Presentación

La juventud y el pueblo trabajador se rebelan en varios puntos del planeta. En las últimas semanas han demostrado su valentía en las calles y las plazas de Chile y Ecuador. También en las manifestaciones masivas del Líbano o Irak, en las acciones  de los Chalecos Amarillos en Francia y en Hong Kong.

Al cierre de esta edición y al compás de esta nueva oleada de luchas, el 21 de noviembre se produjo en Colombia la más apoteósica jornada nacional de protesta y movilización de los últimos treinta años, en contra de los asesinatos de indígenas y luchadores populares, de las reformas económicas laboral y pensional proyectadas por el gobierno de extrema derecha de Iván Duque (Uribismo), que atacan el nivel de vida de jóvenes, trabajadores y amplios sectores de la población.

A nivel general, la paciencia está llegando al límite. Decenas de miles en América Latina y el mundo, perdieron el miedo. Inundan las calles y plazas. Se sublevan con furia y hacen retroceder a los gobiernos. Estos espantados, como el de Chile o antes   el de Francia, a regañadientes dan concesiones largamente postergadas. Lo hacen    en forma apresurada, se disculpan por televisión, vacilan, balbucean. La  prensa  reseña: “América Latina… está revolucionada”… “La desigualdad es la causa principal del desencanto que sienten los ciudadanos de toda la región frente a un establecimiento político pasmado”.

Tras treinta años de prédica incansable sobre las bondades de la democracia, el debate civilizado y la paz, todos los gobiernos, sin distingo, responden a las protestas con represión salvaje. Con la policía y el ejército. Disparan, asesinan, mutilan, violan    y llevan presos a cientos, tratando sin éxito de conjurar la    rebelión.

A pesar de las concesiones, las trampas y la represión, los manifestantes no retroceden y se defienden valientemente con lo que tienen a mano. Todos los poderosos y privilegiados se unen en coro para condenar la violencia de los manifestantes, hablan de sus excesos y llaman a la pacicación. Sin que les dé resultado, recurren al conocido libreto de los inltrados, los agitadores profesionales y la conspiración, como han hecho siempre los gobiernos de los poderosos, los opresores y explotadores para desprestigiar y combatir la justa rebelión de los de abajo.

Lo que sucede en Santiago de Chile y Ecuador es diferente de lo que ocurre en   Hong Kong, Cataluña, Haití, Irak, el Líbano o Irán y se desarrolla desigualmente.   Pero tienen en común que todas las protestas constituyen una lucha contra el sistema económico y social imperante, contra las políticas de las potencias imperialistas y sus instituciones el Fondo Monetario Internacional, FMI, el Banco Mundial, BM o la OCDE. Además, en que sus protagonistas  padecen  vidas  precarias, sin seguridad laboral, salarios insuficientes, educación o salud de mala calidad e impagables y con el sentimiento de que su nivel de vida está cada vez más “exprimido”.

La rebelión va más allá de reclamar más democracia o poder votar u opinar libremente por las redes sociales, pues eso ya se tiene. No. La profundidad del proceso revela que sus protagonistas han comprobado que con la democracia imperante no se come, no se educa, no hay salud apropiada, no hay vivienda o mejores salarios y la violencia en vez de disminuir, aumenta. Han llegado a la conclusión de que esa democracia no resuelve ninguna necesidad o asunto de fondo. Los jóvenes y trabajadores asalariados, sienten que se les vendió humo. Tienen derecho a sentirse  estafados.

Después de treinta años de la caída del muro de Berlín, el espejismo se ha  esfumado. Ese símbolo supremo de la destrucción de los países conocidos como “socialistas” (realmente, Estados Obreros gobernados por castas burocráticas), y el cual usaron y usan los potentados del mundo para proclamar a los cuatro vientos    el fracaso del socialismo y el triunfo del sistema de libre mercado (el capitalismo) y de la democracia (burguesa), como llaves maestras de la prosperidad económica y un mundo de oportunidades para todos, está llegando a su fin.

Aquel triunfo del capitalismo como sistema económico y de la democracia electoral como supuestamente inigualables, si bien inicialmente se tradujo en una ola de expansión del capitalismo, que logró la conquista de nuevos territorios y mercados así como convertir en territorio de inversión de sus trasnacionales, destruyendo aquellos países “socialistas” (la URSS, China, Europa Oriental, Cuba, etc.), hace años mostró su agotamiento. Especialmente desde el estallido de la crisis financiera de 2008.

Ese triunfo de las potencias capitalistas del mundo, de los años 90`s, significó para los trabajadores y pobres de los países atrasados o de desarrollo intermedio, una cascada de reformas laborales y pensionales profundamente regresivas. Tercerización del empleo, contratos basura, privatización de la sanidad,  la  educación básica y las universidades, la vivienda, los servicios públicos y muchas otras áreas que se habían conquistado como responsabilidad del Estado.

En ese periodo lo importante fueron los intereses de los capitalistas y los inversionistas, independientemente de los que no podían pagar los servicios convertidos en negocio. La privatización se extendió y empobreció a sectores cada vez más grandes de la población. Hasta que llegó el momento en que se acabó la paciencia y ahora salen con furia a protestar. Eso es lo que ha pasado en Chile. Y el hecho de que se encuentre allí el epicentro de la revuelta en América Latina, es muy simbólico.

Las políticas implementadas por los dueños de las trasnacionales y las grandes empresas nacionales para tratar de superar la crisis desatada en 2008, han significado agresivos ataques a los países pobres y al nivel de vida y condiciones de trabajo de los jóvenes y los asalariados. Eso es lo que está en la raíz de la actual oleada de rebeldía y protestas.

Así, las revueltas son contra la desigualdad social y la injusticia que se expande. Es contra las políticas económicas y sociales y los políticos y gobiernos que las aplican. Contra la forma de vida de las élites dominantes y su enriquecimiento obsceno, que está destruyendo todo tipo conquistas sociales y está contaminando o agotando los recursos del planeta. En últimas, en contra de cómo está estructurada la sociedad.

Así no lo digan o no lo sepan, pues los políticos -de todos los colores- que trabajan para los empresarios y sus medios de comunicación, lo ocultan deliberadamente, se rebelan entonces no solo contra un gobierno que les mintió y es corrupto o contra algunos partidos o parlamentarios. La movilización es contra el sistema social imperante, dominado por un puñado de magnates enriquecidos a  costillas  del  trabajo y las necesidades de la gran mayoría de la población. Es contra el capitalismo   y va contra sus raíces. Embrionariamente empieza a salir a flote la urgente necesidad de otra realidad social, para ellos y sus hijos y, que es posible construirla, pues, al menos de momento, los manifestantes tienen la sartén por el    mango.

Por ello, mientras los jóvenes y trabajadores se colocan con su movilización  combativa y decidida en el centro de la escena, los voceros más preclaros de los sectores dominantes en la sociedad, alertan sin poder ocultar su nerviosismo, sobre   lo que llaman el “agotamiento de la democracia”. Alarmados, diagnostican que se ha llegado a una desconfianza generalizada en los parlamentarios, en los gobiernos, en sus presidentes y un rechazo general a todos los partidos políticos y demás instituciones de la democracia burguesa “…nuevas generaciones que desconfían del poder, las jerarquías y la tradición” dicen. Desconfianza creciente en el reaseguro más sofisticado y sutil que ha encontrado el capitalismo para seguir dominando y explotando a los trabajadores y los pobres: las instituciones y mecanismos de la democracia  burguesa.

Analistas han empezado a describir ese proceso. Historiadores como Yuval Noah Harari afirman en su libro 21 lecciones para el siglo XXI, que “el descontento generalizado…tiene que ver con que “la humanidad está perdiendo la fe en el relato liberal que ha dominado la política global en las últimas décadas”2. En castellano sencillo, la juventud y los trabajadores empiezan a desencantarse de las promesas  que el sistema capitalista y la globalización, acompañadas de elecciones, libertad individual y en general de “las bondades de la democracia liberal”, traería bienestar y soluciones a las necesidades básica insatisfechas.

Por eso afirman…“Es decir, la realidad resultó menos prometedora de lo que la gente esperaba…la desigualdad en casi todos lados aumentó y los frutos del esfuerzo recayeron en pocos. Entendimos que los políticos no pueden responder a nuestros problemas porque están presionados por los nancieros”. Y hacen un alerta: “se avecina un cambio radical en el sistema político y económico mundial. La fractura entre las élites políticas, las nancieras y la población comienza a hacerse insondable”, “…protestan por la rabia profunda y la indignación que les produce un sistema al que no logran adaptarse”.

Lamentablemente, mientras se sienten los pasos amenazantes de las masas en lucha y estos analistas alertan a los poderosos acerca del agotamiento de una democracia que ya no garantiza el engaño electoral y la alternancia de sus diferentes partidos, los reformistas insisten tercamente en repetir la misma receta de hace treinta años: dicen que el problema obedece a la falta de democracia y que se necesita “más democracia”, renovar la conanza de la población en los Parlamentos y la urgencia de que los poderosos acepten más y más elecciones.

Así, en Chile, proponen como salida una reforma de la Constitución  o  una  Asamblea Constituyente, pactada en el Parlamento entre las diversas fuerzas, que incluye a los agentes de Piñera. Luego llevar a la población a un Plebiscito, etc. Una cascada de elecciones y votaciones que extiendan por dos años, para diluir la  energía de quienes se movilizan en las expectativas electorales y ahogarla en un rio de palabras. Así, ante la debilidad manifiesta de Piñera no proclaman la necesidad de sacarlo del gobierno, sino de un lograr nuevo pacto político y social con ese gobierno autoritario y con el régimen asesino, heredado de la dictadura. Es decir, ante el empuje de las masas en lucha, quieren nuevas alianzas de los de abajo con  los representantes políticos de los empresarios nacionales y extranjeros.

La paradoja de la situación es tal que a la voluntad desplegada por los sectores en lucha y la capacidad de sacrificio de los trabajadores, los jóvenes y las masas, sus dirigentes reformistas en vez de aprovechar la energía desplegada por los pueblos, para fortalecer, profundizar la lucha y posicionarse mejor frente al gobierno, le oponen la concertación con los gobiernos. Pretenden sacar a los manifestantes de las calles conciliando con el enemigo y encauzar la lucha por canales electorales, llevándola a las urnas con el plebiscito para así evitar que los gobiernos caigan por   la acción de las  masas.

La sorprendente rebelión de trabajadores y jóvenes a la que asistimos, reclama con urgencia, tal como lo señalaron ayer los Chalecos Amarillos y hoy los manifestantes en Chile, el surgimiento de una nueva alternativa  política  totalmente  independiente de las organizaciones sindicales o políticas tradicionales del movimiento de masas, consecuente y democrática en su interior. Las nuevas camadas de luchadores actuales podrían constituir el caldo de cultivo de ese proceso.

La presente publicación con sus artículos de análisis y propuestas sobre el proceso con epicentro en Chile y Ecuador, así como el llamado a la resistencia y derrota del golpe de estado reaccionario y pro imperialista en Bolivia, constituye para quienes lo publicamos, nuestra modesta contribución a ese proceso, que cuando cerramos esta edición aún se encuentra en curso y cuyo desenlace ignoramos.

Los Editores

22 de noviembre 2019

1https://www.semana.com/mundo/articulo/protestas-en-el-mundo-que-ocurre-con-la-democracia-y-el-capitalismo/640547

2Ídem

3Ídem

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí