —¡cosa extraña! — defienden a un pequeño país “socialista” contra una colosal coalición de “reyezuelos feudales”, “generales fascistas” y “mercenarios de Al Fatah”. ¡Semejante posición unánime de la gran prensa capitalista es algo que no se ve todos los días! Habría que comenzar a revisar el marxismo si fuera verdad tanta belleza. Por suerte, no hay que hacerlo, porque la “historia” sionista de Palestina sólo prueba una cosa: que la capacidad de mentir es infinita.
Regresemos a los inicios del movimiento sionista. Es decir, a la segunda mitad del siglo XIX, en que comienza la emigración a Palestina y plasman la ideología, la política y la organización del sionismo. Ya desde la introducción, el lector se habrá dado cuenta de que es totalmente mitológico hablar de “sionismo” antes de esa fecha, aunque algunos delirantes digan que el sionismo habría sido fundado —créase o no — ¡por Moisés en persona cuando salió de Egipto![28] Por supuesto que eso no se puede tomar en serio. Se trata de uno de los tantos mitos nacionalistas, como el de Rómulo y Remo en Italia, por ejemplo. Sin embargo, lo hemos citado —no para reírnos— sino por una razón muy seria: detrás de leyendas como éstas se quiere esconder el verdadero marco histórico en que se inicia el sionismo: este marco es el de la expansión colonial de Europa en Asia y África.
“Hemos visto —dice Lenin— que el período de desarrollo máximo del capital pre monopolista, el capitalismo en el que predomina la libre competencia, abarca de 1860 a 1880. Ahora vemos que es justamente después de este período cuando comienza el enorme “auge” de las conquistas coloniales, se exacerba hasta un grado extraordinario la lucha por el reparto territorial del mundo. Es indudable, por consiguiente, que el paso del capitalismo a la fase de capitalismo monopolista, de capital financiero [es decir, a la fase imperialista, se halla relacionado con la exacerbación de la lucha por el reparto del mundo.”[29]
¿Qué tiene que ver esto con el sionismo? ¿Cómo es posible relacionar la expansión colonial del imperialismo europeo con las esperanzas del humilde artesano, o el estudiante pobre que en los guetos de Europa Oriental comenzaban a soñar con tener un país en que no fueran humillados y perseguidos? Cuando hablamos de la expansión colonial europea, las imágenes que nos hacemos son las de la poderosa flota inglesa “dueña de los mares”, los cañones de los ejércitos del káiser, la Legión Extranjera de la “libre Francia” dedicada a la caza de árabes en el norte de África, o los cosacos del zar expandiéndose por Asia. Es difícil, en principio, relacionar esto con el pequeño comerciante de Kiev que vivía temblando ante la posibilidad de un pogrom. Pero había un elemento objetivo —como dice Rodinson— un pequeño detalle, aparentemente sin importancia: Palestina estaba ocupada por otro pueblo.[30]
Leyendo la “biblia” del sionismo —El Estado Judío, de Teodoro Herzl— se puede apreciar muy bien el “pequeño detalle” del que habla Rodinson: se trata allí de todo, se establece desde el horario y los turnos de trabajo, hasta cómo serán las viviendas, el color de la bandera, etc. Pero hay una sola palabra que no figura en el libro de Herzl, es la palabra “árabe”.
Este intelectual europeo de fin de siglo resolvía minuciosamente en su libro todos los problemas que preveía para la fundación del nuevo Estado y su funcionamiento. ¿Es casual que se haya olvidado de tratar el problema de que Palestina se hallaba habitada (y no por judíos), y que esos habitantes podían tener algo que opinar al respecto? Si Palestina hubiera sido, en esos momentos, el centro de una gran potencia imperialista, ¿Herzl se hubiera planteado o no el problema de sus habitantes como problema principal? O, si el Estado que pensaba fundar, en vez de establecerse a la orilla del Jordán, debía hacerse en las márgenes del Támesis, ¿no hubiera planteado Herzl, como cuestión central, la presencia de los ingleses?
“La ideología de una sociedad es la ideología de su clase dominante.” La burguesía imperialista europea había contagiado la borrachera de la expansión colonial a todas las clases de la sociedad y aun a gran parte del movimiento obrero. Salvo para un sector minoritario del movimiento obrero, para el resto de los europeos (incluso para muchos de los más pobres y oprimidos) el mapa del mundo estaba “en blanco” fuera de las zonas “civilizadas” de Europa y los EE.UU. Cuando Herzl ni menciona siquiera a los árabes o cuando luego Zangwill lanza su famoso lema (“un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo”) sabían —por supuesto— de la existencia de los árabes. No se trataba de un “error de información”. Lo que ellos venían a decir simplemente, ¡es que Palestina era una tierra sin pueblos… europeos![31] Y en esto, el sionismo no inventaba nada: se limitaba a copiar, o, mejor dicho, a adaptarse a la ideología y las concepciones que coronaban la expansión colonial de Europa.
Dentro de esta concepción general veremos ahora más claro el papel que les estaba reservado a los desesperados judíos de Europa Oriental. Es que en el colonialismo europeo de fin de siglo también las masas más miserables tenían un papel asignado. Lenin no deja de recalcarlo al citar a Rhodes, el creador de la colonia africana de Rhodesia y uno de los teóricos de la etapa colonialista del imperialismo: “Cecil Rhodes, según cuenta un íntimo amigo suyo, el periodista Stead, le decía a éste a propósito de sus ideas imperialistas: ‘Ayer estuve en el East End londinense (barriada obrera) y asistí a una asamblea de desocupados. Al oír allí discursos exaltados cuya nota dominante era ¡pan! ¡pan! y al reflexionar, de vuelta a casa sobre lo que había oído, me convencí más que nunca de la importancia del imperialismo… La idea que yo acaricio representa la solución del problema social: para salvar a los cuarenta millones de habitantes del Reino Unido de una guerra civil funesta, nosotros, los políticos coloniales, debemos posesionarnos de nuevos territorios; a ellos enviaremos el exceso de población’…”[32]
¿En qué difiere esto del planteo de Herzl? Reemplacemos las palabras “problema social” por “problema judío”, “guerra civil funesta” por “pasarse a los partidos subversivos” y notemos que el señor Rhodes tampoco se molesta en mencionar a los habitantes nativos de esos “nuevos territorios” (¡también eran “tierras sin pueblo”!) hagamos eso y tendremos casi completa la concepción de Herzl que vimos páginas antes. Casi completa decimos, porque a Herzl le faltaba un elemento objetivo que veremos más adelante.
Y la expansión colonial levantaba así su taparrabos filantrópico: porque, ¿quiénes —salvo gentes como Lenin y Trotsky— podían oponerse a que los hambrientos del East End salieran de sus tugurios para hacerse una nueva vida en las praderas de Sudáfrica? Y realmente ganaban en el cambio, lástima que a costa de los negros. ¿Y quiénes —salvo “subversivos” como Lenin y Trotsky— podían oponerse a que los pobres judíos de Europa Oriental salieran de la oscuridad de sus guetos para tostarse bajo el sol de Palestina? Y realmente ganaban en el cambio, lástima que a costa de los árabes. Y esto, en cualquier idioma, se llama colonialismo.
El sionismo en busca de un buen partido
Por motivos didácticos, hemos comenzado el análisis de la colonización sionista de Palestina por sus concepciones generales y su ideología. Bajemos ahora a su política.
Dijimos que a Herzl le faltaba un elemento objetivo que Rhodes, más afortunado, poseía: un imperialismo propio, en el caso de Rhodes, el imperialismo inglés. Es por eso que la política de Herzl (y de sus sucesores) va a tener como eje ese problema; es decir, engranar o casarse con alguna potencia imperialista. Esto explica que la actividad principal de Herzl sean sus gestiones ante las distintas potencias imperialistas europeas, buscando insertar el sionismo como parte de su política colonial. Se dirige con ese propósito al káiser, a su socio menor, el sultán del imperio turco, y finalmente a Inglaterra. Palestina, en ese momento se hallaba en manos de Turquía.
“Si su majestad el sultán —le escribe Herzl— nos diera Palestina, nos comprometeríamos a estabilizar completamente las finanzas de Turquía. Para Europa constituiríamos allí un bastión contra el Asia, seríamos el centinela avanzado de la civilización contra la barbarie. Como Estado neutral, nos mantendríamos en permanente contacto con Europa, la que garantizaría nuestra existencia.”[33] Comentando esto, acota Rodinson: “Sería difícil ubicar con más claridad al sionismo dentro de la estructura de la política imperialista europea.”[34]
Herzl le propone también al káiser “una chartered company bajo el protectorado alemán”.[35] ¿Qué cosa era una chartered company? El clásico del sionismo, N. Sokolow, se encarga de aclararlo: “Todas las grandes victorias de Gran Bretaña en sus conquistas pacificas (sic), que comenzaban por la institución de un fondo o un trust, inspiraban a los sionistas. Cecil Rhodes [otra vez reaparece el señor Rhodes, NdeR], que empezó con sólo un millón de libras esterlinas, creó Rhodesia, que tiene una superficie de 750.000 millas cuadradas. La Compañía Británica del Norte de Borneo poseía un capital de 800.000 libras esterlinas y ahora domina un territorio de 31.000 millas cuadradas. La Compañía Británica de Africa Oriental, que posee 200.000 millas cuadradas, dio comienzo a sus actividades con un capital inicial de 250.000 libras esterlinas, es decir, el mismo que tiene el trust colonial judío”[36] (fundado por Herzl para esos fines). Es decir, Herzl proponía al káiser una colonia bajo protectorado alemán y le solicitaba que presionara al sultán.
El káiser no prestó ayuda a Herzl y, en cuanto al sultán de Turquía —país que era imperialista en relación a los pueblos árabes que dominaba, pero dependiente a su vez del imperialismo germano— contestó así: “El imperio turco no me pertenece, pero sí al pueblo turco. No puedo distribuir ningún pedazo de él. ¡Que los judíos se queden con sus millones! Cuando mi imperio sea dividido, podrán obtener Palestina gratis. Pero habrá de ser sólo nuestro cadáver el que será dividido. No aceptaremos nunca una vivisección.”[37]
Frente al rechazo del sultán, es significativa la reacción de Herzl: espera obtener la chartered company, es decir la colonia, “después de la repartición de Turquía.”[38] ¿Quién era el candidato a operar la “vivisección” o reparto del cadáver turco?: Inglaterra. Hacia ella se dirige Herzl, pero era demasiado pronto. El nuevo reparto del mundo colonial se realizaría recién en la guerra de 1914, la Primera Guerra Mundial imperialista. Herzl fallece en 1904.
Primera boda del sionismo: la Declaración Balfour
“La Divina Providencia ha situado a Siria y Egipto en la vía entre Inglaterra y las más importantes regiones de su comercio exterior colonial, India, China, el archipiélago índico y Australia … Por ello, la Divina Providencia llama a Inglaterra a ocuparse enérgicamente de crear condiciones favorables en esas dos provincias … Inglaterra debe poner manos a la obra de renovación de Siria por mediación del único pueblo cuya energía puede ser utilizada constante y eficientemente, por mediación de los verdaderos hijos de esa tierra, los hijos de Israel.”[39] Estas palabras, por boca del coronel George Gawler, ex gobernador de Australia, fueron pronunciadas en el Parlamento inglés en la temprana fecha del 25 de enero de 1853. Y no son únicas.
Es que, desde mediados de siglo, el imperio se expandía a todo vapor. Por eso, sus estadistas barajaban cualquier clase de artimañas para poner pie en todos los continentes. Una de las más ingeniosas y frecuentes era la de utilizar, importar o inventar conflictos en los países atrasados en los que Gran Bretaña intervenía para “pacificar” o “defender los derechos” de alguna de las partes. Así, por ejemplo, cuando se barajaba construir el canal del Atlántico al Pacífico no por Panamá, sino por Nicaragua, Inglaterra se presenta afirmando que en la costa del Atlántico existe el “Reino de los Indios Mosquitos”, y que a pedido del rey de la Mosquitia, ha firmado un tratado para “proteger” a esta “nación” del imperialismo… nicaragüense. “Casualmente” este reino de opereta se encontraba en la desembocadura del proyectado canal. Tales eran los métodos de Su Graciosa Majestad Británica.
La idea de cumplir los mandatos de la “Divina Providencia”, es decir, de usar a los judíos de carne de cañón para colonizar “tierra santa”, siempre estuvo flotando en Londres, desde mucho antes de que existiera el sionismo. Lord Shaftesbury, en carta a Palmerston, ministro de Relaciones Exteriores, le sugiere que ese método “es el modo más barato (sic) y seguro de proporcionar a estas despobladas regiones [otra vez Palestina es la “tierra sin pueblo”] de todo lo que necesitan.”[40]
Las condiciones subjetivas para el primer “casamiento” del sionismo estaban dadas, pues, hace rato. Las gestiones de Herzl en Londres fueron bien acogidas, pero como ya hemos señalado, había un “inconveniente” objetivo: Palestina se hallaba en manos de Turquía. A Herzl le ofrecen momentáneamente colonizar Uganda o el Sinaí egipcio. Esto no cuaja. Había, además, otro problema objetivo: el sionismo no era muy fuerte entre las masas judías. Quienes querían emigrar lo hacían masivamente a América, poquísimos a Palestina. Y una buena parte de los que quedaban se hallaban influidos por los malditos “partidos subversivos” que desvelaban a Herzl y eran, por consiguiente, antisionistas. Esto habría de cambiar posteriormente, con el brutal crecimiento del antisemitismo en Europa.
El noviazgo entre el imperialismo inglés y el sionismo terminaría en boda en 1917. Con la Primera Guerra Mundial había sonado la hora de la “repartición de Turquía”, ya prevista por Herzl. Para apurar esa “vivisección” o “autopsia” del imperio turco, Inglaterra se sirve del movimiento nacional de los árabes que había comenzado desde años antes a despertar. Les hace vagas promesas de independencia para conseguir que luchen contra el sultán y realiza acuerdos con algunos jefes árabes, como Houssein, Chérif de La Meca y su hijo Faisal.
Claro que Gran Bretaña, si bien no le disgustaba utilizar sangre de árabes para derrotar al imperio turco, no tenía la menor intención de permitir que éstos conquistaran su independencia nacional. Así, al mismo tiempo que hacía esas promesas, firmaba con Francia un acuerdo secreto de reparto de la zona (el tratado Sykes-Picot) y emitía la llamada “Declaración Balfour” (2/11/1917), calificada muy justamente como el “anillo de bodas” entre el sionismo y el imperialismo inglés. Decía así:
“Estimado lord Rothschild: Tengo mucho placer en hacerle llegar, en nombre del gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía con las aspiraciones judías sionistas, que ha sido presentada, y aprobada por el gabinete.
“El gobierno de Su Majestad ve favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y empleará sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de ese objetivo, quedando claramente entendido que nada se hará que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías, o los derechos y el ‘estatus’ político de los judíos que residan en cualquier otro país.”[41]
Con la “Declaración Balfour” comenzaba la segunda etapa del sionismo, etapa que culminaría con la creación del Estado de Israel. Se cumplía el sueño de Herzl: ¡al fin el sionismo se acoplaba a la política colonial de una gran potencia!
El camino hacia la creación del Estado de Israel se abría así con las siguientes características:
- Por una declaración unilateral de una gran potencia imperialista.
- Esa declaración imponía el destino de una región de Asia que jamás había pertenecido, ni pertenecía, a Inglaterra. Gran Bretaña regalaba generosamente a lord Rothschild el territorio de una nación ajena.
- No tomaba para nada en cuenta los deseos o la voluntad del pueblo palestino, el cual el 93% era árabe en 1917.
- Este 93% de árabes eran reducidos a la condición de “no judíos” en un “hogar nacional judío”, es decir, de extranjeros o casi extranjeros ¡en su propia tierra! Para salvar las apariencias, se hablaba de sus “derechos civiles y religiosos” al mismo tiempo que se les negaba el derecho número uno que tiene todo pueblo colonizado y oprimido: el de la autodeterminación, el de decidir por sí mismo y democráticamente los destinos de su país, sin interferencia de nadie y menos de una gran potencia imperialista.
Si quedan dudas de que lo que hacía el sionismo era simplemente injertarse en la política global del imperialismo inglés, damos la palabra al doctor Weizmann, cabeza de la Organización Sionista y gestor de la declaración: “Al presentar a ustedes [se dirige al gabinete inglés] nuestra resolución confiamos nuestro destino sionista al Foreign Office[42] y al Gabinete de Guerra imperial, en la esperanza de que serán considerados a la luz de los intereses imperiales.”[43] Es imposible hablar más claro.
La Declaración Balfour y el casamiento con el sionismo, aparte de que daba a los ingleses un valioso auxiliar para establecer un futuro protectorado sobre Palestina y un arma esencial —como ya veremos— para aplastar el movimiento nacional árabe, tenía otras motivaciones más globales: la política de guerra del imperialismo británico y la lucha contra la Revolución Rusa.[44]
Palestina bajo la ocupación y el mandato británico (1918-1948)
Finalizada la Primera Guerra Mundial, los Aliados (Inglaterra, Francia, Italia, EE.UU., etc.) demostraron que era milimétricamente exacta la opinión de Lenin sobre ellos: se trataba de un grupo de bandidos imperialistas que peleaba contra otro grupo de bandidos imperialistas (Alemania, Austria, etc.) por el reparto de las colonias y de las “esferas de influencia” de sus monopolios. Al terminar la guerra, fueron olvidadas todas las promesas de “paz con justicia” o “paz sin anexiones” y los vencedores se repartieron el botín, no sin riñas propias de toda banda de gangsters. ¡Y qué botín!: “los mil millones de esclavos coloniales” de que hablaba Lenin.
La pandilla vencedora había decidido institucionalizarse bajo la forma de la “Sociedad de Naciones”, digna antecesora de las actuales Naciones Unidas. Se trataba de dar un barniz “legal” al reparto. Y en la forma previamente convenida, Inglaterra recibió Palestina bajo “mandato de la Sociedad de Naciones” porque ya quedaba feo decir que la obtenía en calidad de colonia. Las promesas hechas a los árabes, resultaron burladas.
Pero los árabes no estaban para burlas. La Guerra del 14 no sólo había generado un grupo de imperialismos vencedores, sino que también, por primera vez en la historia, surgía un Estado obrero, la Unión Soviética, que repudiaba las conquistas coloniales y que llamaba a esos “mil millones de esclavos” a expulsar a los colonizadores.
Además, en todo el mundo colonial o semicolonial, desde México hasta China y la India, desde Turquía hasta el África negra, comenzaba una potente oleada de luchas antiimperialistas. Los “mil millones de esclavos coloniales” iniciaban su marcha. Y el mundo árabe no era de ninguna manera una excepción.
Dentro de este mundo árabe, el Oriente Medio va a ser la zona donde se darán las luchas más importantes contra los imperialismos inglés y francés que dominaban allí. Entre las dos guerras mundiales se produjeron numerosas insurrecciones masivas. Palestina fue el eje de esta lucha antiimperialista, especialmente durante la colosal insurrección de 1936/39, que, para ser sofocada, demandó la mitad de los efectivos de todo el ejército del imperio británico; ejército que —en ese momento— era uno de los más poderosos del mundo.[45] Esta revuelta comenzó con una huelga general que duró seis meses.[46] Debe ser la huelga general más larga en la historia de la lucha de clases.
Miles de palestinos fueron muertos, detenidos y condenados a la horca o a largas penas de prisión. En 1939, el heroico pueblo palestino se hallaba derrotado después de ese terrible baño de sangre. Esta es la clave principal de la relativa facilidad con que en 1947–1948 podría instalarse el Estado de Israel.[47]
Declaración de Balfour
“A través de una simple carta que envió el entonces ministro de Relaciones Exteriores británico, Arthur J. Balfour, a un político y líder judío británico sionista llamado Lionel W. Rothschild quedó asentada la piedra angular para la futura creación del Estado de Israel. Esta carta es conocida como la Declaración de Balfour y la Organización Mundial Sionista la hizo pública”. MVS noticias.
La derrota palestina se explica principalmente por tres factores:
- Una relación de fuerzas sumamente desfavorable con el imperialismo. Esto tiene que ver con la situación mundial: la década del ´30 es la etapa de las más graves derrotas no sólo para el movimiento obrero europeo, sino también para las masas de los pueblos coloniales y semicoloniales. Es la época del triunfo del nazismo en Alemania, del fascismo en España, de la consolidación del estalinismo en la URSS; es la época de la “Década Infame” en la Argentina, de la guerra de Abisinia, de la anexión de Manchuria por el Japón, de la derrota de las guerrillas en China que obliga a Mao Tse-Tung a emprender la “larga marcha”, etc. Por otro lado, Gran Bretaña era aún el imperio colonial más fuerte del mundo, era el imperialismo que más se había recuperado de la crisis de 1929–1930, tampoco tenía grandes problemas en su “frente interno” que le impidieran volcarse a la represión de las masas coloniales.
- Las direcciones del movimiento nacional árabe. El escritor árabe Fawwaz Trabulsi nos dice: “La poco lógica elección que siguió fue entre el clan probritánico de Nashashibi y el de Housseinis, comandado por el notorio Muftí —en otro tiempo títere británico— que se volvió hacia las potencias del Eje a mediados de la década del ´30. Este es el liderazgo que traicionó el levantamiento de 1936, cuando bajo la presión de los gobernantes de Irak, Transjordania y Arabia Saudita levantó la huelga general para negociar con Gran Bretaña. La numerosa clase de campesinos sin tierra y desplazados hizo sentir su presencia por la continuación de una violenta guerra de guerrillas que fue derrotada al estallar la Segunda Guerra Mundial. Después de eso, los árabes palestinos derrotados, desmoralizados y traicionados por sus líderes aguardaron el resultado del conflicto entre los colonos sionistas y los ingleses.”[48]
Las fallas de dirección que sufría el movimiento nacional palestino, no solamente tenían que ver con las clásicas vacilaciones (o directamente traiciones) de los jefes “feudales”,[49] burgueses o pequeños burgueses de los movimientos nacionales de cualquier país colonial o semicolonial. En Palestina había un elemento peculiar agravante que —según Fawwas Trabulsi y otros autores— jugó un papel decisivo: el proceso de disgregación y marginalización de la sociedad árabe en bloque, proceso en el que el sionismo —como habremos de ver— sería el causante. Faltó, o fue extremadamente débil, la burguesía o pequeña burguesía radicalizada que habría de ser en otros países árabes el soporte del nasserismo, del baasismo y de otras corrientes nacionalistas que las precedieron. La burguesía palestina era una sombra de burguesía en comparación con la de otras regiones del mundo árabe.
También con el naciente proletariado y el campesinado habría de suceder un fenómeno de marginalización parecido. Pero aquí el problema de dirección sufría un nuevo agravante: la bancarrota de la Internacional Comunista, única tendencia que tenía a escala mundial fuerza suficiente como para penetrar y disputar la dirección. Lamentablemente, la Internacional Comunista, que comenzó (en la época de Lenin y Trotsky) denunciando al sionismo como ejemplo mundial de colonialismo,[50] terminaría, con Stalin, apoyando al sionismo. Esa trayectoria de degradación pasa por el apoyo y la alianza con los imperialismos “democráticos” en la década del ‘30, justamente cuando las masas palestinas hacen su máximo esfuerzo para acabar con el imperialismo “democrático” que las oprime. De esa forma, el Partido Comunista palestino se aísla de las masas árabes, va de tumbo en tumbo y de crisis en crisis, hasta que, en 1948, termina apoyando la partición del país y la creación del Estado de Israel.
- El tercer y último factor —pero no el menos importante— fue la acción del sionismo. No necesitamos aclarar que, en todas las luchas entre las masas palestinas y el imperialismo inglés, el sionismo se alineó siempre con el imperialismo. Pero su acción no fue meramente “política”: fue la de disgregar y marginar a toda una sociedad y a todo un pueblo, a ese 93% de árabes palestinos que había en 1917, de modo tal que en 1949 (un año después de crear el Estado) se hallaban reducidos al 16%[51]dentro de Israel. Y el resto, viviendo en la miseria de los campamentos de refugiados, fuera de su país y de su tierra. Veamos cómo se dio este proceso.
La liquidación económica de la población árabe
“Cuando ocupemos la tierra… expropiaremos poco a poco la propiedad privada en los Estados que se nos asignen. Trataremos de desanimar a la población pobre alejándola más allá de la frontera, procurando empleo para ella en los países intermedios y negándole cualquier empleo
en nuestro país… Tanto el proceso de expropiación como de eliminación (¡¡¡) de los pobres deberá ser llevado adelante discretamente y con circunspección.”[52] Esta anotación de Teodoro Herzl en su Diario, además de probar que él realmente no ignoraba la existencia de nativos en el lugar donde quería crear el Estado sionista, constituye de por sí todo un programa. Si a este programa lo vestimos con algunas frases “socialistas”, tales como que se niega empleo a los árabes para “no explotarlos”, que sacarles la tierra a los árabes se hace para “terminar con el feudalismo”, etc., tendremos el programa aplicado por el sionismo en Palestina y que permitió la creación del Estado de Israel. Con una pequeña diferencia: que la “expropiación… [y] eliminación de los pobres” no pudo ser consumada “discretamente y con circunspección”, sino mediante la fuerza bruta, ya que estos pobres tuvieron la mala ocurrencia de oponerse.
“El gradual fortalecimiento de este colonialismo marginante [de los árabes] —dice Jon Rothschild— se realizó bajo tres consignas, que fueron los pilares del movimiento sionista en Palestina desde el comienzo de la colonización hasta el establecimiento del Estado de Israel y aun después.
“Estas consignas fueron: kibush hakarka (conquista de la tierra), kibush haavoda (conquista del trabajo) y t’ozteret haaretz (producto de la tierra).
“Detrás de estas sonoras palabras había una negra realidad. Conquista de la tierra significaba que toda la tierra posible fuera adquirida (legalmente o de otras maneras) a los árabes, y que ninguna tierra poseída por judíos fuera vendida o de alguna manera retornada a los árabes. Conquista del trabajo significaba que en las fábricas y tierras poseídas por los judíos fueran empleados exclusivamente trabajadores judíos, en la medida de lo posible. El trabajador árabe era boicoteado. De hecho, la Histadrut, que hoy finge ser la “central obrera” en Israel, fue creada para… imponer el boicot a los trabajadores árabes… Producto de la tierra significaba practicar el boicot a la producción árabe por parte de los colonizadores judíos y sostener solamente la compra de productos de las tierras o negocios judíos.”[53]
El efecto de esta política sobre el pueblo palestino era catastrófico. Los sionistas eran minoría, pero minoría en constante crecimiento. Por otra parte, aunque minoritarios, poseían un poder económico —que es lo que cuenta decisivamente— mucho mayor que el de los árabes. Y esto sin tener en cuenta su estrecha ligazón con el imperialismo, de la que luego hablaremos.
Naturalmente, las primeras víctimas de esta extraña política “socialista” del sionismo eran los obreros y campesinos árabes, reducidos a la condición de obreros sin trabajo y de campesinos sin tierra, hundidos en la miseria y la desesperación.
La otra cara del kibutz “socialista”
La situación del campesino palestino, del fellah, ya era mala. El sionismo fue el encargado de llevarla al extremo.
“Según el informe del Comité de Estudio de las Condiciones Económicas de los Agricultores en Palestina —dice Tony Cliff en 1946— comúnmente llamado ‘Informe Johnson-Crosbie’, solamente el 23,9% de lo que produce el fellah queda en sus manos, mientras que el 48,8% lo consumen los impuestos gubernamentales, la renta de los propietarios de las tierras[54] y el interés del usurero. Para comprender hasta qué punto es bajo el estándar de vida de un campesino árabe, en razón de la forma atrasada de su economía y de su explotación por diversos parásitos (que constituyen la principal barrera para el desarrollo de su economía) haré la comparación entre el régimen de un fellah y aquel que el gobierno acuerda a los presos… [para calcular los gastos en libras esterlinas] hago la suposición de que un fellah, su mujer y sus cuatro hijos se hallan presos:
“Estos cálculos —concluye Cliff— nos dan una idea de las terribles condiciones que soportan las masas de fellahim de Palestina.”[55]
Y, por si esto fuera poco, vino el sionismo. Este compraba el suelo al propietario-usurero y aldeas enteras eran arrojadas a los caminos. Claro, el árabe era demasiado “bárbaro” e “ignorante” como para consolarse pensando que en la tierra que habían trabajado los abuelos de sus abuelos hoy se instalaba un avanzado kibutz “socialista”, con colonos venidos de Europa. Como no era capaz de apreciar tan enorme “progreso”, perdió los estribos y provocaba rebeliones como las de 1936/39. Y aquí intervenían las tropas de Su Graciosa Majestad Británica y de la Haganá (ejército extraoficial del sionismo) para hacerlo entrar en razón. Así el sionismo iba “conquistando la tierra”.
No necesitamos aclarar que semejante proceso es lo opuesto a una reforma o revolución agraria. Los sionistas se oponían con uñas y dientes a cualquier iniciativa en ese sentido, incluso a los tímidos proyectos que a veces sacaba la administración británica. Es que una auténtica reforma agraria, es decir, darle la tierra al fellah y librarlo de los parásitos terratenientes y usureros hubiera significado el fin del sionismo.
La pretensión de los colonizadores sionistas de emparentarse con Emiliano Zapata, Hugo Blanco o cualquier otro revolucionario agrario, daría risa si es que no diera indignación.
La otra cara de la Histradut “socialista”
Este árabe desalojado de la tierra se encaminaba a la ciudad. Allí la cosa no era muy distinta en comercios y fábricas. Los árabes eran expulsados o se les negaba trabajo en las empresas de propiedad sionista o de capital extranjero (concesiones), las que generalmente se hallaban administradas por gerentes sionistas. Para comprender lo que significa esto, veamos la siguiente estadística de acuerdo al “empadronamiento industrial de 1939”.[56]
¿Adónde encontraba entonces trabajo un árabe? Ya vimos la “otra cara” del kibutz “socialista”. Ahora conocemos la otra cara de la Histadrut “socialista”, porque este presunto “sindicato” no fue creado para la lucha de todos los obreros (cualquiera sea su nacionalidad, lengua o supuesta “raza”) contra los patrones, sino para la “conquista del trabajo”, para expulsar a los obreros árabes de sus empleos. El Ku-Klux-Klan y los “sindicatos de blancos” hacen lo mismo en los EE.UU. sin manchar la palabra “socialista”: ellos también tratan de impedir que los pobres negros sean explotados por los capitalistas blancos, expulsándolos especialmente de los empleos calificados. Si lo que hacían —y hacen los sionistas— no es racismo, ¿a qué hay que llamar racismo?
¿Hace falta decir que esta monstruosidad de hacer enfrentar a unos trabajadores contra otros aprovechando sus diferencias “raciales” no tiene nada que ver con el socialismo? ¿Hace falta decir que este repugnante racismo es incompatible total y absolutamente con el marxismo? Nadie tiene derecho a llamarse socialista —y menos todavía, marxista— si no defiende un mínimo principio internacionalista, es decir, si no está por la unión de todos los obreros, cualquiera sea su nación, “raza” o lengua.
“¡Trabajadores del mundo uníos!” Con esa consigna nació y vive el socialismo marxista “¡Obrero judío lucha contra el trabajador árabe, únete al patrón sionista o inglés para echarlo del empleo, no lo admitas en tu sindicato, la Histradrut!” ésas fueron las consignas del “socialismo” sionista. El marxismo y el sionismo son completamente incompatibles.
Cuando la Histadrut “socialista” no podía impedir que en algún lugar trabajaran juntos árabes y judíos, tuvieran relaciones fraternales y lucharan unidos contra la patronal, entonces intervenían otras organizaciones sionistas, como el Irgún y el grupo Stern, para “convencerlos”.
Un caso famoso fue el de la refinería de petróleo de Haifa, ocurrido 31 de diciembre de 1947, donde se venían dando luchas conjuntas de obreros árabes y judíos contra la patronal imperialista. Esto, por supuesto, no agradaba ni a los sionistas, ni a los árabes reaccionarios, menos a la empresa y al gobierno británico. En esa fecha, un comando del Irgún arrojó bombas y ametralló a una cola de obreros árabes que estaba en la puerta por trabajo. Seis fueron muertos y decenas, heridos. Aprovechando esto, agentes provocadores entre los árabes incitaron a los trabajadores palestinos a atacar a sus compañeros judíos. Se desencadenó entonces una lucha fratricida dentro de la refinería con centenares de muertos y heridos.[57]
Los activistas obreros y estudiantiles que nos leen conocen el valor sin precio de la solidaridad de clase, sea por su lucha en fábrica, o sea por las huelgas y conflictos que han apoyado desde afuera. Les pedimos que se detengan aquí un momento y mediten sobre este ejemplo de “socialismo” sionista.
La otra cara del “producto de la tierra”
La tercera consigna, (t’ozteret haaretz) “producto de la tierra”, cerraba el circuito. El sionismo imponía el boicot por la fuerza de todo producto árabe. ¡Ay del fellah que se atrevía a llevar su carrito de verduras a algún barrio dominado por los sionistas! ¡Pobre del ama de casa judía a quien alguna banda de matones de la Histadrut descubría comprando media docena de huevos a un árabe![58]
Aunque los sionistas eran minoría (al proclamarse el Estado de Israel constituían sólo un tercio) su capacidad de compra era mayor. Estas medidas —ligadas como veremos más adelante a la acción del imperialismo inglés— eran un ataque en bloque a la sociedad palestina en su conjunto, ya que el objetivo final era expulsarla de su país. Dado que entre los sionistas y el imperialismo se manejaban las palancas claves de la economía, dado que el imperialismo sumado al sionismo superaban abrumadoramente a los árabes en todas las etapas del circuito económico, desde la producción al consumo, y en casi todas las ramas de la producción, este triple boicot a los árabes (en el campo, en el trabajo y en la producción y el comercio) tendía a convertir al conjunto de los palestinos en una masa marginada y desarraigada de toda actividad económica. El paso final sería empujarlas fuera de Palestina.
Ese ataque en bloque y esa disgregación “molecular” de la sociedad palestina dificultaban —como ya anticipamos— el surgimiento de una dirección árabe que estuviera a la altura de la situación. Aunque quienes más sufrían eran los trabajadores de la ciudad y del campo, al aparecer esta agresión colonial como dirigida contra el conjunto de los palestinos, se hacía muy difícil una diferenciación de clases que desplazara de la dirección del movimiento nacionalista palestino a las viejas familias tradicionales; se hacía difícil, por no decir imposible, que surgiera —no hablemos de una dirección marxista revolucionaria— por lo menos una dirección pequeño burguesa radicalizada, como es la actual dirección de la resistencia palestina. Y fuera de Palestina la cosa no era mejor. Como “voceros” del mundo árabe aparecerían personajes de la calaña del rey Faruk de Egipto, o del rey Abdullah de Jordania, títeres del imperialismo inglés, que habrían de consumar la traición al pueblo palestino.
La otra cara del sionismo como “movimiento de liberación nacional”
“No podemos desconocer los grandes intereses que Inglaterra tiene en el Mediterráneo. Afortunadamente para nosotros, los intereses de Inglaterra en el mundo tienen como base esencial la preservación de la paz y, por lo tanto, no somos los únicos que vemos en el fortalecimiento del imperio británico una importante garantía para el fortalecimiento de la paz internacional. Inglaterra contará con bases defensivas marítimas y terrestres en el Estado judío y en el corredor británico. Durante muchos años el Estado judío necesitará de la protección militar británica, y ser protegido implica un cierto grado de dependencia.”[59]
Estas palabras de Ben Gurión, patriarca del Estado sionista, vertidas en su informe al 19° Congreso Sionista de 1935, reflejaban bastante bien el “casamiento” entre el sionismo y el imperialismo británico durante los años de su “mandato” en Palestina. Sin embargo, en esta encendida declaración de amor se hallaba la futura causal de divorcio y nuevo casamiento del sionismo, esta vez con el imperialismo yanqui. Veamos qué pasó.
El sionismo se engancha a la colonización inglesa de Palestina desde la Declaración Balfour. Pero, hay que precisarlo, se engancha como socio menor: “Aquí en Palestina —señalaba T. Cliff— el imperialismo se sirve de un arma que ha utilizado desde hace más de veinte años para someter a la población árabe: el sionismo. El sionismo ocupa un lugar especial en las defensas imperialistas. Juega un doble papel: en primer lugar, directamente, como un pilar importante del imperialismo, dándole su apoyo activo y oponiéndose a la lucha liberadora de la nación árabe. Además, juega el papel de sirviente pasivo detrás del cual el imperialismo puede esconderse y contra el cual puede orientar la cólera de las masas árabes.”[60]
Veamos algunos ejemplos de cómo se combinaba este doble papel: “Una compañía inglesa de electricidad monta una empresa en Palestina y nombra a un sionista como gerente general. El resultado es que ahora cuando en cada colonia la lucha antiimperialista se caracteriza por huelgas, manifestaciones y boicots contra las filiales de empresas extranjeras, en Palestina el boicot contra la compañía de electricidad toma otro aspecto: aparece como una manifestación ‘antisemita’… Otro ejemplo aclara aún más las cosas —añade Cliff—. En Siria y Líbano se han producido grandes manifestaciones, algunas de ellas violentas, contra el establecimiento de la compañía de camiones Steel Bros, aquí en Palestina, los sionistas ‘socialistas’ y la Histadrut, a cambio de una miserable recompensa, se ponen al servicio de la Steel Bros y le permiten instalarse firmemente en el país… Si el ejército británico, en el período de 1936/39, mató a miles de guerrilleros árabes (de la misma manera que los italianos mataron a los abisinios, o los japoneses, los holandeses y los ingleses matan hoy a los indonesios), esto no lo hace para mantener su dominio —¡Dios libre y guarde! — sino para ‘proteger a los judíos’… El sionismo descarga así al imperialismo de responsabilidad por los actos de expoliación y opresión”.[61]
En esta política jugó un gran papel la Haganá, el ejército “extraoficial” que formó el sionismo en Palestina durante el mandato británico y con el cual expulsaría en 1948 a la mayoría de sus habitantes árabes. Dentro de la mitología del sionismo como “movimiento de liberación nacional”, la Haganá suele ser comparada con las guerrillas de Castro, con el Vietcong, etc. La Haganá habría desarrollado una lucha heroica contra el ejército de ocupación británico.
Es una lástima que los apologistas de “izquierda” del sionismo se vean desmentidos por los mismos sionistas. Tomemos, por ejemplo, el libro Antología Israel, editado en Buenos Aires por la AMIA (lo que prácticamente significa decir “versión oficial sionista”) y veamos qué era y qué hacía este “ejército de liberación nacional”.
Allí el señor Moshe Pearlman comienza su Historia de la Haganá con las siguientes palabras: “Resulta evidente que las autoridades militares británicas reconocieron siempre la existencia de la Haganá. Conocían su finalidad (sic). Tenían amplia experiencia en lo relacionado con su empleo como fuerza defensiva en los asuntos palestinos internos… En el transcurso de este período, las autoridades
La otra cara del “producto de la tierra”
La tercera consigna, (t’ozteret haaretz) “producto de la tierra”, cerraba el circuito. El sionismo imponía el boicot por la fuerza de todo producto árabe. ¡Ay del fellah que se atrevía a llevar su carrito de verduras a algún barrio dominado por los sionistas! ¡Pobre del ama de casa judía a quien alguna banda de matones de la Histadrut descubría comprando media docena de huevos a un árabe![62]
Aunque los sionistas eran minoría (al proclamarse el Estado de Israel constituían sólo un tercio) su capacidad de compra era mayor. Estas medidas —ligadas como veremos más adelante a la acción del imperialismo inglés— eran un ataque en bloque a la sociedad palestina en su conjunto, ya que el objetivo final era expulsarla de su país. Dado que entre los sionistas y el imperialismo se manejaban las palancas claves de la economía, dado que el imperialismo sumado al sionismo superaban abrumadoramente a los árabes en todas las etapas del circuito económico, desde la producción al consumo, y en casi todas las ramas de la producción, este triple boicot a los árabes (en el campo, en el trabajo y en la producción y el comercio) tendía a convertir al conjunto de los palestinos en una masa marginada y desarraigada de toda actividad económica. El paso final sería empujarlas fuera de Palestina.
Ese ataque en bloque y esa disgregación “molecular” de la sociedad palestina dificultaban —como ya anticipamos— el surgimiento de una dirección árabe que estuviera a la altura de la situación. Aunque quienes más sufrían eran los trabajadores de la ciudad y del campo, al aparecer esta agresión colonial como dirigida contra el conjunto de los palestinos, se hacía muy difícil una diferenciación de clases que desplazara de la dirección del movimiento nacionalista palestino a las viejas familias tradicionales; se hacía difícil, por no decir imposible, que surgiera —no hablemos de una dirección marxista revolucionaria— por lo menos una dirección pequeño burguesa radicalizada, como es la actual dirección de la resistencia palestina. Y fuera de Palestina la cosa no era mejor. Como “voceros” del mundo árabe aparecerían personajes de la calaña del rey Faruk de Egipto, o del rey Abdullah de Jordania, títeres del imperialismo inglés, que habrían de consumar la traición al pueblo palestino.
La otra cara del sionismo como “movimiento de liberación nacional”
“No podemos desconocer los grandes intereses que Inglaterra tiene en el Mediterráneo. Afortunadamente para nosotros, los intereses de Inglaterra en el mundo tienen como base esencial la preservación de la paz y, por lo tanto, no somos los únicos que vemos en el fortalecimiento del imperio británico una importante garantía para el fortalecimiento de la paz internacional. Inglaterra contará con bases defensivas marítimas y terrestres en el Estado judío y en el corredor británico. Durante muchos años el Estado judío necesitará de la protección militar británica, y ser protegido implica un cierto grado de dependencia.”[63]
Estas palabras de Ben Gurión, patriarca del Estado sionista, vertidas en su informe al 19° Congreso Sionista de 1935, reflejaban bastante bien el “casamiento” entre el sionismo y el imperialismo británico durante los años de su “mandato” en Palestina. Sin embargo, en esta encendida declaración de amor se hallaba la futura causal de divorcio y nuevo casamiento del sionismo, esta vez con el imperialismo yanqui. Veamos qué pasó.
El sionismo se engancha a la colonización inglesa de Palestina desde la Declaración Balfour. Pero, hay que precisarlo, se engancha como socio menor: “Aquí en Palestina —señalaba T. Cliff— el imperialismo se sirve de un arma que ha utilizado desde hace más de veinte años para someter a la población árabe: el sionismo. El sionismo ocupa un lugar especial en las defensas imperialistas. Juega un doble papel: en primer lugar, directamente, como un pilar importante del imperialismo, dándole su apoyo activo y oponiéndose a la lucha liberadora de la nación árabe. Además, juega el papel de sirviente pasivo detrás del cual el imperialismo puede esconderse y contra el cual puede orientar la cólera de las masas árabes.”[64]
Veamos algunos ejemplos de cómo se combinaba este doble papel: “Una compañía inglesa de electricidad monta una empresa en Palestina y nombra a un sionista como gerente general. El resultado es que ahora cuando en cada colonia la lucha antiimperialista se caracteriza por huelgas, manifestaciones y boicots contra las filiales de empresas extranjeras, en Palestina el boicot contra la compañía de electricidad toma otro aspecto: aparece como una manifestación ‘antisemita’… Otro ejemplo aclara aún más las cosas —añade Cliff—. En Siria y Líbano se han producido grandes manifestaciones, algunas de ellas violentas, contra el establecimiento de la compañía de camiones Steel Bros, aquí en Palestina, los sionistas ‘socialistas’ y la Histadrut, a cambio de una miserable recompensa, se ponen al servicio de la Steel Bros y le permiten instalarse firmemente en el país… Si el ejército británico, en el período de 1936/39, mató a miles de guerrilleros árabes (de la misma manera que los italianos mataron a los abisinios, o los japoneses, los holandeses y los ingleses matan hoy a los indonesios), esto no lo hace para mantener su dominio —¡Dios libre y guarde! — sino para ‘proteger a los judíos’… El sionismo descarga así al imperialismo de responsabilidad por los actos de expoliación y opresión”.[65]
En esta política jugó un gran papel la Haganá, el ejército “extraoficial” que formó el sionismo en Palestina durante el mandato británico y con el cual expulsaría en 1948 a la mayoría de sus habitantes árabes. Dentro de la mitología del sionismo como “movimiento de liberación nacional”, la Haganá suele ser comparada con las guerrillas de Castro, con el Vietcong, etc. La Haganá habría desarrollado una lucha heroica contra el ejército de ocupación británico.
Es una lástima que los apologistas de “izquierda” del sionismo se vean desmentidos por los mismos sionistas. Tomemos, por ejemplo, el libro Antología Israel, editado en Buenos Aires por la AMIA (lo que prácticamente significa decir “versión oficial sionista”) y veamos qué era y qué hacía este “ejército de liberación nacional”.
Allí el señor Moshe Pearlman comienza su Historia de la Haganá con las siguientes palabras: “Resulta evidente que las autoridades militares británicas reconocieron siempre la existencia de la Haganá. Conocían su finalidad (sic). Tenían amplia experiencia en lo relacionado con su empleo como fuerza defensiva en los asuntos palestinos internos… En el transcurso de este período, las autoridades militares británicas trabajaron abiertamente con la Haganá, sin escatimar jamás elogios por las tareas bien realizadas.”[66] ¡Qué extraño “ejército de liberación nacional” que es éste!
¿Pero cuáles eran estos “asuntos palestinos internos” y estas “tareas bien realizadas” que merecían tantos elogios? El señor Pearlman lo dice más adelante: “Podía haberse esperado que la administración (inglesa) poseyera el coraje de legalizar la situación de la Haganá después de su foja de servicios durante los años 1936/39 en los disturbios árabes.”[67] ¿Está claro ahora, señores macaneadores de la “izquierda” prosionista, ¿qué era y para qué servía la Haganá?
En 1939, el ejército británico y su socio menor, la Haganá, obtienen una victoria aplastante sobre las guerrillas palestinas. Pero, por esa fecha, comienzan los roces entre el sionismo y los británicos. Ya con anterioridad se había escindido una minoría sionista, la “revisionista”, dirigida por Jabotinsky,[68] que habría de constituir luego las organizaciones terroristas Irgún y Stern que atacaban a los árabes y a los británicos. La pelea que terminaría en divorcio tiene por eje las restricciones que en su Libro Blanco de 1939 impone a la compra de tierras y a la emigración sionista a Palestina el gobierno inglés.[69] ¿Por qué hace eso el imperialismo británico?
“El sionismo quiere construir un Estado capitalista judío fuerte. El imperialismo [inglés] está interesado en la existencia de una sociedad capitalista judía que lo cubra del odio de las masas coloniales, pero no que el sionismo devenga un factor demasiado poderoso. En lo que concierne a este último punto, está dispuesto a probar su “justicia” frente a los árabes y está dispuesto a conceder parte de sus justas reivindicaciones a expensas del sionismo. Para asegurarse los servicios del sionismo, en tanto sostén directo contra toda insurrección antiimperialista…, el imperialismo no tiene necesariamente menester de dejar florecer al sionismo. Una población sionista de 600.000 personas es suficiente para cumplir ese rol.”[70] Pero, lo que es más importante, en 1939 el imperio británico se hallaba ante una nueva guerra mundial, debía darse una política global para el conjunto del mundo árabe y colonial que dominaba, a fin de mantenerlo en “paz” mientras disputaba con el imperialismo alemán. Para eso, Inglaterra contaba con la colaboración de Abdullah y demás títeres árabes y con la ventaja de haber aplastado la más seria amenaza: la rebelión palestina.
Había que dar algunas concesiones que hicieran aparecer a los carniceros ingleses de Palestina como “protectores de los pueblos árabes”. Y el socio menor —el sionismo— pagaba los gastos de la operación.
Pero la “lucha” que se entablaría entre el sionismo y la administración británica era cualquier cosa, menos una lucha antiimperialista.[71] Se trataba de la contradicción clásica entre los intereses globales y generales del imperio y los intereses particulares de un sector de colonizadores. Es la misma contradicción que hubo entre los colonos franceses de Argelia y el gobierno de De Gaulle o entre los colonos blancos de Rhodesia y Sudáfrica, por un lado, y el imperialismo inglés, por el otro; contradicción que llevó a la “independencia” de estas colonias inglesas. ¿Pero habrá algún caradura que se atreva a sostener que éstas fueron “luchas antiimperialistas”?
Aparece el “nuevo Moisés”
“Presiento que el presidente [de los EE.UU.] será el nuevo Moisés que hará nacer el niño de Israel en el desierto.”[72] Estas declaraciones “proféticas” de un congresal norteamericano al salir de una reunión con el presidente yanqui eran consignadas con satisfacción por el Jerusalem Post del 6 de marzo de 1944. La “Divina Providencia”, esta vez encarnada en los EE.UU., se aprestaba a desencadenar un nuevo “milagro”, de los que tanto abundan en la historia del sionismo. Y, como siempre, a costa de los árabes.
¿Qué había pasado? Escuchemos nuevamente a Ben Gurión: “Nuestra mayor preocupación [al comenzar la Segunda Guerra Mundial] era la suerte que le sería reservada a Palestina después de la guerra… Ya era manifiesto que los ingleses no conservarían su mandato. Si se tenían todas las razones para creer que Hitler sería vencido, era del todo evidente que Gran Bretaña, aun victoriosa, saldría muy debilitada del conflicto… Por mi parte, yo no dudaba que el centro de gravedad de nuestras fuerzas debía pasar del Reino Unido a Norteamérica, que estaba en camino de asegurarse el primer lugar en el mundo…”
[73]Ya vimos cómo, en 1917, el sionismo “confiaba su destino” al Foreign Office y al Gabinete de Guerra imperial inglés. En 1939, ante el nuevo reparto imperialista del mundo, el sionismo cambiaba al Foreign Office por el Departamento de Estado yanqui. La presunta lucha “antiimperialista” del sionismo era —simplemente— el paso de un socio al otro.
Enlazado con su nuevo “centro de gravedad”, los EE.UU., el sionismo marchaba así a paso firme hacia la creación del Estado. Ya durante el mandato, los ingleses habían hecho una propuesta de partición de Palestina que Ben Gurión aceptó de inmediato (Propuesta de la Comisión Peel de 1937). Aunque sólo se les daba la cuarta parte de Palestina, Ben Gurión estaba dispuesto a tomarla como base de la futura expansión: “El Estado judío que se nos propone —dice en ese momento Ben Gurión— no corresponde a los objetivos sionistas, pero eso será una etapa decisiva para la realización de nuestros grandes designios… Romperemos las fronteras que nos impusieron.”[74]
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, la cuestión de Palestina comenzó a ser tratada por las Naciones Unidas. Se repetía la farsa de la Sociedad de Naciones. Nuevamente sin la menor consulta al pueblo palestino, nuevamente violando de la forma más grosera su derecho a la autodeterminación y a disponer de su país y de sí mismo, las grandes potencias se aprestaban a dar “estatus” legal a la situación colonial creada en el curso de la dominación británica. Así, el 29 de noviembre de 1947 se vota la partición de Palestina en dos Estados: uno sionista y otro árabe.
Resumiendo, el significado de esta votación y explicando la justa cólera que levantó en las masas de todo el mundo árabe, dice Rodinson: “Para las masas árabes, aceptar la decisión de las Naciones Unidas tenía el significado de una capitulación incondicional a un diktat, el mismo tipo de capitulación de los reyes negros o amarillos del siglo XIX delante de los cañones apuntados hacia sus palacios. Europa había enviado colectivamente colonos cuyo objetivo era apoderarse de una parte del territorio nacional. Durante el período en que una reacción indígena habría sido suficiente para expulsar fácilmente a esos colonos, tal reacción había sido impedida por la policía y las tropas británicas representantes de la colectividad de naciones euroamericanas. Esa reacción había sido desarmada moralmente por la garantía falaz de que sólo se trataba de la implantación pacífica de algunos grupos desgraciados e inofensivos, destinados a permanecer minoritarios. Y después, cuando se revelaba la real intención de esos grupos, el mundo euroamericano, unido a pesar de sus divergencias internacionales, desde la URSS socialista hasta los EE.UU. ultracapitalistas, querían imponer a los árabes la aceptación del hecho consumado. Con respecto a los árabes, la liquidación de la Segunda Guerra Mundial repetía amargamente los embustes de la primera.”[75]
Stalin: padrino del segundo casamiento del sionismo
“La delegación de la Unión Soviética no puede dejar de expresar su espanto por la posición que los países árabes adoptaron en la cuestión palestina; todos nos quedamos sorprendidos (sic) de ver a esos Estados, o por lo menos a algunos de ellos, recurrir a las armas y entregarse a operaciones militares con el fin de reprimir al movimiento de liberación nacional que nace en Palestina.”[76] Así hablaba Andrei Gromyko, delegado de Stalin, en la sesión del 12 de mayo de 1948 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La URSS no sólo se había unido a los EE.UU. para legalizar la situación colonial en Palestina; también habría de enviar armas y aviones a los sionistas por intermedio de Checoslovaquia. Además, la URSS fue la primera potencia que reconoció a Israel, lo hizo incluso antes que los EE.UU.
Claro que este “certificado de movimiento de liberación nacional” que le firmaba Stalin al sionismo lo único que “certificaba” era la completa degradación de la burocracia soviética. Era una traición más en la larga lista estalinista.
Ya hemos señalado la opinión de Lenin y Trotsky a los comienzos de la aventura sionista en Palestina. Veinticinco años después, los hechos habían confirmado plenamente el carácter colonialista y proimperialista del sionismo. Pero esto era lo de menos para la burocracia soviética. Lo único que le importaba era la partida de ajedrez diplomático que se jugaba a tres puntas entre los EE.UU., la URSS e Inglaterra.
Sobre la burocracia soviética recae igual responsabilidad que sobre los EE.UU. en lo que respecta a la creación del Estado colonial y racista de Israel, igual responsabilidad en la negación de los derechos democráticos y nacionales del pueblo palestino.
El apoyo de la URSS al colonialismo sionista trajo consecuencias mucho más graves que las armas y los aviones que le enviara en 1948 para masacrar a los árabes. Significó —por un lado— el aislamiento de los palestinos de las masas trabajadoras de afuera del mundo árabe. Los estalinistas, unidos a los socialdemócratas, fueron quienes desparramaron en todo el mundo la mentira de un Israel “progresista” combatiendo contra las “hordas feudales”. Si esta mentira hubiera quedado a cargo exclusivo del señor Ben Gurión y de su nuevo consorte, el gobierno yanqui a pocos hubiera convencido. Pero los partidos comunistas y socialdemócratas la tomaron a su cargo, volcaron toda su autoridad y el peso de sus aparatos para hacérsela tragar a millones de trabajadores, estudiantes e intelectuales de izquierda. Igual que los sionistas, se aprovecharon del horror del mundo ante la barbarie nazi y la matanza de 6.000.000 de judíos para ocultar que los sionistas en Palestina venían practicando el mismo racismo contra los nativos y con métodos similares.
Por otro lado, la traición estalinista enlodaba al socialismo y al marxismo ante los ojos de las masas árabes. De ese modo, las hacía presa fácil de las manipulaciones de los elementos más reaccionarios —como los de la Hermandad Musulmana, por ejemplo—, o las abandonaba en manos de los Faruk y los Abdullah.
La Cuarta Internacional fue la única tendencia de izquierda antisionista
Mientras el estalinismo y la socialdemocracia apoyaban fervorosamente al sionismo y la creación de Israel, los trotskistas planteaban: “¡Abajo la partición de Palestina! ¡Por una Palestina árabe, unida e independiente, con plenos derechos de minoría nacional para la comunidad judía! ¡Abajo la intervención imperialista en Palestina! ¡Fuera del país todas las tropas extranjeras, los ‘mediadores’ y ‘observadores’ de las Naciones Unidas! ¡Por el derecho de masas árabes a disponer de ellas mismas! ¡Por la elección de una asamblea constituyente con sufragio universal y secreto! ¡Por la revolución agraria!”[77] Y el Grupo Trotskista Palestino señalaba que el imperialismo yanqui “… ha ganado un agente directo: la burguesía sionista quien, por este hecho, se ha tornado completamente dependiente del capital americano y de la política americana. De aquí en más, el imperialismo yanqui tendrá una justificación para intervenir militarmente en el Levante cada vez que lo crea conveniente… la consecuencia inevitable de esta guerra será la dependencia total del sionismo al imperialismo norteamericano”.[78]
La guerra de 1948 comenzó en 1947
El rechazo árabe a la partición condujo a una lucha que llevaría en 1948 a la intervención de varios Estados árabes, principalmente Transjordania (hoy Jordania) y Egipto, y terminaría en su derrota.
Lamentablemente aquí vamos tener que desmentir a otro mito del sionismo: el de “pequeño grupo de sionistas contra el gigante de 100 millones de árabes”, “David contra Goliath”, etc. En todos los enfrentamientos armados desde 1948, a excepción quizás de la última guerra en que la cosa anduvo algo más pareja, los sionistas han tenido siempre una neta superioridad militar. En 1947/48, mientras los palestinos se hallaban destrozados por la derrota de la insurrección de 1936/39, el sionismo contaba no sólo con la Haganá, organizada, armada y tolerada por los ingleses aun en los momentos de mayor roce con los sionistas, sino que también disponían de las unidades “irregulares” como el Irgún y otras y con varios miles de combatientes entrenados en las brigadas judías del ejército inglés. El general Dayan sale de esa escuela, por ejemplo.
En el libro oficial sionista Antología Israel, antes citado, se dan cifras elocuentes.[79] Hagamos la suma:
Además, hay que sumar varios miles de “voluntarios” venidos de Europa y los EE.UU., entre ellos pilotos de caza, veteranos de la Segunda Guerra, que se sumaron a la contienda. Con ellos llegamos a una cifra entre 60.000 a 70.000 combatientes sionistas, la mayoría de ellos de alta calificación técnica y/o militar.
¿Qué oponían contra ellos, las “hordas” de “millones” de árabes? Hasta la intervención de los Estados árabes limítrofes, prácticamente la mayor fuerza organizada de los palestinos fue el “Ejército de Liberación” de Fawzi el-Kawakji, que entra a Palestina en enero del 48. Alcanzaba la pavorosa cifra de 5.000 hombres.[80] Había naturalmente muchos otros miles de resistentes en todas las aldeas y ciudades árabes. Pero la resistencia era desconectada y desorganizada militar y políticamente. Para que hubieran impuesto la superioridad de su número contra los colonizadores, los palestinos necesitaban un arma de la que carecían: una política y una organización revolucionarias capaces de movilizar al conjunto de las masas palestinas y de los países árabes limítrofes. No necesitamos decir que éste no era el objetivo de Abdullah, Faruk y demás personajes que aparecían como “representantes de la nación árabe”. Por el contrario, estaban incubando una traición monumental.
La extraña guerra de 1948 y la traición del rey Abdullah
Mientras la resistencia palestina era exterminada, mientras se sucedían matanzas de las que luego hablaremos, los gobiernos árabes reaccionarios se la pasaban de conferencia tras conferencia. El 14 de mayo de 1948 era proclamado el Estado de Israel. Al día siguiente, recién después de meses de lucha, intervienen, primero Transjordania, luego Egipto y en menor medida otros países árabes. Todos los ejércitos de los Estados árabes que intervienen no pasan de 25.000 hombres,[81] sin unidad de comando, por otra parte. Aun en esos momentos las fuerzas sionistas tuvieron una indiscutible superioridad militar.
La única fuerza capaz de medirse militarmente con la Haganá era la Legión Árabe de Transjordania, dirigida por oficiales ingleses. Y decir esto ya es decir que iba a la derrota. Inglaterra, a quien le convenía aparecer ahora como “protectora” de los árabes, desarrollaba en verdad un doble juego. Mientras en las Naciones Unidas se había opuesto a la partición de Palestina, terminó acatando el bloqueo y embargo de armas y municiones a los beligerantes. Este “embargo”, como sucedió en la guerra de Abisinia o en la de España, sólo afectaba a una de las partes en lucha, en este caso a los árabes.
Pero el golpe final sobre los palestinos habría de ser el pacto secreto entre Abdullah, rey de Transjordania, y Golda Meir, representante en esos momentos del gobierno israelí. Este pacto consistía, sencillamente, en repartirse Palestina.[82] El Estado de Israel extendió su superficie más allá de las fronteras señaladas en el mapa de partición de las Naciones Unidas y el rey de Transjordania, abuelo del actual Houssein, se apropió de Cisjordania. Al rey Faruk solamente le tocó un hueso: la Franja de Gaza. Pocos años después, Abdullah sería ejecutado por un palestino; pero ese acto de justicia y desesperación no habría de cambiar la suerte de su pueblo. Comenzaba la tragedia del pueblo árabe de Palestina, despojado de su tierra y su derecho a la autodeterminación.
Cómo fabricar una “tierra sin pueblo”
Los colonizadores sionistas habían tenido tiempo de convencerse de que la consigna de “tierra sin pueblo” no correspondía a la realidad de Palestina. Pero, si la “tierra sin pueblo” no existía, se podía en cambio fabricarla. Vimos cómo, al principio de su colonización, las medidas económicas y políticas del sionismo tendían a una lenta pero firme marginación de la población árabe. Ahora este proceso daría un salto: la expulsión de la mayoría de los palestinos y la expropiación de sus bienes.
El líder sionista Weitz, director durante muchos años del Departamento de Colonización de la Agencia Judía, anotaba en su Diario en 1940: “La única solución es una Palestina, o al menos una Palestina Occidental [al oeste del río Jordán] sin árabes… Y no hay otro camino que transferir todos los árabes desde aquí a los países vecinos, transferirlos a todos: ni una aldea, ni una tribu deben quedar.”[83] Para realizar estos planes dignos de Hitler, sólo había un método: el que usaba Hitler. Y se usó.
Apenas votada la partición en las Naciones Unidas, comenzó una campaña de terror que obligó a la huida de las poblaciones árabes. Como principales ejecutores de las carnicerías se distinguieron los miembros del Irgún, organización terrorista que tenía la ventaja de ser “extraoficial”. Es decir, que cuando efectuaba alguna masacre, Ben Gurión podía lavarse las manos. El dirigente de esta organización terrorista fascista era el famoso Menahem Begin, hoy líder del partido Herut, honorable miembro de la Knesset (Parlamento de Israel) y no menos honorable ministro en multitud de gabinetes.
Sería imposible hacer el recuento de todas las matanzas de los colonizadores sionistas. Ya relatamos la hazaña del Irgún en la refinería de Haifa el 31 de diciembre de 1947. Vamos a hablar ahora de Deir Yassin.
El exterminio de la aldea árabe de Deir Yassin ha sido calificado con razón como el My Lai del sionismo, comparándola con la célebre masacre perpetrada en esa aldea de Vietnam por las tropas yanquis.
Los testimonios básicos de la matanza de Deir Yassin fueron dados por el delegado de la Cruz Roja Internacional en Palestina, Jacques de Reynier, quien descubrió los cadáveres y alcanzó a salvar tres víctimas gravemente heridas. Su informe fue publicado en 1950.[84] En abril del año pasado [1973], el periódico israelí Yedioth Aharonot publicó diversa documentación sobre la matanza, en ella había un informe secreto del soldado Meir Philipsky —que hoy es el general (r) Meir Pa’el— y que al producirse la masacre era “oficial de enlace” entre la Haganá y los grupos terroristas Irgún Zvi Leumi (ET-ZEL) y el grupo Stern (Lehi).[85] Los datos pueden resumirse así:
El 9 de abril de 1948 unidades especiales de la Haganá tomaron la aldea de Deir Yassin, después de vencer una débil resistencia árabe. Finalizada la resistencia la dejaron en manos de los carniceros de Irgún y Stern. Fueron casa por casa, exterminando a todos sus pobladores civiles, la mayoría de los cuales eran mujeres, ancianos y niños, ya que la mayor parte de los hombres se hallaba fuera de la aldea en esos momentos. Arrojando granadas de mano en las viviendas y luego ametrallando o degollando a los sobrevivientes, exterminaron alrededor de 250 árabes.
“Junto con un grupo de habitantes de Jerusalem —relata el mencionado Philipsky— rogamos a los comandantes que dieran orden de parar la matanza, pero nuestros esfuerzos resultaron infructuosos. Entretanto, unos 25 hombres habían sido traídos fuera de las casas; fueron subidos en camiones de carga y llevados en marcha triunfal —como un triunfo romano— por los barrios de Mahaneh Yahuda y Zakhron Yosef (en Jerusalem). Cuando finalizó la marcha, fueron llevados a una cantera de piedras que queda entre Giv’at Sha’ul y Deir Yassin y allí muertos a sangre fría.”[86] Los cadáveres de la aldea fueron arrojados a los pozos de agua; allí los descubrió el delegado de la Cruz Roja J. de Reynier.
El historiador israelí Arieh Yitzhaqui, comentando en Jediot Aharonot la documentación publicada, destaca que lo de Deir Yassin “siguió el esquema habitual de la ocupación de una aldea árabe en 1948. En los primeros meses de la guerra de la independencia, las tropas de la Haganá y el Palmach realizaron docenas de operaciones de este tipo …”[87]
El objetivo político de las matanzas de Deir Yassin, Lidda, Jaffa, etc., no puede ser más claro: fabricar la “tierra sin pueblo”, “transferir —como decía Weitz— a todos los árabes desde aquí a los países vecinos…” Si hay dudas, el señor Menahem Begin, principal ejecutor de estos crímenes, las va a despejar: “Todas las fuerzas judías —dice Begin— avanzaban a través de Haifa como un cuchillo en la manteca. Los árabes huían llenos de pánico gritando: Deir Yassin!… Este éxodo masivo pronto devino en una enloquecida e incontrolable huida.”[88] De esa forma, al firmarse el armisticio a principios de 1949, aproximadamente un millón de palestinos habían sido expulsados de su tierra.
El Estado colonial, racista y gendarme de la revolución árabe
El Estado de Israel es la institucionalización del hecho colonial. Como en sus iguales, los Estados de Sudáfrica y de Rhodesia, la población nativa fue despojada de sus tierras y bienes y de sus derechos nacionales y democráticos, parte de ella obligada a emigrar y la restante sometida a las normas clásicas de los Estados donde una supuesta “raza superior” domina a una “raza inferior”. El Estado de Israel es el instrumento (armado hasta los dientes por el imperialismo) que tiene como fin mantener esa situación colonial y retribuir servicios al imperialismo actuando como gendarme contra los movimientos revolucionarios o simplemente nacionalistas del mundo árabe.
Iremos finalizando este estudio con algunos ejemplos del carácter colonial, racista y contrarrevolucionario del actual Estado de Israel.
Quizás el más escandaloso es el despojo en masa perpetrado a la población palestina. Ya hemos visto con qué métodos fueron obligados a huir alrededor de un millón de palestinos. Después de la guerra del 48, al mismo tiempo que no los dejaba volver a sus hogares, el Estado de Israel aplicó una ley denominada de “propiedad de las personas ausentes”[89] según la cual el árabe que se hallara “ausente” perdía todos sus bienes al estar éstos “abandonados”. De esa forma, tierras, casas, cuentas bancarias, etc. de ese millón de palestinos pasaron al bolsillo de los colonizadores. Fue la “acumulación primitiva” del sionismo. Esto, sumado a las inyecciones de miles de millones de dólares del imperialismo yanqui, constituye el secreto del desarrollo económico israelí.
La “ley de ausencia” es una “ley” de robo en masa hasta desde el punto de vista de las normas jurídicas burguesas. Es lo mismo que si una pandilla de asaltantes penetra en casa de una familia, asesina a la mitad y produce —en consecuencia— la huida del resto. Cuando se les va a pedir cuentas, estos caballeros argumentan que, por haberse “ausentado” los sobrevivientes y “abandonado” sus bienes, han perdido todo derecho sobre ellos, habiendo pasado ahora a manos de los gangsters. Al mismo tiempo, a punta de pistola, impiden el regreso de los sobrevivientes y, cada vez que éstos tratan de entrar en su casa, los gangsters claman ante el mundo que son “agredidos”.
La llamada “ley del retorno” es otro ejemplo de racismo. El sionismo comparte con los nazis y el resto de los antisemitas el mito de considerar a los judíos como una “raza”. Los miembros de esta supuesta “raza”, en cualquier país del mundo que se hallen y aunque sus antecesores jamás hayan tenido nada que ver con Palestina, tienen derecho a “regresar” (?) a Israel y ser sus ciudadanos. En cambio, un palestino (que hace 25 años fue echado por la fuerza) o su hijo, no tienen derecho al “retorno” ni a la ciudadanía.
Durante la ocupación británica fueron promulgadas, en 1945, unas “leyes de emergencia” que fueron calificadas por el dirigente sionista Jacob Shapira de la siguiente forma: “Estas leyes no tienen equivalente en cualquier país civilizado, ni siquiera en la propia Alemania nazi. Son leyes que sólo se aplican a un país ocupado… ninguna autoridad se puede permitir la promulgación de leyes tan inhumanas.”[90] Pues bien, estas leyes siguieron en vigencia en el Estado de Israel y, para completar la befa, el señor Jacob Shapira se convertía poco después en ministro de Justicia, es decir, en el encargado de aplicarlas. Las modificaciones hechas años después a estas leyes han sido puramente formales y destinadas a acallar las protestas que se levantaran tanto dentro como fuera de Israel.
De acuerdo con estas “leyes” vigentes actualmente en Israel, en especial en los territorios usurpados después de la guerra de 1967, los árabes se hallan bajo “gobierno militar”. Las autoridades militares tienen derecho a “transferir y expulsar a los habitantes de las zonas, tomar y conservar en su poder cualquier bien, artículo u objeto, practicar pesquisas y allanamientos en todo momento, limitar el desplazamiento de personas, imponer restricciones en ámbito del empleo y los negocios, decretar deportaciones, poner cualquier persona bajo vigilancia de la policía, imponerle residencia forzosa… confiscar cualquier terreno en interés de seguridad pública, usar libremente la requisión, imponer la ocupación militar a expensas de los habitantes, establecer el toque de queda, suspender servicios postales y cualquier otro servicio público.”[91]
Existen pocos Estados con legislación semejante y que se aplique exclusivamente a un sector de la población, siendo este sector determinado por “raza”. La Alemania de Hitler fue ejemplo de este tipo de Estado, Rhodesia y Sudáfrica lo son hoy en día. Es impresionante la similitud, hasta la forma, de la legislación antinegra en Sudáfrica y la legislación antiárabe en Israel. Ambas reconocen, por otra parte, un origen común: la legislación colonial británica.
La maraña de leyes y disposiciones racistas y coloniales se apoyan unas a otras y se combinan en un mismo resultado: la opresión, el robo y la explotación de la población árabe. Un ejemplo frecuente es el siguiente: una autoridad militar declara “zona de seguridad” a tal o cual región. Ningún árabe, por consiguiente, puede entrar o vivir en ella. Si en la zona existía alguna aldea, sus pobladores son expulsados, si había tierras pertenecientes a árabes no se los deja pasar para cultivarlas. Acto seguido comienza a actuar la “Ley de Ausencia”: las tierras y aldeas se hallan “abandonadas”, sus cultivadores y moradores se han “ausentado”, por cual pasan a ser propiedad de Israel. Es que la “ley de ausencia” se aplica también a los palestinos que se hayan trasladado a otro lugar, aunque estos palestinos permanezcan dentro de Israel y aunque su traslado haya sido forzado por una autoridad israelí.
Una pálida idea del régimen fascista al que está sometida la población palestina lo da el Informe del Comité Especial de las Naciones Unidas encargado de investigar las prácticas israelíes que afecten los derechos humanos de la población de los territorios ocupados.[92] Es un catálogo de horrores: “torturas y malos tratos”, “detención administrativa” (es decir, prisión de miles de árabes en cárceles y campos de concentración por disposición de las autoridades militares, sin juicio alguno y por tiempo indeterminado), “expulsión de personas de los territorios ocupados en virtud de las llamadas órdenes de deportación”, “traslado de varios miles de personas de sus hogares a otras partes del territorio ocupado”, “expropiación de sus bienes, incluso bienes pertenecientes a personas trasladadas de sus hogares”, “demolición de casas” (aproximadamente 10.000 desde 1967), “negación del derecho a regresar a sus hogares a las personas que huyeron del territorio ocupado a causa de las hostilidades de junio de 1967 y a las que fueron deportadas o expulsadas de cualquier otra forma”. Tales son los ítems del informe del Comité Especial de las Naciones Unidas. El informe llega finalmente a la conclusión de que no se trata de una política “empleada en circunstancias excepcionales” sino que, por el contrario, se “ha convertido arbitrariamente en una norma de conducta o política definitiva”.[93] Y agregamos nosotros, esta “norma de conducta o política definitiva” es la consecuencia lógica, fatal e inevitable de toda situación colonial. Nunca, en ninguna época y en ningún continente, un grupo de colonizadores ha podido establecer y mantener su dominio sobre la población nativa sin apelar a métodos por el estilo. Rhodesia, Sudáfrica, la Argelia “francesa”, las colonias portuguesas africanas e Israel están allí para probarlo.
Desde 1948, el desarrollo del Estado colonial y racista de Israel ha acentuado cada vez más su similitud con las mencionadas experiencias de colonización. Y ahora queda clara toda la falsedad del argumento sionista de que no son colonizadores porque no explotan mano de obra nativa. Ya vimos que, al principio de la colonización, esto de “no explotar mano de obra nativa” era el manto piadoso con que se cubría la expulsión de los obreros y campesinos árabes de sus empleos y sus tierras (tampoco en Sudáfrica un negro es empleado de banco, obrero calificado o propietario de su tierra). Pero, una vez operado el desplazamiento de la población nativa y la expropiación en masa de sus bienes, los sionistas no han tenido ningún escrúpulo en explotar a los palestinos despojados. Ni siquiera los angelicales kibutzim “socialistas” se quedan cortos en esto.
El hambre y la sed de superganancias que domina a la burguesía sionista extiende también la explotación, la discriminación racial y la miseria sobre amplios sectores de la población judía, especialmente la de origen oriental (sefarditas, yemenitas, etc.). Hoy el Estado de Israel es una pirámide racista, donde la cúspide es ocupada por dos mil millonarios (en dólares) de origen asquenazi (judíos europeos) e íntimamente ligados a las inversiones imperialistas; más abajo, una burguesía media y una burocracia privilegiada del Estado y de la Histadrut, también de origen asquenazi; estas clases y capas privilegiadas se asientan sobre las masas de judíos orientales y, ya en el último escalón de la pirámide, sobre los árabes palestinos.[94] Israel es la Sudáfrica de Oriente Medio.
El gendarme contrarrevolucionario
Pero lo dicho hasta aquí es sólo la mitad del Estado de Israel. Su otra mitad es su papel de gendarme contrarrevolucionario y de cabecera de puente del imperialismo en el mundo árabe. En esto no hace más que continuar la “foja de servicios” prestada al imperialismo inglés antes de la creación del Estado.
Si fuera verdad el cuento sionista de Israel “socialista” versus los árabes “feudales”, es inexplicable por qué este pretendido Estado “socialista” realiza desde 1948 continuos actos de agresión contra todo movimiento “antifeudal” y antiimperialista árabe. Es lo mismo que si Cuba —Estado socialista aislado en la América latina semicolonial— se dedicara a realizar permanentes incursiones en los otros países latinoamericanos para asesinar a los dirigentes y activistas obreros y populares, bombardear sus barrios obreros y villas miseria, etc.; o que, cuando el gobierno nacionalista burgués peruano nacionalizó el petróleo, Cuba hubiera enviado sus tropas —junto con las de EE.UU.— para ocupar el área de concesiones de la Intemational Petroleum Company; o que ahora, en los últimos disturbios de Colombia, Cuba hubiera movilizado su ejército anunciando que intervendría en caso de ser derribado el gobierno burgués proimperialista. ¡Extraña conducta para un país socialista!
Pero ésta, y no otra, es la conducta seguida por Israel desde 1948, con respecto a sus vecinos árabes. Este papel de gendarme contrarrevolucionario se combina con la pretensión de los sectores sionistas más patrioteros de construir “el Gran Israel desde el Nilo al Eufrates”.[95] Veamos algunas hazañas de Israel “socialista”.
En 1956, el gobierno egipcio presidido por Gamal Abdel Nasser nacionaliza la compañía anglo-francesa del canal de Suez. Fue un hecho histórico. Constituye una de las medidas antiimperialistas más importantes, no sólo para el pueblo egipcio, sino para todos los pueblos del mundo colonial y semicolonial. Por otra parte, al gobierno de Nasser —como a cualquier otro gobierno nacionalista burgués— se le pueden hacer mil críticas, menos decir que se trataba de un gobierno “feudal”.
La nacionalización del canal de Suez era una magnífica oportunidad para que Israel liquidara su enfrentamiento con el mundo árabe, suponiendo que Israel fuese —no digamos socialista— sino al menos un Estado nacionalista burgués antiimperialista. Simplemente Israel hubiera declarado que apoyaba incondicionalmente la nacionalización del canal y que estaba dispuesto a enfrentar, junto con Egipto, cualquier agresión de los antiguos dueños de la Compañía de Suez. ¿No hubiera provocado esto un giro de 180 grados en la actitud del mundo árabe hacia Israel? Pero todos sabemos lo que hizo Israel: unido a los ejércitos de Francia e Inglaterra, atacó a Egipto y participó en la matanza de miles de árabes que se habían “atrevido” a desafiar a sus antiguos amos imperialistas.
La trayectoria negra de Israel prosigue con su apoyo desembozado a Francia contra los revolucionarios argelinos que luchaban por la independencia. Luego, cuando los colonos franceses rompen con el gobierno metropolitano de De Gaulle que quería llegar a un arreglo con los argelinos, Israel ayuda a los fascistas de la OAS (Organisation de l’Armée Secrète).
La Guerra de los Seis Días, en 1967, repite con pocas variantes la aventura de 1956. Una variante fue que, por haber emprendido esta guerra en colusión con el imperialismo yanqui, Israel dispuso de un formidable aparato propagandístico para presentarse ante el mundo como “víctima”, como un pequeño y débil país amenazado de exterminio por vecinos cien veces más poderosos que querían “echar a todos los judíos al mar”. Lamentablemente, este mito de la propaganda yanqui-sionista fue alimentado por sectores árabes de derecha. Estos sectores, como lo prueban los hechos, son los que menos luchan contra el imperialismo y su socio menor sionista. Sus capitulaciones las disimulan planteando la cuestión de Israel en términos raciales o religiosos y no en los términos sociales y políticos de una lucha antiimperialista. No sólo tratan así de confundir a las masas árabes, sino que, de esa forma, le hacen el juego al sionismo, alimentando su propaganda exterior, y también consolidando su frente interno.
Para entender la guerra de 1967 hay que comenzar por fijarse en qué marco internacional se dio. “La coyuntura específica que condujo a esta guerra —señala Fawwas Trabulsi— es la convergencia de dos tendencias: 1) el imperialismo de los EE.UU. desató una ofensiva contra los regímenes nacionalistas del Tercer Mundo y los países subdesarrollados de Europa; 2) la necesidad que el colonialismo territorial sionista tenía de los regímenes árabes débiles, subdesarrollados y subordinados al imperialismo fue desbaratada por el régimen nasserista en Egipto y el Baas en Siria.
“La ofensiva de 1960 del imperialismo norteamericano contra Vietnan, Cuba, Ghana e Indonesia alcanzó al Mediterráneo oriental en 1967. El 21 de abril de ese año, el ejército se apoderó del poder en Grecia en un golpe maestro dirigido por la CIA. Se volvió demasiado claro que Siria y Egipto serían los próximos blancos. La cuestión era saber si el ataque vendría desde adentro o desde afuera. El 11 de mayo, un oficial israelí de alto rango pareció proporcionar la respuesta cuando amenazó con la ocupación militar de Damasco para poner fin a las incursiones de Al Fatah sobre territorio israelí. Fue seguido, al día siguiente, por el general Rabin quien declaró que mientras el régimen del Baas no fuera depuesto en Siria ningún gobierno en Oriente Medio podía sentirse a salvo.[96] Israel pensaba en sus intereses: la división de los Estados árabes en un campo ‘progresista’ y un campo proimperialista, oligárquico, neutralizaba sus designios de imponer sus hechos consumados a través de la mediación de las potencias imperialistas o preservar el statu quo en el cual ella tenía la delantera. No obstante, desde 1965 la organización comando palestina Al-Fatah había comenzado sus incursiones dentro de Israel. Negándose a admitir la existencia del pueblo palestino, Israel consideraba esos actos como perpetrados por ‘terroristas árabes’ que operaban desde Siria. Las incursiones israelíes en noviembre de 1966 contra la ciudad jordana de Samu, y en abril de 1967 contra Siria fueron consideradas por los portavoces oficiales israelíes como ‘incursiones de represalia’ contra las actividades de los comandos palestinos.
“El régimen nasserista de Egipto —prosigue Trabulsi— había estado sujeto al fuerte chantaje de la reacción árabe, especialmente de Arabia Saudita y Jordania, por la pasividad de su posición respecto de Palestina desde 1957. Las gestiones que hizo Nasser para exigir la retirada de Egipto de las tropas de la UN,[97] la concentración de tropas sobre la frontera de Israel y, finalmente, para cerrar el golfo de Aqaba a la flota israelí (15-23 de mayo) sólo puede ser entendida dentro de este contexto. De un golpe, Nasser hizo un movimiento de solidaridad activa con la amenazada Siria y destruyó la última secuela de la agresión tripartita de 1956. Así se anotó una doble victoria y probó que Egipto, entre los países árabes, aún llevaba la voz cantante en el asunto Palestina.
“Nasser —dice Trabulsi— había desbaratado el statu quo, impuesto por Israel, de 1956. La tarea era convertir su victoria en derrota. Sobre ambas cosas los israelíes y los norteamericanos estaban de acuerdo. Johnson le dijo al ministro de Relaciones Exteriores israelí el 26 de mayo: ‘Si podemos derrotar a Nasser en la cuestión de los estrechos, el bloqueo será levantado, toda la maniobra estará arruinada y, aún, la posición de Nasser a la cabeza de Egipto se verá comprometida.[98]’ Dos medios para infligir esta derrota estaban abiertos: forzar el bloqueo por medio de una armada de las potencias marítimas, incluyendo a Gran Bretaña y los EE.UU., o una invasión israelí.[99] El gobierno y el ejército de los EE.UU. no tenían duda alguna con respecto al resultado de esa invasión. Durante la crisis, Johnson había requerido dos veces al Pentágono que se le informara sobre el equilibrio del poder militar entre el Estado árabe e Israel y dos veces recibió la misma enfática respuesta: si la guerra comenzaba, Israel conseguiría una victoria decisiva en unos pocos días por medios de una acometida de acorazados e incursiones aéreas contra Egipto; aun cuando Israel no iniciara el primer ataque ganaría, de todos modos, la guerra.[100] El 2 de junio, una importante personalidad israelí retornó de una misión secreta en Washington. Al día siguiente, Eshkol recibió un telegrama de Johnson con una omisión significativa: la solemne exhortación a Israel para renunciar a cualquier acción militar unilateral fue dejada de lado; el presidente norteamericano solamente mencionó sus esfuerzos diplomáticos. Fue después de recibir un segundo mensaje de Johnson que el Gabinete de Guerra israelí sesionó y decidió emprender la guerra.[101] El imperialismo de los EE.UU. había decidido iniciar la guerra contra los pueblos árabes por poder. Israel había abierto el paso a la ‘actuación independiente’.”
Y añade Trabulsi: “Una palabra sobre la famosa ‘amenaza de genocidio’. Hemos enfatizado ya cómo el hipócrita doble lenguaje de los regímenes árabes juega en las manos de la propaganda sionista. ¿Existió alguna vez esta amenaza? En realidad, el ejército de los EE.UU. tenía un plan preparado para intervenir en Oriente Medio en caso de que los ejércitos árabes trataran de penetrar en territorio israelí. Este plan consistía en formar una barrera de tropas norteamericanas (que ascendían a 100.000) entre los israelíes (que serían reagrupados en el centro de Israel) y los ejércitos árabes en marcha. Cuando Johnson recibió a Aba Eban el 26 de mayo y le aseguró que los EE.UU. respetarían sus compromisos con Israel —de acuerdo con una declaración oficial hecha por Dulles en 1957 de defender el statu quo pos-Suez— él recordaba este plan. Incluso, puede habérselo mencionado al ministro de Relaciones Exteriores de Israel o hacérselo recordar.[102] Pero ¿qué tienen que decir los mismos jefes israelíes acerca de ‘esta amenaza de genocidio’? En una entrevista concedida a Haeretz (22 de diciembre de 1968) el general Rabin, jefe de la plana mayor israelí, admitió que Nasser no quería guerra, pero ‘tenía que enfrentar una situación en la cual prefería la guerra antes que la retirada’. Por otra parte, el primer ministro Eshkol describió el despliegue militar egipcio en el Sinaí y la actividad general sobre la zona como ‘una disposición militar defensiva egipcia sobre las fronteras del sur de Israel’.[103] Una engañosa conducción política con un despliegue defensivo de tropas es una combinación bastante inhábil para la perpetración de un acto de ‘genocidio’.
“La guerra de junio, una combinación de la política por otros medios, fue la derrota de la política árabe predominante tanto sobre el antisionismo como sobre el antiimperialismo. Fue la derrota de los países de una región subdesarrollada, con regímenes igualmente subdesarrollados, infligida por un Estado infinitamente menor, numéricamente inferior, representante de una potencia colonizadora técnicamente avanzada, europeizada y militarista que contaba con el firme respaldo del campo imperialista.
“La estrategia israelí es el sionismo aplicado al dominio militar: una desconcertante ‘Blitzkrieg’ [Guerra relámpago. Sistema que consiste en aplicar la máxima movilidad posible a las tropas. NdeR] dirigida a la imposición de hechos, más hechos y siempre nuevos hechos. Durante toda la guerra, el ejército israelí comandó una superioridad numérica sobre los ejércitos árabes participantes, y la superioridad estratégica sobre todos los frentes. Nunca perdió la iniciativa, entonces. La estrategia árabe, o mejor su ausencia, revela hasta más no poder todas las contradicciones y limitaciones de los regímenes árabes…
“Aun guiándose —dice más adelante— por modelos de estrategia militar clásica, uno puede decir, seguramente, que Nasser se condujo a sí mismo a una trampa. La concentración de tropas en el Sinaí fue un movimiento político, no militar. De acuerdo con el manual militar del general egipcio Parid Salamah, una posición defensiva hubiera significado la concentración de tropas en el canal de Suez; una vez que el ejército egipcio entró en el Sinaí debió haber continuado con un ataque ofensivo dentro del territorio israelí.[104] Pero esta trampa también era política. Revela claramente la irresolución del régimen nasserista en sus relaciones con el imperialismo y, en especial, con los Estados Unidos. Toda la contradicción de la posición gira alrededor de la relación entre el sionismo y el imperialismo. En los períodos de lucha contra la reacción local, Nasser, invariablemente, ‘usó’ el problema palestino para demostrar que el sionismo, el imperialismo y la reacción árabe son uno y el mismo campo. Sólo unas pocas semanas antes de la guerra de junio estaba repitiendo su famoso eslogan ‘Israel es Estados Unidos y Estados Unidos es Israel’. Pero es precisamente cuando ambos enemigos convergieron en un ataque furioso contra los pueblos árabes que Nasser se esfuerza por separarlos. En su última conferencia de prensa antes de la guerra, usó un lenguaje claramente conciliatorio hacia los EE.UU. y hasta apeló para que el imperialismo norteamericano no interviniera en el conflicto árabe-israelí en caso de que éste estallara. La última medida tomada antes de la guerra fue la decisión de enviar a Zakaria Muhieddin (conocido por sus simpatías prooccidentales) a Washington para discutir la crisis. La guerra comenzó antes de su partida. Por otra parte, la actitud de los regímenes pequeñoburgueses hacia el imperialismo está sintetizada en una de las interpretaciones de Nasser sobre la derrota árabe. Sostuvo que los EE.UU. engañaron a los gobernantes egipcios porque, en vísperas de la guerra, el embajador norteamericano en El Cairo había asegurado a Nasser que los EE.UU. garantizaban que Israel no sería el primero en atacar.”[105]
Pero donde más se prueba —si es posible— el carácter de gendarme contrarrevolucionario del Estado sionista, es en sus agresiones constantes a los campamentos de refugiados palestinos y a su movimiento de liberación nacional, expresado en las organizaciones de resistencia como Al Fatah, el Frente Popular, el Frente Democrático, etc. El Estado sionista se alía con los gobiernos reaccionarios árabes, en especial con el del Líbano y el del carnicero Houssein de Jordania para reprimir al pueblo palestino. Es que las luchas de este pueblo desesperan a los sionistas. Ya hemos visto cómo muchos colonizadores —tales como el ya citado profesor Aktzin— pretenden negar que exista un pueblo palestino. Pero, a pesar de treinta años de derrotas, traiciones, exilio y miseria, este pueblo palestino se moviliza, este pueblo palestino lucha. Esto explica la rabia de la gran burguesía sionista, que sabe que usurpa sus bienes, su tierra y sus derechos nacionales y democráticos.
Es por eso que en septiembre de 1970, cuando Houssein desencadenó la represión sobre los campamentos palestinos, masacrando a 20.000 refugiados, produciendo el Chile de Oriente Medio, Dayan le prestó ayuda bombardeando los campamentos. Recordemos cómo se movilizó la flota yanqui, cómo Israel apostó su ejército sobre el Jordán y anunció que estaba presto a invadir si la lucha era desfavorable al carnicero Houssein y éste era derribado por la movilización popular. ¡Recordemos que hubo un Chile en Oriente Medio y que Israel intervino para socorrer a su Pinochet!
Algunas conclusiones
Para concluir, insistimos con lo que ya hemos venido planteando en este trabajo: sólo una grosera falsificación de los hechos históricos puede ocultar que Israel es un enclave colonial, de características similares a los Estados “blancos” de África, erigido sobre la base del desalojo, discriminación racial, explotación y negación de los derechos democráticos y nacionales de la población nativa. En la zona donde se ha implantado, este enclave colonial actúa como gendarme del imperialismo para reprimir las luchas nacionales y sociales de los pueblos árabes.
Pocos se tragan ya la píldora del Israel “socialista” o “progresista”. Sin embargo, especialmente en Europa, entre la izquierda pequeñoburguesa todavía hay algunos que digieren en todo o en parte esa fábula. ¿Por qué? Esto tiene que ver con algunas características históricas originales de la colonización sionista.
Hemos relatado cómo Rhodes y el imperialismo inglés (y también los otros imperialismos) se aprovechaban de la tragedia de las masas sin pan y sin trabajo de Europa para desarrollar sus aventuras coloniales. Pero el sionismo se aprovechó de algo más, de una de las mayores tragedias y crímenes de la etapa de agonía del imperialismo: del antisemitismo y las matanzas de los nazis en Europa. Tras este recuerdo, el sionismo trató —y trata— de justificar que en Palestina aplica los mismos criterios racistas y los mismos métodos de la Alemania de Hitler.
Otro factor de confusión ha sido la justificación ideológica de la colonización sionista (ya hemos visto cómo en esto, además, el estalinismo aportó su “granito de oro”). La ideología sionista es una particular mezcla de ideas religiosas, patrioteras y ultrarreaccionarias con justificativos y racionalizaciones supuestamente socialistas y hasta “marxistas”.
En esto tampoco hay nada misterioso o inexplicable. Si alguien preguntaba al colonizador de América qué venía a hacer por acá, muy difícilmente contestaría: “Vengo a masacrar a los indios y a reducir a quienes queden vivos a una semiesclavitud, con el fin de vivir a costa de ellos”. En 99 casos sobre 100, la respuesta sería la siguiente: “Vengo a salvar las almas de estos pobres infieles”. Y tomados en forma individual, la mayoría de los españoles eran sinceros. Así, cada colonialismo elaboró en su ideología las racionalizaciones adecuadas a su época y a su público. Tampoco Rhodes y compañía decían que colonizaban Africa para chupar la sangre de los negros. ¡Qué esperanza! Según ellos, llevaban la luz de la civilización precisamente en beneficio de los pobres indígenas.
El sionismo, expresión tardía del colonialismo, aparece cuando las ideas socialistas se han hecho carne en las amplias masas de Europa Oriental. Tiene que disputar un sector de esas masas influido por marxistas y bundistas; está condenado, entonces, a presentarse con un barniz socialista. Era inevitable que el sincero colonialista Teodoro Herzl fuera sucedido por el falso “marxista” Borochov. Por supuesto, hablamos de falsedad ideológica, no psicológica.
Pero si algo enseña el marxismo es que detrás del velo de las ideologías se halla la realidad. Y cuando cae la careta ideológica del sionismo aparece el rostro nada agradable del colonialista.[106]
La juventud judía debe repudiar al sionismo
Creemos que esto deben meditarlo especialmente los jóvenes judíos, sometidos a un colosal chantaje ideológico por todo el aparato sionista, que aprovecha los últimos vestigios de la estructura de los judíos como pueblo-clase.
El sionismo habla, por ejemplo, de no perder las tradiciones. ¿Pero cuál tradición? El joven judío tiene dos “tradiciones” para elegir: una es la de Marx, Trotsky, Zinoviev, Kamenev, Rosa Luxemburgo, Abraham León, etc. Otra es la de Teodoro Herzl, la familia Rothschild, o la de los rabinos. A la primera tradición responden Rami Livne, Meli Lerman, Levenbraum y demás jóvenes judíos detenidos, torturados y condenados hace poco a largos años de cárcel en Israel por luchar con sus hermanos, los árabes palestinos. A esa misma tradición responden los compañeros judíos que en Israel militan en las filas de Matzpen, sección simpatizante de la IV Internacional. O aquí en la Argentina, los que militan en nuestro partido y otras organizaciones de izquierda antisionistas. En la otra tradición, en cambio, se ubican Dayan, Begin, Golda Meir y compañía. Hay que elegir. Quien está con una tradición no puede estar con la otra.
A los socialistas revolucionarios nos gusta hablar claro. Por eso, al joven judío, tironeado entre la fiera realidad colonialista de Israel y las presiones sentimentales de su familia, del ambiente y de los aparatos sionistas, le decimos: compañero, no se confunda; no hay término medio, no hay una “izquierda” sionista que permita quedar bien con Dios y con el diablo. La “izquierda” sionista o prosionista es una falsedad completa, es una mercadería averiada, y por una razón muy sencilla: porque el sionismo es un nacionalismo de opresores, no de oprimidos.
El nacionalismo de los pueblos oprimidos tiene sus grandes vetas progresivas, allí es legítimo hablar realmente de “alas izquierdas”. Pero no sucede lo mismo con los nacionalismos de opresores; por ejemplo, con el nacionalismo yanqui, con el de los colonos blancos de Africa o con el de los colonos sionistas de Palestina.
No se puede hablar en serio de “izquierda”, ni de “socialismo”, si no se rechaza toda forma de opresión nacional o “racial”. Y si usted, compañero, es consecuente con ese rechazo, ya tiene que colocarse automáticamente fuera del sionismo. Salvo que quiera hacer una excepción, usted está contra toda forma de opresión en cualquier lugar del planeta… menos en Israel. Si es así, nos permitimos transcribirle la siguiente reflexión de Maxime Rodinson: “Sigo pensando que el hecho de ser judío no me obliga a emplear dos pesos y dos medidas diferentes. O entonces, mejor seamos francos y declaremos que, sean cuales fueren las circunstancias, un grupo determinado de hombres tiene siempre razón; en este caso, el grupo al que pertenecemos según los criterios antisemitas y sionistas, es decir, al grupo de los judíos. Tal convicción de impecabilidad de nuestro propio grupo ‘étnico’ es un fenómeno frecuente en la historia de los grupos humanos. Ese fenómeno se llama racismo.”[107]
Nos permitimos finalmente hacer una alerta a toda la juventud judía: el sionismo es un grave peligro, no sólo para las masas árabes, sino también para los cientos de miles de judíos que fueron a Palestina creyendo honestamente en las promesas sionistas de seguridad y paz. Es que a esta altura de la revolución de los pueblos coloniales, es absolutamente imposible ejercer en forma “pacífica” y “segura” el papel de colonizador. Hoy el programa real del sionismo es la “guerra por mil años” de la que habla diariamente el fascista paranoico Dayan.[108] Al ligar al imperialismo el destino de los 2,5 millones de judíos que viven en Palestina, el sionismo ha hecho una jugada peligrosísima, porque, a largo plazo, históricamente, el imperialismo está condenado a debilitarse y declinar. Aunque no en lo inmediato, los colonizadores sionistas no tienen ninguna garantía de que finalmente el imperialismo no los negocie, como les sucedió a los colonos franceses de Argelia.
Frente a esta perspectiva, los compañeros judíos deben saber que la Resistencia Palestina les ofrece otra opción: “ninguna seguridad en un Estado racista, pero total seguridad en una nueva Palestina democrática.”
¡Abajo el Estado racista y colonial! ¡Por un Estado palestino laico, no racista y con amplios derechos democráticos para todos sus habitantes, árabes o judíos!
Nuestro partido apoya esta consigna democrática levantada por las organizaciones más representativas del pueblo palestino. El apoyo a esta consigna democrática, cuyo contenido es similar a la consigna de asamblea constituyente sostenida por la IV Internacional en 1948 no significa, por supuesto, que demos un aval respecto de la dirección palestina. En Avanzada Socialista[109] (24/10/73) explicamos así esta consigna:
“Entendemos que lo más correcto es apoyar la creación —en el territorio que hoy ocupa el Estado sionista— de un único Estado palestino, laico, no racista y con amplios derechos democráticos para todos sus habitantes”.
“Estado laico significa que no estará basado ni sostendrá ninguna religión ‘oficial’, ni islámica, ni judía, ni cristiana. Un Estado palestino laico no se basará ni en el ‘Antiguo Testamento y los profetas de Israel’ (como es el caso del actual Estado sionista), ni tampoco en el Corán (libro sagrado de la religión islámica y que regla la constitución y las leyes de varios Estados árabes). Al mismo tiempo, garantizará a cada uno de sus habitantes total libertad de practicar el culto que desee o de no tener ninguna religión si así lo prefieren.
“Este Estado palestino laico suprimirá los privilegios, discriminaciones y persecuciones raciales que existen hoy en el Estado sionista y garantizará a todos sus ciudadanos —sean de origen árabe o judío— iguales derechos democráticos: libertad de hablar y enseñar su lengua natal y de publicar en ella su prensa y sus libros, no discriminación en los empleos públicos o privados e igualdad de salarios, igualdad de elegir y ser elegidos en cargos públicos o sindicales, árabe y hebreo como lenguas oficiales, etc.
“Algunos lectores podrán plantearnos la siguiente objeción: ‘Estamos de acuerdo en que hay que terminar con Dayan, Golda Meir y compañía. ¿Pero por qué damos la consigna de un único Estado palestino? Esto garantizaría, evidentemente, el derecho a la autodeterminación de los árabes, ya que ellos podrían ser mayoría en ese Estado palestino. ¿Pero eso no lesionaría el derecho a la autodeterminación de los judíos, a los que no debemos meter en la misma bolsa que Dayan y su banda?’
“La respuesta es muy simple, los marxistas revolucionarios defendemos el derecho a la autodeterminación de los oprimidos, no de los opresores.
“El derecho a la autodeterminación es un problema concreto, no es una cuestión aritmética de mayorías o minorías. Defendemos el derecho a la autodeterminación de la minoría ‘católica’ irlandesa en el Ulster contra la mayoría ‘protestante’ inglesa, porque la primera es oprimida por la segunda. Por la misma causa apoyamos a la mayoría negra de Rhodesia, Sudáfrica y de las colonias portuguesas, contra la minoría blanca que la esclaviza en la forma más salvaje ¿Qué plantearíamos, por ejemplo, para Sudáfrica? ¿La autodeterminación de los negros y también de los blancos que les niegan hasta la condición de seres humanos?
“El caso de Israel es parecido al de Rhodesia, Sudáfrica o al de Argelia antes de la revolución. Igual que en esos casos, el imperialismo ‘importó’ a una minoría colonizadora que despojó a millones de nativos de sus tierras y sus derechos nacionales y humanos. Igual que en Sudáfrica, donde los negros son encerrados como ganado en “reservas indígenas”, millones de palestinos viven en la miseria de los “campamentos de refugiados” de Líbano, Siria y Jordania. Por añadidura, son víctimas de masacres perpetradas por los sionistas o sus cómplices árabes, los gobiernos reaccionarios de Líbano y Jordania. Los palestinos que quedaron en Israel son sometidos a un régimen de terror nazi.
“¿Quiénes son, entonces, los opresores y quiénes los oprimidos? ¿Quiénes tienen derecho a la autodeterminación? Aquí la cosa es simple y concreta: lo primero e inmediato es restituir al pueblo oprimido su tierra y sus derechos nacionales y democráticos. Al mismo tiempo, garantizar a todos los judíos que quieran vivir en paz y fraternidad con los árabes y sin explotarlos, a todos los judíos que no quieran ser carne de cañón de Dayan y el imperialismo yanqui, la completa igualdad de derechos democráticos como ciudadanos de un Estado palestino laico y no racista.”
Fuente foto: Israel: el nacimiento de un Estado. DW documental.
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Anexos:
A continuación, reproducimos tres fragmentos de distintos trabajos de Nahuel Moreno relacionados con el tema:
¿Quién oprime, quién es el oprimido?[110]
Usted traza un paralelismo entre el nazismo, el apartheid y el sionismo. ¿Nunca lo han acusado de antisemita por eso?
Sí, la izquierda sionista me acusa de antisemita, sobre todo porque sostengo que es necesaria la destrucción del Estado sionista.
Como marxista, parto de la base de que el proletariado de una nación que explota y oprime a otra, como Israel a los árabes y palestinos, no puede liberarse. La clase obrera judía es heredera de una gloriosa tradición en la lucha de clases: el camino del proletariado occidental, incluido el argentino, está sembrado de una multitud de heroicos luchadores judíos. Pero ese proletariado no podrá seguir hasta el fin, ni reverdecer y superar su gloriosa tradición mientras no se ponga de parte de los palestinos y los árabes, que son reprimidos, perseguidos y esclavizados por el Estado de Israel. El genocidio es una constante del sionismo, desde los primeros años hasta la reciente invasión del Líbano y la masacre de los campos de Sabra y Shatila.
Eso de llamarnos antisemitas es una trampa para incautos. Es como decir que un alemán que quería la derrota de la Alemania nazi era antialemán, o que quien quiere barrer del mapa a la república boer porque es antinegra, es un racista porque está contra los campesinos boers.
La pregunta a responder con respecto a las relaciones entre pueblos, razas, naciones y clases es muy sencilla, yo diría demasiado sencilla: ¿quién oprime, ¿quién es el oprimido? Para un marxista revolucionario, la respuesta es tan sencilla como la pregunta: estamos contra los opresores y a favor de los oprimidos. Defendemos a muerte a estos últimos, sin dejar de señalar, cuando es necesario, los errores de su dirección.
El terrorismo árabe es una táctica aberrante, totalmente equivocada, y así lo decimos. Pero nosotros seguimos al lado de los palestinos y los árabes, defendiendo a esos luchadores, aunque empleen tácticas aberrantes y monstruosas, que van contra los intereses de sus pueblos.
Lo esencial para nosotros es que ese terrorismo es producto de la desesperación de los jóvenes palestinos que viven en condiciones similares a las de los campos de concentración nazis. Mire las fotos de los habitantes de esos campos: tienen la piel pegada a los huesos. Muestran el mismo estado que los sobrevivientes de los campos de Buchenwald y Auschwitz, cuando fueron liberados al fin de la guerra. El culpable es el Estado de Israel, apoyado, desgraciadamente, por su pueblo; así como el Estado nazi, durante sus primeros años, tuvo el apoyo de la mayoría del pueblo alemán. No tiene importancia que esos campos se encuentren dentro o fuera de las fronteras de Israel: su existencia se debe a la expulsión de los palestinos de su patria.
La similitud con el Estado boer y el nazismo salta a la vista. El nazismo no sólo persigue a la izquierda, sino que emplea los métodos más salvajes de guerra civil contra otras razas, principalmente contra los judíos. Nosotros siempre hemos luchado en primera fila contra todas las expresiones del nazismo y defenderemos incondicionalmente a los judíos.
Cuando uno pertenece a una raza o nación explotadora, en lucha contra una nación o nacionalidad oprimida, si es un marxista revolucionario consecuente, está por el derrotismo revolucionario. El mal menor es la derrota de su propio país o nacionalidad. Lenin estuvo a favor de la derrota rusa en la guerra ruso-japonesa y en la Primera Guerra Mundial, y por eso lo llamaron traidor, antirruso, racista, agente alemán. Y a nuestros camaradas judíos que combaten al sionismo los llaman traidores, renegados, antisemitas, por oponerse a la opresión y genocidio de los árabes y los palestinos por el Estado de Israel.
La opresión racial en Israel y Sudáfrica es una expresión moderna del barbarismo nazi, demuestra una vez más que donde hay capitalismo, el nazismo está a la vuelta de la esquina si no es detenido por el movimiento de masas.
Y aun sin llegar a los extremos monstruosos del nazismo y sus hermanos menores, el sionismo y el apartheid, el propio desarrollo económico del capitalismo conduce a los casos del nordeste brasileño y la India: enanismo, embrutecimiento progresivo y acumulativo.
Israel, un Estado nazista”[111]
Quiero tocar de pasada a Israel. Primero para hacer una autocrítica: Israel no es un Estado fascista sino, en el sentido que lo definimos nosotros, es nazista. El nazismo aporta métodos de guerra civil, no sólo contra el proletariado sino también contra las razas, sobre todo la raza judía y la eslava. Es una de las máximas monstruosidades del imperialismo.
No quiero dedicarme al problema histórico, de que el nazismo ha dado en potencia todo lo que es el futuro de la humanidad si triunfa el capitalismo. Desde el punto de vista de la monstruosidad, la dinámica nazista es genial, porque es el intento de transformar a los explotados en especies distintas, en razas distintas. La monstruosidad del capitalismo, en ese sentido, apuntó perfectamente bien. En monstruosidad humana no puede haber más: el intento de dividir a la humanidad en sectores que van a terminar en especies distintas, unas trabajando y otras viviendo a costa de las otras. Por eso existieron los métodos de guerra civil contra razas, no sólo contra la clase obrera […]
Nosotros sabemos perfectamente bien que a la clase obrera de Israel — sobre todo asquenazi (es decir, judíos de origen europeo)— no la persiguen; sabemos que tienen Histradrut (la central sindical), que tienen todo. […] Lo que nosotros denunciamos es que hay un genocidio sistemático de tipo racial. Eso es típico del nazismo más que del fascismo. Por eso me autocritico.
Nosotros no pescábamos la profundidad de esto que ahora hemos aprendido. También uno de los más grandes juristas israelíes, miembro —si mal no recuerdo— de la Corte Suprema, decía que Israel era nazi. Nosotros cambiamos y dijimos que era fascista, sin captar lo profundo que era. El entendía más que nosotros, y sabía que incluso como miembro de la Suprema Corte se podía dar el lujo de decir que Israel era nazi, tenía libertad para decirlo. Tenía razón él, era nazi en ese sentido: los métodos de guerra civil contra una raza. Donde se persigue a una raza con métodos de guerra civil, hay métodos nazistas, porque son métodos de guerra civil.
Bueno, compañeros, nada más.
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“Consigna democrática palestina que puede abrir paso a la revolución obrera”.[112]
Estimados compañeros:
Hemos recibido su carta del 31 de julio con preguntas “sumarias” y críticas implícitas y explícitas a nuestras posiciones sobre el Oriente Medio. La clave de nuestras diferencias, incluso en lo que hace al método para abordar el problema, radica en vuestra afirmación que la política y consigna Palestina laica, democrática y no racista son burguesas y sólo pueden llegar a apoyarse “si surge un Estado de esas características, en lucha contra el sionismo y el imperialismo”.
Por otra parte, nuestras diferencias se precisan más cuando, al final de la carta, afirman que “naturalmente” coinciden con nosotros en “la caracterización de la guerra del Líbano, con las consignas centrales antiimperialistas y en hacer eje en la destrucción del estado sionista”. Además, cuando aprueban nuestra consigna “eje” de apoyo militar a la OLP y a las tropas sirias.
De modo que en una primera aproximación las diferencias parecieran ser meramente tácticas. Según ustedes, estaríamos completamente de acuerdo en “el eje” y “la base”, que sería la “destrucción del Estado sionista”, y ustedes marcan su desacuerdo en lo que habría que construir “después”: para nosotros, sería la consigna “burguesa” de un estado palestino, laico, democrático y no racista; para ustedes, en cambio, la consigna que consideran “transicional” y “clásica del trotskismo”: asamblea constituyente palestina sobre la base de la destrucción del Estado sionista. Veremos que no es así:
¿Quién lo destruye?
Al formular esta primera pregunta, lógicamente derivada de nuestro acuerdo principista, comienzan las profundas diferencias de método, que luego se reflejan en las políticas y consignas. Si el propósito decisivo y fundamental es la destrucción del Estado sionista, se trata de establecer cuáles son las fuerzas objetivas que en este momento están embarcadas en esa tarea progresiva, histórica, y cuáles las mejores consignas para apoyarlas y lograr que cumplan su cometido con el mayor entusiasmo y fuerza.
¿Acaso lo están haciendo los explotados y discriminados sabras y sefardíes de Israel? ¿O son los trabajadores asquenazis?
En este momento, esas fuerzas son baluarte del Estado sionista y no la vanguardia de su destrucción. La aristocracia obrera asquenazi, a través del Partido Laborista, está con todo en el sionismo. Los sabras y sefardíes le dieron la base electoral a Begin y apoyan con entusiasmo sus planes de colonización de las tierras árabes.
Esto deja actualmente como único sector social en lucha permanente contra Israel al movimiento árabe y mahometano, a cuya vanguardia indiscutida están los palestinos, arrojados de su patria por los sionistas. Desde hace 34 años, cuando se construyó el Estado racista, la forma de luchar por su destrucción es apoyar la justa guerra de los palestinos y musulmanes. No vemos otra, porque no hay otra fuerza en la realidad objetiva que se enfrente, armas en la mano, contra el sionismo.
Como trotskistas, debemos tratar de hallar entonces las consignas adecuadas a esa realidad objetiva, es decir, que ayuden a la movilización y al combate árabe. Ese es nuestro método, pero no el de ustedes.
¿Consigna para cumplir la tarea o para después de cumplida?
Cuando nuestras diferencias metodológicas se corporizan en distintas consignas, surge el nuevo problema del papel y la ubicación que ellas deben desempeñar en la lucha. ¿Cuándo y para qué debe utilizarse una consigna?
Si nos guiamos por la vuestra — constituyente palestina— se levanta para después de cumplida la tarea “base”. No es para ayudar a cumplirla mejor sino para resolver una problemática posterior a ella, en este caso, la que surgiría después de la destrucción del Estado sionista.
Esa es la metodología que Trotsky definió como disolver lo concreto en lo abstracto y futurológico. En efecto: ustedes están disolviendo lo concreto, que es la lucha mahometana y palestina por destruir el Estado fascista, racista y basado en el Viejo Testamento, en la abstracción futurológica de que, una vez que el Estado sea destruido, llamarán a sus habitantes actuales, que son sionistas y tienen mayoría absoluta sobre los palestinos, a una constituyente para discutir la reorganización del país, dándoles a cada uno de ellos un voto, igual que a los palestinos.
Nosotros, en cambio, creemos que la consigna debe estar al servicio de la tarea, en este caso, de la destrucción del Estado israelí. No para dar respuesta a la problemática posterior a esa destrucción, sino para implementarla, para mejor movilizar a los palestinos. Y mucho menos cuando la abstracción futurológica es completamente reaccionaria.
Vuestra consigna no sirve para que los únicos agentes actuales de la destrucción del Estado sionista tengan cada vez más audacia y coraje, sino que atenta contra ese propósito. La asamblea constituyente palestina, consciente o inconscientemente, hoy sirve al sionismo, contemporiza con él, y es la causa por la cual la levanta Lambert, no todo el trotskismo y menos el revolucionario.
La trampa del apoyo vergonzante
Uno de los problemas básicos de la guerra que, bajo diversas formas, se desarrolla desde hace 34 años, es la disputa sobre quién tiene derecho a permanecer en Israel. O sea, si los sionistas van a seguir o no, si el enclave imperialista apoyado en los judíos va a quedar o será destruido. Los palestinos dicen y pelean para que los sionistas —y los ocupantes que llegaron a fortalecer el enclave— se vayan.
Si el enclave permanece, es decir, si Israel gana la guerra, puede adoptar distintas formas. Puede llegar a asimilar a una minoría palestina colaboracionista y permitirle algunos derechos; incluso, ¿por qué no? los electorales. Pero si es destruido por la guerra palestina significará que los sionistas salgan de Israel y, con ellos, quienes les dan su base social y política. Esta consigna: fuera los sionistas de Israel, es la decisiva, la que da contenido a nuestra formulación de destrucción del Estado sionista. No hay otra manera de destruir el Estado sionista que no sea echando a los sionistas. ¿Qué clase de destructores del Estado sionista somos si nuestra bandera principal es la de permitirles a los sionistas que ganen o participen en una elección de asamblea constituyente, por la cual nos comprometemos a luchar junto a ellos y contra los palestinos, pues éstos no consideran voto útil al de los sionistas?
La asamblea constituyente palestina después de la destrucción del Estado sionista es precisamente la manera vergonzante de apoyar a los sionistas y de convalidar su presencia, dándole un barniz “democrático” a su usurpación fascista.
Si se quiere insinuar que esa constituyente se haría con pobladores judíos no sionistas, implícitamente ya hemos contestado antes. Esos habitantes imaginarios no existen. Si el proletariado judío llegara a romper con sus aparatos sionistas (a lo que nosotros llamamos), deberíamos estudiar la mejor manera de que empalmara con la lucha palestina. Pero eso es música del futuro.
En vuestra carta hay un error teórico que los conduce hacia la consiga de la constituyente, a pesar de que, como hemos visto, no sirve para movilizar a los palestinos y es prosionista. Ustedes creen que es “transicional”, por ello superior a la nuestra, que es burguesa.
Eso es falso. Es una consigna estrictamente burguesa, tan burguesa como la nuestra. Ninguna de las dos tiene un solo elemento clasista. La constituyente es un reclamo democrático burgués, que no se basa en clases sino en ciudadanos. A cada habitante, un voto. Es la máxima expresión del derecho político burgués.
Como toda reivindicación, independientemente de su origen histórico, puede desempeñar un papel tradicional, progresivo, regresivo, revolucionario o contrarrevolucionario, que depende del contexto. Por ejemplo, es criminalmente contrarrevolucionaria en todo enclave colonial, por lo que suele esgrimirla el imperialismo para defenderlos. Nosotros no le reconocemos ningún derecho democrático burgués a los pobladores de los enclaves enviados por la metrópoli. Cuando ocupemos Guantánamo no llamaremos a una constituyente con igualdad de derechos para los cubanos y para los colonizadores de la base. Nuestra consigna es, desde ya, fuera yanquis de Guantánamo, la misma que tenemos en Israel.
En Israel, actualmente, la constituyente es igualmente contrarrevolucionaria. Sólo podíamos levantarla ultra propagandísticamente —y no serviría para nada—, precedida por una larguísima explicación diciendo que sólo se realizará, siempre y cuando los palestinos lo quieran, cuando se haya echado de Israel a todos los judíos sionistas, fascistas, racistas y que no quieren convivir con los árabes.
Si no se aclara esto debidamente, o se disuelve en una fórmula abstracta como la de la destrucción del Estado israelí, sin explicitar que esa destrucción implica obligatoriamente el alejamiento de sus habitantes actuales, la consigna significa aceptar el hecho consumado de la ocupación judía de Israel y decir que a partir de ahora vamos a ser todos democráticos, inclusive los fascistas.
¿Por qué la abandona la dirección de la OLP?
En cambio, la consigna burguesa y no clasista de Palestina laica, democrática y no racista, además de ser la más progresiva que levantó el movimiento palestino, puede abrir paso a la revolución obrera. En otra situación podría volverse contra-revolucionaria, pero hoy cumple un papel preciso, equivalente a fuera yanquis de Guantánamo o fuera sionistas de Israel, que es lo que efectivamente significa el “no racista” de la fórmula. Y eso nos parece muy bueno: que los racistas judíos sean echados de Palestina. Y el día de mañana, también los racistas árabes. Pero mañana, no hoy. Porque hoy el racismo árabe frente a Israel es progresivo: destruye al Estado sionista.
Tan buena es la consigna que, a medida que la dirección de la OLP y el movimiento árabe se vuelven cada vez más reaccionarios la abandonan y, con ella, la línea política de destruir el Estado israelí, para aceptar que se levante un Estado palestino en un lugar de Oriente Medio.
Nosotros quedaremos solos levantando la consigna democrático-burguesa más sentida y avanzada del pueblo palestino. No es tomar un “despojo” burgués o pequeño burgués. Insistimos que el papel de cada consigna depende del contexto en que se esgrime. En este sentido, es bueno recordar la táctica que aconsejó Trotsky, después de que Hitler tomó el poder. “El Viejo” aconsejó que se estudiara la posibilidad de levantar la convocatoria del Parlamento que eligió a Hitler, con la que se hubiera podido intentar que la pequeña burguesía rompiera con el fascismo y se uniera al proletariado, vía la legitimidad parlamentaria. Lo mismo en Austria. Como allí la clase obrera no creía en la democracia obrera ni en la dictadura del proletariado, Trotsky aconsejó la línea de defender la democracia burguesa con métodos de movilización de clase.
Así como un parlamento ultra reaccionario, la democracia burguesa o la asamblea constituyente pueden, en determinadas circunstancias, convertirse en consignas progresivas o transicionales, nosotros creemos que, en Oriente Medio, la consigna burguesa que cumple ese papel es la de Palestina laica, democrática y no racista.
Ella está sirviendo —en la medida que es abandonada por la dirección de la OLP—, para atacarla con el boomerang y lo mismo a todos los reformistas que entran a pactar con el imperialismo, entregándole la lucha contra el Estado sionista. Aparecemos como los únicos “demócratas consecuentes”, que estamos dispuestos a utilizar todos los medios de lucha para destruir al Estado de Israel, imponiendo el gran objetivo de las masas árabes.
¿Qué es la OLP?
Nuestras diferencias metodológicas y políticas están íntimamente ligadas a las que también tenemos respecto de la caracterización global de la situación y de la propia OLP. Cuando ustedes escriben que “si surge un Estado de esas características (laico, democrático y no racista), en lucha contra el sionismo y el imperialismo, lo apoyamos. Pero no queda claro por qué lo reivindicamos como nuestra consigna”, demuestran que no creen que ya hay una organización laica, democrática y no racista, en guerra contra Israel y el imperialismo. Sin embargo, ella existe en germen desde 1948 y está consolidada desde 1969 cuando se fundó la OLP.
Para nosotros, la clave de la situación de Oriente Medio es la guerra a veces declarada, otras no, pero permanente del movimiento árabe y específicamente palestino, contra el Estado de Israel. Esa guerra se ha expresado bajo distintas formas, global o limitadamente, con enfrentamientos entre Estados —como los que protagonizaron Egipto y otras naciones árabes— o con pequeñas y grandes acciones guerrilleras.
De las distintas naciones y nacionalidades en guerra permanente contra Israel hay una, la de los palestinos, que cuando organizaron la OLP, formaron esa organización laica, democrática y no racista, vanguardia de la guerra contra el sionismo. ¿La apoyamos ya o esperamos que gane la guerra, ocupe Israel, recupere su territorio y, con ello, vuelva a conformarse como un Estado, para recién entonces apoyarla?
Si hiciéramos eso la apoyaríamos cuando la guerra terminase, cuando nuestro apoyo no significaría nada e incluso, cuando la consigna perdería su carácter transicional.
Ustedes caracterizan a la OLP como si fuera un partido político más. Para nosotros, representa la nacionalidad palestina como organización estatal sui generis laica, democrática y no racista, en guerra. Es casi un Estado: es un frente único que abarca a todo el movimiento palestino en lucha por reconquistar su patria y volver a ser un Estado. De hecho, es un gobierno: reclamamos por su reconocimiento del mismo modo que lo hacíamos por el FSLN en Nicaragua. Es una nacionalidad organizada a la que le suprimieron la tierra: cuando la recupere volverá a ser nación. Es una nación sui generis.
Cuando ustedes desconocen esa función de la OLP, considerándola una simple fracción política de los palestinos, le otorgan un fundamento de “izquierda” a la caracterización del imperialismo. También él la desconoce como organización nacional palestina, definiéndola como una corriente terrorista. En cambio, está dispuesto a negociar con personajes palestinos que nadie conoce y, eventualmente, con los alcaldes palestinos de Judea y Samaria, porque ellos colaboraban con Israel.
Vuestra negativa a reconocer ese carácter de nación sui generis sin territorio significa avalar el despojo sionista e imperialista de ese territorio y darles la razón cuando sostienen que, al ser expulsados, los palestinos dejaron de ser una nacionalidad organizada.
Hoy día, la nacionalidad organizada palestina cuenta con unos cinco millones de habitantes, divididos en dos sectores: los que están en los campos de refugiados, dirigidos por la OLP, que son la mayoría, y la capa de profesionales, técnicos y, en general, clase media acomodada, que es lo más avanzado del mundo árabe, y que se desempeña principalmente en los países del golfo Pérsico. Ellos no han perdido su nacionalidad palestina: son militantes o cotizantes de la OLP, la que tiene sedes y embajadas en todos los países árabes y en muchas otras naciones.
La OLP y su gobierno
Vuestra caracterización sectaria de la OLP, en la que confunden su totalidad progresiva con el hecho de que tiene una dirección traidora, capituladora o conciliadora, produce varias consecuencias. En primer lugar, respecto a su guerra histórica, ustedes se parecen a los sectarios que no querían apoyar a la Argentina contra Inglaterra, porque la gobernaba Galtieri.
Pero tampoco son capaces de golpear a la dirección por sus verdaderas capitulaciones que, a nuestro juicio, se basan en el abandono de la consigna por una Palestina laica, democrática y no racista.
La misma raíz tiene vuestra crítica de que somos unos ilusos porque llamamos a la OLP a luchar por el socialismo.
Sin ser ésta nuestra consigna fundamental ya que, como queda dicho, ella es la recuperación de la tierra, para reconstituir la nación, expulsando a los sionistas y terminando de constituir una Palestina laica, democrática y no racista, nuestro llamamiento a la OLP para que luche por el socialismo se basa en que la consideramos una nación sui generis. Decimos OLP socialista como decimos Chile socialista. No se lo pedimos a su dirección burguesa o pequeñoburguesa, del mismo modo que en Chile no se lo pedimos a Pinochet. Ustedes olvidan señalar que cuidadosa, pero sistemáticamente —como hacemos con todo gobierno burgués que dirige una guerra justa—, criticamos a la dirección de la OLP y no le brindamos ningún apoyo político.
La misma confusión los lleva a señalarnos que no agitamos la necesidad de construir partidos trotskistas en Palestina y Oriente Medio. ¡Por supuesto, hay que hacerlos desde ya! Pero lo primero para construirlos es un programa concreto. Nosotros damos ese programa: triunfo militar de la OLP apoyado en la movilización de las masas árabes contra el sionismo, para destruir su estado y para que vuelvan los palestinos, es decir, la OLP. Ese es el punto fundamental. Junto a él, hacer una OLP que rompa con la burguesía, es decir, un Estado palestino que rompa con las burguesías árabes y practique la lucha de clases. Esto es lo que decimos sistemáticamente.
Podemos discutir cuál de los dos polos del programa debemos resaltar, si el de la ruptura con la burguesía o el de la destrucción del Estado de Israel. Pensamos que si queremos trabajar sobre las masas árabes y palestinas se impone el que venimos haciendo: el frente común de lucha contra los sionistas, dentro del cual reclamamos una nueva dirección. Con esa orientación trabajamos y queremos trabajar en la OLP. Nos parece la más adecuada, en rigor, la única, para construir, con sus mejores combatientes y con sus sectores más explotados, el partido revolucionario.
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1897 – 1970: FECHAS PARA LA HISTORIA DE PALESTINA
1897 Primer congreso de la Organización Sionista en Basilea (Suiza). Comienzan las gestiones de Herzl ante las distintas potencias.
1905 Primera revolución rusa.
1914: Comienza la Primera Guerra Mundial imperialista de los Aliados (Inglaterra, Francia, Rusia, Italia, etc.) contra las potencias centrales (Alemania, el Imperio Austrohúngaro, Turquía, etc.). En 1917 los EE.UU. se incorporan a los Aliados.
1915 Acuerdo McMahon-Houssein por el que Inglaterra se compromete a reconocer la independencia de los árabes si se sublevan contra el imperio Turco que los dominaba.
1916 Acuerdo secreto Sykes-Picot: ignorando el anterior compromiso, Inglaterra firma un acuerdo secreto con el imperialismo francés para repartirse el Oriente Medio.
1917 Revolución de febrero en Rusia. Cae el zar.
2 de noviembre: el imperialismo inglés emite la Declaración Balfour, en contradicción con los anteriores acuerdos.
7 de noviembre: Revolución de Octubre en Rusia. Los soviets en el poder.
1918 Septiembre: los árabes toman Damasco, derrotando al imperio turco.
Octubre: los ejércitos británicos y franceses ocupan todo el Medio Oriente.
Noviembre: revolución en Alemania y en toda Europa Central. Cae el Káiser y finaliza la Primera Guerra Mundial.
1920 Gran Bretaña recibe el “mandato” de la Sociedad de las Naciones sobre Palestina. Estalla la primera rebelión árabe. Inglaterra nombra alto comisionado al dirigente sionista sir Herbert Samuel. Fundación de la Haganá.
Julio: el Segundo Congreso de la Tercera Internacional dice: “Es necesario desenmascarar incansablemente ante las masas laboriosas de todos los países y sobre todo de los países y las naciones más atrasados, el engaño organizado por las potencias imperialistas con la complicidad de las clases privilegiadas de los países oprimidos […] podemos citar el asunto de los sionistas de Palestina, donde con el pretexto de crear un Estado judío, en ese país donde los judíos forman una minoría insignificante, el sionismo ha entregado a la población marginada de los trabajadores árabes a la explotación de Inglaterra”. (“Tesis y adiciones sobre la cuestión nacional y colonial”).
1923 Rebelión árabe.
1926 Rebelión árabe.
1929 Rebelión árabe.
1935 Se inicia la más grande insurrección árabe que culminará en 1936 y que se prolongará hasta 1939, cuando es definitivamente aplastada. Al comienzo de este levantamiento se produce la huelga general de seis meses, la más larga de la historia.
1937 Propuesta de la Comisión Peel de partición de Palestina.
1939 Son exterminadas las últimas guerrillas árabes. Libro Blanco: comienza la ruptura del sionismo con Inglaterra. Se inicia la Segunda Guerra Mundial imperialista. Los nazis masacran a millones de judíos.
1947 29 de noviembre: las Naciones Unidas votan la partición de Palestina. Grandes manifestaciones y huelgas de protesta de los palestinos. Comienza la campaña terrorista: matanzas en la Refinería de Haifa, Jerusalén, Jaffa, Lydda, Safad, etc. Se inicia el éxodo de los palestinos.
1948 Se acentúa el terror, que culmina, el 9 de abril, en la masacre de Deir Yassin. La resistencia palestina va siendo aplastada. Se produce la huida en masa de los palestinos.
Mayo: finaliza el mandato británico y es proclamado el “Estado de Israel”. Comienza la intervención de los ejércitos árabes de Transjordania (actual Jordania), Egipto, Siria, etc. Pacto secreto Golda Meir-Abdullah para repartirse Palestina.
1949 Armisticio con los Estados árabes. Israel niega el retorno a los refugiados. Expropiación de los bienes y tierras de los palestinos.
1950 27 de agosto: matanza de beduinos en el Neguev.
1951 5 de abril: la aviación sionista bombardea la aldea de Al-Hamma.
1952 11 de enero: matanza en la aldea árabe de Beit Jala (cerca de Belén).
1953 28/29 de enero: matanza en las aldeas de Falame y Rantis (Jordania) durante una incursión israelí.
11 de agosto: ataques a las aldeas de Idna, Surif, Wadi Fukin (Jordania).
15 de octubre: ataque israelí a las aldeas de Qibya, Shuche y de Budrus (Jordania). 75 hombres, mujeres y niños masacrados. Qibya completamente destruida.
1954 28/29 de marzo: ataque sionista y matanza en la aldea de Nabalin (Jordania).
Julio: se descubre el “asunto Lavon”. Este ministro del gabinete israelí había organizado una banda de provocadores en El Cairo para incendiar las embajadas británica y norteamericana y producir una intervención.
1º/2 de setiembre: matanza en las aldeas de Beit Liqya, Tahta, Wadi al-Malagi (Jordania).
1955 8 de febrero: ataque sionista a la Franja de Gaza, con la muerte de 38 civiles.
31 de agosto/ 1º de septiembre: matanza en las aldeas de Kan Yunis y Bani Suheila (Franja de Gaza).
2/3 de noviembre: ataque al puesto egipcio de Sabha (Sinaí). 50 árabes muertos.
11 de diciembre: matanza de 50 árabes en los ataques a las aldeas de al-Butheia y Koursi.
1956 4 de abril: fuerzas sionistas invaden Deir al-Balah y la plaza del mercado de Gaza. 56 árabes muertos y 103 heridos, la mayoría niños y mujeres que efectuaban compras.
26 de julio: Nasser, presidente de Egipto, nacionaliza el canal de Suez.
28 de agosto: ataque a la aldea de Umm al-Rihan (Jordania):
11 de septiembre: ataque sionista a Rahwa (Jordania). 15 aldeanos asesinados.
13 de septiembre: ataque a la escuela de Gharandai (Jordania). 11 muertos.
25 de septiembre: ataque sionista a Husan y a la escuela de la aldea de Wadi Fukin (Jordania: 39 muertos y 11 heridos).
10 de octubre: ataques y matanzas en las aldeas de Qalgilya, Azzun, Nabi, Ilyas, Khan Sufin (Jordania): 48 árabes muertos y 23 heridos.
Octubre: invasión de Egipto por parte de Israel, Francia e Inglaterra en “castigo” por la nacionalización del canal de Suez. Miles de árabes son masacrados en los bombardeos a Port Said, Suez e Ismailía.
29 de octubre: matanza en la aldea de Kfar Kassem. Esta aldea árabe se encontraba en territorio israelí. Las autoridades habían dispuesto el toque de queda sin avisar a los aldeanos árabes. Al regresar éstos a su aldea luego de trabajar en el campo fueron ametrallados: 49 muertos.
3 y 12 de noviembre: durante la ocupación israelí de Gaza -después de la guerra de octubre- las tropas israelíes abren fuego sobre dos manifestaciones de palestinos en los campamentos de refugiados de Rafah y Khan Yunis, matando respectivamente 111 y 275 civiles árabes.
1962 14 de febrero: ataque y destrucción de la aldea de alTawafiq.
1964 13 de noviembre: ataques a las aldeas sirias de Abbasieh y Tell al-Aziziyat.
Los Estados árabes crean la Organización para la Liberación Palestina (OLP). Al año siguiente el movimiento Al Fatah, dirigido por Yasser Arafat lleva a cabo su primer ataque contra Israel.
1965 27 de mayo: ataques a las aldeas jordanas de Kalqilya y Manshiyat.
28 de octubre: ataques y matanzas en las aldeas Huola y Resi al-Jabal (Líbano).
1966 Durante este año y hasta la guerra de 1967, Israel realiza permanentes ataques aéreos a Siria.
13 de noviembre: matanza en la aldea jordana Sammu.
1967 Prosiguen los ataques a Siria, en preparación de la guerra de junio.
Junio: Guerra de los Seis Días. Israel invade Egipto, Siria y Jordania. Le arrebata a Egipto la península del Sinaí y la Franja de Gaza, a Siria las alturas del Golán, y a Jordania Cisjordania y Jerusalén oriental. Segundo éxodo palestino: 400.000 palestinos de Gaza y Cisjordania y 100.000 de Kuneitra son expulsados de sus hogares.
Noviembre: el Consejo de Seguridad de la ONU aprueba la Resolución 242, que pide la retirada israelí, el reconocimiento de todos los Estados de la región y una solución justa al problema de los refugiados.
1968 28 de diciembre: ataque sionista al aeropuerto de Beirut.
1969 El 14 de enero Al Fatah, convertida en la principal corriente de la OLP por encabezar la lucha guerrillera contra Israel, da a conocer un documento de siete puntos en el que llama a luchar por la destrucción del Estado de Israel y la conquista de “un Estado palestino, laico, democrático y no racista”. Poco después es elegido presidente Yasser Arafat. La Carta Nacional Palestina que adopta la OLP proclama la lucha por “el establecimiento de una sociedad democrática libre en Palestina, abierta a todos los palestinos —musulmanes, cristianos y judíos”.
1970 1° de enero: ataque a Irbid (Jordania).
28 de enero: bombardeo a un barrio de El Cairo.
12 de febrero: bombardeo a una fábrica de el-Khanka (Egipto): 68 muertos y 28 heridos.
30 de marzo: bombardeo de El Mansura (Egipto).
8 de abril: la aviación sionista arroja napalm a la escuela primaria de Bahr al-Bahr (Egipto): 46 niños mueren quemados y otros 40 sufren graves heridas.
28 de septiembre: muere el presidente de Egipto, Nasser. Lo sucede Anuar El Sadat, que aleja al país de la influencia soviética y comienza a colocarlo al servicio de los planes del imperialismo yanqui en la zona.
Septiembre: estalla la lucha entre los revolucionarios palestinos -que han crecido en fuerza y popularidad y el rey Hussein de Jordania. Israel interviene a favor de Hussein, bombardeando los campamentos palestinos. La flota yanqui se moviliza para intervenir. Son masacrados 20.000 palestinos. Es una importante derrota para las masas palestinas y los grupos guerrilleros, que son obligados a refugiarse en el Líbano. Se conoce como Septiembre Negro.
[1]Abraham León fue uno de los máximos dirigentes del sionismo de “izquierda” europeo hasta las vísperas de la segunda Guerra Mundial. Por esa época, León llega a la conclusión de que su partido sionista, el Hashomer Hatzair, se ha puesto al servicio del imperialismo inglés. Rompe totalmente con el sionismo e ingresa a la IV Internacional. Producida la ocupación alemana, reorganiza la sección belga, edita periódicos clandestinos, impulsa la organización de resistencia en diversos sectores del movimiento obrero. Al dirigirse a Charleroi, con la misión de ayudar a la reorganización del cuerpo de delegados de los mineros que estaba siendo dirigido por los trotskistas, es detenido por la Gestapo. Muere en el campo de concentración de Auschwitz.
En condiciones increíblemente difíciles —bajo la ocupación alemana— León escribe La cuestión judía, el estudio marxista más importante que se haya producido sobre el tema. Allí formula la tesis del “pueblo-clase”. Hace además una predicción: que, en caso de crearse un Estado judío en Palestina, será “un Estado sometido a la completa dominación del imperialismo inglés o norteamericano” (Abraham León, The Jewish Question, Pathfinder, Nueva York, 1970, pág. 252).
[2] Los sionistas argumentan hoy que esta salida era utópica, que la lucha revolucionaria no llegó a salvar a los seis millones de judíos europeos masacrados por los nazis y que, por otra parte, en la URSS y otros países socialistas persisten rasgos de antisemitismo. De allí deducen que el antisemitismo es un fenómeno “eterno”, común a todas las sociedades y los pueblos. La conclusión sionista es falsa de pies a cabeza. El antisemitismo siguió vivo en Europa después de la Revolución Rusa, precisamente porque el socialismo no pudo triunfar en todo el continente. La revolución fue derrotada en los principales países de Europa y, especialmente, en su país clave: Alemania. La supervivencia del capitalismo y el curso contrarrevolucionario que se abre desde 1923 conducirían finalmente al triunfo del fascismo en Alemania y a la deformación burocrática de la URSS, al estalinismo. Al revés de lo que pretenden los sionistas, esta dolorosa experiencia histórica confirma la tesis del marxismo revolucionario: el racismo, como la opresión nacional o de la mujer, es una excrecencia de las sociedades donde existen clases o capas de privilegiados.
De todos modos, como cuestión aparte, sería interesante que los señores sionistas contestaran la siguiente pregunta: ¿de qué lado de la barricada estuvieron en el proceso revolucionario europeo que se inició en octubre de 1917. ¿Acaso los sionistas —por ejemplo, en Alemania— combatieron junto a Rosa Luxemburgo? Todas las noticias que tenemos indican lo contrario: que el sionismo se alineó con las burguesías imperialistas europeas contra la revolución que avanzaba desde el Este. Y el triunfo de esa revolución en toda Europa hubiera imposibilitado un Hitler en Alemania y un Stalin en la URSS. Claro que también hubiera hecho imposible el Estado de Israel.
[3] Bund: Unión General de Obreros judíos de Lituania, Polonia y Rusia, fundada en 1897. Inicialmente formó parte del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR). Al dividirse el POSDR, el Bund se alineó siempre contra los bolcheviques. En 1917 apoyó a Kerensky contra Lenin y Trotsky. El Bund conservó gran fuerza en Polonia hasta la Segunda Guerra Mundial.
[4]Abraham León, The Jewish Question, Pathfinder, Nueva York, 1970, pág. 244.
[5] Estudio preliminar de Alex Bein al libro de Teodoro Herzl, El Estado judío y otros escritos, Ed. Israel. Buenos Aires, 1960, pág. 56.
[6] Teodoro Herzl, El Estado judío y otros escritos, ob. cit., pág. 199.
[7] André Chouraqui, A man alone; the life of Theodor Herzl, Jerusalen, Keter. Books, 1970, pág. 106; citado por Maxime Rodinson, Israel, a Colonial-Settler State?, Monad Press, Nueva York, 1973, pág. 102.
[8] Teodoro Herzl, El Estado judío y otros escritos, ob. cit., pág. 213.
[9] Dov Barnir, “Os judeos, o sionismo e o progresso”, en la recopilación realizada por Jean Paul Sartre, Dossier do conflicto israelo-arabe, Inova, Portugal, 1968.
[10] “No es el mandato británico, sino la Biblia lo que constituye nuestro derecho sobre esta tierra.” R. J. Swi Werblowsky, Israel y Eretz Israel, Dossier…, ob. cit., pág. 402.
[11] Dov Barnir, “Os judeos, o sionismo e o progresso”, Dossier…, ob. cit., pág. 486.
[12] EphraimTari, “O significado de Israel”, Dossier…, ibíd., pág. 560. La famosa consigna “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra” fue levantada por uno de los líderes iniciales del movimiento sionista, el inglés Zangwill. Tómese nota que para el señor Tari, los musulmanes y otros que nombra no son “un pueblo” (para él Palestina se hallaba “sin pueblo”), sino apenas “núcleos heterogéneos” casi al nivel de los mosquitos que infectaban los pantanos de esa “tierra sin pueblo”.
[13] Robert Misrahi, “Coexistencia o guerra”, Dossier…, ob. cit., pág, 584.
[14] Maxime Rodinson, Israel, a Colonial-Settler State?, ob. cit., pág. 46.
[15] Robert Misrahi, “Coexistencia o guerra”, Dossier…, ob. cit., pág. 584.
[16] Iosef Shatil, “Las ideologías en el conflicto árabe-israelí”, en Antología Israel, la liberación de un pueblo, AMIA, Buenos Aires, 1968, pág. 316.
[17] Simha Flapan, “O Diálogo entre socialistas arabes e israelitas é uma necessidade histórica”, Dossier…, ob. cit., pág. 608.
[18] Robert Misrahi, “Coexistencia o guerra”, Dossier…, ob. cit., pág. 585.
[19] Iosef Shatil, “Las ideologías en el conflicto árabe-israelí”, en Antología Israel…, ob. cit., pág. 316.
[20] Robert Misrahi, “Coexistencia o guerra”, Dossier…, ob. cit., pág. 583.
[21] Ibíd
[22] Shimon Peres, “Días próximos e días longiquos”, Dossier…, ob. cit., pág. 558. Al escribir este artículo, el señor Peres era secretario general del Partido Rafi, fundado con Ben Gurión y el general Dayan, como escisión del MAPAI.
[23] Robert Misrahi, “Coexistencia o guerra”, Dossier…, ob. cit., pag. 590.
[24] Ibíd., pág. 585.
[25] Iosef Shatil, ídem, pág. 316.
[26] Simha Flapan, “O Diálogo entre socialistas arabes e israelitas é uma necessidade histórica”, Dossier…, ob. cit., pág. 641.
[27] Prof. Benjamín Aktzin, “Llegó el momento de tratar cuestiones concretas”, en Antología Israel…, ob. cit., pág. 296.
[28] “Subrayemos, en primer lugar, —dice Dov Barnir— que no ha habido un sionismo, sino muchos. Tres fueron ‘conseguidos’: La salida de Egipto, la salida de Babilonia y el éxodo a partir de la Diáspora” (Dov Barnir, “Os judeos, o sionismo e o progresso”, Dossier…, ob. cit., pág. 447). El señor Barnir se dice marxista (?) y fue uno de los fundadores del Hashomer Hatzair y del MAPAM.
[29] Lenin, “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, Obras escogidas, Tomo I, Cartago, Buenos Aires, 1960, pág. 449.
[30] Maxime Rodinson, Israel, a Colonial-Settler State?, ob. cit., pág. 38.
[31] Lenin señalaba que “a fines del siglo XIX los héroes del día eran en Inglaterra [y también en toda Europa, NdeR] Cecil Rhodes y Joseph Chamberlain, que predicaban abiertamente el imperialismo y mantenían una política imperialista con el mayor cinismo!” (El imperialismo…, ob. cit., pág. 450). Imaginemos lo que sería esta mentalidad en los fundadores del movimiento sionista cuando (no en el siglo XIX, sino hoy) todo un señor “izquierdista” que escribe en el izquierdoide Les temps modernes, revista dirigida por el no menos izquierdoso Jean Paul Sartre, dice que los palestinos no eran un pueblo, sino “núcleos heterogéneos” (ver nota 12) y que Palestina se hallaba “sin pueblo”. O cuando una “eminencia” de la Universidad Hebrea de Jerusalén, el profesor Aktzin “no está seguro de que exista el pueblo palestino” (ver nota 27). ¡Al-Fatah parece no haber convencido aun a este “profesor”! ¡Esperamos que lo haga cuanto antes!
[32] Lenin, El imperialismo…, ob. cit., pág. 451.
[33] Maxime Rodinson, Israel, a Colonial-Settler State?, ob. cit., pág. 43.
[34] Ibíd., pág. 44.
[35] Alex Bein, Estudio preliminar al libro de Teodoro Herzl, El Estado judío y otros escritos, ob. cit., pág. 57.
[36] Nahum Sokolow, History of Zionism, Longmans, Green & Co, Londres, Vol. II, pág. XLVII, citado por Yuri Ivanov, La burguesía sionista, Nuevas Masas, Buenos Aires,1973, pág. 49.
[37] Maxime Rodinson, Israel, a Colonial-Settler State?, ob. cit., pág. 105.
[38] Alex Bein, Estudio preliminar al libro de Teodoro Herzl, El Estado judío y otros escritos, ob. cit., pág. 65.
[39] Nahum Sokolow, History of Zionism, ob. cit., Vol. I, pág. 138.
[40] Ibíd., Vol. II, pág. 230. Lord Shaftesbury es el verdadero padre de la consigna de Zangwill. En 1854, Shaftesbury lanza el eslogan “territorio sin nación, nación sin territorio” (Cfr. Fawwas Trabulsi, “El problema palestino” en la recopilación “La revolución palestina y el conflicto árabe-israelí”, Cuadernos de Pasado y Presente N° 14, Córdoba, 1970, pág. 60.)
[41] Reproducción facsímil de la Declaración Balfour en Ghazi Danial, ¿Por qué soy fedayín?, Buenos Aires, sin fecha, pág. 5.
[42] Foreign Office: Ministerio de Relaciones Exteriores del imperialismo inglés.
[43] Citado por Maxime Rodinson, ¿Israel, a Colonial-Settler State?, ob. cit., pág. 47. El dirigente sionista Herbert Samuel comentaría en sus Memorias: “Será de este modo que edificaremos en la proximidad de Egipto y del canal de Suez un Estado judío de obediencia británica” (Dossier…, ob. cit., pág., 247). ¿Es necesario agregar algo más?
[44] Rodinson hace el siguiente análisis, después de recordar que Inglaterra, en esos momentos, se encontraba embarcada en una guerra a muerte con los imperios centrales (Alemania, Austria y Turquía). “Los grandes motivos de la declaración descansaban en el deseo de un impacto propagandístico sobre los judíos de Europa Central y la esperanza de recoger los beneficios de la futura liquidación del imperio otomano. Los judíos de Alemania (donde había estado la sede central de la Organización Sionista hasta 1914) y de Austria-Hungría, habían sido conquistados para el esfuerzo de guerra en gran medida porque se combatía contra la Rusia zarista, perseguidora de los judíos. En el territorio ruso conquistado, los alemanes se presentaban como protectores de los judíos oprimidos por el “yugo moscovita” (aquí Rodinson cita proclamas del estado mayor alemán). La Revolución Rusa reforzaba las tendencias derrotistas en Rusia. Se atribuía a los judíos rusos un papel importante en el movimiento revolucionario. Era fundamental darles motivos para que apoyaran a la causa aliada. No es mera coincidencia que la Declaración Balfour fuera emitida cinco días antes de la fecha fatídica del 7 de noviembre (25 de octubre del calendario ruso) en que los bolcheviques tomaron el poder. Uno de los objetivos de la declaración era apoyar a Kerensky. Se pensaba también en la fuerza de los judíos norteamericanos, país que acaba de incorporarse a los Aliados. Era necesario obtener un esfuerzo máximo, cuando en ellos predominaba el pacifismo. Era necesario anticiparse a los sionistas alemanes y austríacos que negociaban una especie de ‘Declaración Balfour’. Con respecto a Palestina, Rodinson señala la vinculación de esta declaración con los acuerdos con Houssein de La Meca y con Francia (tratado Sykes-Picot): “No era mala idea disponer en el Cercano Oriente de una población ligada a Inglaterra por el reconocimiento y la necesidad. (…) Hacer de Palestina un problema especial, atribuir así a Inglaterra una responsabilidad particular, era obtener una base sólida para hacer exigencias durante la partición que seguiría a la guerra” (Máxime Rodinson, ¿Israel, a Colonial-Settler State?, ob. cit. págs. 47 y 48). Rodinson hace este análisis basándose principalmente en los documentos del Gabinete de Guerra inglés, publicados con posterioridad. Casi no es necesario aclarar que en las actas no hay rastros del supuesto “agradecimiento” por los inventos del doctor Weizmann. Se trata de otro mito histórico del sionismo.
[45] Jon Rothschild, “How the arabs were driven out of Palestine”, Intercontinental Press, Vol. 11, N° 38, Nueva York, 1973, pág. 1208.
[46] Nathan Weinstock: The truth about Israel and Zionism, Pathfinder, 1970, pág. 5.
[47] El profesor Y. Baner de Jerusalén, en “La revuelta árabe de 1936”, New Outlook, jul-agos-sep. 1966 concluye: “…las condiciones para la victoria de 1948 fueron creadas durante la revuelta árabe” (citado por Nathan Weinstock, ibíd., pág. 5).
[48] Fawwas Trabulsi, “El problema palestino”, en la recopilación La revolución palestina y el conflicto árabe-israelí, Pasado y Presente, Córdoba, 1970, pág. 77.
[49] Ponemos “feudales” entre comillas, porque en el mundo musulmán es discutible la existencia de un feudalismo en el sentido clásico europeo. Al hablar de “feudales” árabes, nos referimos a la vieja clase dirigente, de raíces anteriores a la penetración del capitalismo moderno, poseedora de vastas extensiones de tierras, pero también con intereses en el comercio y la usura (que existía pese a la prohibición del Corán). Las formas de posesión de la tierra y de extracción del producto excedente a los campesinos fueron en el islam muy variadas y complejas según el lugar y el momento histórico. Existe hoy toda una discusión entre los marxistas sobre cómo caracterizar el modo (o modos) de producción y la formación económico-social del islam anterior a la penetración del capitalismo moderno con centro en Europa. Si la caracterización de feudal (en el sentido clásico) parece ser inadecuada, también hay objeciones contra la etiqueta de “modo de producción asiático”, por lo menos de acuerdo con las características con que lo estudiara Marx para el caso de India. Sobre esta discusión, los autores de este artículo no tienen elementos para pronunciarse. Para más datos, Máxime Rodinson, islam y capitalismo. Siglo XXI, Buenos Aires, 1973, especialmente pág. 47 y sigs. Pero, independientemente de esto, aquí hay un problema político: la obsesión de apresurarse a meter el sello de “feudal” al mundo árabe tiene que ver con dos ideologías: la del colonialismo y la del estalinismo. Para la mentalidad colonialista, hablar de “feudal” es lo mismo que decir “la noche negra de la historia a la que debemos llevar la luz de la civilización” (y de las compañías petroleras). El sionismo le pone camiseta “marxista” a este viejo “eslogan” colonialista, cuando dice que él representa al capitalismo (o al socialismo) “progresivo” en lucha contra el feudalismo “reaccionario”. Así se intenta justificar la opresión de un pueblo atrasado por otro más adelantado. En cuanto al estalinismo, la cosa es distinta: en su lucha contra el trotskismo y para justificar sus enjuagues con todas las burguesías (“democráticas” y de las otras), el estalinismo negó la posibilidad de combinaciones y de saltos de etapas históricas. Así, necesariamente, todo pueblo debía pasar —o haber pasado— por las etapas de comunismo primitivo, esclavitud, feudalismo, capitalismo y socialismo. La historia no hacía caso de los decretos de Stalin, pero sí, en cambio, los pobres historiadores soviéticos, obligados a encontrar “feudalismos” y “esclavitudes” en el pasado o en el presente de todos los pueblos; no hacerlo, significaba ser considerado “trotskista” y tratado como tal. En su delirio burocrático, Stalin llegó a proscribir los escritos de Marx sobre el “modo de producción asiático”, ya que destrozaban sus esquemas. Hacemos esta digresión, dado que en 1947–1948 ambas ideologías (la colonial-sionista y la estalinista) se fusionarán para fabricar argumentos “científicos” que justificarán la creación de Israel.
[50] “Como hiriente ejemplo de los engaños perpetrados contra la clase trabajadora de los países sojuzgados por los esfuerzos combinados del imperialismo de los Aliados y de la burguesía de tal o cual nación, podemos citar el asunto de los sionistas de Palestina, donde con el pretexto de crear un Estado judío, en ese país donde los judíos forman una minoría insignificante, el sionismo ha entregado a la población marginada de los trabajadores árabes a la explotación de Inglaterra” (II Congreso de la Internacional Comunista (1920), “Tesis y adiciones sobre la cuestión nacional y colonial”, Editorial Pluma, Buenos Aires, 1973, tomo I, pág. 192).
[51] Proporción estimada en base a la estadística de Antología Israel, la liberación de un pueblo. ob. cit., pág. 344.
[52] The complete diaries of Theodor Herzl, Vol. I, pag. 88, citado por Fawwas Trabulsi, ob. cit., pág. 131.
[53] Jon Rothschild, “How the arabs were driven out of Palestine”, ob. cit., pág. 1207.
[54] Este mismo autor señala que la mitad de las tierras de Palestina se hallaba en manos de 250 familias que eran, al mismo tiempo, fuertes usureros.
[55] Tony Cliff, “Le Proche et le Moyen Orient a la croissé des chemins”, Quatriéme Internationale, París, Ago/Sep 1946. Cliff residía en Palestina.
[56] Ibíd.
[57] Cfr. Jon Rothschild, ob. cit., pág. 1209.
[58] Para demostrar que estas tres consignas reflejaban la práctica diaria del movimiento sionista en Palestina, basta con citar a David Hacohen, dirigente del partido de Golda Meir, que fue miembro del Parlamento israelí durante muchos años y que cumplía las funciones de presidente de su Comité de Defensa y Relaciones Exteriores. Mediante una carta publicada en el diario Haaretz del 15/11/69, se dirigió al secretariado del partido MAPAI en los siguientes términos: “Tengo presente el hecho de que fui uno de los primeros entre nuestros camaradas en ir a Londres luego de la Primera Guerra Mundial. Allí me hice socialista… Cuando me uní a los estudiantes socialistas —ingleses, irlandeses, judíos, chinos, de India, africanos— descubrimos que todos estábamos bajo la dominación británica o directamente bajo su gobierno. Y aun aquí, en este escenario íntimo, tuve que luchar contra mis amigos en torno de la cuestión del socialismo judío, para defender el hecho de que no iba a aceptar el ingreso de árabes en mi sindicato, la Histadrut; para defender la prédica entre las amas de casa de que no compraran en los negocios árabes; para defender el hecho de que hacíamos guardias en los huertos para impedir que los trabajadores árabes consiguieran empleo allí..; echar kerosene sobre tomates árabes; atacar a las amas de casa judías en el mercado y destrozar los huevos árabes que habían comprado; dar loas al cielo porque el Keren Kayemet (fondo judío) enviaba a Hankin a Beirut a comprar tierras a los terratenientes ausentes y echar a los fellahim (campesinos) de sus tierras; que está permitido comprar docenas de dunam (unidad de medida de la tierra) a los árabes, pero vender una dunam judía, Dios no lo quiera, está prohibido; tomar a Rothschild, la encarnación del capitalismo, como un socialista y llamarlo el “benefactor”, hacer todo eso no fue fácil. Y pese al hecho de que lo hicimos —quizás no tuvimos más remedio— no me sentía feliz con ello”. (Tomado de Haaretz, diario israelí, 15/11/ 69, y citado por Arie Bober, The Other Israel. The Radical Case Against Zionism, Anchor Books, Doubleday & Company, New York, 1972).
[59] Citado por Peter Buch, La crisis de Medio Oriente, Elevé, Buenos Aires, 1971, pág. 12.
[60] Tony Cliff, “Le proche-orient au carrefour”, Quatriéme Internationale, París, oct/nov. 1946.
[61] Ibíd.
[62] Para demostrar que estas tres consignas reflejaban la práctica diaria del movimiento sionista en Palestina, basta con citar a David Hacohen, dirigente del partido de Golda Meir, que fue miembro del Parlamento israelí durante muchos años y que cumplía las funciones de presidente de su Comité de Defensa y Relaciones Exteriores. Mediante una carta publicada en el diario Haaretz del 15/11/69, se dirigió al secretariado del partido MAPAI en los siguientes términos: “Tengo presente el hecho de que fui uno de los primeros entre nuestros camaradas en ir a Londres luego de la Primera Guerra Mundial. Allí me hice socialista… Cuando me uní a los estudiantes socialistas —ingleses, irlandeses, judíos, chinos, de India, africanos— descubrimos que todos estábamos bajo la dominación británica o directamente bajo su gobierno. Y aun aquí, en este escenario íntimo, tuve que luchar contra mis amigos en torno de la cuestión del socialismo judío, para defender el hecho de que no iba a aceptar el ingreso de árabes en mi sindicato, la Histadrut; para defender la prédica entre las amas de casa de que no compraran en los negocios árabes; para defender el hecho de que hacíamos guardias en los huertos para impedir que los trabajadores árabes consiguieran empleo allí..; echar kerosene sobre tomates árabes; atacar a las amas de casa judías en el mercado y destrozar los huevos árabes que habían comprado; dar loas al cielo porque el Keren Kayemet (fondo judío) enviaba a Hankin a Beirut a comprar tierras a los terratenientes ausentes y echar a los fellahim (campesinos) de sus tierras; que está permitido comprar docenas de dunam (unidad de medida de la tierra) a los árabes, pero vender una dunam judía, Dios no lo quiera, está prohibido; tomar a Rothschild, la encarnación del capitalismo, como un socialista y llamarlo el “benefactor”, hacer todo eso no fue fácil. Y pese al hecho de que lo hicimos —quizás no tuvimos más remedio— no me sentía feliz con ello”. (Tomado de Haaretz, diario israelí, 15/11/ 69, y citado por Arie Bober, The Other Israel. The Radical Case Against Zionism, Anchor Books, Doubleday & Company, New York, 1972).
[63] Citado por Peter Buch, La crisis de Medio Oriente, Elevé, Buenos Aires, 1971, pág. 12.
[64] Tony Cliff, “Le proche-orient au carrefour”, Quatriéme Internationale, París, oct/nov. 1946.
[65] Ibíd.
[66] Moshe Pearlman, “Historia de la Haganá”, en Antología Israel, ob. cit., pág. 63.
[67] Ibíd., pág. 84.
[68] A fin de caracterizar la tendencia “revisionista” de Jabotinsky, Rodinson recuerda el testimonio de L. Dennens en su libro Donde termina el ghetto (Nueva York, King, 1934, pág. 233): “… la juventud aristocrática judía gritaba, desfilando con camisas marrones al mismo tiempo, que apedreaba los vidrios de los periódicos judíos de izquierda “¡Alemania para Hitler! ¡Italia para Mussolini! ¡Palestina para nosotros! ¡Viva Jabotinsky!”. (Máxime Rodinson, ¿Israel, a Colonial-Settler State?, ob. cit., pág. 108). De estos elementos saldrán las organizaciones Irgún y Stern.
[69] En ese momento un gran número de judíos europeos, víctimas de las persecuciones nazis, deseaban, naturalmente, irse de Europa. Pero el sionismo no admitía de ninguna manera que fueran a otro país que no fuese Palestina. De esa forma, cuando la “democrática” Inglaterra y los no menos “democráticos” EE.UU. cerraron las puertas de sus territorios metropolitanos a los refugiados, el sionismo se negó a realizar la menor protesta. El Socialist Workers Party (SWP) de los EE.UU. organizó, por ejemplo, grandes campañas para exigir a Roosevelt que acogiera a los refugiados. El sionismo se negaba en redondo a hacer nada. ¿Por qué? Según lo explicaba el rabino Wise -cabeza del sionismo en los EE.UU. por ese entonces- se negociaba con Roosevelt el problema del Estado, y por lo tanto, trataban de molestarlo lo menos posible. (Cfr. Peter Seidman, Socialists and the fight against anti-semitism — an answer to the B’nai B’rith Anti-Defamation League, Pathfinder, Nueva York, 1973, pág. 19 y sigs.). Pero la razón de fondo la explicaba Ben Gurion en esa época: de lo que se trataba era de crear el Estado y no de salvar judíos de Europa: “Gran Bretaña está tratando de separar el problema de los refugiados de Palestina… Si los judíos tuvieran que elegir entre los refugiados, salvando a los judíos de los campos de concentración, los dirigentes tendrían misericordia (de los refugiados, NdeR) y la energía del pueblo sería canalizada para salvar a los judíos de varios países. El sionismo sería entonces no solamente quitado de la agenda de la opinión pública mundial, en Gran Bretaña y los Estados Unidos, sino también de la opinión pública judía. Si permitimos la separación entre el problema de los refugiados y el problema palestino, estamos arriesgando la existencia del sionismo”. (Ben Gurión, carta del 17/12/38 al Ejecutivo sionista, cit. por Peter Seidman, ob. cit. pág. 20). Para Ben Gurión era preferible arriesgar la existencia de millones de judíos que pedían refugio y no la existencia del sionismo en Palestina. El sionismo no “tenía misericordia”. Lo que le importaba era conseguir colonizadores y no “canalizar la energía del pueblo para salvar a los judíos de varios países”.
Para favorecer la colonización, hemos visto que el sionismo no tenía escrúpulos en admitir sin protestas el cierre de la emigración en los EE.UU. e Inglaterra. Tampoco tenía problemas para emular el acuerdo Herzl-Plevhe, firmando pactos con Hitler, como el “Haavara”, acuerdo firmado entre el Reich hitlerista y la Agencia Judía. (Máxime Rodinson, ¿Israel, a Colonial-Settler State?, ob. cit., pág. 103).
[70] Tony Cliff, “Le proche-orient au carrefour”, op. cit.
[71] “Incluso en esos momentos, —señala Cliff— hacen todo lo posible para probar que no son enemigos del imperialismo, sino sus aliados. Así, por ejemplo, en el proceso por portación de armas, realizado el 28 de noviembre de 1944 a Epstein, miembro del Hashomer Hatzair (el partido sionista “socialista revolucionario”), éste declaró a sus jueces: ‘Ustedes que vienen de Inglaterra, sabrán apreciar seguramente los peligros y las dificultades que implican las empresas de desarrollo y colonización de los países atrasados. En la historia de la humanidad, ninguna empresa de colonización ha tenido lugar sin chocar con el odio de los indígenas. Harán falta años, y quizás generaciones, para que esos hombres [los “indígenas”, NdeR] se vuelvan capaces de apreciar y comprender lo beneficioso que representa esta empresa para su porvenir. Pero el pueblo inglés no ha retrocedido frente a la tarea de desarrollar los países atrasados, sabiendo que, actuando así, ustedes cumplen una misión histórica y humanitaria. Ustedes han sacrificado sus mejores hijos en el altar del progreso’.” (Tony Cliff, “Le proche-orient au Carrefour”, ob. cit.)
[72] Cit. Maxime Rodinson, Israel, a Colonial-Settler State?, ob. cit., pág. 109.
[73] Michael Bar-Zohar, The armed prophet: A biography of Ben Gurion, Londres, 1967, pág. 67. Bar-Zohar es uno de los principales biógrafos israelíes de Ben Gurión.
[74] Ibíd., pág. 61.
[75] Maxime Rodinson, Israel, a Colonial-Settler State?, ob. cit., pág. 69.
[76] Citado por Moshe Sneh, “Sair do círculo vicioso do odio”, en Dossier…, ob. cit., pág. 672.
[77] Quatriéme Internationale, junio 1948, pág. 30.
[78] Ibíd., págs. 31 y 32.
[79] Shaul Ramati, “La Haganá: las milicias populares de Israel”, en Antología Israel, ob. cit., págs. 77 y 78.
[80] Jon Rothschild, ob. cit., pág. 1211.
[81] Maxime Rodinson, Israel, a Colonial-Settler State?, ob. cit., pág. 74.
[82] Ibíd., pág. 86 y Jon Rothschild. ob. cit., pág. 1211.
[83] Publicado en Daavar del 29/9/67 y citados por Jon Rotschild, ob. cit., pág. 1206 y Nathan Weinstock, ob. cit., pág. 3.
[84] Jacques de Reynier, A Jerusalem un drapeau flottait, Neuchatel, 1950.
[85] Parte de estos informes fueron traducidos al inglés y publicados en la revista Middle East International, Londres, abril, 1973. De allí los tomamos.
[86] Ibíd.
[87] Ibíd.
[88] Menahem Begin, The Revolt; Story of the Irgun, pág. 165, citado por Maxime Rodinson, ¿Israel, a Colonial-Settler State?, ob. cit., pág. 115 y Peter Buch, ob. cit., pág. 18.
[89] Al-Ard Co. Ltd., “Os arabes em Israel”, Dossier…, ob. cit., pág. 843.
[90] Ibíd., pág. 860.
[91] Coloquio de juristas árabes sobre Palestina, Argel, 1967, pág. 75.
[92] Naciones Unidas, 27º período de sesiones, 9 de octubre de 1972, publicación A/8828, español.
[93] Ibíd.
[94] Un estudio aparecido hace pocos días en Le Monde Diplomatique, suplemento de octubre de 1973 del diario francés Le Monde, hace la siguiente radiografía de la estructura ocupacional del Estado de Israel: “El nivel de vida general de la población ha mejorado después de la guerra de junio de 1967, pero la diferencia entre los sectores favorecidos y desfavorecidos no hace más que crecer año en año”. “Este fenómeno se refleja, entre otros, en las siguientes cifras: de 1970 a 1972 la participación de los trabajadores en el ingreso nacional ha bajado de 80,5% a 74%. Durante el mismo período la participación de los capitalistas aumentó de 19,5% a 26%. Pero la diferencia de ingresos se hace brutalmente evidente cuando se compara el estilo de vida del 15% de israelíes que parten todos los años al exterior y que tienen modernos autos y casas de lujo, con la situación del 20% que lucha en vano contra las alzas de los precios, viendo su nivel de vida precario empeorar cada mes. Una parte creciente de este sector se transforma en un lumpen proletariado miserable y sin esperanza.” “Ese lumpen-proletariado israelí, o más bien judeo-israelí, tiene tendencia a crecer en los últimos años, y con él la criminalidad bajo todas sus formas. Ese fenómeno se debe, ante todo, a la transformación de la composición de la mano de obra. Israel, como todo país en vías rápida industrialización (las exportaciones han aumentado un 25% en 1972 y las inversiones un 20%) y en situación de pleno empleo, usa el método de importar mano de obra extranjera no calificada para ocupar los empleos menos remunerados, mientras el trabajador israelí tiene profesiones más calificadas y mejor remuneradas.”
“En Israel, es la población árabe que juega el rol de reserva de mano de obra ‘extranjera’ no calificada (es preciso sumar a esto los siete mil judíos georgianos emigrados recientemente de la URSS). El proceso de arabización de trabajo común y no calificado fue aun más acelerado en el período que va de 1968 a 1973, luego que cerca de setenta mil obreros palestinos de los territorios ocupados accedieron progresivamente a trabajar en Israel. La mano de obra árabe —más eficiente y disciplinada, sobre todo porque ella no dispone de las mismas facilidades para hacer valer sus derechos— ha sustituido poco a poco a la masa de los trabajadores judíos no calificados de las fábricas, restaurantes y aun de los campos. Una pequeña parte de estos obreros judíos eliminados retornaron como supervisores, y algunas veces como capataces del proletariado árabe. Pero la mayoría se ha transformado en un lumpen-proletariado, en sus formas potenciales y reales, no quiere recuperar los empleos perdidos, considerados hoy “degradados” pues se hallan ocupados por los árabes.
“Este lumpenproletariado está compuesto en un 85% por judíos originarios de países árabes, para los cuales la posibilidad de empleos más calificados está más o menos cerrada. Tales ocupaciones requieren una instrucción que ellos en general no tienen. Crecidos en familias numerosas, pronto tuvieron que abandonar la escuela por el trabajo. Así, no hay menos de 20.000 jóvenes, en la edad de 14 a 18 años, que no estudian ni trabajan. Otra cifra reveladora: en el Israel de 1972, en que las proezas militares y científicas sorprenden el mundo, se encuentran 104 mil niños (más del 54% de los niños judíos) en familias en las cuales el padre no ha tenido más que enseñanza primaria. Es en las capas desfavorecidas en que se observa el número más elevado (uno en cada cinco) de niños subalimentados, mal nutridos o crecidos en las condiciones denominadas de “desastre familiar”. Es en estos sectores que se reclutan los delincuentes juveniles. El resentimiento creciente en estos miles de judíos orientales, que se preguntan qué se hace por ellos en el momento en que Israel se enorgullece de sus dos mil millonarios, viene a encontrar su expresión política en el voto a favor de los Panteras Negras, que obtuvieron el 2% de los sufragios emitidos en la elección a la Histadrut.”
[95] “Debéis combatir con entusiasmo… Por la invasión o por la diplomacia, el imperio israelí será edificado. Deberá comprender todos los territorios situados entre el Nilo y el Eufrates” (Ben Gurión, discurso en la Universidad Hebrea de Jerusalem, 1950; cit. en Dossier…, ob. cit., pág. 248).
[96] Cita de Trabulsi: “Rodinson, op. cit, pp. 185-6.”
[97] Cita de Trabulsi: “Debe recordarse que Egipto exigió, inicialmente, que las tropas de la UN evacuaran sus puestos de observación en la frontera (no se hizo mención de Gaza o de Sharm el-sheikh) y fue solamente después que U Thant declaró que era todo o nada, que Egipto demandó formalmente de él, el 18 de mayo, el retiro de las tropas de la UN de territorio egipcio. Israel no aceptó nunca la presencia de las tropas de la UN en sus fronteras; mantuvo su posición cuando se le preguntó nuevamente, después de la retirada de la UN de Egipto.”
[98] Cita de Trabulsi: “Michel Bar-Zohar, Histoire secrete de la guerre d’Israel, Fayard, París, 1968, págs. 149-50. El autor —un biógrafo israelí de Ben Gurión— relata que durante la guerra de junio, altos oficiales del Departamento de Estado acostumbraban perseguir a los diplomáticos israelíes con esta pregunta: “¿Cuándo atacarán Siria?” (p. 305). La victoria israelí iba a ser, igualmente, una derrota para la URSS. Bar-Zohar: “Johnson entendió que si se las arreglaba para neutralizar a los soviéticos y disuadirlos de intervenir en el conflicto, la derrota de los árabes por Israel sería interpretada por el mundo como una terrible derrota de la URSS… el mundo árabe, derrotado en la guerra, experimentará un profundo resentimiento contra Moscú”, (p. 255). De hecho, los elementos reaccionarios en el mundo árabe capitalizaron el asunto. Parte de las enormes demostraciones masivas en El Cairo, cuando Nasser presentó su renuncia el 9 de junio, estaban dirigidas contra la embajada soviética. Algunas tentativas del mismo tipo fracasaron en Beirut.”
[99] Cita de Trabulsi: “El informe conjunto del 26 de mayo de Rusk y Mac Namara a Johnson concluye con dos alternativas: una fuerza naval multinacional o “dejar actuar a Israel de manera independiente”. Significativamente, el secretario de Defensa, Mac Namara, fue muy escéptico con respecto a la posibilidad de que la fuerza naval pudiese abrirse paso a través del [estrecho de] Tiran.”
[100] Cita de Trabulsi: “Ibid, pp. 128. 139,14 1.”
[101] Cita de Trabulsi: “Uri Dan, citado por M. Machover & M. Haneghbi en ‘Léttre a tóus les’ex braves Israeliens’. Rouge, 22 de enero de 1969.”
[102] Cita deTrabulsi: “Bar-Zohar, op. cit, p.128.”
[103] Cita de Trabulsi: “Machover y Haneghbi. ob. cit.”
[104] Cita de Trabulsi: “Eric Rouleau, ‘Le Régime Nassérien en Question’, Le Monde, 27/12/1967.
[105] Fawwas Trabulsi, ob. cit., pág. 102.
[106] Cuando el medio o las circunstancias hacen innecesario el uso de esta careta ideológica, el sionismo aparece más claro. Por ejemplo, los cables de IPS y Reuter (publicados en Mayoría 18/11/73) informan lo siguiente: “Junto con los EE.UU., África del Sur fue el único país del mundo que durante la última guerra en el Oriente Medio ayudó a Israel sin disimulo alguno. Según Newsweek, Pretoria envió a Israel más de un millón de dólares, y según el Daily Telegraph envió pilotos. Ante todo, gravitó la existencia de una comunidad judía importante en Sudáfrica. Esta comunidad que cuenta con más de 115.000 personas, envió después de los EE.UU. las mayores contribuciones financieras a Israel. Los dirigentes sudafricanos tienen también sus razones para tal colaboración. Para el primer ministro Verwoerd es la necesidad de que “se unan todos los blancos contra las hordas”. Un dirigente de la comunidad judía en la Unión Sudafricana fue claro, Yakob Oppenheimer escribió en el Herald Tribune: “Nuestros dos países tienen la misión de mantener islotes de civilización occidental en medio del océano de la barbarie neolítica.” Los países árabes han aplicado, en consecuencia, total boicot a Sudáfrica.
[107] Maxime Rodinson, Israel, a Colonial-Settler State?, ob. cit., pág. 78.
[108] Documento de Al Fatah, La revolución palestina y los judíos, Argel, 1970, pág. 16. Reedición mimeográfica.
[109] Avanzada Socialista: Periódico semanal del PST [argentino de la época].
[110] Publicado en Conversaciones, Ediciones Antídoto, págs. 5–7, 1986. En esa pregunta, Moreno se delimita de las acusaciones de “antisemita”, define como opresores a los sionistas en Palestina y ubica el terrorismo árabe como una consecuencia de esa brutal opresión.
[111] Publicado en el Primer Congreso Mundial de la LIT-CI [1985], Ediciones Crux, págs. 123–124. En una de sus intervenciones en el Congreso Mundial, Moreno se refirió brevemente a la definición del Estado de Israel.
[112] Publicado en Correspondencia Internacional [septiembre de 1982]. Moreno polemizaba con un grupo de compañeros chilenos que habían abandonado el lambertismo y se incorporaban a nuestra corriente internacional (por entonces denominada LIT-CI). Allí encontrarnos una amplia caracterización de la OLP.